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Este País | David García Fabregat | 01.08.2011 | 0 Comentarios

Todos debemos pagar impuestos. No nos gusta, claro, pero así es en todas partes: en los municipios, en los estados, en nuestro país y en todos los países.

No conozco a ninguna persona o empresa que quiera pagar impuestos, aunque lo haga: pagar impuestos es una obligación y no cumplirla trae graves consecuencias (desde recargos y multas hasta, en ocasiones, la pena corporal).

Los impuestos son una obligación que fija el Estado en diversas leyes para contribuir al gasto público. Deben ser justos, proporcionales y equitativos. (Aunque debo decir que no tengo la claridad de lo que significa impuestos “justos, proporcionales y equitativos”.) Además, deben ser solidarios —es decir, todos los debemos pagar— y subsidiarios —o sea que los que más tienen o ganan deben pagar más para cubrir, subsidiariamente, a los que tienen o ganan menos.

Hace tiempo que muchos profesionales se dedican a buscar la forma de pagar menos impuestos, corriendo el menor riesgo posible; por su parte, los gobiernos siempre buscan la forma en que los contribuyentes paguen más impuestos, así que el asunto se vuelve una lucha de nunca acabar.

Ya quedó establecido que todos debemos pagar, que es nuestra forma de contribuir al gasto público; aun así, un alto porcentaje de gente no paga o paga menos de lo que debería. ¿Por qué?

Se trata de un fenómeno que sucede en todos los países y existen numerosos estudios que explican sus causas, pero no quiero en los límites de este espacio —ni puedo— abundar en ellos. Sólo mencionaré algunas razones:

  • • Las empresas y las personas quieren ganar más y, si pagan impuestos, naturalmente se reducen sus ganancias.
  • Todos dudan del buen uso que da el gobierno a los recursos que obtiene por contribuciones. A diario nos enteramos por las noticias de gobiernos, empleados y funcionarios públicos —así como de personas o empresas vinculadas— que acumulan grandes fortunas.
  • Falta transparencia en el uso de los recursos públicos.
  • Algunos gastos significativos son absurdos; entre otros, la publicidad y la propaganda realizadas para mejorar la imagen de determinadas personas, grupos de poder, partidos políticos, etcétera. Estos gastos sustituyen a otros que son indispensables para todo gobierno.
  • Hay quien dice: “De que se lo roben ellos a que me lo robe yo, mejor me lo robo yo”. No pagar impuestos nunca se justifica y, en efecto, puede equipararse a un robo. Quitarle el dinero a los ricos para dárselo a los pobres es un buen tema para novelas o mitos, pero nunca se debe aplicar en la vida real. No es justificable.
  • La codicia no tiene límite. Los impuestos deben limitar esa codicia a través de la redistribución del dinero.
  • Pagar impuestos es complicado en todos los países, y México no es la excepción. Las normas fiscales son muy complejas. Frecuentemente las leyes exigen cosas absurdas. Por si eso fuera poco, en México todos los años cambian las normas fiscales (por modificaciones que hace el Congreso, por cambios que hace el Ejecutivo o por la llamada “Miscelánea fiscal” que se publica todos los años).
  • La competencia desleal es otro factor importante. Hay varios elementos: uno de peso es la economía informal y otro la cantidad de tramposos fiscales: cada año crecen significativamente estos dañinos elementos.

Veamos ahora algunos ejemplos concretos sobre la complejidad de los impuestos y sus consecuencias.

Impuestos directos/indirectos

La teoría dice que sólo el contribuyente paga los impuestos directos, mientras que los indirectos se trasladan a los clientes. Así podríamos ver que el Impuesto Sobre la Renta (ISR) es un impuesto directo y el Impuesto al Valor Agregado es un impuesto indirecto al consumo. La realidad difiere. Un ejemplo: en la década de los ochenta, con López Portillo, se le ocurrió al gobierno crear un impuesto adicional se llamó Tasa sobre Utilidades Brutas Extraordinarias (TUBE). Como se iniciaba un proceso inflacionario (mucho menor al que tuvimos años después), algún “genio” pensó que poniendo un impuesto adicional los comerciantes e industriales no subirían sus precios. Se pretendía que quien más ganara en utilidad bruta pagara más, aun cuando la empresa perdiera. Se llenaron los juzgados de amparos, se expidieron un reglamento y circulares para atenuar el efecto de este impuesto. La recaudación fue mínima. El desprestigio para el gobierno, en cambio, fue grande.

Como el ISR no recaudaba lo necesario, se inventó el Impuesto al Activo (IMPAC), con muchas deficiencias técnicas. Qué bueno que ya se quitó… ¡pero pusieron el Impuesto Empresarial a Tasa Única (IETU)! Éste, por cierto, no sólo afecta a los empresarios. Es un verdadero absurdo, entre otras cosas porque pretende ser un impuesto mínimo sobre el flujo de efectivo (y hay que decir que es increíble que las autoridades no sepan ponerle un nombre a sus impuestos).

Recientemente se ha publicado que, si bien la recaudación de este impuesto ha sido muy baja, se ha incrementado la recaudación en el ISR; se dice que el IETU es un “impuesto de control”. Cabe señalar que no es optativo pagar uno u otro, y que seguramente nadie quiere pagar más ISR, con una tasa de 30%, para ahorrase el IETU, con una tasa de 17.5 por ciento.

Qué hacer

El problema es complejo y por lo tanto las soluciones no pueden ser fáciles. En mi opinión, a corto plazo resultan inalcanzables. Aquí enlisto algunas propuestas:

  1. Educación. En las escuelas primarias, secundarias y preparatorias jamás se toca el tema de los impuestos y eso está mal. Debería tratarse, aunque sea superficialmente, para crear conciencia entre los alumnos, los maestros y los dueños de las escuelas privadas. En los ciclos de estudios superiores, como licenciatura y posgrado, tampoco se tratan temas de impuestos —excepto en las facultades de Contaduría y Derecho. Los médicos, arquitectos, ingenieros, químicos y un largo etcétera donde no caben excepciones, serán todos contribuyentes de impuestos y deberían tener una idea del asunto, de la obligatoriedad de pagarlos, de los beneficios potenciales para la sociedad, y en general de las implicaciones de nuestro régimen fiscal.
  2. Legislación. Las leyes deberían ser claras, entendibles y, en la medida de lo posible, permanentes (porque ahora en México se cambian cada año). Los legisladores deberían saber sobre el tema que legislan, algunos en forma general y otros —los de las comisiones especiales— con grado de especialización. Me consta que ni unos ni otros conocen el tema, salvo honrosas excepciones. El Ejecutivo debe expedir reglamentos claros y precisos que no modifiquen la ley o leyes. Debe aprovechar sus tiempos oficiales en los medios para difundir sus leyes ya que casi nadie lee el Diario Oficial. Las leyes deben ser justas, tratar a los iguales como iguales. Todos debemos pagar, en principio, pero en algunos casos están plenamente justificadas la excepciones y exenciones, siempre que no se permita el abuso de las mismas.
  3. Administración y vigilancia. Me parece bien que se usen las nuevas herramientas tecnológicas, pero estoy en desacuerdo con que sea la única forma en que los contribuyentes puedan cumplir. La tecnología ayuda a los ciudadanos a estar al corriente y a la Administración le facilita los procesos de revisión y control, pero la tecnología no debe ser el único camino. Lo importante es que los contribuyentes paguen lo que deban, que presenten sus declaraciones y cumplan, vía electrónica o manual. Deben estar registrados en un padrón fiscal pero, desde ese momento, la Administración debe darles todas las facilidades.

    El costo administrativo de las empresas para el adecuado cumplimiento de las obligaciones fiscales es impresionante y poco productivo. El personal encargado de la fiscalización es, en términos generales, de bajo nivel técnico, y las revisiones son con frecuencia muy largas y generalmente terminan con muchas observaciones improcedentes, que son impugnadas. Por varias razones, esto resulta costoso para los contribuyentes y poco redituable para la autoridad.

    Con personal de alto nivel técnico, en pocos días la autoridad podría darse cuenta de si está tratando con un contribuyente cumplido o con un tramposo, y castigar con fuerza a éste último, incluyendo penas corporales y amplia difusión del caso, para que sirva de ejemplo a otros.

    También es necesario no complicar más las cosas, entender que quien no cumple, lo hace normalmente al no declarar los ingresos que obtiene. Para demostrar esto no son necesarios comprobantes con cédula fiscal, electrónicos, con el tipo de sangre del proveedor, así como el ADN del chofer que entregó la mercancía. En otros países se acepta la copia del cheque o el voucher de la tarjeta de crédito como comprobante. Aquí no es suficiente; sin embargo, nuestra recaudación es menor a la que obtienen esos otros países.

  4. General. Desmotivar el hecho de que los contribuyentes se sientan más “listos” por no pagar impuestos. Eso es una falacia. No son más listos: son tramposos. Esa gente en lugar de más lista debería sentirse avergonzada y jamás presumir de semejante cosa. No sé si para las religiones sea un pecado (debería serlo), pero sé que legalmente es un delito.

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DAVID GARCÍA FABREGAT es egresado de la Facultad de Comercio y Administración de la unam, donde ha ejercido como profesor. Actualmente es socio decano de la firma Price Waterhouse Coopers.

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