Por tercera vez en esta columna haré una reflexión caprichosa sobre el cine mexicano. Digo que es caprichosa porque está basada en las películas nacionales que quise ver y ya. Y como yo soy crítico nomás en mis tiempos libres y hay muchas otras cinematografías que me interesan más sólo vi cuatro películas nacionales: Rudo y Cursi (Carlos Cuarón, 2008), Parque Vía (Enrique Rivero, 2008), Los herederos (Eugenio Polgovsky, 2008) y Los que se quedan (Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman, 2008). Este año —cosa rara— todas me gustaron, pero en particular las últimas dos, documentales. Me gustaron tanto que estoy considerando afinar una idea del cine mexicano que ya he expuesto aquí.
He sostenido que “nuestro” cine está atrapado entre el folklorismo y la sordidez. Esto se debe a que, por una parte, está poblado de imágenes fridakahlescas y, por otra, está sobrepoblado de historias tremendistas. Sin embargo, ahora pienso que estos dos polos son uno solo: la sordidez en el cine mexicano opera como un detalle folklórico más*. Lo folklórico indica los elementos que, idealmente, conforman lo auténtico de un pueblo y en el cine mexicano el conjunto de pobreza y vida sufrida son tan verdaderamentemexicanos como el chicharrón prensado. Para abundar en el asunto, se puede decir que lo folklórico alimenta el mito de la particularidad de los grupos humanos. Y como el concepto del «México profundo» está vinculado con gente que vive entre nopales y gallinas pelonas, es morena y tiene un padre parrandero, pendenciero y jugador, algunos autores del cine locales han hallado legitimación en ese mundo.
Al inicio necesité construir una visión general sobre el cine mexicano para poderlo estudiar como fenómeno. Pero ya en la segunda entrega comencé a dudar de mi punto de partida: hay muchas excepciones al modelo y las ha habido históricamente. Como todos los mexicanos me reconozco en una iconografía y una narrativa unificadoras para acercarme al problema de una identidad nacional generalizada, inexistente en los hechos —en su geografía humana México es un país megadiverso— pero claramente identificable en los símbolos. También, como todos los mexicanos, no puedo evitar ser un productor y consumidor del folklor nacional.
Nuestros cineastas tampoco, y basta darle una repasada a cualquiera de las películas que mencioné para comprobarlo. En Rudo y Cursi están los mundos del futbol y del narco; en Parque Vía una fichera y el Día de Muertos. Ambas cintas retratan, entre otras cosas, lo más mísero de la humanidad (las terribles consecuencias de la adicción y de la vanidad o el acto de destrozar un cadáver). Por sórdidas aumentan la sensación de autenticidad, la impresión de ser de veritas mexicanas.
Lo interesante es que las dos películas documentales que mencioné al inicio han demostrado que la realidad es menos cruel de lo que quisiera nuestra alma telenovelera. Eugenio Polgovsky dejó en claro que los niños campesinos que trabajan son dignos y que no es ningún drama trabajar desde la infancia, por más que la pobreza empuje a ello**. Por otra parte, Rulfo y Hagerman muestran cómo las realidades rurales de México son muy diversas y abarcan tanto a los pueblos indígenas como a los mexicanos de raza blanca. En todo el espectro del mestizaje hay gente que migra y gente que se queda por exactamente las mismas razones.
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De Los que se quedan es justamente la amplitud de la visión lo que más me ha sorprendido. Mostrar una problemática compartida por tanta gente tan diversa es una de las mejores maneras de poner en jaque ideas como el «México profundo», por el simple hecho de exponer una complejidad que ese concepto racista no puede alcanzar. En Los herederos la dignidad del trabajo termina por ser el mejor antídoto contra la sordidez pobrista.
No es de sorprenderse que la realidad no corresponda con la narrativa unificadora que se reproduce en el cine de ficción. Para ser verosímil y, por lo tanto, autentificarse tiene que recurrir a un mito. Por suerte en 2009 hemos tenido un par de documentales que con el poder de extrañamiento que puede generar un mundo rural donde hay gentes diversas. Fue de los documentales rurales —sobrios, empáticos y nada costumbristas— de donde salió lo más novedoso de nuestro cine.
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* Debo esta idea a mi ex alumno Emilio Reyes Bassail.
** Expongo más ampliamente mi postura respecto a la película en una reseña aparecida en La Tempestad (69, noviembre-diciembre de 2009, pág. 45).
Abel Muñoz Hénonin