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Filantropía inteligente
Este País | Armando Chacón | 01.11.2011 | 1 Comentario

Creo que éste es un muy buen momento para la filantropía en México. Cada vez son más las personas, empresas y organizaciones que participan en esfuerzos profesionales para ayudar a que más gente tenga más capacidades para salir adelante por sí misma.

Seguramente muchos nos hemos topado con personas que piensan que en México no hay vocación ni recursos suficientes para la filantropía. Para muchos, la filantropía es algo que deberían hacer los millonarios, los famosos y las grandes empresas. No es raro escuchar incluso entre los ilustrados que los más ricos de México tienen de algún modo más obligación de entrarle. Otros piensan que los grandes problemas son un asunto que debe resolver el gobierno o que son asunto de las organizaciones religiosas. Yo no lo veo así.

Afortunadamente también hay muchas personas que piensan diferente. En México existen cada vez más personas, empresas y organizaciones que dedican mucho de su talento, de su tiempo, de su dinero y de su fama para ayudar a los demás. En este grupo de filántropos modernos hay gente con todo tipo de intereses y de enfoques sobre cómo ayudar. Algunos son millonarios, pero la mayoría no lo son. La mayoría es gente común. En algunos casos se trata de grandes organizaciones con mucho presupuesto y mucha visibilidad. Pero en muchos casos se trata de esfuerzos más pequeños, más locales y mucho menos visibles que pueden ser tanto o más efectivos y rentables en términos sociales. Muchos filántropos modernos son eruditos o profesionistas muy exitosos que están en la cima o al final de su carrera profesional buscando retribuir a la sociedad desde su encumbrada posición. Pero muchos otros son jóvenes que aún están estudiando o recién salidos de la universidad y que están dispuestos a donar su tiempo para cambiar el mundo a su alrededor una persona a la vez. También hay cada vez más profesionistas altamente calificados que deciden dedicar su carrera a la filantropía o a empresas sociales. Muchos otros buscan introducir aspectos sociales o de ciudadanía corporativa en las actividades de sus empresas. También hay muchos que se buscan este tipo de actividades en su tiempo libre.

El reto de los filántropos chicos y grandes, millonarios o no, es el mismo: ayudar con corazón y cabeza para tener impacto sobre los aspectos que más influyen en la capacidad de las personas para incrementar su bienestar.

El enfoque de Prometeo

Me parece que el enfoque más moderno y efectivo para la filantropía es también el más antiguo. Probablemente fue acuñado hace unos 2 mil 500 años en la tragedia griega Prometeo encadenado. Por puro amor a la humanidad, Prometeo decide salvar del exterminio de Zeus a la humanidad que, por no tener conocimientos ni habilidades, vivía temerosa en la obscuridad de las cavernas. Le entrega dos regalos. El primero es el fuego, que representa el conocimiento, las habilidades, la tecnología, las artes y la ciencia. El segundo es el optimismo. La creencia ciega de que las cosas pueden estar mejor si nos esforzamos por alcanzarlas.

Prometeo no le resuelve a la humanidad sus problemas. No entrega paquetes de ayuda humanitaria. Entrega a los hombres los insumos esenciales para que puedan salvarse por sí mismos. El regalo no busca guiar su camino ni decirles hacia a dónde ir. Tampoco les promete llevarlos a ningún lugar mejor. Simplemente les acerca los medios y la inspiración para que ellos hagan el esfuerzo y tomen sus propias decisiones. El regalo del fuego no es un manual informativo con la información técnica de lo que es necesario saber para tener éxito en la vida. El verdadero regalo es la persuasión de que cada persona esta facultada para elegir y para perseguir metas. El regalo reconoce que en esencia las diferencias materiales son el resultado de las diferencias en capacidades.

Lo anterior no quiere decir que no deberíamos intentar aliviar las carencias más dolorosas del mundo. Lo que quiere decir es que la aportación de fondo de la filantropía es el cambio en las aspiraciones que las personas tienen para sí mismas y para sus hijos. Quizá por eso algunas de las fundaciones más grandes como la de Bill y Melinda Gates concentran la mayoría de sus recursos en dos campos básicos para el desarrollo de las capacidades: la educación y la salud. En México también existen esfuerzos muy notables de organizaciones que coordinan el esfuerzo y las contribuciones voluntarias de la sociedad para ayudar a los que menos tienen a desarrollar sus capacidades.

Existe cada vez más evidencia de que las personas que logran tener más educación no sólo ganan más dinero, sino que mejoran su calidad de vida en términos de una mejor salud, menor violencia y mayor satisfacción personal y, por si fuera poco, que sus hijos también puedan tener mayores capacidades para vivir mejor.

La falta del dinero necesario para darse el lujo de no tener que dejar la escuela y ponerse a trabajar no es el único obstáculo. Otro impedimento igual de grave es la falta de modelos a seguir para moldear las aspiraciones y capacidades no cognitivas (disciplina, motivación y autoestima) que se requieren para querer y poder continuar más años en la escuela.

Para que un niño aprenda y continúe estudiando, no basta proporcionarle la mejor infraestructura y los mejores maestros. Es indudable que mejores insumos para la educación pueden producir mejores resultados de los que se pueden esperar con insumos de menor calidad. Sin embargo, la calidad de esos insumos no puede sustituir las habilidades que se generan fuera de la escuela, en el hogar y en el entorno inmediato de los estudiantes. Esas habilidades determinan la capacidad y la disposición de los estudiantes para adquirir conocimiento. Incluso con maestros e instalaciones que no sean excepcionales, los estudiantes pueden desarrollar su talento si tienen disciplina, motivación y autoestima. En ese campo hay amplias oportunidades para la labor filantrópica. Para desarrollar esas habilidades, aquellos que vienen de un entorno adverso (donde es más difícil adquirirlas) pueden beneficiarse de la convivencia directa con personas que les compartan de primera mano y de manera vivencial lo que pueden lograr si continúan estudiando.

Es cuestión de vocación

Yo no creo que los millonarios y los famosos tengan una obligación especial de entrarle a la filantropía, pero sin duda pueden tener un papel muy importante en la filantropía moderna si tienen esa vocación. Cientos de miles de personas tuvimos la suerte de desarrollarnos en un entorno propicio donde recibimos el afecto, los estímulos y los ejemplos que nos dieron los elementos para que cotidianamente podamos plantearnos metas y perseguirlas. Sin menospreciar el enorme peso de las carencias materiales, en mi opinión la falta de esos estímulos y de esa información correcta es la carencia fundamental de los que no tienen un entorno propicio.

Entre los filántropos en México existen muchos enfoques y modos de entrarle a ayudar a las personas a resolver las limitaciones que heredaron de un entorno poco propicio. Unos le entran por el lado del deporte, otros por las letras, la música, el baile y la cultura en general. Lo que tienen en común esos enfoques es que se adaptan tanto a los intereses de los benefactores como a la realidad inmediata de los beneficiados.

La competencia en la filantropía y la necesidad de medir el impacto

Los esfuerzos filantrópicos más efectivos se alejan cada vez más de la antigua noción de que mientras se ayude, cualquier ayuda es buena. Esto último puede tener sentido cuando se trata de esfuerzos pequeños de personas haciendo lo que pueden con lo que tienen. Pero cuando los proyectos filantrópicos adquieren escala y pretenden llegar a muchos, la exigencia cambia radicalmente. Como existen muchas necesidades muy graves y muchos necesitados, la acción filantrópica profesional debe hacerse preguntas fundamentales muy difíciles. ¿Cuál es el resultado concreto que se quiere lograr?, ¿cómo se elige a los beneficiarios?, ¿está funcionando el programa?, ¿cuál es el costo unitario de los resultados que se obtienen?

Las buenas intenciones no bastan. En los últimos años se ha acumulado mucha literatura y experimentos prácticos que ilustran la importancia de medir el impacto de manera rigurosa. No basta con ayudar. La ayuda tiene que dar resultados significativos a un costo razonable. La historia reciente de la filantropía está llena de ejemplos de buenas intenciones que no tienen resultado o que lo tienen a un costo estratosférico. Conforme más gente se suma a causas y formas de ayudar cada vez más diversas, hay más competencia por los recursos financieros y humanos. Mientras más competencia hay por esos recursos, más importante se vuelve la medición del impacto.

Medir el impacto social de una intervención filantrópica no es trivial. Es muy difícil establecer relaciones causales precisas cuando se trata de saber si un programa ayudó a incrementar la escolaridad o si tuvo un impacto medible sobre la salud. En un ejercicio bastante similar a las pruebas clínicas que se usan para comprobar si un medicamento es efectivo (usando grupos de tratamiento y grupos de control), es posible conocer si los programas sociales tienen un resultado significativo estadísticamente. Al cruzar esos resultados con los costos se puede obtener una medida de costo-beneficio. Como siempre, habrá más necesidades e ideas que recursos; esa relación costo-beneficio será cada vez más la moneda de cambio en un competido mercado de fondos y voluntarios para proyectos filantrópicos.

Aunque esto de medir el impacto suena bastante complicado, no debe ser un obstáculo para empezar a actuar con corazón y cabeza. Los grandes emprendedores no tienen la evidencia de que un negocio va a funcionar hasta que se lanzan a hacerlo. En todas las etapas de desarrollo de un negocio, si se busca convencer a inversionistas es más fácil hacerlo con evidencia de que el negocio es rentable. En ese sentido, la filantropía no es muy distinta del mundo profesional de los negocios. EstePaís

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ARMANDO CHACÓN es Director de Investigación del Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C.

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