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Guerra al crimen en el campo de batalla de los medios
Este País | José Carreño Carlón | 01.03.2011 | 1 Comentario

La estrategia de comunicación del gobierno en la lucha contra el narcotráfico ha sido cuando menos contraproducente. Al magnificar el poder de los grupos criminales para enaltecer el valor de quienes los combaten, el Ejecutivo alimenta la percepción de una guerra perdida. Éste y otros errores de comunicación debilitan la posición del Estado ante el narcotráfico.

Aun­que el pre­si­den­te Cal­de­rón re­cu­ló en el uso de la me­tá­fo­ra de la gue­rra al pro­mo­ver su es­tra­te­gia con­tra el cri­men or­ga­ni­za­do, lo cier­to es que son va­rios los in­di­ca­do­res —co­mo el nú­me­ro de muer­tos— que acre­di­tan que es­ta­mos an­te una ano­ma­lía más pa­re­ci­da a una gue­rra que a una si­tua­ción de nor­ma­li­dad y paz.

En es­te es­ce­na­rio, las fuer­zas del go­bier­no y las ban­das cri­mi­na­les cho­can no só­lo en los cam­pos de ba­ta­lla de ciu­da­des, pue­blos y ca­rre­te­ras, si­no tam­bién en ese otro cam­po de ba­ta­lla en que se­gún Bour­dieu se con­vir­tie­ron los me­dios de co­mu­ni­ca­ción. Es­to, en tér­mi­nos ge­ne­ra­les. Pe­ro ade­más, es­pe­cí­fi­ca­men­te, no hay gue­rra hoy en día cu­yo de­sen­la­ce no se de­ter­mi­ne en gran me­di­da (in­clu­so, a ve­ces, pre­via­men­te, co­mo en las dos gue­rras del Gol­fo) en los fren­tes de gue­rra de la co­mu­ni­ca­ción.

Por eso, in­de­pen­dien­te­men­te de lo que real­men­te es­té ocu­rrien­do en es­tos fren­tes me­xi­ca­nos de ac­ción bé­li­ca con­tra el cri­men, la per­cep­ción de que el Es­ta­do no acier­ta a con­tro­lar las ac­cio­nes cri­mi­na­les tie­ne bue­na par­te de su ori­gen en sus des­ca­la­bros en la zo­na de gue­rra de la co­mu­ni­ca­ción. Por eso se ex­tien­de tam­bién den­tro y fue­ra del país la per­cep­ción o la fran­ca con­vic­ción de que es­tá per­di­da la gue­rra en­tre las fuer­zas cri­mi­na­les y las del Es­ta­do.

Vie­jos y nue­vos acha­ques

Es en es­te mar­co en el que po­drían dis­cu­tir­se los pro­ble­mas de la co­ber­tu­ra de la vio­len­cia cri­mi­nal a tra­vés de los me­dios, así co­mo las vías y fór­mu­las pa­ra en­fren­tar esos pro­ble­mas con un sen­ti­do de sa­tis­fac­ción real de las ne­ce­si­da­des de in­for­ma­ción y es­cla­re­ci­mien­to de au­dien­cias y lec­to­res.

Y lo pri­me­ro que ten­dría que asu­mir­se es que pre­va­le­ce en nues­tro país una tra­di­ción me­diá­ti­ca en que el po­der de las fuen­tes de in­for­ma­ción se ha im­pues­to so­bre las ini­cia­ti­vas de las em­pre­sas in­for­ma­ti­vas y de sus ope­ra­do­res. Cier­to que hoy no son só­lo las fuen­tes del po­der po­lí­ti­co do­mi­nan­te las que ejer­cen esa pri­ma­cía, si­no que aho­ra con­cu­rren otras fuen­tes a com­pe­tir en los cam­pos de ba­ta­lla de los me­dios por la de­fi­ni­ción de la agen­da pú­bli­ca.

Pe­ro aquí hay tres pro­ble­mas. Pri­me­ro: per­ma­ne­ce el há­bi­to de los me­dios de re­pro­du­cir —sin ma­yor pro­ce­sa­mien­to y sin el ma­tiz de las in­ves­ti­ga­cio­nes pro­pias— los men­sa­jes de las fuen­tes, así es­tén aho­ra en com­pe­ten­cia. Se­gun­do: la ac­ti­vi­dad cri­mi­nal se ha eri­gi­do en una nue­va y po­de­ro­sa fuen­te de men­sa­jes que los me­dios re­pro­du­cen con la mis­ma fal­ta de pro­ce­sa­mien­to pro­fe­sio­nal. Y ter­ce­ro: las es­tra­te­gias de co­mu­ni­ca­ción y los men­sa­jes de las fuen­tes cri­mi­na­les sue­len pro­du­cir ma­yo­res va­lo­res no­ti­cio­sos, o es­tar me­jor en­fo­ca­dos a los efec­tos que bus­can, que los men­sa­jes ela­bo­ra­dos por las es­tra­te­gias gu­ber­na­men­ta­les.

A ello hay que agre­gar los ca­sos ex­tre­mos de va­rios es­ta­dos del país ba­jo con­trol cri­mi­nal, en los que, por el te­rror o el so­bor­no, las ban­das re­pro­du­cen en su es­ca­la las con­di­cio­nes de opre­sión de las li­ber­ta­des in­for­ma­ti­vas de las dic­ta­du­ras o los ca­ci­caz­gos más ar­cai­cos.

Ig­no­rar los efec­tos

De aquí po­dría­mos an­ti­ci­par dos pro­pues­tas.

Por un la­do, don­de el ham­pa no im­po­ne sus con­di­cio­nes in­for­ma­ti­vas por la fuer­za del di­ne­ro o de las ar­mas, las fuen­tes gu­ber­na­men­ta­les y los me­dios pa­re­cen des­co­no­cer los efec­tos de co­mu­ni­ca­ción que ge­ne­ran sus men­sa­jes y na­rra­ti­vas, mien­tras que las fuen­tes cri­mi­na­les pa­re­ce­rían te­ner un to­que más es­tra­té­gi­co en re­la­ción con los efec­tos de co­mu­ni­ca­ción que co­lo­can y se pro­po­nen se­guir co­lo­can­do en los me­dios que es­tán li­bres de sus con­di­cio­na­mien­tos di­rec­tos.

Si a ello agre­ga­mos que son ya sig­ni­fi­ca­ti­vas las zo­nas del país don­de las ban­das im­po­nen bru­tal­men­te los con­te­ni­dos de los me­dios pa­ra re­for­zar las per­cep­cio­nes de con­trol so­cial por par­te del cri­men, el mar­ca­dor de es­tos jue­gos de gue­rra de la co­mu­ni­ca­ción pa­re­ce de­plo­ra­ble, si nos ate­ne­mos a los in­di­ca­do­res de los efec­tos de la co­mu­ni­ca­ción.

El pri­me­ro de los efec­tos a eva­luar en to­do pro­ce­so de co­mu­ni­ca­ción es el cog­ni­ti­vo, que en es­te ca­so per­mi­te es­ta­ble­cer có­mo es­tá sien­do co­no­ci­da, den­tro y fue­ra de Mé­xi­co, la rea­li­dad de la vio­len­cia de nues­tro país: nú­me­ros abru­ma­do­res de caí­dos, su­pe­rio­res a los de va­rias gue­rras, e imá­ge­nes de cruel­dad des­co­no­ci­das en Mé­xi­co por va­rias ge­ne­ra­cio­nes. Ade­más, imá­ge­nes de de­bi­li­dad y efi­ca­cia del Es­ta­do, en un ex­tre­mo, o en el otro ex­tre­mo, de ex­ce­sos del Es­ta­do, in­clu­yen­do la vio­la­ción de los de­re­chos hu­ma­nos.

El se­gun­do efec­to se re­fie­re a las ac­ti­tu­des de­ri­va­das de la for­ma en que es­tá sien­do co­no­ci­da la vio­len­cia. Y aquí las en­cues­tas nos dan ca­da vez más ac­ti­tu­des de te­mor o de de­rro­ta, de pas­mo an­te los gol­pes cri­mi­na­les sin res­pues­ta de la au­to­ri­dad, o in­clu­so de ad­mi­ra­ción por el po­der eco­nó­mi­co y la ca­pa­ci­dad de fue­go de los de­lin­cuen­tes.

Mien­tras que el ter­cer efec­to de es­tos pro­ce­sos de co­mu­ni­ca­ción se da en los com­por­ta­mien­tos. Y aquí te­ne­mos un nú­me­ro cre­cien­te de me­xi­ca­nos que se en­cie­rran en sus ca­sas, que de­jan pue­blos, ciu­da­des, ca­rre­te­ras y ca­mi­nos de­sier­tos, o que em­pren­den la huí­da de sus co­mu­ni­da­des o in­clu­so del país. A ello hay que agre­gar los efec­tos en el ex­tran­je­ro, con tu­ris­tas que bus­can otros des­ti­nos e in­ver­sio­nes que pro­cu­ran se­gu­ri­dad en otros ho­ri­zon­tes.

Pro­pues­tas in­te­gra­les

En es­tas con­di­cio­nes, pa­re­ce evi­den­te que no pue­de ha­ber so­lu­cio­nes sim­ples ni en­fo­ca­das úni­ca­men­te a uno so­lo de los ac­to­res y de los fac­to­res de la tra­ma. Una me­jor es­tra­te­gia de co­mu­ni­ca­ción del Es­ta­do, por ejem­plo, no re­sol­ve­rá el pro­ble­ma sin la con­tra­par­te de una me­jor pre­pa­ra­ción de los me­dios pa­ra pro­ce­sar los men­sa­jes de las fuer­zas pú­bli­cas y las fuer­zas cri­mi­na­les.

De allí que, con in­de­pen­den­cia de la sen­sa­tez de las pro­pues­tas has­ta aho­ra ven­ti­la­das en Es­te País pa­ra me­jo­rar la co­ber­tu­ra me­diá­ti­ca de la vio­len­cia, es pre­ci­so in­cor­po­rar­las a un en­fo­que in­te­gra­do, que tie­ne que par­tir de los pro­ble­mas de es­tra­te­gia de co­mu­ni­ca­ción del go­bier­no co­mo de­fi­ni­dor pri­ma­rio y prin­ci­pal de la agen­da.

Si se quie­re re­cu­pe­rar te­rre­no en el cam­po de ba­ta­lla de los me­dios, el go­bier­no es­tá obli­ga­do a co­rre­gir la po­li­ti­za­ción de sus men­sa­jes; re­vi­sar su mag­ni­fi­ca­ción del po­der de las ban­das con fi­nes de enal­te­cer el va­lor de quien las com­ba­te, así co­mo la fre­cuen­te re­fe­ren­cia al cre­ci­mien­to del ham­pa y a su in­fil­tra­ción de au­to­ri­da­des (en los es­ta­dos no go­ber­na­dos por el par­ti­do del Pre­si­den­te). To­das ellas son ac­cio­nes co­mu­ni­ca­ti­vas que han con­tri­bui­do a ex­ten­der las per­cep­cio­nes de que el cri­men des­bor­da al Es­ta­do y con­tro­la te­rri­to­rios, au­to­ri­da­des y me­dios de co­mu­ni­ca­ción, con lo cual ejer­ce tam­bién un po­der con­cen­tra­do de con­trol so­cial.

El pro­ble­ma es que es­te sal­do se­gu­ra­men­te no de­sea­do de la co­mu­ni­ca­ción gu­ber­na­men­tal vie­ne a po­ten­ciar el efec­to sí de­sea­do y bus­ca­do por los men­sa­jes de al­ta cruel­dad de las ban­das: el de re­pro­du­cir las per­cep­cio­nes de que son pre­ci­sa­men­te ellas las que man­tie­nen el con­trol, por el te­rror, de vas­tas zo­nas de la so­cie­dad.

Y en cuan­to a los me­dios, pa­re­ce obli­ga­do que la in­de­pen­den­cia ga­na­da res­pec­to del po­der pre­si­den­cial se co­rres­pon­da con el de­sa­rro­llo de un ri­gor pro­fe­sio­nal que in­ci­da en la cons­truc­ción de una na­rra­ti­va pro­pia, ca­paz de sa­tis­fa­cer el de­re­cho de la gen­te a sa­ber lo que es­tá pa­san­do en los cam­pos de ba­ta­lla cri­mi­na­les, a fin de in­for­mar sus ac­ti­tu­des y sus com­por­ta­mien­tos, con ba­se en in­for­ma­ción de ca­li­dad e in­de­pen­dien­te de las es­tra­te­gias de con­trol so­cial del ham­pa, o de las es­tra­te­gias co­mu­ni­ca­ti­vas del go­bier­no.

*Premio Nacional de Periodismo por artículo de fondo, es Profesor de Derecho de la Información de la unam y Coordinador de Periodismo en la uia.

Una respuesta para “Guerra al crimen en el campo de batalla de los medios
  1. Senén Rosas dice:

    Muy buen articulo el de este mes, me parece josé Carreño Carlón acerto mucho en el tema de los medios y su calidad de la infomación, pues han pasado a ser solo reproductores de palabras, sin un fondo y propuestas para el cambio, sin un verdadero análisis en donde se presente el transfondo de los hechos

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