Señales
Teníamos cefalalgia en el inicio
hollábamos la sombra en pos de cura
acudieron entonces los presagios
sueños en que vivos y muertos
se mezclaban e imploraban clemencia.
Luego vendrían las pruebas agobiantes
los edemas copando nuestro rostro
las ránulas debajo de la lengua
y, tal vez, lo más triste y doloroso:
la exhalación feroz, el miasma agreste
que desprendían los cuerpos más deseados.
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Oración
Cada día, al despertar y descubrir que respirábamos,
nos decíamos: “afortunados de nosotros, pobres de nosotros”.
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Sospechas
Dicen que la epidemia germina en los cuerpos más delicados
y que ofende de pronto los olfatos con una saliva pestilente surgida de los labios allegados.
Porque venimos de una música líquida, amniótica,
que reproducimos al descomponernos. Seremos entonces los rumores involuntarios y póstumos de nuestros órganos contaminados.
El músico del emperador, el del oído más sutil, solía acudir
al cementerio a descifrar la música de los cuerpos en descomposición.
Paisaje
Prolijidad de los muertos, escasez del llanto.
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Causas
Las causas de las catástrofes no han cambiado nada: un pájaro hechizado,
un exangüe numen de agua, el espíritu nacido de un desliz o aquel dios expósito, hijo del engaño, inciden con su muina caprichosa en esta desgracia, insidian incluso con su vara rencorosa y, tú sabes, esos días de fiebre inexplicable, esas tardes de azar entristecido, esas noches de vómito o delirio ostentan su inequívoca marca deleznable.
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Nostalgia
Esos días de presagios y nublados horizontes, esas noches de neón
y de tormenta, esos días de fétidas inspiraciones y abúlicas exhalaciones, cuando la mente se anegaba distraída en sus vapores y la memoria se perdía abismal en sus neblinas y el espíritu abonaba sus temores y el cuerpo se ofrendaba a sus horrores, aún la enfermedad no vedaba esos placeres. Esos días inconstantes de bulimia, esos días retozantes de fortuna, esos días de soledad irredimible, las largas delectaciones en el olvido reprensible, la ebriedad reiterada y la animosidad punible. Esos días afócidos de lúgubre fastidio, con sus lerdas horas de lascivia lánguida o sus exangües instantes de iluminación y de locura y ese fondo de rencor y de amargura, donde flotaban las cabezas de los viejos y destilaban su sangre los embriones y los pecados más provectos o las más inocentes perversiones mezclaban sus aberrantes proporciones y volvíanse licores ostentosos, emulsiones autofágicas que acuñaban la violencia en nuestros ceños.
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Poeta y ensayista, ARMANDO GONZÁLEZ TORRES (Ciudad de México, 1964) ha publicado su obra en diversas revistas y suplementos culturales.
En 1995 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen. Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en dos ocasiones. Entre sus libros se cuentan La sed de los cadáveres, Teoría de la afrenta, Las guerras culturales de Octavio Paz y ¡Que se mueran los intelectuales!