El hecho ha sido ampliamente comentado: las proyecciones de población difieren de los resultados censales. Urge ahora entender los efectos de estas discrepancias y contar con mejores estimaciones para los años que vienen. Está en juego la eficacia de los programas de gobierno para el desarrollo.
Tal vez el resultado más discutido del Censo de Población y Vivienda 2010 sea la discrepancia con las cifras planteadas por las proyecciones de población, que planteaban que tendríamos una población de 108 millones 396 mil 211 habitantes, cuando el operativo censal reportó 112 millones 336 mil 538, una diferencia de casi 4 millones. Es necesario aclarar que las proyecciones de población sirven de referencia obligada para la acción del Estado, no solamente para calcular la demanda de atención a la salud, educación, vivienda, empleo, transporte, etcétera, sino también para el diseño y la evaluación de los planes de gobierno. En particular, las proyecciones demográficas constituyen un instrumento de la política de población ya que permiten anticipar las consecuencias del mantenimiento o el cambio en las tendencias de los factores demográficos, y elegir qué aspectos es posible y deseable intervenir, cuáles son los medios de intervención y qué agentes deben encargarse de ello, para llegar a un objetivo en términos del volumen, la dinámica y la estructura de la población que se traduzca en políticas públicas específicas.
La dinámica demográfica se compone de tres factores: la natalidad, la mortalidad y la migración, tanto interna como internacional. Los tres interactúan para modificar tanto el volumen —cuántos somos— como la estructura —la distribución por edad y sexo— de la población, en estrecha relación con una serie de características como la condición de actividad, la escolaridad, la etnicidad, la distribución en el territorio, la situación conyugal, la religión y otras más.
La responsabilidad de la elaboración periódica de las proyecciones de población recae, según el Reglamento de la Ley General de Población, en el Consejo Nacional de Población (conapo). Para ello, tiene que hacer un seguimiento de la información que proveen los censos y conteos de población, las estadísticas vitales y las encuestas, tanto nacionales como extranjeras, y aplicar las metodologías especializadas más adecuadas a nuestra situación. Hace cinco años vivimos un episodio similar al actual: los resultados definitivos del Conteo de Población y Vivienda 2005 arrojaban montos de población que diferían de lo planteado en las proyecciones que había publicado en 2002 el conapo. Esto condujo a un ejercicio de conciliación demográfica que, como su nombre indica, intenta conciliar las cifras provenientes de distintas fuentes mediante su evaluación.
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Al respecto, cabe decir que por mucho tiempo se ha señalado una serie de problemas con las estadísticas vitales, especialmente con el registro de los nacimientos. En efecto, a pesar de haber tenido importantes avances en los últimos años, no todos los nacimientos se registran, o no se inscribe en el Registro Civil a los bebés al momento de que nacen, sino cuando resulta necesaria el acta de nacimiento para algún trámite, como la inscripción en el sistema escolar, o aún más tarde, para inscribir a los padres de un trabajador como dependientes en una institución de seguridad social. Solamente alrededor de 60% de los nacimientos se registran en el mismo año de ocurrencia y poco más de 20% al año siguiente. Otro problema recurrente es el registro múltiple, cuando una persona obtiene más de un acta de nacimiento. Por otra parte, también se da un subregistro de defunciones, particularmente de aquellas acaecidas a muy temprana edad y en localidades lejanas a las oficinas del Registro Civil. Por otra parte, no existen registros de la migración interna, y el carácter mayoritariamente clandestino de la migración internacional hace que los registros de entrada y salida en fronteras y aeropuertos sean de escasa utilidad. Dado que la población no suele reportar al Instituto Federal Electoral (ife) sus cambios de domicilio en cuanto éstos ocurren, tampoco resulta óptima la información del Registro Federal de Electores como fuente para estimar la migración.
De esta manera, se han realizado múltiples encuestas que han sido muy útiles en la medición de la fecundidad, la mortalidad infantil y la migración, así como de una serie de características socioeconómicas asociadas a estos fenómenos. Sin embargo, como todas las encuestas por muestreo, están sujetas a una variación estadística, es decir, los indicadores que arrojan traen consigo un intervalo de confianza, que puede ser mayor o menor de acuerdo al tamaño de la muestra. Entonces, tomando en cuenta todas estas fuentes de información, el conapo, junto con el entonces Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (inegi), y con la asistencia técnica de El Colegio de México, realizó un ejercicio de conciliación demográfica en el que se encontró que la mayor parte de las diferencias eran atribuibles a la inferencia que se hacía en las viviendas que tenían indicios de ser habitadas pero donde no se había podido aplicar el cuestionario. En esos casos, originalmente el inegi había asignado el número promedio de habitantes del total nacional, y al revisar la información proveniente de viviendas donde se tuvieron que hacer varias visitas para completar el cuestionario, se asignó un número menor.
Además, el conapo desarrolló una serie de consultas con expertos nacionales en los factores del cambio demográfico (fecundidad y salud reproductiva, mortalidad y migración), para establecer hipótesis sobre la evolución futura plausible de esos fenómenos. Un cambio importante en estas hipótesis tuvo que ver con la tendencia esperada de la fecundidad, especialmente entre las mujeres más jóvenes: los fuertes descensos que se preveían en las proyecciones de 2002 no se sustentaban ni con los resultados de las encuestas ni con la evidencia de programas de educación sexual y planificación familiar dirigidos a las adolescentes. Por otra parte, en ese momento se encontraba en su máximo histórico la emigración hacia Estados Unidos, y no había ningún indicio de que la tendencia al alza que se había venido presentando fuese a revertirse, ni de que iba a ocurrir la crisis financiera internacional. Sin embargo, algunos demógrafos1 habíamos estado insistiendo en que los niveles de la fecundidad eran mayores que los que consideraba el conapo en sus proyecciones, y había dudas de que hubiéramos alcanzado los niveles de esperanza de vida que se presentaban en los documentos oficiales, aunque no había evidencias sólidas al respecto.
De esta manera, si comparamos la estructura por edad y sexo resultante del Censo 2010 con la estimada en las proyecciones, vemos que las diferencias entre ambas no se distribuyen proporcionalmente, sino que se concentran especialmente en los dos primeros grupos de edad y en los grupos 15-19 y 70-74 para ambos sexos y 20-24 y 35-39 para mujeres, donde el recuento censal arrojó más población; en cambio, las proyecciones planteaban mayor población masculina entre los 25 y los 34 y entre los 40 y los 49 años de edad. Estas discrepancias resultan muy coherentes, por un lado, con los planteamientos de una fecundidad mayor a la estimada oficialmente en las proyecciones de población, y por otro con la drástica caída en la emigración que ha sido documentada desde 2005 por distintas encuestas, tanto mexicanas como estadounidenses.
Si nos referimos a uno de los componentes de la dinámica demográfica, la natalidad, y comparamos los nacimientos estimados en las dos últimas versiones de las proyecciones de población con los nacimientos registrados en las estadísticas vitales (y en los certificados de nacimiento, para 2009) y con las cifras que arroja el cuestionario ampliado del Censo 2010, vemos que la diferencia acumulada es de poco más de 2 millones de nacimientos, cifra que aumenta a 2 millones 392 mil 469 si eliminamos 2008, dado que una parte importante de los nacimientos ocurridos en ese año serán registrados en los tres años posteriores y aún no están disponibles los datos.
Así, buena parte de las diferencias entre el Censo y las proyecciones se podría explicar por uno de los componentes de la dinámica demográfica, la natalidad, y el resto podría resultar de la reducción de la emigración. De esta manera, si bien la dinámica de los componentes del crecimiento de la población es bastante predecible (mucho más que la evolución de la economía, por ejemplo), cada uno de estos componentes —fecundidad, mortalidad, migración interna e internacional y nupcialidad— requiere un análisis continuo a fin de evaluar las relaciones que guardan con la política social. Algunas de estas relaciones son bastante directas, como en el caso de la mortalidad y las políticas y planes de salud, sin embargo existen otros efectos que pueden darse en el mediano y largo plazos y que pueden ser resultado de la interacción de tales componentes. Éste es el caso, por ejemplo, de la fecundidad, cuya interrelación con los demás fenómenos demográficos, como la migración, tenemos que estar vigilando, para precisar el ámbito geográfico donde deben efectuarse acciones por parte del Estado en materia de vivienda, trabajo, localización industrial, comunicaciones, etcétera. En particular, se debe prestar atención al impacto que tienen las discordancias del Censo con las proyecciones anteriores en los indicadores de salud, educación y vivienda y tratar de ofrecer explicaciones de las causas.
El tener estas diferencias concentradas en las edades más jóvenes tiene un impacto directo en los indicadores de salud, y particularmente en las coberturas de vacunación, cuyas cifras se obtienen dividiendo el número de vacunas aplicadas entre la población potencial, la cual se calcula con base en las proyecciones de población elaboradas por el conapo, así como de las estimaciones que hizo El Colegio de México para la Secretaría de Salud de los nacimientos por sexo, lugar de ocurrencia y condición de seguridad social,2 también a partir de dichas proyecciones. Si dividimos el mismo número de vacunas —u otras intervenciones de salud— entre un mayor número de bebés, obtendremos una menor cobertura. Lo anterior resulta aún más importante al comparar la tasa de mortalidad infantil3 que arroja el Censo (8.3), con la planteada en las proyecciones (14.7). Es necesario entonces tener claro que el mismo esfuerzo programático será evaluado con una menor calificación. Algo similar pasará con la cobertura educativa: la proporción de niños y jóvenes que asisten al sistema educativo nacional se verá reducida, aunque haya aumentado el número absoluto de estudiantes inscritos. Un indicador que se vería afectado, pero de manera positiva, es la razón de mortalidad materna, un Objetivo de Desarrollo del Milenio cuya meta ya se había visto que no íbamos a alcanzar. Esta razón se calcula como el número de defunciones maternas entre 10 mil hijos nacidos vivos; al permanecer igual el numerador y aumentar el denominador, la razón disminuirá.
Una vez que el conapo y el inegi desarrollen una nueva conciliación demográfica —esperamos que con el concurso del gremio de los estudiosos de la población—, deberán publicar unas nuevas proyecciones de población que constituirán las cifras oficiales de población, las cuales serán la base para la evaluación de los programas de gobierno. Resulta entonces de la mayor importancia ser muy cuidadosos con la evaluación de las distintas políticas sociales y analizar los indicadores en el tiempo, para identificar y separar los efectos de los cambios en las poblaciones, fruto de la evolución de la natalidad, la mortalidad y la migración y del desempeño y la eficiencia de los planes y programas.
Por otra parte, resulta imprescindible tomar en cuenta la heterogeneidad de la población mexicana. Al aplicar a los datos censales una metodología de estratificación socioeconómica que combina la escolaridad relativa promedio y la actividad mejor remunerada de los miembros del hogar, así como las características de la vivienda,4 vemos que la dinámica demográfica es muy diferente según el grupo al que pertenezcan las personas, lo cual se refleja antes que nada en la distribución por edad y sexo.
Si nos referimos a la fecundidad por estratos socioeconómicos, podemos decir que las diferencias son considerables: la tasa global de fecundidad del estrato “Muy bajo” es de 3, la del “Bajo” de 2.6, la del “Medio” de 2 y la del “Alto” de 1.4, menos de la mitad que la del grupo más desfavorecido. Pero los estratos no solamente difieren en cuanto al número de hijos que tienen, sino también en la edad a la que los tienen. Mientras que las mujeres de los grupos “Muy bajo” y “Bajo” presentan lo que los demógrafos llaman un calendario de la fecundidad de cúspide temprana —la fecundidad alcanza su máximo en el grupo 20-24—, el estrato “Alto” tiene una cúspide tardía, y aplaza su fecundidad hasta los 30 a 35 años de edad. Las mujeres más pobres entran a la maternidad en promedio a los 21.5 años, las del estrato “Bajo” un año después y las del “Medio” 4 años más tarde, en tanto que las mujeres más ricas tienen su primer hijo hasta pasados los 30. Tenemos entonces que las mujeres de mejor condición socioeconómica tienen un comportamiento similar al de las europeas, con una tasa muy inferior a la necesaria para el reemplazo de la fecundidad, con una edad media de maternidad de 29.5 años, mientras que las mujeres más pobres tienen el doble de hijos, 3 años antes en promedio. Pero también quiere decir que, en promedio, las mujeres más pobres son abuelas a los 43 años y a los 65 serían bisabuelas; si consideramos que 35% de las mujeres de 65 años y más de este estrato presentan alguna discapacidad y 37% no tiene derecho a servicios médicos, las implicaciones para la atención a la salud y las necesidades de vivienda digna son enormes.
Encontramos estas diferencias también en la mortalidad, por lo menos en la proporción de hijos sobrevivientes, que es la que podemos medir con el Censo. Si bien tiene una variación muy pequeña comparada con la fecundidad, este indicador mantiene una relación inversa monótona con la estratificación socioeconómica, y si a las mujeres de entre 50 y 59 años de edad del estrato “Muy bajo” les sobreviven 91 de cada 100 hijos nacidos vivos, en el estrato “Bajo” la proporción aumenta a 93, en el estrato “Medio” a 96, y alcanza 97 en el “Alto”. La proporción de la población que presenta alguna discapacidad se duplica al comparar los estratos “Alto” y “Muy bajo”.
En lo relativo a los dos indicadores de migración que incluye el Censo, el lugar de nacimiento y el lugar de residencia cinco años atrás, también encontramos una relación con la estratificación socioeconómica, aunque en sentido contrario: mientras que la proporción de nativos de otra entidad, esto es que residen en una entidad federativa distinta de la que son originarios, aumenta según el estrato de 11.4 a 27.1%, el porcentaje de aquellos que cinco años antes vivían en una entidad distinta de la actual disminuye de 14.5 a 11.7% al pasar del estrato “Muy bajo” al “Alto”.
El resultado de la interacción de estos factores del cambio demográfico lo podemos apreciar en las pirámides de población: las correspondientes a cada estrato muestran una estructura muy joven en los estratos “Muy bajo” y “Bajo”, que reflejan una alta fecundidad; el estrato “Medio” muestra una población que ya ha reducido su fecundidad y que transita hacia el envejecimiento, en tanto que el estrato “Alto” refleja un estadio avanzado en la transición demográfica, comparable con los países industrializados. Las edades medianas de cada estrato son 24, 22, 29 y 33 años, respectivamente, una diferencia de 9 años entre el “Muy bajo” y el “Alto”.
Estas distintas estructuras por edades también dan como resultado diferentes esquemas de dependencia. 34.6% de la población es menor de 15 años en el estrato “Muy bajo”, y esa proporción se reduce a la mitad en el “Alto”. Algo que podría antojarse como paradójico es el mayor envejecimiento relativo del estrato “Muy bajo”, ya que 9.2% de su población tiene 65 años o más, contra sólo 4.2 % del “Medio”; el estrato “Alto” presenta el mismo nivel del promedio nacional: 6.3 %. Esto no quiere decir que haya una mayor longevidad entre los más pobres, sino que es el resultado de la composición por edad de los estratos. Pero lo anterior se refleja en la relación de dependencia: cuántas personas dependientes hay en cada estrato por cada 100 en edad de trabajar. Éste es un indicador muy discutible, puesto que supone que los menores de 15 años se encuentran estudiando y que los mayores de 65 ya están jubilados, un panorama en el que no existe el trabajo infantil y en el que hay una verdadera seguridad social, con cobertura universal y suficiencia en el monto de las pensiones, basada en la solidaridad intergeneracional, panorama que desgraciadamente no existe en nuestro país. Sin embargo, es de utilidad como indicador del esfuerzo que tienen que hacer las sociedades para atender dos grupos prioritarios: la niñez y la juventud, por un lado, y los adultos mayores por el otro.
El uso de este indicador ha llevado a hablar del bono demográfico, que de acuerdo a las proyecciones de población tendría su máximo —cuando es menor la relación de dependencia— en 2020. Lo que vemos en la gráfica es que hay una relación inversa muy marcada entre la dependencia y la estratificación socioeconómica: mientras que en el estrato “Muy bajo” encontramos que hay 78 dependientes por cada 100 personas en edad laboral, en el “Alto” sólo hay 31. Esto nos muestra la necesidad de diseñar y aplicar programas que atiendan prioritariamente a los grupos más desfavorecidos, recuperando el principio redistributivo de las políticas sociales: aunque se hayan dado grandes avances, las desigualdades nos obligan a pensar en varios Méxicos, unos muy cercanos a las sociedades industrializadas, otros sumidos en los rezagos y la pobreza.
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1 Ver Beatriz Figueroa Campos (coordinadora), El dato en cuestión. Un análisis de las cifras sociodemográficas, El Colegio de México, México, 2008.
2 Dirección General de Información en Salud (dgis), Base de datos de estimaciones de población 1990-2012, colmex. www.sinais.salud.gob.mx
3 El número de niños que no alcanzan su primer aniversario, por cada 1,000 nacidos vivos.
4 Ver Carlos Javier Echarri Cánovas, “Desigualdad socioeconómica y salud reproductiva: una propuesta de estratificación social aplicable a las encuestas”, en Susana Lerner e Ivonne Szasz, Salud reproductiva y condiciones de vida en México, Tomo I, El Colegio de México, México, 2008, pp. 59-113.
carlos javier echarri cánovas es doctor en Demografía. Se desempeña como profesor-investigador y Coordinador del Programa de Salud Reproductiva y Sociedad en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México.