El Centro Cultural de España en México presenta, hasta el 21 de agosto, la exposición “Arquitectura de Remesas. Sueños del retorno, signos de éxito”. Se trata de una muestra sobre migración disfrazada de temas arquitectónicos, fotográficos y sociológicos convertidos en un despliegue de historias, como la del señor que visita su hogar sólo dos veces al año. Nada más.
El resto del año la casa se queda cerrada mientras su dueño trabaja, en un país a miles de kilómetros al norte, con el fin de seguir construyendo esa casa que ha venido a simbolizar la realización de sus sueños. Los muebles, con tanto esmero comprados, que con tantos sacrificios se obtuvieron, se quedan tapados durante su ausencia. Para que no se arruinen. Para guardarlos nuevos para el día en que regrese. Los tres días al año en que arriesga la vida para volver, el dueño de la casa se dedica a limpiarla. La observa. Y se va. Regresa al país que le da dinero, cosa que el suyo no puede hacer. El de ida y vuelta es un camino largo, arduo, que puede costar la vida.
“Arquitectura de remesas”, organizada por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), y también presentada en Guatemala, El Salvador y Honduras, aborda el ecléctico y particular estilo arquitectónico surgido de los esfuerzos económicos de millones de migrantes latinoamericanos que trabajan en Estados Unidos. En cada fotografía, de cada casa construida con remesas, se mira la historia de infinidad de migrantes que trabajan en Estados Unidos con el fin de ver sus sueños cumplidos, ahora representados en una construcción, cuya existencia se empapa de lo emocional.
Muchas casas están vacías, pero otras tantas no. Los migrantes que aún tienen familias en su tierra trabajan para que sean otros, madres, hermanos, primos, quienes vivan en las casas de sus sueños. Y surge aquí el punto de mayor nostalgia que presenta “Arquitectura de Remesas”: la desvinculación que se construye entre el migrante y la familia que deja atrás. La pérdida de la raíz y la incapacidad de comunicación, se vuelven inevitables entre dos mundos lejanos, que sin embargo, dependen uno del otro. Los que se quedan en casa necesitan el dinero enviado, el que envía remesas necesita saber que aún tiene un hogar. Pero tras tantos años “del otro lado”, es inevitable el destino del migrante, y poco a poco los que se van dejan de tener cosas en común con las familias que dejaron. Sobre una pared de la exposición se lee: “Las reunificaciones familiares,… no son como se esperaba por el sencillo hecho de que tanto la madre como el hijo no se conocen; son extraños y si se conocen, es solo por foto.” Este desligue entre el migrante y la familia se revela de manera contundente en el video que presenta las a veces incómodas conversaciones entre parientes a través de fronteras. A cada lado de la línea telefónica parece que habla un lenguaje y un mundo muy distinto. Los hilos comunicativos se sostienen precariamente.
En el aspecto técnico, la arquitectura de remesas se construye poco a poco. Con cada cheque que llega por “Western Union” se eleva, lenta, la casa. En ocasiones con la esperanza de que un día termine repleta de gente, se construye enorme, pero por lo pronto sólo es habitada por unos cuantos. Los castillos de hierro son el sempiterno símbolo del segundo piso que se ha de construir, pero que todavía no llega. Un día en el cheque llega suficiente y se termina. Los planos de esta arquitectura no existen, su estructura se construye por intuición y por la influencia de lo que se ha visto “al otro lado”. Es una “arquitectura sin arquitectos” donde las decisiones se basan en el gusto y la ilusión que tiene cada familia migrante de un día volver a vivir en su casa propia, edificada sobre una tierra que, sin embargo, tal vez ya no se sienta suya cuando vuelva.
Sitio de la exposición en México:
http://www.ccemx.org/html/actividades.html?idev=726
Imágenes en el blog de la exposición presentada en Guatemala:
http://arquitecturadelasremesas.blogspot.com/