Más que nunca en la historia del país, resulta ocioso hablar de la familia mexicana. Si algo caracteriza a esta entidad social es la diversidad y la complejidad. He aquí la lectura que dos expertos hacen de las cifras al respecto.
La organización y la dinámica familiar en México han cambiado notablemente. Algunas de sus modificaciones han sido ampliamente documentadas por la sociodemografía, disciplina que se ha valido de los censos de población para evidenciar éstos y otros cambios demográficos que afectan, directa o indirectamente, la vida familiar: la migración, la caída de la fecundidad y la mortalidad y el incremento de la escolaridad y de la participación de las mujeres en el mercado laboral, entre otros.
Por supuesto, las transformaciones culturales y algunos cambios normativos también han contribuido a transfigurar el paisaje hogareño. Anthony Giddens, reconocido sociólogo inglés, ha dicho que “de todos los cambios que ocurren en el mundo, ninguno supera en importancia a los que tienen lugar en nuestra vida privada”. Han cambiado las relaciones familiares, la interacción entre miembros de la familia de distintas generaciones, la visión sobre el matrimonio, sobre los hijos, sobre el trabajo, y se ha modificado también la forma como se organiza la vida cotidiana. Los jóvenes tienen hoy ideas distintas sobre el calendario de las relaciones sexuales e íntimas y sobre la vida en pareja.
Más allá de las transformaciones en la composición y organización de la vida familiar, los cambios observados en la constitución de identidades sociales y en las relaciones de la intimidad han propiciado cambios importantes que se reflejan en la cotidianidad de los hogares.
Los censos de población no han sido la mejor fuente para estudiar las transformaciones familiares y hogareñas. Las encuestas en hogares, orientadas específicamente a conocer la vida familiar, han sido la fuente de datos más completa para el estudio de la demografía de la familia. Sin embargo, este tema, como otros que aborda el censo de población, requiere ser estudiado en los niveles de las entidades federativas, de zonas del país, e incluso de ciudades; también es importante estudiarlo a la luz de las transformaciones vinculadas con la urbanización del país y con los cambios que provoca en la vida familiar la forma e intensidad de la migración, tópicos para los cuales el censo es una herramienta indispensable —de ahí su importancia. A manera de ejemplo podemos citar los numerosos y cada vez más frecuentes casos de familias donde el padre y/o la madre están ausentes porque han migrado en busca de mejores condiciones de trabajo y al hacerlo posponen o cancelan la interacción cotidiana con los hijos. La investigación sociodemográfica muchas veces se limita a analizar y describir las interrelaciones de la vida familiar con otros fenómenos como el de la migración en el nivel nacional.
En este sentido, el Censo 2010 ofrece información novedosa sobre los arreglos familiares. Por ejemplo, ahora es posible conocer el número de unidades residenciales en las cuales ambos, padre y madre, residen con sus hijos. Así, encontramos que sólo 7 de cada 100 niños de 0 a 14 años de edad viven con ambos padres. Sabemos también que las dificultades para obtener trabajo llevan a muchos integrantes de las familias a trabajar en entidades federativas distintas a la de su residencia: en el promedio nacional, una de cada seis personas ocupadas labora fuera de su entidad de residencia, pero la cifra se eleva a una de cada cinco en el Estado de México, por ejemplo. Si esta situación la analizáramos en el nivel de las localidades que expulsan población, podríamos tener un panorama más completo de la organización de la vida familiar.
En efecto, la forma de captación de la información sobre hogares y familias en los censos de población es muy limitada todavía. A ello se suma el cambio reciente registrado en el Censo, en términos de la definición convencional de hogar, que limita la comparabilidad con censos anteriores. Aún así, los datos nos permiten documentar algunos cambios relevantes en la vida familiar y doméstica de la población.
El Censo 2010 registró 28 millones 607 mil 568 viviendas particulares habitadas1 por 111 millones 954 mil 660 ocupantes.2 Además, reportó 28 millones 159 mil 373 hogares censales,3 donde conviven 110 millones 610 mil 75 personas. La diferencia entre viviendas particulares habitadas y hogares censales debería ser nula dada la asimilación de ambos conceptos —hogar y vivienda— en el Censo 2010. No obstante, la diferencia que se aprecia obedece a que la cifra de hogares censales no incluye 448 mil 195 viviendas de las cuales el censo no obtuvo información de sus ocupantes.
El Censo 2010 modificó la definición de hogares, aproximándose a la definición de familia censal de 1970. En otras palabras, ni uno ni otro censo identificaron hogares o unidades domésticas al interior de las viviendas, como lo hicieron los censos de 1980 a 2000, en los cuales podían identificarse hogares que, si bien compartían el techo, se diferenciaban en su organización a partir de la separación de los gastos para los alimentos. Es decir, la forma en que los estudiosos de la familia distinguen la denominada “olla común” que determina pautas de comportamiento entre núcleos familiares en organizaciones complejas.4 De manera que, en estricto sentido, y siguiendo las definiciones de hogares o unidades domésticas, las cifras de hogares de los censos de 1980 a 2000 no son estrictamente comparables con las que resultan del concepto hogares censales del Censo 2010; este último concepto es más afín al de familia censal de 1970. Por ello, referiremos los cambios en los hogares censales sobre todo al periodo 1970-2010, hasta donde esto es posible dadas la limitaciones del censo de 1970.
¿Qué cambios observamos en la vida familiar y doméstica entre 1970 y 2010?
En 1970, el Censo registró 9 millones 800 mil familias u hogares censales. Cuarenta años después, la cifra casi se triplicó. Además, este tipo de unidades domésticas cambió de manera significativa en su composición. En 1970, las de tipo familiar —es decir, aquellas compuestas por parejas conyugales con o sin hijos o por alguno de los padres con sus hijos (alrededor de los cuales puede observarse la presencia de otros parientes o no parientes)— representaban 95.2% del conjunto de hogares censales. Hoy día, 90% son de este tipo. Esto significa que, en 2010, alrededor de 2 millones 800 mil personas o bien vivían solas (2 millones 700 mil) o, en menor medida, convivían en arreglos residenciales sin lazos de parentesco (alrededor de 140 mil personas). Las personas viviendo solas representaron 4.2% en el conjunto de familias u hogares censales de 1970. Entre 1970 y 1990, la proporción prácticamente se mantuvo, y entre este último año y el 2000 se incrementó en apenas un punto porcentual y medio. Pero en la última década el incremento fue de 2.7 puntos porcentuales. Es decir, en 40 años esta proporción creció a más del doble, pero lo hizo de manera más acelerada en la última década. Este aumento se debe, por un lado, al cambio en la estructura por edades de la población, con una mayor proporción de población en edad senescente que opta o se ve obligada a vivir sola; por otro, a la mayor presencia de jóvenes en el conjunto de la población, muchos de los cuales han pospuesto la edad del matrimonio y han tomado la decisión de vivir solos antes de formar una nueva familia.
La composición de las unidades domésticas censales se ha vuelto más compleja (ver Cuadro 1). En 1970, las familias u hogares censales no nucleares, es decir aquellas compuestas por parientes y no parientes que se agregan a las familias nucleares (constituidas por los padres con sus hijos, por parejas sin hijos, o por alguno de los padres y sus hijos) y las personas que vivían solas representaban 19.3% del conjunto de familias censales; en 2010 la cifra relativa a este tipo de arreglos residenciales ascendió a 36%. Lo anterior significa que estos arreglos familiares y domésticos se han diversificado en su composición. De acuerdo con el censo de 2010, 23.9% de los hogares censales corresponde a las unidades de tipo ampliado, es decir, aquellas a las que se suman otros parientes como los padres o suegros, tíos y sobrinos (ver Cuadro 2).
A las transformaciones en la vida cotidiana se suman otras relativas a la convivencia y las formas en que estos hogares organizan su vida cotidiana.
Uno de esos cambios que ha repercutido en la organización de la vida familiar es precisamente la caída de la fecundidad. En 20 años, el promedio de hijos nacidos vivos de las mujeres de 15 a 49 años se redujo de 2.4 a 1.7. Aquellas que tenían entre 30 y 34 años en 1990 tuvieron en promedio 3 hijos. En 2010, el número de hijos de las mujeres de estas edades disminuyó a 2.1. Las que tenían entre 35 y 39 años disminuyeron su prole en 1.4 hijos en promedio en el periodo, mientras que las de 40 a 49 años lograron reducir su descendencia en 1.8 hijos.
El descenso en el tamaño de la prole ha permitido que las mujeres dediquen menos tiempo a la crianza de los hijos, lo cual no significa una reducción en la carga global de trabajo de las mujeres. Ésta se ha incrementado con la entrada masiva de las mujeres al mercado de trabajo ya que sobre ellas continúa recayendo la responsabilidad de las tareas domésticas y de cuidados.
El factor más importante en la disminución del tamaño de los hogares ha sido la disminución en el número de hijos; el tamaño medio de los hogares censales disminuyó de 5.3 miembros en promedio en 1970 a 3.9 en 2010. En este descenso, la disminución del número de hijos jugó un papel determinante. Así, el número de hijos presentes en el hogar pasó de 3.2 a 1.7. Sin duda también influyó la disminución del componente nuclear de los hogares provocado por el aumento de la ruptura de uniones y, en consecuencia, de la jefatura femenina de los hogares.
Veamos primero algunos efectos del cambio en el tamaño de los hogares censales. La disminución del número de hijos en las familias creó condiciones propicias para el ingreso de las mujeres en el mercado de trabajo remunerado. De acuerdo con el inegi, 42.5% de las mujeres de 14 años y más participan hoy en las actividades económicas;5 en 1970, apenas 17% de las que tenían 12 años y más lo hacía.
Los datos disponibles revelan que las tasas de actividad económica de las mujeres han aumentado conforme se ha incrementado su escolaridad; las que alcanzaron el nivel medio superior y superior tienen una tasa de participación por arriba de 60%. Este fenómeno no sólo ha tenido importantes repercusiones sobre las opciones de vida de las mujeres, sino que ha trastocado la dinámica de las relaciones de pareja y de ésta con la prole.
Sería interesante ahondar en la relación que guarda la mayor participación de las mujeres en las actividades económicas con su creciente presencia en la conducción de sus hogares. La relación de causalidad es compleja: un factor puede determinar el otro. Pero sin considerar la dirección de la causalidad, lo cierto es que la tasa de participación de las mujeres separadas y divorciadas es mayor que la de las mujeres casadas, y que la mayor tasa de participación económica se da entre las mujeres de 35 a 44 años de edad.
La jefatura femenina en los hogares censales
En 1970, 15.3% de las familias censales tenía al frente a una mujer; en 2010, el porcentaje había crecido a 24.5%, es decir, casi uno de cada cuatro hogares censales. Esto significa 6 millones 900 mil hogares en los que residen 23.2 millones de personas.
Los hogares censales dirigidos por mujeres se concentran en los arreglos familiares nucleares, sobre todo monoparentales (46%), aunque en menor medida que los dirigidos por hombres (ver Cuadro 3). La jefatura femenina también tiene un importante peso en los hogares en los cuales se agrega otro pariente al núcleo en el hogar, es decir en los hogares ampliados (33%). En este tipo de arreglos residenciales, con frecuencia es otra mujer adulta la que se agrega al hogar, la cual suele constituir una ayuda para los trabajos domésticos y de cuidados. En tercer lugar están los hogares unipersonales de mujeres (17.2%), cifra significativamente mayor que la de hogares dirigidos por hombres (6.9 por ciento).
La presencia de hogares dirigidos por mujeres es más marcada en las localidades de mayor tamaño; en las de 100 mil habitantes y más alcanza alrededor de 27%. En las ciudades medias, es decir aquellas que tienen una población entre 15 mil y 100 mil habitantes, el porcentaje oscila alrededor de 25%. En el Distrito Federal, la cifra de hogares censales dirigidos por mujeres es de 31%. Lo siguen Morelos y Guerrero con 27 % (ver Cuadro 4).
El incremento de la jefatura femenina es, sin duda, uno de los cambios más relevantes ocurridos en la organización de la vida familiar en los últimos años, no sólo por su magnitud sino también por la fuerte carga cultural y simbólica que representa el hecho frente a las concepciones que se tienen sobre el arquetipo de familia nuclear compuesta por ambos padres y sus hijos. Sin duda, las cifras de participación económica de las mujeres y de jefatura femenina obligan a reflexionar sobre la necesidad de apuntalar las políticas sociales y laborales, a fin de que otorguen una mayor red de protección a las mujeres. Se requieren más acciones públicas encaminadas a facilitar el trabajo de las mujeres con horarios de tiempo completo para sus hijos: más guarderías, mayor flexibilidad en el trabajo formal y una mayor responsabilidad social y del Estado sobre las tareas reproductivas y de cuidados.
Sobre las viviendas en México
El Censo 2010 reportó la existencia de 28 millones 600 mil viviendas particulares habitadas, con alrededor de 112 millones de ocupantes; 25 millones 900 mil de aquéllas fueron registradas como viviendas independientes y apenas 1 millón 500 mil como departamentos en edificios y medio millón como viviendas en vecindad. El Censo también contabilizó 16 mil 500 viviendas en cuartos de azotea y 18 mil quinientas fueron catalogadas como locales o estructuras no construidos para habitarse, como son los refugios o las viviendas móviles (ver Cuadro 5).
En alrededor de 600 mil casos, no fue posible especificar la clase de vivienda. En el sitio web del inegi se señala que el número de ocupantes de las 448 mil 195 viviendas en las cuales no se obtuvo información —porque no se encontró a dichos ocupantes— se estimó en 1 millón 344 mil 585 personas, es decir, se calculó que estas viviendas tendrían tres ocupantes por vivienda en promedio.
Uno de los aspectos más sobresalientes en este tema es la gran cantidad de viviendas desocupadas (4 millones 997 mil 806) y de uso temporal (2 millones 12 mil 350) que registra el Censo, lo que equivale a 7 millones de viviendas, es decir 19% del parque habitacional que no tiene residentes habituales.6 Estas cifras vuelven a llamar la atención sobre la política de vivienda y sugieren la necesidad de revisar a profundidad las condiciones de éstas. Se requiere que los hacedores de políticas estudien a cabalidad el tipo de viviendas deshabitadas, dónde están y las condiciones que guardan. Llama la atención la cifra, sobre todo a la luz de la enorme cantidad de jóvenes en edad de formar nuevas familias, y que son testimonio del cambio demográfico que ha experimentado el país; llama la atención porque las cifras censales también evidencian que hay en el país una importante cantidad de familias extendidas que demandan espacio residencial propio.
Las viviendas particulares habitadas crecieron a un ritmo promedio de 2.6% anual, mientras que la población lo hizo a un ritmo de 1.6%. Sí, creció mucho la oferta habitacional, pero no necesariamente lo hizo acoplándose a las nuevas realidades de las familias.
Por otro lado, en el año 2000 el Censo captó 12 mil 198 viviendas colectivas donde residían habitualmente 369 mil 333 personas; en 2010 la cifra descendió a 7 mil 423 viviendas de este tipo (con 372 mil 512 ocupantes), entre las que se consignan pensiones, hoteles, hospitales, casas de huéspedes, casas de hogar para menores y adultos mayores, albergues, internados escolares, cárceles y centros de rehabilitación, entre otras. Destaca la caída en el número de estas viviendas y el ligero aumento en el número de sus ocupantes en el periodo señalado, situación que merece un estudio a mayor profundidad, incluso en el nivel de las localidades.
La buena noticia es que entre 2000 y 2010, el acceso a servicios en las viviendas se incrementó en prácticamente todo el país. La disponibilidad de energía eléctrica creció alrededor de 10 puntos porcentuales entre 1990 y 2010, al alcanzar a 97.6% de las viviendas del país. Más aún, creció el porcentaje de viviendas con agua entubada ya sea dentro de la vivienda, acarreada de otra vivienda o de llave pública o hidrante: en 1990, 79.4% de las viviendas disponían de agua por estas vías mientras que para el 2010 este servicio llegó a 91.5% de las viviendas. El agua se acercó a las familias.
En 2010, 6.2% de las viviendas tenían piso de tierra, cifra que supone un decremento importante si se compara con el 19.5% de las viviendas que en 1990 tenían esta condición de precariedad. Sin duda, la política de “piso firme” ha tenido efecto, y sus repercusiones sobre la salud de la población seguramente se están reflejando en la baja de enfermedades infecciosas.
Por otro lado, la disponibilidad de drenaje en el conjunto del país creció de 63.6 a 90.3% en el periodo, un cambio notable. Sin embargo, sólo 72% del drenaje reportado está conectado a la red pública, lo que implica un desafío importante. Aquí se debe aspirar al nivel de avance que se logró en la disponibilidad de agua entubada y la habitabilidad de la vivienda.
El porcentaje de viviendas en las cuales se cocina con leña o carbón disminuyó de 21.2 a 14.5%, pero en casi la mitad de las viviendas de las localidades de menos de 2 mil 500 habitantes se cocina todavía utilizando este tipo de combustible, con las consecuencias ecológicas, los daños a la salud y el uso de tiempo que significa su acarreo o recolección para las familias más pobres. El fortalecimiento de acciones públicas para sustituir el uso de este combustible por estufas de gas u otro combustible es un imperativo. La masificación de este tipo de acciones en las localidades rurales tendría repercusiones en la salud; además, brindaría la oportunidad a muchas mujeres de liberar el tiempo que utilizan para recoger leña y cocinar. Y, por supuesto, sería una medida ambiental de importante magnitud.
En efecto, el Censo muestra importantes avances en el mejoramiento de las condiciones de las viviendas en el nivel nacional; no obstante, el Censo documenta también que los avances son claramente diferentes entre grupos sociales y regiones del país. Los avances no han sido homogéneos y las localidades rezagadas en servicios e infraestructura se mantienen en niveles en los que el país estuvo hace ya muchos años. En este sentido, llevar servicios y mejorar la calidad de las viviendas impone desafíos enormes a las políticas. Basta atender los resultados que arroja el Censo desde la perspectiva del equipamiento y la infraestructura locales.
En 20.5% de las localidades del país se señala como principal problema la falta de infraestructura, agua, energía eléctrica, drenaje y alcantarillado. En 21% de ellas no existe red de agua potable y en un tercio no está disponible red alguna de alcantarillado y drenaje.
La magnitud de los retos de equipamiento de las localidades exige una mayor inversión del gobierno federal y una mayor atención de los gobiernos estatales y municipales. La ausencia de alumbrado público (en 85% de las localidades), calles pavimentadas (en 63.5%), clínicas o centros de salud (en 44.3%) y escuelas secundarias o telesecundarias (en 44%) subraya el abandono en que viven muchas de las comunidades del país y explica el nivel de rezago educativo y una buena parte de los problemas de salud que aquejan a la población.
La ausencia de oficinas o agencias municipales (en 65.7% de las localidades), así como de policía preventiva (en 78.6%), de acuerdo con el Censo, pone en evidencia la fragilidad de muchas comunidades frente a la delincuencia y la violencia social así como frente a la atención de servicios comunitarios que demanda la población.
Los retos todavía son muchos. La información censal constituye un referente obligado para los planes y programas de los tres niveles de gobierno y una fuente importante para la ciudadanía organizada para exigir rendición de cuentas y transparencia en el ejercicio de los presupuestos públicos.
1 El Censo define este tipo de viviendas como viviendas particulares que al momento del levantamiento censal tienen residentes habituales que forman hogares. Incluye también en esta categoría cualquier recinto, local, refugio o instalación móvil o improvisada que, al momento del Censo, esté habitado.
2 Cifras del Cuestionario Básico, aplicado a toda la población.
3 De acuerdo con el Censo 2010, el hogar censal es la “unidad formada por una o más personas vinculadas o no por lazos de parentesco y residentes en la misma vivienda particular”. El Censo 2000 define el hogar como la unidad formada por una o más personas unidas o no por lazos de parentesco, que residen habitualmente en la misma vivienda y se sostienen de un gasto común para la alimentación.
4 Las razones de esta decisión descansaron al parecer en la cifra de hogares de censos pasados que no rebasa, en el nivel nacional, el 5% del número de hogares por encima del número de viviendas.
5 inegi con base en la enoe 2010.
6 La cifra del total de viviendas registradas por el censo es de 35 millones 617 mil 724.
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MARÍA DE LA PAZ LÓPEZ es Asesora Técnica Regional de onu Mujeres, entidad que promueve la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres.
CARLOS JAVIER ECHARRI CÁNOVAS es doctor en Demografía. Se desempeña como profesor-investigador y Coordinador del Programa de Salud Reproductiva y Sociedad en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México.