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El misterio mexicano
Este País | Alejandro Moreno | 01.09.2011 | 0 Comentarios

Con base en su experiencia en el levantamiento, análisis y difusión de estudios de opinión, el autor de esta reseña aborda el título más reciente de Jorge G. Castañeda, Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos.

Escrito originalmente en inglés y para un público norteamericano, Mañana Forever? Mexico and the Mexicans, de Jorge G. Castañeda, es un libro que ha generado diversas reacciones en el vecino país del norte, algunas de ellas advirtiendo en el autor un tono “acusador” hacia la mexicanidad. Por supuesto, el libro también amerita algunas reflexiones desde este país. En este breve ensayo revisamos la manera como Jorge G. Castañeda describe el carácter nacional y señala cómo algunos de sus rasgos inhiben un mejor futuro para México. Estas reflexiones provienen de alguien dedicado a la investigación de la opinión pública, lo cual en este caso pudiera no ser una desventaja, ya que el libro es muy generoso en cuanto a la cantidad de datos de encuestas que ofrece.

El volumen traducido al español y adaptado al público mexicano lleva el no muy afortunado título Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos (Aguilar, 2011), como si se tratara de alguna predicción prehispánica sobre el fin del mundo. No es fácil entender a qué se refiere Castañeda por el “misterio de los mexicanos” hasta la página 145, donde explica que a principios del siglo XIX, Alexander von Humboldt escribió que “a los mexicanos les gusta envolver hasta sus actos más insignificantes en un halo de misterio”.

La palabra “misterio” choca con una serie de estadísticas que ofrece Castañeda a lo largo del libro y que, en su propias palabras, constituyen un “acervo de datos duros [que] le brinda a las especulaciones de los ‘clásicos’ el tipo de solidez estadística de la que fueron, al menos en parte, privados”. Por “clásicos”, Castañeda se refiere a los estudios pioneros sobre el carácter nacional, incluyendo, por supuesto, a Samuel Ramos y Octavio Paz, entre otros. Aquí comienza quizás una primera controversia al denominar como datos duros sus fuentes de evidencia empírica, la mayor parte de las cuales son datos de encuesta, de opinión, de percepción. Si bien a los investigadores de opinión pública nos mueve generar datos sólidos y científicamente verificables, la experiencia es que no todos están dispuestos a aceptar como “dato duro” las mediciones de actitudes, opiniones y percepciones.

El conjunto de actitudes que engloba el texto de Castañeda parece definir el carácter nacional del México de hoy. Pero Castañeda advierte que éste no es un libro sobre el carácter nacional, sino acerca de “las consecuencias de un puñado de características que nos definen”. Para Castañeda, hay ciertos rasgos de los mexicanos que, si bien alguna vez “sirvieron para construir al país, ahora obstruyen su camino hacia un futuro y una modernidad más sólidos”.

Los rasgos que “acusa” Castañeda del mexicano son, en primer lugar según el orden de aparición y no necesariamente de importancia, un individualismo disfuncional en la sociedad de clase media. En segundo término, una aversión generalizada al conflicto que tiene orígenes históricos (para Castañeda, muchos de los males del mexicano parecen comenzar con la Conquista) y que también resulta disfuncional para un sistema democrático en el cual el país ha comenzado a vivir políticamente. En una democracia, nos dice Castañeda, es sano “que afloren el disenso y los desacuerdos públicos”. La aversión al conflicto, plasmada en el dicho popular de “más vale un mal arreglo que un buen pleito”, también se traduce, según Castañeda, en una marcada aversión al riesgo y a la competencia, dos tipos de actitud que también resultan disfuncionales para una economía de mercado. Finalmente, el miedo a lo extranjero que domina a los mexicanos se suma también a la lista de rasgos disfuncionales en un mundo crecientemente competitivo y globalizado.

Esos cuatro pilares del “alma mexicana” obstaculizan, según la visión de Castañeda, el potencial político y económico del país. Pero a ello hay que sumarle también una cultura de ilegalidad. “El problema es crucial”, señala el autor, “porque la resistencia a vivir de acuerdo con la ley, así como las justificaciones tradicionales para desobedecerla, están quizá más arraigadas en la psique mexicana que los otros rasgos del carácter nacional”.

Castañeda echa mano de múltiples datos de encuestas, así como de algunas interpretaciones históricas y anécdotas personales que sirven para ilustrar esos rasgos del mexicano. No obstante, algunos de ellos parecen contradecirse no tanto con el futuro más próspero y democrático que Castañeda señala como metas inhibidas por esos rasgos, sino con las realidades actuales. El diagnóstico es muy interesante, pero parece llegar en momentos que levantan las cejas de la duda. El grave individualismo que, según el autor, no nos permite a los mexicanos ser buenos para el futbol u otros deportes de conjunto choca con el reciente campeonato mundial que ganó la selección sub-17, y también con el que México ganó hace unos años en la misma categoría. El problema aquí no es el de la evidencia a la que se recurre, sino el concepto de origen. Desde el punto de vista analítico, quizás el término “individualismo” no sea el más apropiado para describir el rasgo que Castañeda tiene en mente. Según estudios basados en encuestas comparativas como la Encuesta Mundial de Valores, el mexicano es individualista en algunas cosas y estatista en otras, individualista en unas y comunitarista en otras. Para Castañeda, el individualismo mexicano es aquel que no nos permite ser una sociedad igualitaria ante la ley y las costumbres de las sociedades democráticas. Habría que repensar si eso es, efectivamente, individualismo.

La aversión al conflicto también suena rara en un país cuya democracia electoral ha vivido serios conflictos postelectorales, no sólo a nivel nacional en 1988 y 2006 sino también en varios estados. La aversión al conflicto suena extraña en medio de una guerra al crimen declarada por la actual administración calderonista, con consecuencias que el propio Castañeda describe en su libro de forma crítica, y que, sin embargo, cuenta con el respaldo de la mayoría de los mexicanos. Y suena raro también, más allá de la vida política, que los mexicanos no busquen sacar algún beneficio del pleito: bastaría con indagar esferas de la vida social y familiar en las que los mexicanos prefieren un buen pleito que un mal arreglo. Acaso datos de conflictos laborales, de despidos, o de estadísticas relativas a los divorcios, en los que la gran mayoría de ellos claramente son conflictos abiertos y agrios entre las partes.

El mismo Castañeda (quien, por cierto, confiesa que su proceso de socialización fue atípica y que por ello no internalizó los rituales de la cultura nacional) fue un canciller con una actitud combativa, sin ninguna aversión al conflicto; de otra manera no podríamos entender, por ejemplo, las provocaciones lanzadas a los cubanos como cuando los llamó “ardidos”, algo que, por cierto, no menciona en su libro. De hecho, Castañeda menciona muy poco acerca de su propia experiencia como Secretario de Estado en la administración foxista. Acaso uno de los temas de política nacional que sí aborda in crescendo es el de Elba Esther Gordillo. La primera vez que se refiere a ella, en la página 201, no lo hace por nombre sino por el título de “lideresa del Sindicato de maestros”. Curiosamente, en la versión en inglés sí nombra al personaje en esa primera aparición, lo cual me generó la pregunta de si es una nueva innombrable en México. Pero esa duda se disipa varias páginas después, cuando se refiere a la maestra por nombre, en múltiples ocasiones, y casi como un arquetipo del carácter nacional, al lado de Cantinflas y Juan Gabriel.

La encuesta de elecciones nacionales comparadas (cnep, por sus siglas en inglés) indica que la aversión al conflicto (medida como el porcentaje de personas que creen que es mejor evitar conflictos, en oposición a ver el conflicto como algo normal) alcanzó dos tercios de los entrevistados en Mozambique en el año 2004, país en el que aún hay una fresca memoria de la guerra civil que tuvo lugar en años recientes. Esa misma proporción se observa en México utilizando la misma pregunta. Al comparar estas cifras, no queda claro que la aversión al conflicto sea un rasgo típico del mexicano, el cual Castañeda señala como un producto de los múltiples conflictos históricos que iniciaron con la Conquista y en muchos de los cuales México quedó en el lado perdedor. Esta idea de que la aversión al conflicto refleja el hecho de haber sido conquistados se pone en tela de juicio cuando uno ve en la encuesta CNEP, realizada en Portugal en 2005, en la que el 57% de los portugueses, quienes históricamente estuvieron del lado conquistador y no del conquistado, también expresó una actitud de aversión al conflicto. Según esos datos, los portugueses son casi tan adversos al conflicto como los mexicanos. Sería interesante ver cómo adaptaría Castañeda sus explicaciones históricas sobre México a la sociedad portuguesa.

Las estadísticas y las encuestas que cita en su libro carecen en la mayoría de los casos de referentes de comparación, ya sea con otros países o con el propio México a lo largo del tiempo. ¿Cómo podemos comprobar que los rasgos del mexicano que Castañeda señala son realmente mexicanos? ¿Por qué no pensar que son rasgos que también caracterizan a los sudafricanos o a los colombianos? Es decir, ¿cómo podemos conocer nuestro carácter nacional si realmente no comparamos nuestras actitudes y opiniones con las de otras sociedades? En su monografía Las categorías de la cultura mexicana, reeditada recientemente por el Fondo de Cultura Económica, Elsa Cecilia Frost apunta un pensamiento de Alfonso Caso que viene de forma muy pertinente a todo esto: “El conocernos a nosotros mismos nos lleva también a conocer nuestro puesto dentro de esa unidad más vasta que es la humanidad”. Esa tarea titánica, hoy es posible gracias a las diversas encuestas comparativas que existen y que están disponibles en sitios de acceso público. La descripción del carácter nacional que hace Castañeda carece de esa dimensión comparativa.

Éste no es un tema de menor importancia para el libro, ya que el propio Castañeda define el carácter nacional como “el paquete de rasgos culturales, de prácticas y de tradiciones que comparten la mayor parte del tiempo la mayoría de los mexicanos, y que distinguen a México de las demás sociedades que, a su vez, se diferencian de México por sus rasgos y prácticas particulares”. Así pues, para saber si esos rasgos son típicamente mexicanos o no hay que compararlos con mediciones similares de otros países. Este elemento está ausente en el libro, con algunas y muy escasas excepciones. Algunos instrumentos muy útiles para los propósitos de comparación son la Encuesta Mundial de Valores, que cuenta con muestras nacionales provenientes de casi 100 países a lo largo de tres décadas; el Estudio Comparativo de Elecciones Nacionales, que cuenta con datos de más de 20 países en las últimas dos décadas, y el estudio Latinobarómetro, que ofrece datos comparativos de 18 países de América Latina anualmente desde 1996.

Por último, una de las contribuciones más interesantes y útiles del libro de Castañeda para los debates actuales es la relativa al estudio y comprensión de las clases medias en México. El capítulo dedicado a ese tema es uno de las más ricos y mejor documentados. Pero no está exento de controversias. Se percibe cierta ambivalencia de Castañeda acerca del tamaño de la clase media mexicana. Primero distingue entre una vieja clase media que se expandió durante los años del “milagro mexicano” y que no representaba más de una quinta parte de la población a finales de los años ochenta. Esa estimación va acorde con lo que documentan otros estudios serios, incluido el del sociólogo norteamericano Dennis Gilbert en un excelente libro sobre la clase media mexicana en la era neoliberal (publicado en inglés por Arizona State University Press, 2007). No obstante, Castañeda argumenta que la clase media creció notablemente en las últimas dos décadas y que hoy la mayoría de los mexicanos (dos terceras partes, de hecho) pertenecen a esa categoría. Ya Luis de la Calle y Luis Rubio habían argumentado algo similar en Clasemediero (CIDAC, 2010), en donde afirman que la clase media representa más de la mitad de la población y que es posible que ésta defina hoy los patrones de consumo comercial, político y cultural del país.

Sin embargo, al ver las recientes estimaciones de pobreza en México dadas a conocer por el CONEVAL, esas cifras sobre el tamaño de la clase media para algunos simplemente no cuadran. ¿De qué tamaño realmente es la clase media en México? Esto abre un debate muy interesante y que sin duda reaviva un concepto largamente descuidado en el léxico nacional: las clases sociales. La nueva clase media a la que hace referencia Castañeda es distinta a la vieja. En su apreciación, la nueva clase media tiene el “arquetípico aspecto mexicano: bajos de estatura, morenos, lampiños y lacios y con algo de panza: todos inmensamente contentos con las nuevas circunstancias de sus vidas”, entre las que se cuentan los televisores de plasma y los viajes en aerolíneas de bajo costo.

Junto a los esfuerzos por delinear su composición y tamaño, un tema que requerirá mayor atención es el del apoyo político de las clases medias. ¿Dónde están las “lealtades” políticas de la clase media hoy? Desafortunadamente, ni Castañeda, ni los autores de Clasemediero documentan la forma como votan los miembros de la clase media, algo que sí hace el sociólogo Gilbert de manera magistral y con datos que abarcan un periodo importante, desde que la clase media se generó durante los años dorados del priismo, cuando se volvió antisistémica y, finalmente, cuando fue fundamental en la derrota del pri en 2000. El tema hoy cobra relevancia porque las encuestas están mostrando que la clase media está regresando nuevamente al PRI.

Mañana o pasado es un libro provocador y vale la pena revisarlo con atención. Castañeda ve en algunos rasgos del mexicano obstáculos al desarrollo, pero también vislumbra cambios favorables (como una mayor propensión al ahorro y al respeto por la ley). El volumen de Castañeda puede o no terminar archivado entre los clásicos de la mexicanidad, pero ciertamente se inserta en una literatura nueva que registra los cambios de la sociedad mexicana de los últimos años. Esto abre una última pero no menos importante pregunta: ¿Podemos aún hablar de una esencia de lo mexicano, que se remonta a los orígenes de nuestra nación, cuando en los últimos años se han registrado cambios sustanciales en la sociedad y se esperan otros más?

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ALEJANDRO MORENO es profesor de Ciencia Política en el ITAM.

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