En 1999 me dio un dolor de cabeza tan grave que perdí la conciencia. Pasé dos años usando y quizás abusando de fármacos diseñados para adormecer los sentidos y anular el dolor. Me entumí. Sin embargo, aunque el dolor no estaba presente, otros síntomas comenzaron a manifestarse como clara señal de la corrosión de mi cuerpo. Se me comenzó a caer el cabello a puños, mi audición gradualmente se desvanecía, comencé a perder la vista y a caminar con el apoyo de un bastón y, finalmente, acabé en silla de ruedas. Ya en esta etapa, decidí acudir a doctores para encontrar el origen de mi mal. Pasé otros dos años en esta búsqueda. Finalmente fue detectada una malformación arterio-venosa en mis cervicales, una hemorragia pequeña, latente pero letal. Tras un complejo y agresivo tratamiento y una aún más compleja y agresiva operación el problema fue resuelto. Sufrí daños irreparables que sigo padeciendo, pero encontré la paz.
Hay un tipo de paz que sólo se puede lograr después del conflicto y el combate. En México no entendemos esto. Hay voces, cada día en aumento, tanto en el gobierno como en la sociedad civil, que quisieran declarar la guerra en contra del crimen organizado como “causa perdida”. Son los que abogan por la negociación con los delincuentes, por la desmilitarización inmediata de las operaciones, abogan por la negación de una dolorosa realidad.
Estas voces, por bien intencionadas que resulten, buscan evitar, a cualquier costo, la necesidad de la confrontación. Se opacan ante el bullying del crimen organizado, prefieren declarar la guerra a un oponente menos intimidante y más restringido, como el gobierno federal o las fuerzas armadas. Dicen, de manera simplista, que la solución mágica a esta problemática es la legalización de las drogas, como si de un día para otro los cárteles fueran a volverse empresas socialmente responsables. Acusan faltas a la soberanía nacional por solicitar ayuda en esta lucha a nuestros aliados y corresponsables. Buscan, como yo lo llegué a hacer, entumir el dolor en vez de buscar y tratar la causa. Se dicen activistas de la paz, pero lo que realmente buscan es la vuelta a un nostálgico status quo del pasado.
No se puede curar una malformación arterio-venosa con aspirinas y morfina; el dolor quizá se controle, pero bajo los tejidos de la piel la enfermedad avanza y lo único que se logra al seguir por esa ruta es desperdiciar el tiempo.
En su ensayo “On Lost Causes” (“Sobre las causas perdidas”), Edward Said argumentaba que la vocación intelectual no debe ser deshabilitada por un sentido paralizador de la impotencia política, ni debe ser impulsada por un optimismo ilusorio y sin razonamiento. Tomando esto en cuenta, resulta necesario también criticar la narrativa que presentan a la sociedad aquellos actores que abogan ciegamente a favor de la estrategia en marcha. La campaña triunfalista que diariamente escuchamos a través de medios y pronunciamientos es otra forma de negar la situación actual. Si bien unos intentan de manera simplista entumir el dolor, los otros intentan decirnos que éste ni siquiera existe, porque la batalla la estamos ganando.
Es preciso y urgente que nuestros líderes nos den un diagnóstico real, que nos ayuden a aglutinar la fuerza y el temple necesarios para vivir con la esperanza de vencer. La paz que tanto añoramos los mexicanos ni está a la vuelta de la esquina ni es realizable de manera inmediata, pero sí existe y es alcanzable; para lograrla hay que luchar por ella con la misma ferocidad y determinación que aquellos que buscan negárnosla. Como bien decía Alfred Lord Tennyson en las últimas estrofas de su poema “Ulises”:
Aunque mucho se nos ha restado, mucho aún nos queda.
No somos aquella fuerza que en los viejos tiempos
Movía la tierra y el cielo. Somos lo que somos,
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitado por el tiempo y el destino, pero fuerte en su convicción
Para luchar, buscar, e contrar y no ceder.
Lo repito. Hay un tipo de paz que sólo se puede lograr después del conflicto y el combate. Yo lo sé. Lo saben los alcohólicos en recuperación. Lo sabe el pueblo egipcio. Lo está aprendiendo el pueblo libio. Lo tiene que aprender México.
ROBERTO MORRIS es autor de los libros Autobiografía de fracasos (México, 2007) y Poemas plásticos (Ediciones Sin Nombre, México, 2011).
Mi buen Morris,
Que bien aterrizada la realidad de este país.
Y el reflejo cotidiano de la opacidad del pueblo entero y de la polarización que existe en este México, en todos sus rincones, su sociedad entera, los grupos políticos. La sociedad civil que vemos pasar y somos parte de la corrupción, gracias a nuestra cultura, nuestro analfabetismo producto de nuestro sentir ya conquistado, historicamente. Sumiso, «sí señor» en fin… mi Morris . Tu artículo me llena la mente de tantas cosas que somos como país, como pueblo que se lo esta cargando la chingada… y que falta poco, para que venga la verdadera marea fuerte. Ojalá suceda el choque que mencionas y efectivamente nos independicemos de las cadenas históricas y seamos capaces de exigir, sumando esfuerzos, lo que efectivamente nos correponde como pueblo, la equidad y la aplicación de las garantías individuales, mencionada como el derecho de cada ciudadanos mexicano, en su constitución. Y asumamos en su conjunto la responsabilidad que ello conlleva, el derecho a la libertad.
bla, bla bla… Un abrazo Morris.
COZZI Carlos
Luchar si, es necesario y con todas las fuerzas, pero nunca lograríamos ganar una guerra contra la miseria moral de este país con las armas y estoy convencido que es mas importante dar herramientas al pueblo de México como educación, escuelas, carreteras, trabajo asistencia medica y verdaderos valores morales para que ningún ciudadano sienta la necesidad de agregarse al crimen para sobrevivir.
Morris,
Excelente articulo. Tienes toda la razón. Debemos de luchar todos los dias para que pueda llegar esa paz que tanto añoramos.