Luego de una primera entrega en abril, el autor retoma el relato de los orígenes de Este País. Una vez constituida como publicación sin dueño, y salvados los primeros desafíos financieros, la revista enfrentó el impacto de las cifras objetivas, tantas veces incómodas.
Con el enojo encima de no haber podido publicar la segunda encuesta, ya decididos a crear nuestra propia publicación, empezamos el diseño de la sociedad anónima que la editaría. Nadie debía ser dueño o poder apropiarse de la empresa, por ello cada acción de voto pleno tendría el mismo peso, es decir un voto y sólo uno. Pero incluso las acciones preferentes estarían limitadas a un monto determinado. Además, tanto en la Dirección de la revista como en el Consejo de Administración habría periodos predeterminados e inamovibles: un periodo de cuatro años para la Dirección con una reelección —máximo ocho años— y seis como consejeros. La renovación y relevo fueron convicciones compartidas. Había que evitar a toda costa la endogamia.
Santiago Creel trabajaba en ese momento en Noriega y Escobedo, un despacho de gran prestigio. Fue él quien nos facilitó el camino con la redacción de los estatutos. Por supuesto nunca nos cobraron nada, no había con qué pagar. Santiago sería nuestro primer Secretario en el Consejo. Miguel Basáñez lo presidiría. En una reunión de los fundadores —que fue verdaderamente un asalto en despoblado y una irresponsabilidad— se decidió que yo dirigiera la publicación. Mi paso como Director de la Revista Universidad de México fue motivo suficiente. Ya teniendo los estatutos nos lanzamos a la convocatoria de los accionistas de voto pleno. Fue entonces que se anunció el nacimiento de la publicación. En una fantástica reunión en el Museo Tamayo, más de mil personas fueron a darnos apoyo. Dos mensuarios culturales ocupaban en ese momento un lugar predominante, Vuelta, dirigida por Octavio Paz, y Nexos, dirigida por Héctor Aguilar Camín. En las dos casas teníamos amigos. Nuestra revista no debía ser motivo de suspicacia. No queríamos que fuera vista como una mala pasada. Pero la verdad ninguna de las dos tenía un perfil especializado en demoscopía, estadística y prospectiva. Decidimos tender puentes.
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Invitamos a varios amigos de Nexos a ser accionistas de voto pleno. En el caso de Vuelta el asunto fue más delicado. Dos personajes fueron claves en mantener buenas relaciones con Octavio Paz y su grupo. El primero fue Eulalio Ferrer, muy amigo de Paz, quien abogó por nuestra causa, por nuestro espacio. Eulalio fue un gran amigo de Este País. No quiso ser accionista de voto pleno por una razón de peso: al ser accionista no podría ayudarnos a conseguir publicidad. Era más útil afuera. En varias ocasiones Eulalio nos asesoró con esa mezcla de sabiduría, perspicacia y pragmatismo. Se le extraña. El otro amigo de casa y socio fundador que tejió muy fino fue Josué Sáenz.
Josué era un hombre polifacético, deportista muy destacado y organizador de instituciones deportivas —como la Fundación Mexicana de Tenis— maestro muy querido en la unam, también catedrático fundador del itam y de El Colegio de México. El economista Sáenz recibió el encargo de crear en 1946 el Registro Federal de Electores. Allí creció su pasión por los números en todas sus expresiones. Por si fuera poco, Josué se convirtió en un ensayista muy elegante y cáustico. Sus escritos en Vuelta y Expansión provocaban reacciones y molestias; en el fondo era un gran provocador, un muy útil provocador. Jacqueline, su compañera de vida, y Josué se convirtieron además en grandes conocedores y coleccionistas de arte prehispánico. La pareja arropó el proyecto de Este País. Allá, en su casona del Desierto de los Leones, organizaron una gran cena para recaudar fondos, pero sobre todo para explicarle a Paz y sus amigos la importancia de un proyecto así. El perfil que dibujó Josué con sus palabras en aquella cena nos comprometió a la calidad.
Ya teniendo la escritura social y a un grupo importante de socios de voto pleno comenzó la “gira artística”: recorrer buena parte de México para vender acciones sin voto y recaudar fondos. La elección del 88 dejó una enorme estela de insatisfacción, enojo y, por qué no decirlo, rabia. Este País parecía una alternativa para el cambio. Eso nos favoreció. Sin embargo, las expectativas de lo que podía hacer una revista mensual nos rebasaron desde el inicio. Basáñez se desesperaba por lo lento de la gestación, pero sin fondos suficientes no sobreviviríamos hasta lograr estabilizarnos. Así se fueron 1989 y 1990. Adolfo Aguilar Zínser y Sergio Aguayo estuvieron muy cerca durante ese periodo.
Llegó el momento del parto. Decidimos que uno de los temas empapados de ideología era el nacionalismo. Ya se cocinaba el tlc con Estados Unidos. Miguel Basáñez manejaba la Encuesta Mundial de Valores, totalmente desconocida en México. De ahí tomamos materiales que hicimos llegar a nuestros articulistas estelares del primer número: Roger Bartra, Carlos Fuentes y Josué Sáenz. Le hablo a Fuentes —también socio—a Inglaterra para invitarlo a escribir, le propongo el tema y me dice apasionado: excelente, el nacionalismo mexicano es una fuerza inagotable. Hold your horses, le digo, el asunto está bastante más complicado. Te envío las cifras, échales un ojo y nos hablamos. Unos días después suena el teléfono, es Carlos, no cabe en su sorpresa, cómo está eso de que más de la mitad de los mexicanos estaría dispuesto a que la frontera entre México y los Estados Unidos se disolviera si eso trae un beneficio económico. O eso de que el país que más admiramos es Estados Unidos, es increíble. Fue el inicio.
Tendríamos que aprender la lección, primero las cifras y después las opiniones. Este País, tendencias y opiniones, sería nuestra cabeza. Habría que releer a México. Pero ¿a cuál México, al del norte o al del sur, al urbano o al rural, al de los jóvenes o los adultos, a las mujeres o los varones? Dejar atrás el “yo creo” o el “yo siento” suponía cambiar hábitos de razonamiento. Se decía fácil, era muy difícil. Los hábitos tienen raíces muy profundas. Comenzamos a bombardear con cifras. Pero aún así los resquemores y suspicacias no desaparecían. ¿Cuál era la afiliación ideológica de Este País, derecha o izquierda? No hay una definición, respondíamos. No puede ser. ¿Es progubernamental o antigubernamental? Tampoco hay definición a priori. Que hablen las cifras. Una lectura así generó desconcierto.
Parece anecdótico, pero visto en retrospectiva es dramático. El peso de las ideologías era brutal. La carencia de datos duros y cifras en el análisis era una auténtica deformación. Tampoco es anecdótico recordar que para los primeros números nos costó mucho trabajo conseguir diseñadores que supieran leer estadísticas y hacer “pasteles” y barras. Eugenia Calero, nuestra diseñadora original, se las vio duras para lograr presentaciones atractivas. El vacío era enorme. Incluso a través de Miguel Basáñez conseguimos dar cursos de lectura de encuestas y cómo presentarlas. Trajimos a especialistas estadounidenses. Los matices eran muy importantes. Mirar exclusivamente a la cifra mayoritaria era primitivo. Había que observar las tendencias. En fin, todo un oficio.
Muchos lectores esperaban una revista de “golpeteo”. Para ellos Este País fue una desilusión. Otros en cambio empezaron a valorar las cifras duras, a discutir con ellas, a seguir las tendencias. Según los perfiles del lector, más o menos el 80% de los nuestros conservan el ejemplar. Este País es hoy todavía un bicho raro. Hace veinte años parecíamos marcianos.
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federico reyes heroles es Director Fundador de la revista Este País y Presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro es Alterados: preguntas para el siglo xxi (Taurus, México, 2010). Es columnista del periódico Reforma.