En países como México, las ilusiones y demandas de la juventud muy pronto se dan de frente no sólo con la falta de oportunidades reales sino también con riesgos como la trata, las adicciones y el abuso de las autoridades. La autora analiza la realidad desoladora que enfrentan millones de mujeres y hombres entre las edades de veinte y treinta años.
Veinte años evocan juventud; por una parte la juventud que celebramos de nuestra revista, pero también la otra juventud, la juventud de este país, de aquellos que nacieron el mismo año, cuyos progenitores probablemente iniciaron la formación de su núcleo familiar durante la década pérdida de los ochenta. Para esta juventud, al nacer ya se había esfumado la oportunidad de ser un bono demográfico para México, bono que alude a las condiciones favorables, sin precedentes e irrepetibles, de las generaciones que ingresarían al mercado de trabajo en momentos en que como población económicamente activa tendrían que sostener, en términos relativos, a pocos inactivos (pocas niñas y niños, por el descenso de la fecundidad iniciado en la década de los setenta, y pocos adultos mayores dependientes, porque la presencia de éstos en la población sería proporcionalmente significativa a partir de la segunda década del siguiente milenio). El bono demográfico se convirtió en un pagaré demográfico que en algún momento tendremos que liquidar; no se ha hecho realidad porque desde los años ochenta quienes llegaron a la edad de trabajar no consiguieron trabajo y continuaron como dependientes económicos de aquellos que debieron retirarse de la vida activa pero no lo hicieron por falta de una pensión de jubilación.
La población no es una abstracción imaginada ni un agregado estadístico. La población condiciona el desarrollo del país y redunda en la vida cotidiana de la gente, de cada una de las personas que habitan en las distintas comunidades del territorio y bajo un techo que comparten con otros con fines de abrigo y sustento.
En los veinte años transcurridos desde que vio la luz Este País han ocurrido en México transformaciones que se expresan en los tres componentes básicos de la dinámica demográfica: fecundidad, mortalidad y migración. En esta efeméride, quisiera hablar de algunas de las manifestaciones de esos tres componentes y referirlas a un grupo específico de la población, las jóvenes y los jóvenes, usando como pretexto las probabilidades.1
Los jóvenes y las probabilidades
Me referiré especialmente a quienes están en sus veinte y treinta años.
Con base en la información dispersa disponible, es posible afirmar que son millones los jóvenes que viven segregados en las ciudades mexicanas, en espacios que se caracterizan por su pobreza, falta de servicios y violencia, donde los lugares para practicar deportes y divertirse son insuficientes y están descuidados. Para reunirse con sus pares deben buscar lotes baldíos o viviendas y locales abandonados, lejos de la vista de los demás, lo que los hace presa fácil de grupos delictivos. Aquellos que habitan en zonas rurales sobrellevan, además, el aislamiento de sus comunidades. Tanto en el medio urbano como en el rural los vecinos de estos jóvenes comparten una misma condición de vida, al igual que los vecinos de sus vecinos.
Sus hogares pueden incluir un núcleo familiar o estar formados simplemente por un grupo de “corresidentes” que comparten la vivienda por razones prácticas, sin tener entre sí ningún vínculo de parentesco. Un buen número de estos jóvenes pertenece a hogares “feminizados” porque sus madres son mujeres maduras que se convierten en sostén de la casa cuando el marido emigra, se va con otra, está en la cárcel o simplemente rehúye sus responsabilidades. Estas madres sojuzgan a sus hijas jóvenes, especialmente cuando han tenido hijos fuera del matrimonio y se ven obligadas a solicitar su apoyo; los varones, hijos de estas madres, antes que convertirse en el hijo parental que debe asumir las responsabilidades del padre ausente, buscan con cualquier excusa dejar el hogar materno.
En la vida diaria, los jóvenes, mujeres y hombres, “cuando eligen no siempre lo hacen objetivamente”. Estudiar este problema mereció para Daniel Kahneman el Premio Nobel de Economía en 2002: “Por haber integrado los avances de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que se refiere al juicio humano y a la adopción de decisiones bajo incertidumbre”. Diversas investigaciones sociodemográficas han mostrado que las decisiones de los jóvenes se basan en conjeturas sobre el futuro, resultado de representaciones sociales que elaboran sobre la realidad.
La emigración a Estados Unidos, cuyos riesgos suelen desestimarse, es casi un rito de iniciación en diversos estados expulsores, como Guanajuato, Jalisco, Zacatecas, Oaxaca y Durango, y más recientemente en otros como Querétaro, Veracruz y el Estado de México. Se insiste en que en México hay puestos de trabajo para ellas y ellos; lo que no se reconoce es que en Estados Unidos el pago por hora será, en el peor de los casos, por lo menos siete veces el que podrían conseguir, con buena suerte, en nuestro país.
En relación con el trabajo en México, sobrevaloran la probabilidad de lograr un contrato laboral bien pagado, aún cuando carezcan de conocimientos y experiencia. Aspiran a instalar un negocio propio pensando que el problema es tener capital, sin imaginar que ingresan a un mercado implacable donde “primero es la venta, después la cobranza y finalmente la producción”, secuencia contraria a la indicada por la lógica de quienes no están en ese medio. Ni qué decir que para convertirse en empresarios deberán definir quién es su cliente y cuál es la visión y misión de su negocio, y llevar a cabo el obligado análisis foda (fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas), además de cumplir con muchas otras exigencias.
Se dice que buena parte de la juventud de hoy son ninis, aludiendo a los millones que “ni estudian ni trabajan”. Son un contingente que en 2011 está en edad de incorporarse a la actividad económica, pero con baja escolaridad y sin oportunidades laborales. Esta realidad no es nueva: ya al inicio de la década de los noventa, en una investigación de El Colegio de México, detectamos a jóvenes que denominamos “desocupados precoces”. Hoy, redescubiertos, son ninis porque la escuela no les ofrece incentivos para permanecer estudiando y porque para ellas y ellos o bien no hay fuentes de trabajo, o el trabajo a que acceden es inaceptable por duro y mal remunerado.
Asimismo, los jóvenes, tanto mujeres como hombres, subestiman la probabilidad de un embarazo, o de contraer enfermedades de transmisión sexual, en relaciones sexuales inseguras. Para ellas y ellos el uso de anticonceptivos es muy limitado y se ha documentado la incongruencia que media entre conocerlos y usarlos. Ni qué decir sobre la evaluación del costo futuro de la crianza, en lo moral y lo económico. El embarazo adolescente es una modalidad de la fecundidad; en México el lenguaje popular califica con dureza a las jóvenes según su situación de pareja: “arrejuntada”, “dejada”, “quedada”. A las madres solteras, en ocasiones jóvenes que hacen frente a la responsabilidad de mantener a sus hijos, y con frecuencia también a su madre o padre, se les llama “mujeres solas”. Las mujeres jóvenes siguen siendo acosadas y maltratadas en su propio núcleo doméstico y en su entorno. Para ellas, la información sobre planificación familiar es todavía inaccesible. No se quiere asumir que dejan la escuela porque su padre o madre tienen miedo a las relaciones sexuales y, por la misma razón, no les permiten desempeñar un trabajo remunerado. Una vez que abandonan la escuela, están destinadas al trabajo en la casa, en el predio o en un negocio familiar, sin paga.
La aspiración a manejar un auto se resuelve adquiriendo uno usado. Nuevamente, en los cálculos no se considera el requisito de obtener la licencia de manejo, ni un seguro de daños a terceros, ni los costos de la tenencia y el mantenimiento requerido para “pasar” la verificación. La probabilidad de chocar o de ser acosado por un agente de tránsito es más elevada de lo que piensan y los expone, con su familia, a extorsiones y abusos. Asimismo desestiman que estos choques provocan accidentes fatales y riñas que son la principal causa de muerte en esta subpoblación.
En fin, la juventud vive acechada por un sinnúmero de peligros: trata, adicciones, explotación sexual, sida, maltrato y abuso de la policía, reclusión sin sentencia, etcétera. Son sospechosos por ser jóvenes, como demuestran las encuestas que registran como motivo para llamar a la policía “el que haya jóvenes reunidos en una esquina”, y son discriminados, especialmente por pobreza y homofobia. El calificativo de ninis es un nuevo estigma.
Hay de juventudes a juventudes; la de Este País es motivo de orgullo y celebración, la otra, la de millones de jóvenes mexicanos, nos lleva al desaliento y constituye una evidencia del fracaso de una sociedad que no es consciente de su fragmentación. Cuántos lectores de nuestra revista tienen a un nini en su núcleo familiar, o a una adolescente embarazada y rechazada por su escuela, o a un joven recluido en un cereso (centro de rehabilitación social). Seguramente ninguno. Esos jóvenes forman parte del otro México, al que se refiere Carlos Fuentes en su libro Por un progreso incluyente como el “México olvidado”, la segunda nación a la que hay que salvar del olvido, la miseria y la exclusión.
Como la juventud es una etapa pasajera, puede pensarse que los problemas de las jóvenes y los jóvenes no merecen mayor preocupación. No obstante, se requiere un enfoque diacrónico para darse cuenta de que dichos problemas seguirán presentes y la secuela de los rezagos sociales de los jóvenes se transmite, primero como ejemplo para sus hermanas y hermanos menores, y después a sus hijas e hijos. La frustración y sentimientos de culpa —no estudié, no pude ahorrar, no le hice caso a mi mamá, o a mi papá— conforman una larga cadena que pesará en su ánimo quizá toda su vida.
Hoy Este País inicia una nueva década, se asoma a un futuro que promete madurez y plenitud. Lamentablemente, éstas son realidades que los coetáneos de carne y hueso de nuestra revista probablemente nunca conocerán. Especialmente desafortunado es que sean pocos quienes pueden acceder al placer de cultivar alguna de las artes que toca la sección de cultura de nuestra revista. ¿Será ésta una vía promisoria para ayudar a las jóvenes y los jóvenes a superar su actual condición?
Desde una perspectiva más amplia puede afirmarse que, con más o menos dificultades, no es la juventud de este país sino la juventud del mundo la que está desamparada. Reconocerlo da pie para culminar mi felicitación.
¡Hago votos porque este mundo sea como Este País!
Rosa María Rubalcava es doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social por el ciesas y la Universidad de Guadalajara. Fue Directora General de Estudios de Población en el Consejo Nacional de Población y profesora-investigadora de tiempo completo en El Colegio de México. Entre sus obras están Estadística elemental aplicada en coautoría con Fernando Cortés (ife-Programa de Formación y Desarrollo Profesional, México, 2000).
1 Examinar con detenimiento cómo influye hoy en día la población joven en la dinámica de la población escapa al propósito de esta felicitación.