Por lo general, las revisiones que se han hecho del proceso democratizador que ha vivido el país han puesto el acento en los protagonistas políticos: los presidentes, el Congreso y los partidos. Sin embargo, también han comenzado a publicarse trabajos en los que se reconoce la importante participación de la sociedad, sus movimientos y organizaciones en la construcción democrática. Entre ellos destaca el libro de Sergio Aguayo Quezada, Vuelta en U. Guía para entender y reactivar la democracia estancada (Taurus, México, 2010). En él, Aguayo explica el tránsito político del país desde 1910 hasta la actualidad a través de cinco variables principales: la transformación de la estructura económica, el papel de la información, la descomposición del bloque económico gobernante, la conquista de la autonomía individual y grupal y el factor externo. Como un volumen complementario a ese esfuerzo interpretativo, Aguayo también publicó La transición en México. Una historia documental 1910-2010 (Fondo de Cultura Económica, México, 2010), recopilación de más de 6,000 textos de autores diversos relativos al desarrollo político del país. Sostuve con el autor una charla acerca de ambos volúmenes. Entre otros temas, abordamos los siguientes: el papel de los partidos, la sociedad civil y el presidencialismo en la transición; el auge del crimen organizado, el mal funcionamiento de la democracia y las posibilidades de hacerla avanzar.arm
Ariel Ruiz: ¿Cuáles fueron la intención y los motivos que lo llevaron a escribir y publicar este par de libros?
Sergio Aguayo: Fue el desencanto que me causó el gobierno de Vicente Fox, así como constatar y observar cómo la alternancia y las consecuencias de la democracia se iban desdibujando y empezaban a traer resultados que no habíamos anticipado. Lo que me propuse fue entender —primero para mí mismo, porque realmente éste es un proyecto muy personal— lo que había pasado. A medida que iba comprendiendo las fuerzas que se habían desatado con la alternancia, busqué explicarlo a la sociedad. Estos libros no fueron hechos pensando en los gobernantes ni en los políticos, sino en la sociedad.
Pensé que iba a ser un proyecto más breve, pero se extendió y de hecho fueron siete años los que me llevó concluir ambos; y son libros gemelos porque fue tanta la información que iba obteniendo para Vuelta en U que en un momento dado decidí hacer una historia documental de la transición. De allí viene La transición en México, que consta de 6 mil 208 documentos, la mayor parte de los cuales están en un disco dvd. Ése fue el origen de los dos libros.
¿Cómo debemos entender la transición mexicana? Muchos de los transitólogos mexicanos dan diferentes periodizaciones, y algunos ubican su inicio en 1968, otros en 1988, por ejemplo. Pero su historia documental hace referencia a 1910, lo que establece un periodo de un siglo.
Entiendo que se pongan diferentes años porque depende de la variable que se tome; yo empecé en 1910 porque ese año fue la primera elección moderna que hubo en México y que desemboca en un fraude. Había habido fraudes antes de 1910, pero en ese año Francisco I. Madero logró crear un partido político moderno y desarrolló una campaña moderna, porque él traía la experiencia de otros países y, en consecuencia, con el Partido Nacional Antirreeleccionista impulsó una elección diferente. Fue a partir de ese momento que se inició la búsqueda —en la que llevamos un siglo— de elecciones limpias y confiables, por las cuales tengamos gobernantes que resuelvan ya no sólo los problemas electorales y la limpieza de los comicios sino también los enormes problemas del país.
Ésa es la razón por la cual tomo un siglo, aún cuando el estudio profundiza a partir de 1963, porque en ese año hubo una reforma electoral para crear a los diputados de partido, lo que respondió a la movilización popular de las huelgas de 1958-1959.
Entiendo los criterios utilizados por otros colegas, pero en los dos primeros capítulos doy los fundamentos teóricos de Vuelta en U para explicar por qué creo que hay que tomar todo el siglo y cómo, a partir de 1963, se va acelerando la búsqueda del sueño original de Madero de conseguir elecciones confiables.
Creo que su visión de la transición en el libro es muy desencantada. Un elemento básico en la democracia son los partidos políticos. Usted explica que éstos han sido instrumentos de manipulación para el control social, y estima que han perdido su vocación social. ¿Qué ha pasado con los partidos en la transición?
Yo no siento que mi visión sea tan negativa; sí creo que es muy severa, basándome en la información, porque no hay ninguna afirmación que aviente de la nada, sino que hay un fundamento fáctico y teórico. Lo que sucede es que el régimen autoritario dio una respuesta muy astuta y corruptora a los impulsos democratizadores de la sociedad, porque a cada movilización social respondió con una reforma electoral que ponía en el centro de los privilegios a los partidos; es decir, la que ha pagado el costo de la transición ha sido la sociedad, porque han sido movimientos sociales los que han provocado las reformas electorales, pero cada una de éstas le daba protagonismo a los partidos y no a la sociedad. Entonces los partidos estaban en deuda con el régimen, con el Presidente o con el sistema, y no con la sociedad; en consecuencia, se fue dando un alejamiento que se profundiza después de 1996, cuando se quintuplica la cantidad de dinero que reciben los partidos de las arcas estatales. El régimen autoritario, de una manera muy astuta, encontró la fórmula para neutralizar las exigencias sociales y meterlas en el ámbito electoral, monopolizado por partidos que le deben más lealtad al sistema que a la sociedad.
Ése es el mecanismo que se utiliza, y yo no sé si sea sombrío el dictamen, pero ciertamente no es injusto porque eso es lo que nos dice la historia. Eso fue lo que pasó, y si la sociedad quiere emanciparse de esta servidumbre a la cual fue metida por el gobierno y los partidos, tiene que entender lo que está pasando.
El tema de actualidad es la inseguridad, el embate del crimen organizado, sobre todo del narcotráfico. Usted hace señalamientos fuertes: la democratización vino acompañada por el auge del narcotráfico y del crimen organizado. ¿Por qué la democracia vino de la mano del narcotráfico?
El crimen organizado y los cárteles de la droga no son el único caso de grupos de poder que se beneficiaron con la alternancia y con la democratización; de hecho, ése ha sido el patrón, porque en la medida en que se ha roto el presidencialismo autoritario el poder se ha distribuido y resquebrajado: empezó a irse para todos lados, y quienes se han beneficiado son los grupos de poder. Los grupos de poder que ya existían ganaron y la sociedad se ha beneficiado muy poco.
Lo que sucede con el crimen organizado también lo encontramos con las grandes fortunas que se acumularon al resquebrajarse el modelo económico, por ejemplo las de televisoras o de sindicatos como el de los trabajadores de la educación. Es decir, no es un fenómeno aislado sino que es parte de un patrón en el cual los partidos políticos también se beneficiaron porque el poder ha sido lanzado para todos lados, y lo agarran quienes han tenido la capacidad para atraparlo. Hay algunos grupos que están mejor preparados que otros para eso, como los cárteles del crimen organizado, que han florecido y se han consolidado en donde ya estaban presentes, y luego se han expandido. Es como si el sistema autoritario, presidencialista y centralista fuera una galaxia. Al explotar, sus partes son atrapadas por otras galaxias que crecen.
Eso es lo que ha sucedido, y sí es una tragedia, una vergüenza y una pena porque quienes padecemos esta destrucción de la galaxia autoritaria somos los ciudadanos, aunque sí recibimos algunos beneficios.
A diferencia de otros trabajos sobre la transición mexicana, su libro enfatiza que fue la sociedad civil la que la empujó, cuando menos desde los años setenta del siglo pasado con los derechos humanos. ¿Qué ha pasado con esa sociedad civil en el tránsito democrático?
En parte se desmoviliza, en la medida en que se cumplió una de las metas; el movimiento cívico orientado hacia las elecciones partía de la creencia de que cuando hubiera alternancia, cuando llegaran otros partidos al poder, habría un buen gobierno. Lo mismo se pensaba en el caso de los gobernadores y del federalismo: cuando hubiera presidentes municipales del pri, del pan, del prd o de cualquier otro partido mejoraría el gobierno, y la sociedad civil, por lo tanto, habría cumplido con su cometido. La elección de Vicente Fox marca una larga etapa de dispersión de esta sociedad civil. No desaparece, porque sigue existiendo de manera desigual —hay diferencias por estado—, pero se dispersa.
Existen las condiciones para la recomposición, para un reagrupamiento de la sociedad civil en esta nueva etapa en la que estamos entrando. El sistema creado por la alternancia y la redistribución del poder entró en crisis muy pronto, porque lo que estamos viendo es una crisis sistémica en la cual la distancia entre gobierno, partidos, poderes fácticos y sociedad es enorme y se expresa de múltiples maneras.
Entonces, sí creo que si uno sigue las variables que empleo de manera lógica, están dadas las condiciones para que en los próximos años haya un reagrupamiento de la sociedad civil en torno a algunos nuevos temas: ya no van a ser necesariamente los de elecciones limpias y confiables, sino transparencia, rendición de cuentas, medio ambiente, distribución del ingreso, equidad e igualdad. Hay una gran cantidad de asuntos que van a ser los nuevos polos en torno a los cuales se va a dar el reagrupamiento que, en mi opinión, es inevitable por la profundidad de la crisis que se está viviendo.
Otro asunto que plantea en el libro es el del poder de los presidentes en la transición, pese a todo. ¿Qué tanto ha pesado en esto lo que Daniel Cosío Villegas llamaba “el estilo personal de gobernar”? En el libro habla de Miguel de la Madrid y su lealtad al régimen, de Salinas y sus deseos de control político desde la liberalización económica, de Ernesto Zedillo, al que usted reconoce como el presidente más democrático, y de Fox y su liberalismo político a ultranza, por ejemplo.
A partir de Gustavo Díaz Ordaz, las acciones de los presidentes han llevado a la gradual destrucción del sistema político existente. Han sido excelentes en la demolición del sistema, y muy malos en la construcción de un régimen democrático; es decir, son unos virtuosos en el desmantelamiento del viejo régimen, pero han sido incapaces de crear un sistema democrático. Cada uno ha tenido sus peculiaridades, porque si uno toma a partir de Díaz Ordaz y su dureza excesiva, que fue muy negativa para la sociedad, podríamos seguir revisando a cada presidente, como lo hago de hecho en el libro. Sin embargo, no me centro en el presidencialismo sino que sólo lo menciono como referente.
Creo que ha sido un error en el estudio de la transición darle demasiado énfasis a las acciones del Presidente, ya que se olvidó el peso que jugaron otros actores, a los que yo sí incorporo. Voy a mencionar sólo a tres muy institucionales: las fuerzas armadas, la jerarquía católica y los empresarios. Desde los años setenta, es clarísimo cómo fueron adquiriendo autonomía frente al presidente, y cómo éste es cada vez más incapaz de controlarlos. En el volumen, presento una buena cantidad de documentos que muestran cómo estos actores fueron adquiriendo fuerza. Así, hubo un momento en el cual los presidentes tuvieron la capacidad para decirles lo que debían hacer, y tal vez un caso muy obvio es el de las televisoras: Emilio Azcárraga Milmo se declaraba “soldado del pri”, pero yo creo que ya con Fox el líder de esa empresa tenía muy poco de soldado, ya es un general capaz de poner distancia frente al Presidente y de establecer ciertas condiciones.
Cuando se toman estas variables, cuando se incorpora la autonomización de las fuerzas políticas y sociales, se le da un mejor peso al papel que tiene el presidente. Ya dentro de esta reconceptualización, el presidente del “estilo personal de gobernar” sí tiene importancia, pero no tiene la centralidad que le daba Cosío Villegas, porque cuando éste escribió su primer libro sobre Echeverría en 1973, El estilo personal de gobernar, hablaba de un Presidente en su mayor esplendor; pero si don Daniel viviera, me parece que también reduciría la centralidad que le dio al presidente de la República.
Vamos a la sociedad en general. Usted menciona que las personas que estarían comprometidas con el cambio conforman sólo un 17 por ciento.
De adultos, aproximadamente.
Usted también señala que “los menos favorecidos dan poca importancia a la democracia”. Efectivamente, primero está la supervivencia, por encima de los derechos; utilizan su voto como una moneda de cambio para obtener algún beneficio inmediato. ¿Cómo cambiar esto en un país donde más de la mitad de la población vive en la pobreza y en la miseria?
Esas cifras son el juicio más severo a la incapacidad de los partidos, los gobernantes y las élites para construir una democracia. Dije antes que los presidentes han sido excelentes para la demolición y pésimos para la construcción, y creo que esas cifras lo demuestran, porque la mala distribución del ingreso se mantiene, las clases medias pagan más impuestos (isr e iva) que las empresas más grandes del país. Es decir, estamos ante otra forma de medir el hecho brutal de que la democracia mexicana no está funcionando. Eso es lo que demuestro con cifras, evidencia y documentos.
Es terrible y en parte es, por supuesto, responsabilidad de la sociedad, pero también es en buena medida responsabilidad de los gobernantes, porque si una sociedad no tiene los recursos para ejercer plenamente su ciudadanía, es lógico que se preocupe más por la supervivencia, que a veces viene a través de la delincuencia, lo cual no es justificable pero sí entendible.
En el último de los casos, lo que yo hago es analizar una realidad. El crecimiento del narcotráfico se debe a la alternancia, pero también a la pobreza, a la vecindad con Estados Unidos: es una suma de factores. No hago un análisis simplista unicausal en el cual diga: “El crimen organizado es la consecuencia del rompimiento del pacto entre los gobiernos del pri y los cárteles”. Este análisis complejo conduce a una conclusión: estamos ante una crisis que afecta a todo el sistema y a todas las instituciones.
Su balance de la transición mexicana es sombrío. ¿Qué aspectos positivos le encuentra a nuestra democratización? ¿Qué ha ganado la sociedad?
La descripción de la realidad sí podrá ser cruda, pero yo no siento que sea pesimista. Me parece que la magnitud de la crisis exige que veamos sin miedos ni hipocresías lo que está pasando, porque en la medida en la cual confrontemos esa realidad, será posible diseñar las acciones para reactivar la democracia, y creo que estamos en una etapa extraordinaria para su renacimiento. Veamos, por ejemplo, la libertad de expresión: ahora sí hay todas las posibilidades de decir lo que uno piensa; también podemos acceder a información pública; gradualmente, está siendo posible utilizar la legalidad para defender los intereses ciudadanos; tenemos el voto (en algunas regiones tiene más peso que en otras, pero sí tenemos la posibilidad de usarlo); podemos organizarnos; estamos abiertos al mundo, van y vienen las ideas, y un sector de la población está cada vez más consciente y decidido a participar.
Es decir: de acuerdo a la información que presento, la actual podría ser una etapa de oro para la participación ciudadana; falta que la ciudadanía aproveche las circunstancias, ése es el reto que tenemos para los próximos años. De hecho, para mí se inicia otra etapa de la transición: no considero que esté concluida porque todavía falta que hagamos que esta democracia funcione.
Entonces, creo que aún cuando la descripción del momento en que estamos es cruda, las posibilidades que tenemos para salir adelante son muy buenas. No será fácil. No se trata simplemente de un problema de voluntad individual o colectiva; se requiere disposición de aquellos sectores conscientes de la población para aprovechar los espacios y ejercer la ciudadanía a plenitud.
Quienes nos gobiernan forman parte de una minoría que controla la institucionalidad, la cual está en crisis, resquebrajada en su legitimidad, desestructurada y desorganizada. Será una década, cuando menos, extraordinariamente difícil para la sociedad, pero sí es posible crear islotes de participación que nos permitan proteger lo que hemos alcanzado, sobre todo en algunas ciudades.
Este relato es agridulce porque yo creo que tiene cosas positivas y la lucha de la sociedad mexicana ha sido extraordinaria. No siento haber sido mezquino con nadie, a todos les reconozco el mérito que tuvieron en la construcción de la transición, pero reservo el protagonismo para una nueva alianza de sociedad, medios de comunicación, académicos, funcionarios y comunidad internacional que estén dispuestos a relanzar la democracia. Ése es el relato general. El relato particular corresponde a cada grupo y movimiento que ha participado.
Usted pone el acento en el Distrito Federal.
Para mí, esta transición empieza en el DF.[Transiciones] anteriores, como la Independencia, la Reforma y la Revolución, se iniciaron en otras partes de México; pero esta transición se inicia en la Ciudad de México, de eso tengo la evidencia que presento, y creo que están dadas las condiciones para que el df se convierta en el punto de irradiación de soluciones que pueden ser retomadas en otras partes de México y utilizadas para un objetivo común. Ése es el reto de los próximos años.
No necesariamente lo entienden así los gobernantes y partidos del df, pero para mí es muy claro que aquí hay un capital social mucho más sólido que en otras partes de México, aún cuando existe también en otros lugares, porque la nueva etapa será encabezada por las clases medias educadas de las ciudades. No doy opiniones, doy cifras; alguien me podrá cuestionar la lectura que hago, pero tendrá que emplear información para refutarme, porque además no está basada solamente en opiniones.
¿Qué encontrará el lector de La transición en México. Una historia documental?
Hay tres ejes en los dos libros: uno, el debilitamiento del régimen autoritario; dos, la autonomización de fuerzas de todo tipo, positivas y negativas, y tres, el peso del factor externo. En Vuelta en U incluí otras variables, como el papel de las negaciones, por ejemplo, que no es incluido en la historia documental porque es posible pero muy difícil documentarlo. La transición en México es un esfuerzo mucho más amplio por presentar documentos que puedan servir para periodistas, profesores universitarios e investigadores. Pongo un ejemplo: están todos los desplegados políticos que publicó Proceso de 1976 a 2009, una selección de documentos de La Nación, la revista del pan, 250 documentos de la guerrilla, etcétera.
El criterio que seguí fue el de integrar una historia coherente, y casi todos son fragmentos de documentos. Pero no fue aventarlos así nada más para que los lectores los descifraran: a cada documento le pongo un comentario que es mi punto de vista. Luego, en el dvd, están todos los documentos enteros para que cada quien los interprete. Entonces, si un día quieres escribir un texto sobre Lucio Cabañas, entra y escribe en el dvd el nombre y te van a aparecer todos los documentos en los que aparece ese personaje. Así puedes encontrar los documentos de un buen número de los actores importantes en la transición.
De esa forma, el relato es simple, la elaboración compleja y el sustento documental enorme. Además de los documentos también está la información de cifras, estimaciones, y hay otra que no aparece en ningún otro lado.
Son dos obras complementarias que le permiten a todo aquel preocupado por México entender por qué estamos en la situación en la que nos encontramos, cuáles fueron las fuerzas que crearon esta situación y qué podemos hacer para enfrentarla.
Finalmente, en lo personal y en la vida pública mexicana, ¿qué significado le otorga usted a Este País?
No sé si sepa pero fui el primer Director Editorial de Este País. Ayudé a concebirla, luego la vi nacer y sigo siendo accionista. En consecuencia soy algo parcial. Dicho esto, considero que Este País ha jugado un papel importante en la difusión de una cultura fáctica en la cual las encuestas de opinión tienen un papel fundamental. Ha servido también para promover la cultura de transparencia y rendición de cuentas.
Ariel Ruiz Mondragón es editor. Estudió Historia en la unam. Ha colaborado en revistas como M Semanal, Metapolítica y Replicante.