En Este País han debido coexistir el rigor y la flexibilidad. A nivel de contenidos, los datos duros son una condición, pero hay diversidad ideológica. A nivel estructural, hay un Consejo que nunca ha dejado de sesionar puntualmente pero que se regenera, un Consejo estable pero siempre nuevo.
“¿Cuál es la línea editorial?”, preguntaban con frecuencia sobre la nueva publicación. “¿Línea editorial?”, era nuestra respuesta en forma de pregunta. Con el tiempo la expresión se volvió una obsesión. ¿Cuál era o es nuestra “línea editorial”?
Ya mencioné (en mi colaboración de mayo, “De marcianos a bicho raro”) cómo Este País —por su origen y definición— escapó intencionalmente a las definiciones ideológicas. Ni izquierda, ni derecha, ni el cómodo centro parecían ajustarse al proyecto. De hecho cualquier definición ideológica como boleto de entrada es contraria al propósito original de la publicación. O quizá no lo estoy diciendo con exactitud.
El requisito básico ha sido siempre tener información dura que avale el dicho de los autores, información dura que nos permita retratar y, de preferencia, rastrear un fenómeno, encontrar las tendencias. Se puede ser de izquierda o derecha o de la posición que sea; si la información sostiene una forma de interpretar los hechos, el material no tiene problema con la “línea editorial” de Este País. Así, el posicionamiento ideológico en la mayoría de las ocasiones se convierte en algo secundario; lo primero es que los hechos sean manejados con pulcritud, es decir que las interpretaciones se apeguen estrictamente a lo que los datos nos dicen.
Eso más que una línea editorial es una definición epistemológica que cumple con los requisitos tradicionales de cualquier producción científica: la verdad acreditable para que lo sea debe ser evidente no sólo para quien genera la interpretación sino para cualquier tercero. Pero eso no basta para guiar una publicación mensual. ¿Cuáles son los temas que deben ser abordados? ¿Cuáles los ángulos que se han descuidado? ¿Cómo trazar un curso de mediano y largo plazos para el navío? Este País nació como un espacio antiideológico, sin una línea editorial en el sentido tradicional de la expresión y más bien como producto de una definición epistemológica. Ésas son las coordenadas generales. Pero ¿cómo se ha dado la operación del mes a mes, del año a año?
Quizás una característica que no se percibe de lejos es el papel central del Consejo de Administración. La complejidad comienza desde el nombre del cuerpo colegiado: Consejo de Administración. Basta con revisar la lista de quienes han integrado ese órgano de la empresa, lo que ellos han mostrado en sus vidas, sus cualidades y vocaciones, para darse cuenta de que muy poco o nada tienen que ver con la administración empresarial. Sin embargo desde hace más de 20 años, cada miércoles segundo de mes, el Consejo se reúne, revisa la situación financiera de la empresa que presentan la Gerente y el Comisario. El Secretario del Consejo asiste a cada sesión para levantar el acta correspondiente y asesorar sobre todo lo que se refiere a los complejos estatutos que dieron vida al proyecto cultural. Pero seamos claros: los consejeros asisten porque les interesa intervenir en las decisiones editoriales de la revista. El Consejo es en realidad un Consejo Editorial.
Varias veces se ha planteado la posibilidad de dividir al Consejo en dos cuerpos: uno editorial y otro administrativo. Pero siempre surge el mismo problema: nadie quiere quedarse en lo administrativo, todos quieren estar en lo editorial. Resultado: puesto que seguirle la pista a lo administrativo es central para la salud del proyecto, todos revisan todo, lo administrativo y lo editorial. Con los años el Consejo ha demostrado ser la columna vertebral del proyecto. Ha habido momentos de dificultades financieras o tensiones entre la Dirección y el Consejo, pero la única ocasión en que el proyecto se tambaleó fue por dificultades y divisiones al interior del Consejo. La buena marcha del Consejo es la garantía de vida para el proyecto.
Pero la suma aritmética e individual de inteligencias no necesariamente produce un buen Consejo. Con frecuencia ocurre que el Consejo bombardea a la Dirección con espléndidas ideas que no tienen ninguna viabilidad. Por eso es tan delicada la labor de quien preside, pues debe aprovechar la brutal energía de ese cuerpo pero debe también compaginarla con las posibilidades reales de la Dirección y de la Administración. Con el tiempo se han ido conformando ciertos protocolos entre el Consejo y la Administración. El Consejo establece los objetivos a cubrir, temas, áreas de conocimiento, materiales, fuentes. El Consejo sugiere autores y ayuda en las invitaciones. El Secretario lleva una lista de pendientes de las sugerencias o solicitudes de los consejeros, misma que se revisa cada sesión. Cada mes, la Dirección presenta el contenido de la próxima edición que, normalmente, corresponde a temas fijados por el propio Consejo. La sección cultural —que está ya en su sexto año de vida— recibe un tratamiento independiente. Pero el Consejo no se mete a la cabina del avión.
La metáfora de la cabina se refiere a la conducción misma de la edición. Sólo el Director —gran Directora en este momento— sabe cómo armar el rompecabezas, sólo desde la Dirección se conoce la potencia de los materiales, cuáles deben recibir aviso en la portada, cuáles deben esperar una mejor coyuntura, cuál es su extensión, etcétera. La Dirección es la responsable de las decisiones que conforman la publicación en sí misma. Dividir con claridad las funciones es clave para la sana convivencia.
Dados los criterios estatutarios de renovación obligada tanto de la Dirección como del Consejo, por ese cuerpo colegiado han cruzado alrededor de 80 amigos de casa. Algunos consejeros han esperado el periodo establecido en los estatutos para volver a entrar. Algo que hemos aprendido con el tiempo es que los relevos deben ser paulatinos para no perder la memoria institucional, las rutas de razonamiento del por qué de algunas decisiones. También se ha diversificado la integración para lograr un verdadero carácter interdisciplinario. Una norma de oro del Consejo consiste en la obligación por parte de los consejeros de presentar una solicitud de licencia o renuncia si durante su encargo en dopsa (nombre legal de la empresa) reciben alguna invitación gubernamental o partidaria. Se les invita en su carácter de conciencias libres y así deben permanecer. De esta forma se evitan posibles conflictos de interés. Se asombraría el lector si supiera las múltiples ocasiones en que se ha aplicado la norma: personajes vinculados a los tres grandes partidos nacionales han tenido que dejar su sitial en el Consejo al asumir otras responsabilidades. Eso ha ayudado a que en las sesiones se ventilen los asuntos con toda frescura.
En 20 años el Consejo ha tenido siete presidentes. Una de las medidas adoptadas a sugerencia de su primer presidente, Miguel Basáñez, es que los ex presidentes conserven un sitial con voz pero sin voto. Eso ayuda a conservar la memoria institucional. Lo mejor de las sesiones de Consejo —no exagero— son las comidas posteriores. El material de la revista y las diferentes formaciones de los integrantes provocan un intercambio riquísimo de información e interpretaciones.
Sobre la llamada “línea editorial” creo que nunca hemos llegado a saber bien a bien de qué demonios se trata, pero tampoco nos preocupa demasiado.
FEDERICO REYES HEROLES es Director Fundador de la revista Este País y Presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro es Alterados: preguntas para el siglo XXI (Taurus, México, 2010). Es columnista del periódico Reforma.