Las sociedades más competitivas son también las que manejan los niveles más altos de confianza entre individuos y hacia las instituciones. ¿Facilita la confianza el desarrollo o, sencillamente, es más fácil confiar en circunstancias de prosperidad e igualdad?
Tenemos instituciones que preservan y estimulan la desconfianza que siente la ciudadanía hacia ellas. El esfuerzo por revertir esta tendencia nos ha conducido a crear nuevas instituciones, costosas para la democracia, que fomentan mayor desconfianza y apagan el ánimo de reforma. Esto lleva a una democracia con reglas vencidas y difíciles de modificar que afectan el desempeño de la economía.
Somos el tercer país con mayores barreras a la apertura de empresas (ver Gráfica); tenemos un sistema electoral que cuesta cinco veces más que el chileno; nuestro sistema judicial adolece de la presunción de inocencia y castiga a quien dudosamente robó un oso de peluche o 200 pesos en el departamento de perfumería de un supermercado. Ello se traduce en un costo de 9 mil 800 millones de pesos anuales (28% del presupuesto destinado a Oportunidades) y en 90 mil presos que podrían ser parte de la fuerza laboral y no de la sobrepoblación carcelaria que es una traba a la reinserción social.1
Nos rehusamos a transitar a un sistema penal con juicios orales, aferrándonos a uno en el que se manufacturan los casos y que además requiere de quince asistentes por juez, mientras que en Chile participa uno solo por cada tres jueces.2 Conformamos una sociedad donde la confianza termina en los márgenes del núcleo familiar y se compone de empresas pequeñas que no trascienden límites y desaprovechan las economías de escala; una que opta por no denunciar delitos por desconfianza en las autoridades; que se niega al altruismo y que teme la reelección de sus representantes políticos más cercanos.
En el imco creemos que algunas culturas generan la confianza y las redes de apoyo solidario necesarias para que las personas sean capaces de organizarse y cooperar para mejorar sus condiciones de vida y para obtener beneficios mutuos. La lógica es la siguiente: la confianza entre los individuos fomenta la convivencia y la participación social, que a su vez favorecen la comunicación y el intercambio de ideas entre los ciudadanos. Las interacciones en un ambiente de confianza entre los miembros de una comunidad, y entre éstos y sus organizaciones, genera acciones, tanto públicas como privadas, que trascienden el interés individual.
Establecido esto, quisiéramos tratar de explicar formalmente la relación entre la confianza y la competitividad con el ánimo de esbozar los comportamientos que facilitan la atracción y explosión de talento e inversiones. Explicar esto es complicado. Hasta el momento no se ha desarrollado una metodología empírica que distinga con precisión los efectos de la cultura y el entorno institucional en el que se toman las decisiones económicas. No existe una estimación econométrica consistente que permita la interpretación del efecto de la cultura sobre el desarrollo económico, es decir, no se puede ni aceptar ni rechazar el sentido y tamaño del efecto que tiene la cultura sobre la competitividad.
Sin utilizar un modelo econométrico, encontramos que las ocho zonas culturales definidas por Inglehart3 (la confusionista, la protestante europea, la angloparlante, la católica europea y la latinoamericana, la islámica, la ortodoxa y la de los asiáticos del sur) se dividen en tres grandes grupos de acuerdo a su nivel de competitividad (con datos del Índice del Foro Económico Mundial); y también, que se conforman los tres mismos bloques en función de los niveles de confianza interpersonal (con datos de la Encuesta Mundial de Valores). Sistemáticamente, el nivel de confianza es mayor en el bloque de países más competitivos. Asimismo, el bloque de competitividad media tiene un nivel de confianza interpersonal mayor que el del grupo menos competitivo (ver Mapa).
Lo anterior quiere decir que en términos de niveles de competitividad, los países en las zonas confusionista, protestante y angloparlante (grupo azul en el mapa) son, en términos estadísticos, significativamente igual de competitivos entre sí, y son más competitivos que aquellos países que pertenecen a las otras cinco zonas culturales (católica europea, ortodoxa, islámica, latinoamericana y asiática del sur).4 Algo similar puede decirse con respecto a los países de las zonas católica europea y asiática del sur (conglomerado rojo en el mapa): no hay diferencias significativas en los niveles de competitividad entre los países que conforman cualquiera de estas dos zonas culturales. Además, son menos competitivos que los países en las zonas confusionista y protestante, pero más competitivos que países con valores culturales ortodoxos, latinoamericanos e islámicos (grupo verde en el mapa).
Lo mismo puede afirmarse respecto al nivel de confianza interpersonal de los países que conforman las zonas culturales delimitadas por Inglehart. Los países que pertenecen al grupo más competitivo (el azul en el mapa) no se diferencian significativamente en su nivel de confianza. Sin embargo, el porcentaje de personas que en estos países contestó en la Encuesta Mundial de Valores 2005 que se puede confiar en la mayoría de las personas, es mayor que en los países que conforman el grupo mediano y menos competitivo.5
De igual manera, los países que pertenecen al grupo medianamente competitivo (en color rojo) tienen un nivel de confianza significativamente igual entre sí, pero menor al del grupo más competitivo. Este comportamiento se replica para el grupo verde del mapa, el menos competitivo. Los niveles de confianza en los países que lo conforman no muestran diferencias; los individuos de estos países confían en las otras personas menos que los de los grupos con mayores niveles de competitividad.
Alternativamente, ilustramos la relación entre confianza y competitividad en la Gráfica. Los países con mayores niveles de confianza interpersonal se enfrentan a menores barreras para abrir empresas.
Una de las tesis de Inglehart es que el desarrollo económico está ligado a cambios sistemáticos en los valores culturales de una sociedad: a mayor desarrollo económico, más se alejan las sociedades de un sistema tradicional de valores. Aunque el progreso empuja los valores de una sociedad en una misma dirección, Inglehart no habla de una convergencia absoluta, sino de movimientos en trayectorias paralelas, cada una moldeada por el bagaje cultural y el contexto histórico de cada sociedad.
Nuestros resultados van de la mano de la tesis de Inglehart: como se puede apreciar en el mapa, las zonas culturales más competitivas son también aquellas más alejadas del origen, aquellas con valores menos tradicionales tanto en lo económico como en lo político-social. También, los países menos competitivos son aquellos que han adoptado valores culturales que obtienen un menor puntaje en las dos dimensiones de Inglehart. En otras palabras, lo que esto podría indicar es que tanto los valores político-sociales como los económicos “más modernos” contribuyen a la competitividad de las naciones, y aquellos como la confianza tienen mayor influencia positiva.
Dado que no queremos concluir con una reflexión negativa similar a la que abre este artículo, insistimos en la importancia de la confianza como catalizador de instituciones dedicadas a la competitividad y al crecimiento económico.
JANA PALACIOS y STEPHANIE ZONSZEIN son investigadoras del Instituto Mexicano para la Competitividad (imco).
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