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Pensando el futuro de México
Este País | Miguel Basáñez | 06.04.2011 | 0 Comentarios

Para cambiar, para que México dé al fin el salto cuántico que tanto necesita, es preciso entender que la sociedad ya está preparada y que ha hecho su parte. Hay bases sólidas para una transformación: la ciudadanización de las elecciones, el juego partidista, la alternancia, el creciente activismo de la sociedad civil. Toca que las élites pierdan el miedo.

Qué mejor ocasión para pensar el futuro de México que el xx aniversario de nuestra revista. La fundamos con esa clara preocupación —la de proyectar el porvenir del país— que buscábamos en la novedad de las encuestas.

Enfrentamos tres escenarios posibles en los próximos cuatro o cinco años, todos vinculados al acontecer regional y mundial. El primer escenario es pesimista, de condiciones peores a las actuales. Para lograrlo sólo tenemos que esforzarnos por tomar peores decisiones de las que hasta la fecha hemos tomado. El segundo es un escenario tendencial, de condiciones más o menos similares a las actuales; para lograrlo sólo tenemos que seguir tomando decisiones similares a las de los últimos años. El tercero es un escenario optimista, de condiciones mejores a las que estamos viviendo. El esfuerzo para realizarlo es mayor que el necesario para los otros dos.

No me detengo en el análisis de los escenarios pesimista y tendencial. Primero, porque no se requiere mucho esfuerzo para deslizarnos hacia cualquiera de ellos; segundo, porque las condiciones de la región y del mundo son favorables a una recuperación como salida de la crisis mundial actual. Propongo concentrarnos en el análisis optimista. Porque de la crisis mundial anterior, México arrancó 50 años de desarrollo sostenido, de 1933 a 1982, conocido como el milagro mexicano, y no veo por qué hoy no podamos hacerlo.

Tres aclaraciones previas. Primera, mi especialidad por más de 30 años fue el estudio y la medición de las cinco crisis encadenadas de México de 1968 a 1994. Por tanto, fui muchos años el pesimista portador de las malas noticias, incapaz de análisis dulzones y románticos.
Segunda, desde hace dos años y medio que acepté la invitación académica que me llevó a vivir a Boston, me he visto privado de la dosis diaria de depresivos a que la mayoría está habituada por el sólo hecho de leer la prensa y escuchar o ver las noticias.

Desde luego que he perdido detalle, pero he ganado perspectiva. Que hay violencia, inseguridad y narcoguerras, claro. Pero aún están encapsuladas en regiones puntuales y sólo ocasionalmente se extralimitan, como ahora está sucediendo en Monterrey. Igual ocurrió en Guadalajara en la segunda mitad de los ochenta. Dos datos: los homicidios en México (15 por cada 100,000 habitantes) son el triple que en Estados Unidos (5), pero cerca de la mitad que en Brasil (22) y menos de la mitad que en Colombia (35). Sólo que ellos no son vecinos de Estados Unidos y la prensa internacional no se ocupa.

Tercera, mi trabajo en la Escuela Fletcher me ha obligado a estudiar los casos de éxito y fracaso en más de 60 países en el mundo. En ese marco queda claro que tanto los individuos como las naciones necesitamos una dosis de orgullo y autoestima para dar lo mejor de nosotros. He encontrado gran orgullo y autoestima en países minúsculos, muy pobres y que apenas se inician, como Timor del Este, o el caso contrario en países enormes como Rusia.

Cuando veo a México en el panorama mundial, cuando me interno en nuestros valores profundos mediante las radiografías axiológicas de los mexicanos, cuando separo los pequeños triunfos diarios de la base de la pirámide social de los desatinos constantes de la cúspide, cuando hago todo esto y más, me doy cuenta del por qué de mi optimismo sobre el futuro del país.

México recuerda hoy la situación que vivía España en 1975. Aquella sociedad estaba preñada de un futuro luminoso pero la dictadura franquista había impedido su alumbramiento. Finalmente se dio la muerte del dictador y España mostró a América Latina y al mundo que “sí se puede”.

Acá la generación de 1968 embarazó a la patria con sus ideales inalcanzados de democracia, igualdad, verdad, transparencia, responsabilidad, respeto, empirismo, legalidad. Con su aborrecimiento del autoritarismo, las jerarquías, los privilegios, los disimulos, las falsedades, las mentiras, la corrupción, la irresponsabilidad, la impuntualidad, la vejación, la humillación, las vaguedades, los subterfugios, la ilegalidad. De aquí el futuro luminoso que veo para México. Los trabajos del parto mexicano se iniciaron en 1987 con la escisión del pri y han continuado con cuatro contracciones fuertes que anuncian el alumbramiento: 1988, 1997, 2000 y 2006.

¿Qué puede ayudar a acelerar ese alumbramiento? Un primer ingrediente es que la élite mexicana gane conciencia de que la sociedad ya está lista e hizo lo que le correspondía: pasó de ser rural a urbana, de analfabeta a letrada, de agrícola a industrial y de servicios, de parroquial a cosmopolita, de monolingüe a bi o trilingüe entre los millones emigrados.

Somos nosotros, la élite pensante, empresarial, de los medios, gubernamental, política, sindical, quienes estamos impidiendo voluntaria o involuntariamente el avance. ¿Qué es, si no, el intento de censura a la exhibición cinematográfica de Presunto culpable? Posiblemente en el fondo haya un temor al cambio, una preocupación por lo desconocido y, por supuesto, una protección a corto plazo de los beneficios de los que gozamos. Pero por encima de esas razones personales, hay una falta de acuerdos y consensos que nos paraliza.
Un segundo ingrediente que puede ayudar al alumbramiento de la patria nueva es la conciencia entre la élite de que lo conocido es suficientemente triste, desagradable e indeseable para atenuar la resistencia a lo desconocido, que por tanto se presenta como una promesa que valdría la pena explorar.

El tercer ingrediente es el momento político que se configura conforme se aproxima el 2012, porque la renovación del Ejecutivo en México es una renovación de la esperanza. Los meses que restan para las precampañas y campañas son un tiempo adecuado para dotar de contenido, justificación y sentido a esa esperanza, que generalmente facilita hazañas mayores.

¿Sobre qué bases se puede edificar esa esperanza? ¿Cuáles son los eventos portadores de futuro para facilitarla? ¿Quiénes se oponen? ¿Toda la élite? No, definitivamente no es toda la élite la que se opone, por el contrario. Un rápido repaso deja claros los muchos esfuerzos, lamentablemente aun insuficientes, que se han hecho.

La élite política, empujada una veces, arrastrada otras, por la sociedad, ha hecho grandes avances en los últimos 25 años. Las encuestas arrebataron a la Secretaría de Gobernación el canto de los resultados electorales; la ciudadanía expropió las elecciones y se creó el ife; se amplió y se hizo real el juego partidista; la alternancia arribó, y hubo muchos cambios más. Pero son muchos más los que faltan aún. El segmento de la élite conformado por más de 10,000 empresarios medianos y pequeños y por profesionales se ha activado ciudadanamente en los últimos años; son muchas las iniciativas vinculadas a la seguridad, como México Unido contra la Delincuencia, o al mejoramiento del Estado de derecho.

La élite pensante en las universidades, los medios de comunicación, las consultorías y el ámbito cultural, se ha activado aun más, como lo demuestran los trabajos de Transparencia Mexicana y su índice de corrupción de los últimos casi diez años; los reportes de imco-itesm desde 2004 y su índice de competitividad; el amplio consenso de Masaryk de 2006 que incluyó desde el Pacto de Chapultepec promovido lúcidamente por Carlos Slim hasta los planteamientos de la Unión Nacional de Trabajadores, y que ha sido recogido por Sociedad en Movimiento. Otros mapas de navegación más recientes y no menos notables son las propuestas de Porfirio Muñoz Ledo compiladas en 2008, las discusiones de la unam de 2009 compiladas por Rolando Cordera, y “Un futuro para México” de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín.

En el mundo actual la ignorancia es producto del exceso, no de la falta de información. Individuos, gobiernos, empresas y muchos centros de estudio no saben con claridad dónde buscar, a quién leer o escuchar y, menos aún, a quién creer. Hoy, el debate político abierto exacerba aún más la confusión. Esta sociedad se reeduca lentamente de la memorización al pensamiento crítico.

Para avanzar sanamente, el país requiere del impulso de dos fuerzas, dos inspiraciones: el desarrollo de la economía y el de la sociedad. Cada una de ellas atrae en distinto grado y por distintas razones a los individuos. Pero esa preferencia no hace mejores ni peores a unos ni a otros. Queda claro que ningún partido político monopoliza ni ángeles ni demonios, ni madrugadores ni desvelados. Ambas preferencias son igualmente válidas, útiles y necesarias para el avance global del país. No ayuda a la maduración nacional el radicalizar el discurso y caricaturizar las posiciones de unos y otros. Al contrario. Es fácil polarizar pero es difícil contrarrestar los efectos nocivos de las polarizaciones.

Hay una omisión importante en el excelente recuento de diagnósticos y propuestas al que hice alusión arriba. Se refiere a la axiología. Al sistema de señales. A los incentivos y desincentivos para mover la conducta de la sociedad. A las reglas del juego.

Para llenar ese vacío, el cidac (Centro de Investigación del Desarrollo), en México, y la escuela Fletcher, en Boston, realizaron recientemente un estudio del país para identificar los nudos axiológicos de los mexicanos1 que es necesario desatar para catapultar el desarrollo: innovación, logro, mérito, propensión al riesgo, rendición de cuentas, exigencia a la élite, confianza en los demás, son algunos de los déficits. Pero el mensaje más alentador del estudio es confirmar, una vez más, que la sociedad está lista. Es ahora el turno de la élite.
¿Sobre qué bases se puede construir la esperanza que la renovación del ejecutivo provoca? ¿Qué juego estamos jugando hoy? ¿Cuáles son las reglas? ¿Dónde deben ponerse las prioridades?

El estudio “¿Dónde radica la riqueza de las naciones?”, realizado por el Banco Mundial, nos ayuda a buscar la respuesta. Identifica que la riqueza proviene en una vigésima parte de los recursos naturales (5%); en una quinta parte (18%) de la producción nacional de bienes y servicios; y en tres cuartas partes (77%) de la riqueza intangible. Cincuenta por ciento de esa riqueza resulta de la calidad del sistema judicial y legal y 27% de la calidad de la educación. El estudio nos ayuda a determinar dónde fijar las prioridades.

El acontecimiento portador de futuro más potente de hoy —como lo fueron las encuestas que dieron el impulso inicial a nuestra revista hace un cuarto de siglo— es la transición iniciada hace dos años del sistema legal escrito, formal y dogmático al nuevo sistema oral, público y flexible. Es decir, el sistema de las reglas del juego.

La Constitución se modificó en 2008 para empezar por el cambio del proceso penal federal. A nivel local existen ya ocho estados que han implementado avances, entre los que destacan Yucatán, Baja California, Zacatecas, Estado de México y Nuevo León. La Suprema Corte mexicana conduce hoy principalmente este esfuerzo.2

México tiene otra vez una oportunidad única si logra materializar esta modernización del sistema legal, porque desatará muchos procesos positivos de mejora en la economía, en la política y en la sociedad.

Los partidos y candidatos que a partir del próximo año empezarán a presentar sus propuestas a la ciudadanía, bien harán en recoger lo mejor del pensamiento y la acción que ya existe en el país. Soy optimista porque existe la oportunidad. Pero aprovecharla o desperdiciarla será responsabilidad de todos nosotros. Exijamos, exijamos, exijamos

1 http://fletcher.tufts.edu/cci/pilot.shtml
2 http://fletcher.tufts.edu/cci/judicial.shtml

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