Samuel Lichtensztejn,
Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial: Instrumentos
del poder financiero,
Universidad Veracruzana,
Xalapa, 2010, 246 pp.
El subtítulo del libro promete picantes revelaciones sobre oscuras intrigas que, probablemente, convencerán al lector sobre la historia de manipulaciones que los grandes grupos financieros han ejercido sobre ambas instituciones a lo largo de la historia. Nombres, anécdotas, pruebas documentales sobre influencias ilegítimas: la gran conspiración financiera-capitalista para incrementar desmedidamente las ganancias de los oligarcas del mundo, vía la explotación de pueblos ya de por sí oprimidos.
Sin embargo, la lectura del libro resulta anticlimática. Un subtítulo más adecuado hubiera sido: “Breve historia y nuevos retos”, o algo así. En ese tenor el libro funciona, pero en sus intentos por demostrar cómo el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) han sido meras fachadas para ocultar aviesas intenciones, resulta tibio, contradictorio y, por ende, poco convincente.
Recordemos la historia: en la primera mitad del siglo XX, Europa llevó a cabo, casi con éxito, dos intentos de suicidio. En ambas ocasiones, cerca del conteo final, Estados Unidos (EU) tuvo que intervenir, aportando mucho dinero, armamento y equipo, así como las vidas de sus soldados. En el segundo caso, el colofón fue horrorizante, con las dos bombas atómicas sobre el aliado asiático del Eje.
Además del enorme costo humano y de las cicatrices indelebles, las guerras dejaron tras de sí un absoluto desarreglo económico. Al acercarse la victoria final de los Aliados, se llevó a cabo la reunión de Bretton Woods que, en palabras de Lichtensztejn, “gestó un código de conducta para las políticas económicas de los países con problemas de balanza de pagos” (p. 27).
Se trataba de “una clara reacción ante las anteriores políticas bilaterales y proteccionistas”
(p. 27) que, en alguna o mucha medida, habían estado en el origen de la Primera Guerra Mundial y que persistieron en el periodo de entreguerras. Claramente, eu emergió de las guerras como la gran potencia mundial, sobre todo en materia económica, donde la competencia soviética era menos aguda que en lo político-militar. Un ejemplo: en 1938, eu tenía 55% de las reservas de oro registradas mundialmente, cifra que se incrementó a 70% tras la guerra.
No sólo eso: su aparato industrial se desarrolló hasta cambiar de fisonomía, y tras la globalización de la guerra vendría de inmediato la globalización de la economía y las finanzas. Los viejos arreglos basados en la libra esterlina del Imperio Británico, y el caos 1914-1944, no servían para nada en las nuevas circunstancias, y dada la situación, la única respuesta viable era un patrón oro-dólar, que poco a poco se fue convirtiendo simplemente en un patrón dólar y que hoy, ciertamente, enfrenta fuertes retos que el FMI deberá atender, además de los estrictamente derivados de la crisis.
No sorprende, pues, que EU haya sido desde un principio el país dominante en la toma de decisiones de ambos organismos, y que sus visiones sobre la economía se impusieran. Lo contrario hubiera sido más que extraño. Un recuerdo más: no existía el concepto de “países en vías de desarrollo”, sino todavía muchas colonias europeas que se fueron independizando.
Por cierto, esa dominación se ha ido reduciendo conforme la distribución de poder en el mundo se modifica: en el caso del FMI, de 25.4% de los votos de eu en 1959 se ha pasado a un 16.77% en 2009, que todavía le garantiza, por un margen mínimo, derecho de veto ante decisiones “que pueden alterar la estructura de poder y/u operaciones de esa institución” (p. 134), es decir, enmiendas a los artículos del acuerdo constitutivo, para lo cual se requiere 85% de los votos.
Otra forma de control a la que se refiere el autor es el arreglo respecto de la titularidad de las organizaciones: el FMI para europeos (con un Deputy Managing Director norteamericano, y poderoso), y el BM para EU. Todo parece indicar que dicha tradición se conservará por el momento, tras la salida en circunstancias más que conocidas de Dominique Strauss-Kahn de la dirección del FMI, con la llegada de otro personaje europeo, probablemente la Ministra de Finanzas de Francia, Christine Lagarde, pero es muy posible que en el futuro cercano el resto del mundo exija un cambio a la costumbre.
Ahora bien: es claro que, desde su creación, los organismos han sido fuertemente influenciados por las políticas de eu, y en todo caso también de sus aliados. ¿Quiere eso decir que el FMI y el BM han sido simples títeres de la comunidad financiera capitalista? ¿Que han sido los culpables de las crisis, viejas y nuevas, que han azotado al mundo?
Difícilmente. Una cosa es decir que las instituciones de referencia han tenido una forma de entender la economía que, como cualquier otra, es debatible; que se han equivocado, y que han recibido presiones políticas por parte de quienes las financian y proveen de ejecutivos, y otra muy diferente “culpar” de las crisis financieras a un fondo de estabilización de tipos de cambio y mitigación de problemas de balanza de pagos, y a un banco sui generis que presta para proyectos de desarrollo.
Ni el FMI ni el BM presionaron a Luis Echeverría y López Portillo, ni a otros jefes de gobierno en América Latina, por ejemplo, a meterse en los gravísimos problemas de balanza de pagos que fueron la marca de las décadas de 1970 y 1980, ni diseñaron las privatizaciones corruptas de Rusia, ni tomaron las decisiones que han estancado a Japón largo tiempo ni, por cierto, serán culpables si la economía china llega a entrar en zona de turbulencia algún día.
Eso sí, la cura suele doler. ¿Ya nos queda claro (ojalá esta vez sí, aunque lo dudo) que las orgías de liquidez, exceso de demanda, desregulación insensata, captura regulatoria, endeudamiento extremo y, en general, falta de prudencia financiera resultan, siempre, en unos cuantos, muy pocos, que se van con los bolsillos hinchados mientras el resto del mundo se hunde en el desempleo y la pobreza?
A las pruebas me remito: ahora resulta que los países antiguamente llamados “del Tercer Mundo” siguen aplicadamente muchas de las viejas recomendaciones del Fondo y el Banco, y les va muy bien con ellas, mientras que los países ricos desoyeron todo llamado a la cautela y sus poblaciones lo pagan caro y con sufrimiento.
En síntesis: se trata de un libro claro y legible, que sirve como una buena referencia sobre la historia, el funcionamiento y el desarrollo de ambos organismos. Incluye secciones muy interesantes sobre los distintos debates, dilemas y momentos definitorios por los que han pasado, en particular el BM, que tiene una agenda más diversificada y tangible que el FMI. De hecho, es justamente el relato de tales dilemas, equivocaciones y correcciones, lo que hace poco convincente la idea de dos herramientas de cruda manipulación. Da la impresión que el propio autor así lo va entendiendo y le quita entusiasmo a su alegato.
Guillermo Máynez Gil (Torreón, 1969) es maestro en Estudios Internacionales por la Universidad Johns Hopkins. Su carrera profesional ha transcurrido por el gobierno federal, el sector privado y la consultoría. Ha publicado en El Economista y Nexos.