El artista, como todos, es una criatura en busca de su identidad. Como todos, se hace la eterna pregunta, ¿quién soy yo? Lo peculiar en él, en ella, es que su espejo —tersa superficie acuática o abominable cristal azogado— es el arte. El lienzo se preña de óleo, el papel de negra tinta, la madera de forma, pero se preñan también de la condición de quien los trabaja. No hay hombre sin atributos, y no hay obra estética sin los atributos de ese hombre.
Así, en el arco que traza un pintor a lo largo de su vida creativa —en la sucesión y la acumulación de obras que son instantes, evidencias precisas de una personalidad—, podemos reconocer esa búsqueda incesante y, si uno es afortunado, y si el artista lo ha sido, atestiguar hallazgos.
Observar las obras reunidas en Retrofutura —la exposición-homenaje que el Museo del Palacio de Bellas Artes dedica a Rafael Coronel a ochenta años de su nacimiento, y de la que recogemos algunos ejemplos— es una forma de apreciar las exploraciones del pintor zacatecano en pos de su personalidad artística, y de maravillarse ante sus descubrimientos.
De obras de clara impronta nacionalista miramos no un salto hacia el futuro sino un doble repliegue a la pintura europea de periodos como el barroco y, paralelamente, a un espacio íntimo. Coronel toma de la tradición el devoto interés por la figura humana y por mujeres, hombres y niños de cierta condición social o física: tipos rescatados de la pobreza, los bajos fondos, los circos y espectáculos de rarezas humanas. Incluso los personajes cuya vestimenta y cuya gestualidad aparentan una dignificación, tienen en la mirada y el rostro la marca de los márgenes, de la exclusión. En la pintura de Rafael Coronel no hay figuras sublimes, hay gente de carne y hueso, de más hueso que carne.
Esta gente —la que habita los cuadros de Coronel como se habita un espacio cuyos límites están en algún lado—, estos tipos traídos del pasado de Rembrandt y Goya y también del presente, se han bañado en el interior del artista, se han sumergido en sus aguas antes de ocupar sus respectivos sitios y de asumir sus papeles en el cuadro. Es revelador que Coronel no pinte con sus modelos enfrente: los mira un día en un callejón, en una casa de antiguo lustre de las Lomas, y un tiempo después —un día, diez años— los vacía: han cobrado una calidad distinta, han mudado de materia.
En los cuadros y en las figuras que corresponden a esta descripción, vemos una plenitud de Coronel. Pero la identidad varía: crece, se contrae, muta. El artista puede encontrarse a sí mismo, nunca apresarse. Desde ese tenebrismo Coronel ha transitado a otras cumbres y, tal como expresa Ernesto Lumbreras en estas páginas, alcanzará seguramente algunas más. ~
EstePaís | cultura agradece cumplidamente el apoyo del Museo del Palacio de Bellas Artes, y en particular de Jimena Saltiel y Ricardo Trujillo Vega, que nos permitió ilustrar este número con la obra de Rafael Coronel y así prolongar en nuestras páginas el impacto de la exposición Retrofutura.
[…] Obra plástica de Rafael Coronel […]