Lionel Shriver,
Tenemos que hablar de Kevin,
Anagrama, Madrid, 2007.
El título es muy atrayente. Pesca de inmediato al futuro lector, que se pregunta quién habla, quiénes forman este plural, quién es Kevin, por qué hay que hablar de él.
La autora usa el nombre Lionel Shriver, aunque nació como Margaret Ann Shriver en 1959. Es estadounidense y vive en Londres, ciudad que alterna con Nueva York. Además de novelas, ha publicado varios artículos en diversos periódicos de prestigio. Ha vivido en lugares como Nairobi, Bangkok y Belfast.
La novela es larga, alrededor de 450 páginas. En primera persona. Epistolar, pero con un solo autor, un solo destinatario. Son cartas que escribe la narradora (Eva) a su marido, recordando su relación, su pasado juntos, pero sobre todo sus hijos y, en particular, Kevin. El adolescente, días antes de cumplir los 16, se une a la lista —afortunadamente no demasiado larga— de jovencitos que han asesinado a varios de sus compañeros en la escuela.
La novela ganó el Orange Prize en 2005, otorgado en la Gran Bretaña a la autora de la mejor novela del año anterior, publicada en inglés. Sin embargo, hay que anotar que fue rechazada, en primer lugar, por la propia agente de la escritora, y luego por varias casas editoriales. Finalmente fue publicada por una pequeña casa editorial (Serpent’s Tail) y obtuvo buenas ventas sobre todo debido a la propaganda horizontal que sus lectores hicieron.
Ya es película, bajo la dirección de Lynne Ramsay, con las actuaciones de Tilda Swinton (Orlando, El curioso caso de Benjamin Button, Michael Clayton) y John C. Reilly (Magnolia, Hermanastros, La historia de Dewey Cox), en una coproducción entre la Gran Bretaña y Estados Unidos. El estreno comercial fue el pasado septiembre, en Francia. Durante la proyección en Cannes, el público no sólo permaneció callado cuando terminó la película, sino que la abucheó. Habrá que verla.
En principio, la adaptación se antoja muy difícil, puesto que la voz narrativa no sólo cuenta lo sucedido, sino que constantemente reflexiona sobre los hechos, pero sobre todo sobre sus sentimientos. Y de hecho, dado que la perspectiva es siempre la de la madre, y dado que se trata de su versión de un hijo adolescente asesino, habría motivos para dudar de la objetividad de su narración —pero ésta es la única que tenemos.
La novela plantea numerosas preguntas, algunas de las cuales comento: ¿los hijos no deseados llegan al mundo con un déficit emocional gestado desde el vientre?, ¿este déficit contribuye a dañar su propio desarrollo emocional?, ¿es irreversible?, ¿las personalidades criminales pueden gestarse desde el vientre materno?
La narración arranca cuando ya todo sucedió, y poco a poco vamos contando con más información para redondear el pasado, a partir de este doloroso presente de la madre. Al final hay una revelación que incrementa lo terrible de los hechos y se suma a la ya terrible situación de esta familia. Irónica y paradójicamente, al final, pese a todo lo sucedido, madre e hijo parecen haberse finalmente acercado, así sea de un modo totalmente retorcido. ~
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ADRIANA SANDOVAL estudió literatura inglesa y tiene posgrados en la UNAM y en Cambridge, Inglaterra. Es profesora e investigadora del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas. Es también traductora y ha escrito guiones para televisión. Su libro más reciente es Los novelistas sociales.