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Los narcos pasan la prueba del ácido: Entrevista con Élmer Mendoza
Cultura | Entrevistas | Ariel Ruiz Mondragón | 03.10.2011 | 0 Comentarios

Uno de los novelistas mexicanos que más ha tratado el tema de la delincuencia organizada y el narcotráfico en su obra es, indudablemente, Élmer Mendoza, referente indispensable para quienes abordan esos asuntos. Entre sus libros se cuentan Un asesino solitario, El amante de Janis Joplin (con el que obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares), Efecto tequila (finalista del Premio Dashiell Hammett), Balas de plata (novela ganadora del iii Premio Tusquets Editores de Novela), Cóbraselo caro y Firmado con un klínex. Con su más reciente novela, La prueba del ácido (México, Tusquets, 2010), continúa la saga del policía Édgar El Zurdo Mendieta, quien en esta ocasión debe aclarar el asesinato de una bailarina de la que estuvo enamorado, para lo cual tiene que sumergirse en el oscuro, violento y complejo ambiente del norte del país, en el que conviven narcos, empresarios, funcionarios, terroristas y una vasta fauna de personajes con los que debe armar el despedazado presente y hacer justicia. Toda la historia está enmarcada en la guerra contra el narcotráfico desatada por el actual gobierno de la República. Sobre esa novela sostuvimos la siguiente conversación con el autor. ARM

ARIEL RUIZ MONDRAGÓN: ¿Por qué escribir y publicar una novela como La prueba del ácido,
sobre todo cuando ya has publicado otros libros con el mismo tema?

ÉLMER MENDOZA: Quiero entrar en la tradición de las sagas de novela policiaca. La verdad es que quiero hacer una y sumarla a la saga mexicana de Paco Ignacio Taibo II, por ejemplo. Creo que la razón principal es ésa, pero también porque la novela policiaca tiene un territorio definido que te permite cortar y pegar todo lo que puede tener cabida en él, y creo que en nuestro país están ocurriendo muchas cosas que pueden entrar en ese territorio de la ficción. Creo que esas son las dos razones fundamentales que me animaron a publicar un segundo libro sobre El Zurdo Mendieta.

Me parece que la novela es una metáfora de los horrores que hay actualmente en México,
que van desde el narco hasta, por ejemplo, el cura pederasta.

No sé si un novelista puede hacer eso, pero yo no. Yo quiero contar una historia, y lo hago. Tengo un sistema de trabajo y lo aplico; consiste en que primero cuento todo lo anecdótico, y voy por etapas. Cuando tengo todo lo anecdótico veo si es suficiente, y después trabajo sobre la estructura: cómo deben ir los capítulos, si están bien, si hay que cambiar alguno de sitio o eliminarlo. Una vez que he resuelto eso, trabajo todo lo que tiene que ver con los arcos emocionales de la novela, para que el lector sienta siempre que está conectado y que está compartiendo la experiencia.

No pienso otras cosas. Sé que mis novelas son sociales, y creo que en ese sentido tú lo has planteado: tienen mucha carga, representan una realidad compleja, lacerante, pero no es algo que yo esté buscando porque hasta ahora no creo que haya sido necesario. Mis lectores inmediatamente se enganchan por ahí, y a veces no les importan muchas cosas, lo que también se vale.

En las novelas tanto negra como policiaca generalmente existe un mundo
en donde no hay justicia; incluso en esta novela lo que busca El Zurdo
es más una revancha que justicia. ¿Cómo lo observas tú?

Lo que pueda ser un indicador moral no me interesa, pero lo otro sí, lo que tiene que ver con la justicia. Hay mucha gente que no ha hecho nada y a la que, después de diez años, le ofrecen disculpas. Ése es un fenómeno que no debería ocurrir. Yo creo que los órganos encargados de administrar la justicia al final no funcionan como deberían. Si estamos intentando que nuestro país evolucione en función de una democracia real, creo que ésa es una asignatura que debe resolverse, que todos los mexicanos tengamos la seguridad de que hay leyes que nos protegen y que nos pueden caer por delitos cometidos. Eso sí me interesa.

En el caso de mi detective, él vive con eso y lo enfrenta, porque además no es un detective demasiado inteligente, sino racional. Pero no es un ejemplo de policía que le pueda servir a los policías reales; es un hombre común, con muchos asuntos personales por resolver.

Al final intento crear un personaje que es de ficción, pero que está conectado con la vida real: se parece a cualquier individuo que sale en la mañana, checa tarjeta y se va por la tarde. No es el clásico policía duro.

Y, además, se siente fracasado.
Sí, se siente fuera de lugar, fracasado, lo que también es un asunto muy mexicano. Parece que los mexicanos, en un noventa por ciento, trabajamos en asuntos que no nos gustan, y el problema más agudo es que hacemos cosas para las que no estudiamos.

Creo que con eso se hace un cuadro de la sociedad de este tiempo. Que yo quiera provocar ciertas reacciones, eso no lo pienso, pero mis lectores siempre se encargan de hacerme ver que allí hay una historia que tiene que ver con estos asuntos.

El mundo que describes es extremadamente peligroso, con personajes que van desde
el enloquecido ex boxeador hasta el terrorista de la ETA escondido en México.
¿Cómo encontraste a estos personajes?

Estoy seguro de que el mundo es muy violento. Llega un individuo a un aeropuerto y a los de migración se les ocurre que tienen que hacer preguntas de lo más cruel, o igual ocurre lo contrario, te dan la bienvenida. Por ejemplo (aunque no estoy comparándolo), he visto violencia y gritos en todos los lugares donde he estado —que ya no son pocos—, pero también he visto mucho afecto, mucho interés por lo mexicano, aunque siempre hay un alto grado de crueldad y pienso que hay que estar alerta frente a eso también.

Yo creo que en el trabajo policiaco todo el mundo se siente igual al enfrentar situaciones así. La policía mexicana también, porque es una policía que está muy desprotegida. Siempre se habla de que les pagan muy poco, lo cual es verdad, por ejemplo. Afortunadamente, creo que una de las cosas que podemos rescatar de la guerra es que yo ya veo a los policías un poco más protegidos, pero el armamento es todavía inadecuado; es decir, no se pueden enfrentar a lo que llaman delincuencia organizada, que trae otro tipo de armas y consiste de personas contratadas para matar y morir; un policía no: es una persona que tiene familia y con un trabajo bastante peligroso.

Mi personaje, El Zurdo, es un policía que tiene compañeros y amigos, está expuesto, y además súmale que no está muy seguro si está bien allí, lo que también es un asunto bastante absurdo porque ya tiene años de ser policía. Es un problema de soledad.

Uno de los personajes del libro dice: “En esta guerra, ¿quién va a poder enfrentar a estos
cabrones?”, en referencia al narco. Justamente la guerra del gobierno actual contra el crimen
organizado es mencionada en varias partes del libro. ¿Cuál es su opinión personal acerca de esta guerra?

Creo que no debieron llamarle “guerra”, sino que debieron haberle puesto otro nombre, porque si la han llamado así tiene que resolverse con las reglas de la guerra. Creo que es muy difícil que cualquiera de las dos partes pueda vencer a la otra. Es decir, ésta será una guerra de cien años o no sé cuántos más. Pero tiene que haber una amnistía, hay que hacer un acuerdo. Coincido con quienes dicen que el gobierno no debe negociar con la delincuencia, está bien, pero éste no tiene por qué decirlo. Es decir, eso se tiene que resolver, salvo que sea una política de eliminación de los mexicanos que no tienen trabajo ni van a la escuela, porque la mayoría de los que mueren son eso. Y si es un programa de política, pues igual habría que acusarlo inmediatamente de genocidio, porque no sería una manera de resolver un problema tan agudo.

Todas las guerras son indeseables y ésta lo es mucho más, porque lo único que ha hecho es desprestigiar a nuestro país. Ha hecho que ciertos sectores de la población civil se atemoricen y ha cambiado la noción que se tenía de México: de la imagen de un país de gente amable y hospitalaria se ha pasado a considerar que los mexicanos son misteriosos y que pueden ser terriblemente malos. Ha habido casos como el de Florence Cassez por el que los franceses creen que los mexicanos son de lo peor. La tipa cometió un delito y tiene que pagar, eso es lo que harían con cualquier mexicano en el extranjero. Ahora, si no cometió ningún delito, ¿qué es lo que está pasando?

Creo que la guerra es muy nociva. Yo, sin trabajar en la Secretaría de Turismo, siempre explico en el extranjero cómo es realmente México, por qué los turistas tienen que venir y cómo nos gusta tener visitantes. Lo hago, en primer lugar, para acabar con esa idea de que éste es un país inhabitable y que quienes vivimos acá estamos protegidos por cercos de seguridad o que vivimos en cavernas, lo que no es verdad.

La guerra está muy mal e insisto en que para resolverla hay que reunir a los expertos, a los juristas, a los policías, a los sectores del Ejército y la Marina que están trabajando en el asunto, a nuestro Secretario de Gobernación, a los encargados de la seguridad, porque esto ya no puede seguir. Es un asunto de imagen.

Esa guerra está de fondo en la historia de la novela, con el narco,
el tráfico de armas, etcétera. ¿Cómo la planteas en la novela?
Sergio González Rodríguez dice que hay doce mil puntos de ingreso de armas a nuestro país en la frontera con Estados Unidos. Imagínate, es tremendo. Di un testimonio que dice que entran dos mil armas al día. ¿Cómo es que entran? Eso no me gusta, pero esos son instrumentos para los narradores. Cuando la gente habla de la guerra, hay quienes sí tienen temores, otros que están muy irritados y también aquellos a los que no les importa; entre estos extremos hay una percepción del fenómeno. Lo que yo intento descubrir es esa percepción, utilizarla como material estético. Pero claro que estoy hablando de esta guerra, la del Presidente Calderón.

Se han cargado las tintas sobre el gobierno. En su novela, tras un asesinato en un hotel, la policía
pregunta acerca del crimen y nadie sabe nada de lo que ocurrió. Uno de los personajes dice:
“Típico. La sociedad del delito es sorda, ciega, muda y acomodaticia”. ¿Cómo ve a la sociedad
respecto al narcotráfico y a la delincuencia organizada?

La sociedad es permisiva o es crítica con el gobierno. Cuando se oyen los balazos, la sociedad se divide una vez más: hay unos que ya no soportan y dicen “esto se va a acabar”, pero hay otros que se aterrorizan e intentan que el gobierno resuelva el problema. Pasan cuatro años y no lo resuelve, lo que se traduce en rechazo al gobierno. Como en las elecciones, porque aquí realmente hay gente que perdió la fe, la confianza y lo trata de manifestar de esa manera.

Yo creo que la sociedad, desde luego, tiene parte de culpa, pero al final creo que si repartimos culpas el porcentaje que se lleva la gente que lava dinero es mayor, porque éste es un delito que hay que dificultar. Siempre dijimos que hay necesidad de abrir investigaciones al respecto, porque no solamente se puede combatir el narco matando muchachos, hay que ver qué está pasando con el flujo de dólares: ¿dónde están?, ¿quién los está prestando con intereses? Hay que hacer todo eso y no nada más la numeralia de muertos todos los días. Llevamos tantos y este año serán más. ¡Esto no puede ser así!

¿Qué pasa? Allí es donde entran los poderes fácticos, que son muy fuertes en este país, y lo son por la debilidad de las leyes. Yo soy bastante escéptico y creo que el gobierno no tiene más remedio. La solución sería negociar porque no hay de otra. El narco no se va a acabar, es un negocio y hay un mercado al lado que es cautivo y que está funcionando. Vamos, no se hagan tontos.

Tampoco creo que debamos tener un Estado cuyos ingresos provengan de las actividades delictivas, no creo que sea necesario. Pero esto no tiene remedio: los gringos nunca van a dejar de usar drogas y muchas de ellas van a llegar desde fuera. Estados Unidos es el país que más siembra cannabis, pero no son autosuficientes. Aquí decomisaron ciento diez toneladas de las que quemaron algunas, ¿las demás dónde están? El trasiego continúa, la onza de coca está en más o menos lo mismo que hace cuatro años. Es decir, el negocio en sí no se ha afectado, por eso tenemos que impedir que sigan muriendo muchachos.

Del libro también me llama la atención la frecuente mención de canciones de rock,
y en la novela hay incluso un coleccionista de guitarras destrozadas por celebridades rockeras.
Aparece mucho más que la música norteña o de banda. ¿Por qué?
Buenos, pues crecí con eso. El rock está en todas partes: si conduzco un auto en Los Ángeles, en Nueva York, en Seattle, siempre lo están tocando. Pero me recuerdo en Italia en un auto, y lo mismo. Es como una identidad de nuestra época y es el gusto que tengo. Aunque te quiero decir que la música norteña, los corridos, me gustan muchísimo.

Hablando de los actores que se encuentran en la disputa: bandas, sociedad, gobierno, policías,
¿cuál de ellos pasa realmente la prueba del ácido, que tú defines como
“aquella que deben enfrentar los humanos para mostrar que son lo que dicen ser”?
Pues yo creo que los narcos, porque les han declarado una guerra y le entraron. Son delincuencia organizada y han demostrado que desorganizados no están. Yo creo que han engrosado sus filas, han ampliado su espíritu de matar. Claro, tienen armamento y se habla de que hay un grupo de israelitas que los entrenan.

Yo creo que ellos pasan la prueba del ácido, porque la sociedad está dentro del desconcierto, y es responsabilidad del gobierno resolver el problema, pero no logra nada. Entonces, ¿cómo lo hacemos? Por ejemplo, cuando vas a hacer una compra de más de diez mil dólares, tienes que firmar un documento y decir cuál es el origen de ese dinero (esto se da mucho en la compra de autos).

El documento va a la Procuraduría, y quien tiene que investigar es otro, no el comerciante. Aunque probablemente esos atropellos no los hacen siempre, porque tienen clientes de muchos años.
Somos una sociedad cómplice, en mayor o menor grado; a veces se es cómplice porque también te infunden miedo.

A raíz de esta guerra contra el narcotráfico, ha habido un boom de narrativa del narco,
por una parte la propiamente literaria y por otra la periodística. ¿Cómo observas este fenómeno?
Yo le doy mucho valor a los libros que no son de ficción. Creo que la población necesita saber qué es lo que pasa, quiénes son los sectores involucrados. Recomiendo libros como los de José Reveles, Diego Osorno, etcétera, en los que se da esa información.

Literariamente es una gran tentación, pero creo que estamos bien. Allí están Alejandro Almazán, Yuri Herrera, Rogelio Guedea, Orfa Alarcón, jóvenes de mucho impulso que han aprendido a trabajar con este tema de la violencia sin ensuciarse las manos. ~

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ARIEL RUIZ MONDRAGÓN es editor. Estudió Historia en la UNAM. Ha colaborado en revistas como M Semanal, Metapolítica y Replicante.

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