Cultura |
Carlos Fuentes | 04.08.2011 | 2 Comentarios
Tiempos hubo en que Ángeles Mastretta era celebrada por ser escritora y por ser mujer. Siendo ambas cosas, siento que hoy Mastretta ocupa su lugar como autor sin menoscabo de su condición femenina, pero que no es ésta la que define su trabajo.
Nada nuevo: tres grandes novelas del siglo XIX —Anna Karénina, Madame Bovary y Effi Briest— son, como los títulos lo indican, protagonizadas por mujeres pero escritas por hombres. Y por más que, supuestamente, Flaubert haya dicho “Madame Bovary, soy yo”, ello sólo refrenda su carácter de autor. Como Thomas Hardy pudo decir “Tess D’urbervilles soy yo”. Como George Eliot (que se quitó el nombre de nacimiento, Mary Ann Evans) pudo escribir Adam Bede. Y Virginia Woolf, aprovechándose de una narración de siglos enteros, pudo pasar a Orlando de un sexo a otro.
Ángeles Mastretta, entonces, novelista ante todo, mujer desde luego, pero no sólo autor de obras feministas. Aunque sí femeninas. La más famosa es —sigue siendo— Arráncame la vida (1985), que es la historia de Catalina Ascensio y su educación conservadora en la ciudad mexicana llamada Puebla de Zaragoza por los liberales (en memoria de la breve victoria del general republicano Ignacio Zaragoza sobre los zuavos de Napoleón III en 1862) y Puebla de los Ángeles por los conservadores. Catalina creyó encontrar la felicidad al lado de un hombre, militar y político, que asciende con la Revolución Mexicana, de quien Catalina espera la felicidad sólo para perderla en aras de la terrible corrupción del marido y preguntarse si, ella sola, podrá encontrarla.
Brevemente dicha, la novela de Mastretta esconde mil (o una sola) novela mexicana: la de un país de “machos” dominado, de arranque, por una mujer. La madre, la mamá, la mamacita, que después de la Virgen de Guadalupe es el personaje más sagrado de la vida mexicana. “Mentar la madre” es el insulto supremo. “A toda madre”, insuperable satisfacción. “Un desmadre”, el despiporre. “Me vale madre”, la indiferencia ofensiva. Pero al cabo, como dice un personaje de la película de Fellini, Julieta de los espíritus, ¿quién no necesita a su madre?
Que esta necesidad, esta pasión primaria y primitiva, dé origen a toda una pandilla de insultos y elogios, es natural. Lo es menos que “la madre”, objeto de veneración, sea primero la mujer —la “vieja”, como se dice coloquialmente en México— y que “la mujer” sea todo lo contrario de “la mamacita”. La mujer, como Catalina Ascensio, será seducida, objeto de mentira, engaño, injuria y todas las catástrofes cantadas en las letras de boleros: “Pérfida”, “Canalla”, “Esclavo de tu amor”, origen de “Amarga pesadumbre”, dueña de un “Veneno que fascina”, sembradora de “Odios y rencores”, jugadora de las “Fichas negras” de la perversidad, camino de las angustias, la engañadora que “Una noche” me robó el corazón: “Dile a tus ojos que no me miren, porque al mirarme me hacen sufrir”.
Este monstruoso personaje del bolero es también la sufrida esposa sometida y, al cabo, la madrecita santa. ¿Todas en una? ¿Simultáneas, sucesivas? ¿Virgen o puta? ¿Madre o amante? La historia de México desmiente la facilidad del cine y el bolero. Mujer fue la máxima escritora colonial de México, Juana de Asbaje, Sor Juana Inés de la Cruz. Mujeres fueron las promotoras de la Independencia de México, Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario. Mujeres fueron las protagonistas cantadas por la Revolución: La Valentina, La Adelita. Y mujeres un sinfín de profesionistas, políticas, escritoras, profesoras, y, claro está, las dueñas de un poder doméstico que, a menudo, para ser poder no debe ostentarse.
No niego que el “machismo” sea una referencia constante de la vida mexicana. Constante y propagandística: Jorge Negrete la encarna soberanamente, Jalisco la ubica geográficamente. Sólo que no hay un “macho” nacional que no venere a su mamacita tanto como le exige a su esposa, que al cabo será la mamacita de sus hijos, que a su vez…
Lo que hace Mastretta es mostrar una evidencia y la falsedad en la que se proyecta y que la sostiene. Su pregunta rebasa el asunto de la feminidad para acercarse al de la humanidad. La escritora nos pide a todos, hombres, mujeres: sean, no pretendan ser. Pero nunca dejen de preguntarse: ¿quiénes somos? Pregunta sin respuesta. La novela la formula, pero no la contesta. Ni para las mujeres ni para los hombres.
_______________ CARLOS FUENTES (1928) es uno de los principales exponentes de la literatura mexicana. Entre su vasta obra destacan su primer volumen de cuentos Los días enmascarados, y sus novelas La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz. En 1987 recibió el Premio Cervantes y en 1994 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
[…] “Ángeles Mastretta“, agosto de 2011 en Este País, no. 244 Tiempos hubo en que Ángeles Mastretta era celebrada por ser escritora y por ser mujer. Siendo ambas cosas, siento que hoy Mastretta ocupa su lugar como autor sin menoscabo de su condición femenina, pero que no es ésta la que define su trabajo. Leer más>> […]
Hola:
Olvidó mencionar que también describe a “el varón domado”, el poder tan grande que maneja la mujer detrás de un hombre poderoso… que lo aguanta macho hasta que le cansa la situación… la mujer mexicana educa hombres machos que luego le cansan. Una novela genial y el suyo un bonito artículo. Felicidades.
Paty Michel
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Paty Michel