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Cuestionario urbano-Ernesto de la Peña y Julieta Fierro
Cultura | Entrevistas | Regina Reyes-Heroles | 01.07.2011 | 2 Comentarios

“Esta ciudad es lo que es porque sus ciudadanos son lo que son”, dice Platón. Quizás haya que plantearse la posibilidad de invertir los términos de la frase: los ciudadanos son lo que son porque la ciudad es la que es. El espacio es parte de la historia del hombre. Describir la ciudad y conocer el espacio permite entender al ser. “Para el conocimiento de la intimidad, más urgente que la determinación de las fechas es la localización de nuestra intimidad en los espacios”, escribe Gaston Bachelard. En esta tercera entrega del Cuestionario urbano presentamos a dos mexicanos, uno relacionado con las lenguas y otra con la astronomía. No importa qué ciencia rija su vida profesional, ambos han sido marcados por el mismo entorno. RRHC

Flickr/CC/edans

Flickr/CC/edans

Ernesto de la Peña
Humanista, lingüista y erudito

¿Cuál es su lugar favorito de la ciudad?
Diría una zona, Polanco, que es agradable y, en la medida de lo posible, es poco insegura. Tiene bonitas casas y edificios, buenos restaurantes, y un tráfico de personas muy agradable.

¿Cuál es su lugar aborrecido?
La calle Bucareli, es horrible.

¿Qué ve cuando piensa en la palabra ciudad?
Un conjunto organizado en donde intervienen dos ingredientes muchas veces incompatibles pero siempre complementarios: las construcciones y los hombres.
Los viejos habitantes de esta ciudad tan sufrida y tan compleja echamos de menos el México del pasado, y no por esa teoría de que los viejos creen que todo tiempo pasado fue mejor, sino porque objetivamente era menos peligroso. En la Ciudad de México de mi juventud y adolescencia podías caminar a cualquier hora del día y la noche sin temor a que te asaltaran.
Ahora la ciudad ha crecido fuera de toda razón, el crecimiento es excesivo y ha causado problemas de toda índole. Hay un dato que me aterroriza: diariamente llegan más de mil personas de la provincia a la Ciudad de México. ¿Qué sucede? Creen que esto es la Meca de lo sueldos y el empleo, de la felicidad, en una palabra. Y se equivocan.

¿A qué huele su ciudad?
La ciudad actual huele a gasolina y desperdicios. La anterior era igual en ese sentido pero, como eran menos vehículos —era una ciudad de dos o dos y medio millones de personas—, entonces era más tolerable.

Había un olor que permanece, pero más esparcido, el de nuestros platillos típicos: el de las carnitas o tamales, que para mí era muy agradable. Ahora ya no puedo comer eso, pero yo he sido un gran glotón.

¿Cuál es el sonido de su ciudad?
Es un ruido de cláxones, mentadas de madre y enfrenones. Ése es el ruido. Por eso precisamente es que todos buscamos sitios tranquilos, medio “bucólicos”, que no posterguen tanto la calidad del ser humano, y México es despiadado en eso y lo debe ser por la sencilla razón de que es una urbe tremenda y no hay de otra.
Algunos de estos sitios que pueden ser bucólicos son las colonias que antes eran la periferia, como Chimalistac o San Ángel.

¿Por qué parte de la ciudad camina?
Yo ya no camino, en primer lugar estoy viejo y torpe; en segundo lugar, francamente sí me atemoriza la posibilidad de un asalto, no tengo defensa, nunca he sido hombre de pleitos, todo lo contrario.
Por mi condición física no camino, más que en la oficina, en mi casa, en casas de amigos y jardines particulares, pero propiamente en la calle, muy poco.
Antes, en mi adolescencia, vivía en la esquina de Lucerna y Milán, muy cerca de Cuauhtémoc y a dos cuadras del University Club. Tenía un amigo que cenaba con mucha frecuencia en mi casa y vivía en la calle de Danubio, atrás de la actual embajada americana, y era lo típico: dos adolescentes llenos de proyectos y tonterías en la cabeza que caminaban por Reforma hasta donde estaba su casa. Ése era mi paseo favorito.

¿Qué cosas le cambiaría a la ciudad en la que vive?
Todo. La traza urbana, el desorden de las construcciones. Se puede ver un edificio precioso o una casa señorial y, junto, un puesto de tacos o una vulcanizadora. No hay un diseño urbanístico que la haya regido nunca; por eso es una ciudad cacariza, con zonas muy bonitas, pero pocas en proporción a la enormidad de la ciudad.
También haría algo con los franeleros, los acomodadores de coches, los ambulantes y los tianguis pues contribuyen a afear la ciudad, que de por sí es fea, desordenada y arbitraria.

¿Qué multiplicaría?
Desde el punto de vista urbanístico: leyes bien pensadas para impedir la constitución de cosas que no van de acuerdo con un estilo. Si hay alguna ciudad armoniosa, es París. ¿Por qué? Por un criterio rígido del humanismo, de la concepción humanística de la urbanística.
México es horrorosa. ¿Que haría yo? Aplicar de verdad, y si fuera posible con efecto retroactivo —ya sé que estoy diciendo una tontería—, una ley urbanística precisa: si Coyoacán es zona colonial, que se respete su carácter. Imagina un edificio de veinte pisos en la calle Francisco Sosa, rompería todo lo que es Coyoacán. ¿Que hay gente que tiene el dinero para hacerlo?, pues que construya en otro lugar. “Ancha es Castilla”, dice el dicho.

¿A qué le teme de su ciudad?
A los asaltos y la inseguridad, a lo despiadado de los narcotraficantes que disparan y no les importa a quién se llevan entre las patas.
Una amiga nuestra —de mi mujer y mía—, una mujer de bien, tranquila y pacífica, iba caminando por una calle de la colonia Condesa cuando hubo un pleito y le tocó un balazo. Sin deberla ni temerla. ¿Por qué? Estamos en la jungla. Y en Acapulco estamos matando al turismo.

Le temo a que estamos en poder de los narcotraficantes que no se tocan el corazón para matar a su contrario o a quien va pasando por la calle. A esto es a lo que le temo en la ciudad y por eso no camino en la calle; claro que ahora ya tengo muchos años encima y me sería trabajoso, pero sería un poco menos torpe si pudiera caminar sin sobresaltos unas cuatro o cinco cuadras alrededor de mi casa.

¿En qué ciudad le gustaría vivir?
Me gustarían tres y ninguna es la Ciudad de México (y que digan que soy malinchista, me vale gorro): París, Praga y Venecia.
Praga es maravillosa, aunque la gente es muy hostil; lo noté hace doce años por primera vez. Los guías de turistas te muestran la ciudad porque es su trabajo, pero siempre lo hacen de jeta. Pero la ciudad es deslumbrante, con los puentes que cruzan el río Moldavia; está en medio de colinas que van bajando y en las orillas hay casas y castillitos de ensueño. Eso no lo tiene París, pero yo tengo una formación francesa; no es que me sienta francés o que tenga algún contacto de sangre con ellos, pero me siento muy a gusto ahí porque hablo la lengua. No hablo checo y no lo he estudiado, eso es una barrera que no me permite interiorizar en lo que dice o piensa la gente.

En cuanto a la hostilidad de la gente, eso también lo tiene París. Europa, con toda su grandeza cultural, no deja de ser una serie de pueblos que se hacen la guerra entre sí. Te voy a poner un ejemplo muy ilustre: cuando Francia emprendió las guerras de Italia, en donde resultó perdedora y le fue muy mal, los soldados que regresaron a su país llevaron consigo la sífilis —enfermedad que no se conocía, al menos no oficialmente— y los franceses la llamaron “el mal italiano”. Por su parte, el gran médico del siglo xvi, Girolamo Fracastoro, escribió un tratado sobre la sífilis y, ¿qué subtítulo le puso?: “El mal francés”.

Su ciudad en tres palabras.

Amada, contradictoria y perfectible en grado sumo. Porque sí la quiero, aquí nací y he vivido toma mi vida. La quiero mucho.

Su ciudad en tres colores.
El gris de la piedra; el rosa mexicano de pocas construcciones, pero que me gusta mucho y da un sabor muy típico a lo nuestro, y el color de la teja roja, cuando hay techos de dos aguas.

Su ciudad en tres lugares.
La Condesa, que es típica de la ciudad, una especie de centro emocional; el primer cuadro, que es horroroso, pero históricamente muy importante y del cual tengo recuerdos gratos, y la zona sur, es decir, San Ángel y Coyoacán.

Su ciudad en tres creaciones.
La relativa inconsciencia que significó, en su momento, la construcción de la Torre Latinoamericana, porque en un país tan propenso a terremotos y temblores fuertes se levantó un edificio muy alto que probó que sí se podía; el Palacio de Bellas Artes, cursi, charro y mezcla de muchos estilos, pero que tiene un sabor muy nuestro, muy citadino, y el Castillo de Chapultepec, por su sabor también, es algo típico de esta ciudad. No escogería jamás el Palacio Nacional que se me hace horroroso, parece cuartel.

Su ciudad en tres personajes.
No es que comulgue con la idea o con la actitud vital de estos personajes, sino que, a mi juicio, representan a la ciudad: Cantinflas, ni modo, no me simpatiza, pero es verdad; Octavio Paz, por lo que escribió de México, y en la actualidad —porque ha cambiado en pocos lugares, pero de manera radical, la fisionomía de la ciudad—, Sebastián Basurto. Ese caballito nuevo me parece una maravilla.

Su ciudad en un recuerdo.
Cuando yo era adolescente, en más de una ocasión después de una recepción elegante —yo iba de traje y la muchacha que fuera conmigo, de largo y con joyas—, era muy típico ir a tomar caldos de Indianilla, donde actualmente está la Procuraduría General de la República. Eran unos galerones enormes en la terminal de los tranvías y afuera había unos puestos de caldos que son como un pozole. Muchas veces llegaba con una muchacha, o éramos cuatro o seis y nos sentábamos a comer y junto a nosotros había teporochos que no se metían con nosotros. Eso ya se perdió para siempre.

Recuerdo la vieja ciudad, sin peligro, los lugares a los que iba, los cabarets. El Ciro, el Casanova y el Champagne Room, posteriormente el Café de París. Dirás que sólo recuerdo lo noctámbulo pero es un México que conocí y que añoro porque ya cambió y ya soy viejo y no participo en muchas cosas.

Pero la vida nocturna es una de las grandes virtudes de esta ciudad, es vívida, llena de actividades. Donde quiera hay gente que improvisa, que tiene conocimientos. La ciudad es extraordinaria en ese sentido, no es una ciudad muerta.

Si su ciudad fuera un animal, ¿cuál sería?
Un elefante blanco.

Julieta Fierro Gossman
Investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM y divulgadora de la ciencia

¿Cuál es su lugar favorito de la ciudad?
Mi casa, porque es mi paraíso. En segundo lugar, la casa de mi hermano, porque es la casa donde crecí y tiene un jardín maravilloso. Un jardín así en esta ciudad es un paraíso. Y en tercer lugar me gusta la UNAM en vacaciones porque está sola y puedo salir a andar en bici y es donde paso el mayor tiempo de mi vida despierta.
Creo que toda la ciudad me gusta. Cuando salgo de viaje, siempre que regreso me siento feliz, sobre todo en época de jacarandas floreciendo, porque desde el avión se ve la ciudad tan bonita.

¿Cuál es su lugar aborrecido?
Un congestionamiento vehicular, sobre todo cuando estoy cansada.

¿Qué ve cuando piensa en la palabra ciudad?
La Ciudad de México.

¿A qué huele su ciudad?
Por fortuna casi no huelo porque produzco mucha mucosidad, así que no padezco los olores que la gente sufre en la ciudad.
Pero el lugar que peor huele es la sala de llegadas internacionales del aeropuerto: huele a alcantarillas. Yo siempre he dicho que eso puede desmotivar al turismo desde que llega.

¿Cuál es el sonido de su ciudad?
Los cláxones, aunque ya no me molestan tanto. Antes, si se descomponía un claxon en la noche me ponía histérica y pensaba en los pobres bebés que ni culpa tenían y no podrían dormir. Igual cuando las mamás llegaban tarde a la escuela y tocaban mucho el claxon; me molestaba, pero ahora ya no me importa.

¿Por qué parte de la ciudad camina?
Por el sur, que es donde vivo, y en Polanco, donde vive mi hermano. Ahí es espectacular caminar los fines de semana. Mi hermano, Rafael Fierro, es historiador de arte y me encanta caminar con él porque me ha enseñado la zona y, cuando él te los platica, incluso los lugares más horribles se transforman en tesoros. Visitar la ciudad con él es otra cosa; además se sabe los chismes de la historia y es fantástico.

¿Qué cosas le cambiaría a la ciudad en la que vive?
Prohibiría que los coches se estacionen en las calles, quizá sólo lo permitiría en algunas. Haría muchos estacionamientos subterráneos, muchos, de tal manera que pudiéramos circular y ver la ciudad. El tránsito de hoy no nos permite ver. Y con esto creo que estaríamos de mejor humor y podríamos disfrutar más todo.
Y si tuviéramos mucho dinero haría más túneles para el transporte público, para que fuera más eficiente y rápido y lo utilizaran más personas.

¿Qué multiplicaría?
Los parques, y ya sé que no hay espacio. También haría espacios amplios para que los jóvenes pasen el tiempo, espacios techados con muchas actividades lúdicas. Los adolescentes y las familias se van a los centros comerciales porque no hay dónde estar y me parece que es horrible. Haría galerías enormes con actividades, unas especiales para adolescentes, donde pudieran estar y los papás supieran que sus hijos están bien, cuidados, divirtiéndose y haciendo ejercicio o viendo teatro. La idea es que fueran lugares con secciones abiertas y otras cerradas, con actividades y talleres, cines, espacios para encontrar satisfactores en la vida y no depender de la televisión o las drogas.
Haría también lugares equivalentes para familias con hijos pequeños. Espacios adonde las mamás puedan ir y dejar a sus hijos para que jueguen mientras ellas revisan su computadora, no sé, con areneros y más cosas que inciten la convivencia.

¿A qué le teme de su ciudad?
A que se acabe el agua.

¿En qué ciudad le gustaría vivir?
Nunca he vivido en ninguna otra ciudad. Si tuviera que escoger una, escogería París. Pero, aun cuando voy a París, regreso feliz a la Ciudad de México.
Uno de mis hijos vive en Boston y es divino, pero esos inviernos de seis meses son terribles. Mi otro hijo vive en Utah y es precioso, pero son demasiado perfeccionistas; ahora se irá a vivir a Londres y lo iré a visitar. A ver qué opino de Londres, pero creo que me gusta más París. Aunque, si tuviera que escoger un lugar totalmente diferente, viviría en Japón. Ya sé que pasan tragedias, pero eso sucede en todo el mundo y la gente ahí es fantástica.

Su ciudad en tres palabras.
“Me tiene cautivada” o “Soy feliz chilanga”.
Un día me dieron un premio en la Asamblea de Representantes, cuando todavía no era bueno decir chilango, y dije: “Soy felizmente chilanga”, y todos se levantaron. Ahora es de orgullo, pero antes se decía: “Haz patria, mata un chilango”. A ese discurso también llevé una penca de nopal que yo misma corté; me llené de espinas, estuvo padre. En ese entonces era directora de Universum, en donde había puesto un plantío de nopales. No me acuerdo bien de qué fue el premio, la medalla al mérito ciudadano o algo así. Echo mucho relajo en mis pláticas y a veces creo que me dan premios por los discursos que doy, se aseguran el espectáculo.

Su ciudad en tres colores.
Verde, blanco y rojo.

Su ciudad en tres lugares.
El Zócalo, Polanco y CU.

Su ciudad en tres creaciones.
De artesanías, los bordados; en arquitectura contemporánea, el nuevo Museo Soumaya que es como un telescopio, aunque también me encanta el MUAC de Teodoro González de León, y las buganvilias y las jacarandas cuando están juntas; es increíble que esos dos colores se vean bien juntos.

Su ciudad en tres personajes.
Carlos Fuentes; Andrés Manuel López Obrador —es una locura, pero ha movilizado a mucha gente y no olvido esa marcha que hizo tan divertida, quizá lo pienso hoy porque estoy pensando en la marcha por la seguridad—, y Marcelo Ebrard, porque es el Jefe de Gobierno. Además, organizó un evento en el Zócalo para ver el eclipse de luna y ese día bailé ballet ahí, nunca se me va a olvidar. Recuerdo que en las calles aledañas había adolescentes acostados en el piso viendo el eclipse. Impresionante, no hubo ningún acto de vandalismo y el hecho de que la gente pueda retomar así su ciudad es emocionante.

También me invitó a dar una plática a ciento cincuenta mil “niños talento” en la Plaza de Toros. Ésa vez no sabía qué hacer. Le pregunté a un amigo de la Academia de la Lengua que inventó muchos anuncios: “¿Qué hago?” Y me dijo: “Piensa qué querías tú entre los seis y los doce años”. Me vestí de hada. Estuvo impresionante, no sólo iba yo, había hasta cirqueros, pero yo hablé de astronomía y de cómo, si fuéramos hadas, podríamos ver el universo.

Su ciudad en un recuerdo.

La Guía Roji, porque me gusta verla y saber adónde fui. Me han invitado a una cantidad enorme de lugares a dar pláticas y me gusta saber dónde estuve. Después de ir a algún lugar, siempre la reviso. Cada año compro una nueva y regalo las anteriores porque me parecen una maravilla.

Si su ciudad fuera un animal, ¿cuál sería?
Un elefante.

______________________
Maestra en periodismo por la Universidad de Boston, REGINA REYES-HEROLES C. ha colaborado en medios como The Miami Herald, The Washington Post y Día Siete. Durante 2000 cubrió las elecciones presidenciales como becaria de The Associated Press. Es columnista regular de la revista Expansión.

2 Respuestas para “Cuestionario urbano-Ernesto de la Peña y Julieta Fierro
  1. Noé Ramírez dice:

    Excelente el cuestionario y magníficas las respuestas, sobretodo del Sabio Ernesto de la Peña, a quien admiro y recuerdo a un año de fu fallecimiento.

    Agradecería me informaran la fecha en que se realizó este cuestionario y la forma en que lo contestó, es decir, por internet o personalmente.

    Felicidades a REGINA REYES-HEROLES C.

    Saludos

    Noé Ramírez

  2. […] Si quieres leer las entrevistas da click aquí.  […]

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