La Fundación Este País es resultado de la evolución natural del proyecto que también dio origen a esta revista. La labor de difusión de datos duros sobre la vida nacional dio lugar a la recolección y análisis sistemático de información objetiva, así como al desarrollo en colaboración con la revista de una serie especial de proyectos editoriales.
Su llamada me desconcertó. Tomé el teléfono. Después de las amabilidades habituales fue al grano. “Oye, me llegó que Este País ya está haciendo consultoría.” Me quedé callado, no entendí a qué se refería. El tono era de gran molestia. “No sé de qué hablas”, le dije. “Sé que crearon una fundación y que por allí van a dar consultoría política”, me dijo como atrapándonos en algo torcido. La mitad era cierto; la otra, falsedad total.
Desde que nació Este País, varios miembros de casa, destacadamente Enrique Alduncin, Miguel Basáñez y Edmundo Berumen, entre otros más, acariciamos la idea de crear un pequeño nicho de investigación. Por aquello de que los sueños no cuestan, lo imaginamos como una fundación donde alguien interesado —incluidos nosotros— pudiera pasar temporadas abocado exclusivamente a investigar. Muchos de los fundadores, miembros del Consejo y simples amigos de casa, fueron o han sido profesores e investigadores. Es mi caso. Pero la vida se complica y de pronto ir a dar una clase se convierte en un lujo. Yo lo veo como un gran privilegio, poder dedicar dos o cuatro horas a reflexionar sin interrupciones y sobre temas que nos sacan de la vida cotidiana es siempre un buen motivo de vida. Dedicarse a investigar suena como acercarse al Edén.
La inquietud brotaba cada vez con más fuerza cuando en Este País aparecía algún estudio polémico, provocador, de esos que demandan más reflexión. Qué decir de algunos estudios especiales de los cuales sólo alcanzábamos a publicar cuando más un 10 ó un 15%. La mayor parte de los hallazgos se quedaban y quedan enterrados en los reportes que nadie lee. El banco de datos de Este País crecía y crecía sin que nadie se abocara a husmear sistemáticamente, a hacer ciencia. El amable pero constante reclamo de Antonio Alonso Concheiro —Consejero en ese momento— era muy claro: leer el presente es muy bueno, leer el futuro es mejor. Su pasión por el tema —la prospectiva— fue el empujón inicial.
Fue así que dentro de la estructura de la revista decidimos elaborar una sección de prospectiva. Al frente quedó Eduardo Bohórquez, de quizá veintidós años, a quien la vida me había dado la fortuna de conocer primero como alumno en la Facultad de Ciencias Políticas y después como mi adjunto en la de Filosofía y Letras. Eduardo trabajaba ya en la revista desde el 93. Sufrió la mordedura de las cifras. El veneno le quedó circulando por la sangre. Fue la pieza clave. La agilidad mental de Eduardo era para todos evidente. Pero con el tiempo nos dimos cuenta de su capacidad organizativa. Tiene una severa debilidad por el llamado diseño institucional, que buena falta nos hace en México y que mucho ayudó a la empresa.
Eduardo convocó a un grupo de jóvenes y los fue llevando a la forma de razonamiento de la casa. La sección de “Prospectiva” se transformó en la “Unidad de Investigación” que publica sistemáticamente los “Indicadores” (ahora “Factofilia”). Casualmente el primer material de prospectiva que se publicó en Este País aludía al problema del crecimiento sin empleo, tema que se retoma en este número. Pasan los años y los problemas se ratifican. Roberto y Bárbara Castellanos —sin parentesco de por medio, para que no haya suspicacias—, Adriana Alcántara, Iris Montero, Michelle del Campo y Adriana Amezcua fueron algunos de los jóvenes, hoy profesionistas en pleno, que se encargaron de esa misión.
Ya teniendo al grupo y cierto entrenamiento, en diciembre del 2001 decidimos crear la FEP, Fundación Este País. ¡Por fin tendríamos nuestro brazo de investigación! Como siempre, el problema era el financiamiento. Palabra muy rimbombante para preguntarse quién paga la investigación. Lo primero para la FEP fue entonces conseguir la deducibilidad, trámite por demás engorroso donde el solicitante es mirado de entrada como un potencial delincuente que busca timar al fisco. El laberinto burocrático fue largo pero encontramos la salida. Una vez librado ese escollo, el horizonte parecía despejarse, la FEP podría ofrecer sus servicios.
Como ya es costumbre en casa, establecimos reglas muy claras. Dado que la FEP podía contratar estudios, ninguno de los miembros del Consejo Directivo podría tener una empresa de investigación. Era un potencial conflicto de intereses. Invitamos así a Rosa María Rubalcava, quien había sido una brillante miembro del Consejo de la revista, y a Fernando Serrano Migallón, jurista y humanista, profesor e investigador y gran universitario, a integrarse al Consejo de la FEP. Me tocó el encargo de presidirlo. Fernando dejaría el Consejo al incorporarse a las funciones públicas. En su lugar llegaría Francisco Suárez Dávila cuya mente, siempre inquieta, le inyecta gran energía.
Desde su nacimiento la FEP recibió el cobijo de muchos amigos que entendieron su función. Edmundo Berumen, Roy Campos, ambos con muy importantes empresas de demoscopía, ambos miembros del Consejo de la revista, nos hicieron y nos hacen llegar información que queda sin explotar por los encuestadores. Pablo Parás ha sido otra pieza central. Incluso fuera de casa ha habido simpatizantes como Thierry Lemaresquier quien, estando al frente del PNUD en México, acudió a la FEP para solicitar servicios.
A lo largo de estos 10 años la FEP ha trabajado con muy diversas instituciones en diferentes áreas. Hay estudios como el de expectativas salariales, elaborado con Consulta Mitovsky, que fue pionero. Lo mismo ocurrió con el Índice de Economía del Conocimiento por entidad federativa, primero en su género. Allí el patrocinador fue Microsoft. Con el Centro Mexicano para la Filantropía se elaboró un texto de divulgación sobre cómo operan —operamos— las Organizaciones de la Sociedad Civil. Fue una reacción de emergencia después de que trataron de imponernos el IETU. Con el INAH se elaboró la Encuesta Nacional Sobre Patrimonio Tangible e Intangible que también abrió brecha. Con el snte nos metimos en la aventura de indagar los valores profundos de los maestros que forman a los mexicanos y compararlos con los de los padres de familia. O lo hacíamos con el snte o no lo hacíamos. El estudio provocó muchas molestias en el magisterio pero fue la punta de lanza para que algunas entidades replicaran la aproximación. Ojalá y se repitiera.
Entre FEP y PNUD hay una estrecha relación que nos llevó a ser los encargados de lanzamiento del Índice de Desarrollo Humano y a elaborar el diseño conceptual de la visita del Secretario General de Naciones Unidas, una enorme responsabilidad. También con el PNUD y la Cancillería se organizó una reflexión sobre democracia y legalidad, tema que sigue siendo central. Con Pablo Parás se trabaja en el Barómetro de las Américas, que es apasionante. Y con Banamex se ideó el marco conceptual y efectuó el levantamiento de la Encuesta Nacional de Valores que estamos divulgando en nuestro año de aniversario. Al tener validez por entidad, es en su género quizá la más potente de Latinoamérica. Recientemente la FEP y el Colectivo Comunitario e Innovación Social presentaron Cien Recomendaciones para Construir Cohesión Comunitaria a Ciudad Juárez. No necesito destacar la pertinencia del estudio.
Como se percatará el lector, hay de todo. Sin embargo los principios de la FEP son muy claros. En primer lugar debe ser información útil socialmente. No hay espacio para caprichos académicos. Segundo, huimos de la burocratización, es decir por principio preferimos aventurarnos en caminos menos trillados, en áreas donde podamos encontrar hallazgos que puedan ser replicados por otros. Y en tercer lugar, como lema de la institución y consigna de trabajo, se debe compartir el conocimiento. “Conocimiento que se comparte, crece”. Este último principio ha tropezado con esa típica actitud de patrimonialismo intelectual muy arraigada en nuestro país. Aparece no sólo en las instituciones públicas, sino también en las privadas. La encuesta es mía, no la presto y sólo yo la exploto, parecieran decir algunos burócratas. No sólo viejos: también hay jóvenes que no se han dado cuenta del daño que infringen infligen al conocimiento con sus mezquindades.
Se preguntarán qué fue de la llamada. Pues se trataba del socio de una importante consultoría que veía amenazas por todas partes. Desde la sociedad civil podemos trabajar con costos mucho menores. Podríamos ser una competencia desleal. La razón es muy sencilla: no hay lucro. Eso nos da una ventaja, es cierto, que nunca hemos utilizado para dañar a nadie. Sí, en cambio, la usamos para hacer estudios necesarios socialmente a costos muy menores de los que se ofrecen en el mercado. Pero en la FEP hay un principio inquebrantable: en casa sólo interesa generar información con utilidad pública, nunca para asesorar a políticos o gobernantes o empresas en sus usos privados. Ése es otro mundo, aunque no lo puedan imaginar quienes se dedican exclusivamente al comercio del conocimiento.
¡En diciembre es el décimo aniversario de la FEP! Habrá “pachanga”, eso ofrece nuestro laborioso director, Eduardo Bohórquez. Ojalá y no se le olvide entre tanta “chamba”.
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FEDERICO REYES HEROLES es Director Fundador de la revista Este País y Presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro es Alterados: preguntas para el siglo XXI (Taurus, México, 2010). Es columnista del periódico Reforma.
¡Gracias Humberto, ya está corregido!
«no se han dado cuenta del daño que infringen al conocimiento con sus mezquindades…» No es INFRINGEN sino INFLIGEN… Muy buen artículo por cierto… ¿Todos los estudios citados están disponibles?