Los gorriones
Dan pequeños brincos por las ramas,
por encima del ruido de los autos,
en su salón de fronda y luz.
Cantan su música siempre distinta
y siempre igual,
son fiesta y derroche en la mañana.
Su canto se adentra en el espacio, abre
el pecho mismo y cobra forma,
es para nosotros, para la calle,
para el mundo de estruendo que habitamos.
Me detengo en la sombra del magnolio
para buscar las nubes tras las hojas.
Sólo es día en la calle, en un pequeño
pedazo de la tierra; más allá
la noche envuelve a los dioses
que se dedican a torcer nuestros caminos
y no tienen aves ni calles qué cruzar;
en la vasta explanada donde son
sólo tañen las esferas.
vhs de la boda de mis padres
En las venas de la casa, noche y día, navegan los que fui. Los veo en las grietas de los muros:
manos ateridas
labios de quietud.
La primaria
La reja se abre, las puertas se abren.
Camino en la explanada entre los niños, observo el crisol
volcado de sus caras, la fundidora
de sus ojos.
Miro este lugar donde maldije,
donde peleé y sentí odio.
Ellos se empujan, se golpean bajo el sol.
Uno escupe entre hojas amarillas
a otros que se aglomeran bajo el árbol
y tratan de jalarlo de los pies.
Al ver que los patea y se resiste
recuerdo a Hugo, que estaba al mando de nosotros:
nos protegía de las pendencias de los grandes
y a mí me defendió como un hermano.
Él nunca dejó de ser un niño, se quedó solo
y lleva 3 años en prisión. Lo vi,
después de esperar durante horas,
con su bata anaranjada, más frágil que a los 9.
Su tez palidecida
por meses de aislamiento
y también sus ojos lúcidos
me hablaban a través de ese cristal
invulnerable; su iris y el anillo
pardo alrededor y la luz que ahí se hundía
ahogaban mis palabras. Ya los dos
habíamos aceptado, entre rejas y pistolas,
él de su lado y yo del mío
que nada más podíamos mirarnos,
respirar.
Yo le dije: Hugo, esto nunca fue
lo que pensamos, ni cuando niños; no pude
defenderte, somos tontos
y hay algo herido en este mundo,
esas fuerzas que teníamos
se apagaron y podemos perder más
y si nos rompen en pedazos
que duros nos encuentren, y que los huesos
resistan hasta el último momento.
Lo recuerdo mirando la explanada
y el calor del sol de otoño
es el foco de tungsteno y el cristal. ~
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JOSÉ LUIS RICO (Ciudad Juárez, 1987) se formó en el Taller de Creación Literaria del inba en su ciudad natal. Ha traducido, en colaboración, a Bill Mohr, Gerald Locklin, Charles Webb y Suzanne Lummis. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y está por concluir su primer libro de poemas.