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Vann Nath, el artista testigo. Retorno al genocidio camboyano I.
Blog | Optográfica | Helena Okón | 09.09.2011 | 0 Comentarios

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Cada pincelazo sobre el lienzo tenía que ser perfecto. Sólo así Vann Nath pudo garantizar su supervivencia. El cuadro que pintó por meses en prisión, y que le salvaba la vida con cada retoque, era del hermano número uno del Jemer Rojo en Camboya: Pol Pot. El pintor de rótulos trabajaba de la forma más exacta que podía. Si un guardia consideraba que sostenía el pincel de una manera irrespetuosa, su muerte era certera. Por eso el gesto del trazo debía ser ceremonial: los pincelazos suaves, sin premura ni fuerza. Debían revelar lealtad absoluta al Jemer Rojo y a su líder—responsables de la muerte de casi dos millones de personas, medio millón de ellas ejecutadas sumariamente.

Arrestado como miles de otros camboyanos sin razón aparente en 1978, Vann Nath se salvó de una certera ejecución porque el director de la prisión S-21, en donde fue internado, quería un retrato Pol Pot, y anotó al lado de su nombre en la lista de ejecución, las palabras: “Guardar al pintor”. El artista sobrevivió junto con otras once personas, entre ellos seis artistas plásticos y técnicos mecánicos, gracias a su utilidad para el régimen y porque antes de que se les ejecutara, el ejército vietnamita invadió Camboya y expulsó al Jemer Rojo del poder.

Al llegar el fin de los tres años, ocho meses, y veinte días que duró el Jemer Rojo en el poder, Vann Nath persistió en su práctica pictórica, utilizando su oficio como medio para ventilar su circunstancia de superviviente y testigo de violencia, hasta convertirse en un renombrado pintor. En los años ochenta pintó la serie que más reconocimiento le otorgó, una secuencia de pinturas que muestran escenas de la era del Jemer Rojo. Pintor de su propio testimonio y el ajeno, en su obra ha plasmado en óleo la amplia diversidad de atrocidades de las que fueron testigos, él y otros, durante el régimen.

Lo que distinguió a Vann Nath del resto de los sobrevivientes, es que ningún otro asimiló tan seriamente su papel como testigo de la historia. La voz de su narrativa pictórica se centró en la necesidad de no olvidar el pasado, de comprender la violencia, de la importancia de enseñar a futuras generaciones las crueldades de los seres humanos. Varios de sus cuadros se encuentran hoy en día en la misma prisión donde la pintura lo salvó, hoy convertida en el museo Tuol Sleng de Crímenes Genocidas.

Uno de los cuadros retrata el cuarto donde fue prisionero el pintor, un espacio profundo y largo, cubierto con loseta a cuadros amarillos y blancos. Los prisioneros se muestran atados de lo pies, por medio de largos grilletes que abarcaban en fila casi la medida completa del cuarto. No podían estar de pie, no podían sentarse. Sólo tenían permitido mirar hacia arriba. Tanta era el hambre, que los prisioneros comían insectos que caían del techo, decía Vann Nath.

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El cuadro transmite no sólo una representación del espacio concreto donde fueran prisioneros decenas de camboyanos. La sintaxis de la memoria juega con la percepción y la profundidad en la composición, presentando a un guardia como gigante dominante cuya palabra determina vida y muerte. La obra revela la carga emocional que acompaña a la desfiguración del recuerdo representado. El propósito de la pintura fue siempre simple: dar fe del sufrimiento del que fue testigo el artista. Al contrario de una fotografía de los hechos, esta serie posee el aura onírica del pasado repetido mil veces en pesadilla. Más allá del valor histórico que transmite la obra de Vann Nath, ésta es interesante porque cada cuadro es ejemplo plástico de los extraños hábitos de la memoria.

Vann Nath retrató su propia experiencia, aquello que le tocó mirar y escuchar: la tortura infinita de prisioneros, los gritos de madres desesperadas a quienes arrancaban de los brazos a sus hijos llorosos. Pero la narrativa de su pintura muestra también historias de horror que él no vio con sus propios ojos: soldados que lanzaban niños al aire para matarlos con ráfagas de ametralladora mientras caían, largas filas de prisioneros conducidos hacia su ejecución. La perspectiva de la memoria se deforma con el paso de la historia. Las escenas donde el pintor fue testigo revelan el detalle exacto de la enajenación del instante de terror. En contraste, los cuadros que presentan testimonios ajenos, revelan trazos caóticos y menos exactos, mostrando cómo la memoria posee texturas distintas de acuerdo al testimonio de lo representado.

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Vann Nath, el pintor-testigo que diera voz a las víctimas del genocidio camboyano por medio de su pintura testimonial, perdió la vida el pasado cinco de septiembre tras un coma inducido por un ataque al corazón días antes. Su espíritu único, irremplazable, ha quedado preservado en su obra, y se revela claramente en el extraordinario documental, S-21 Killing Machine, del director francocamboyano Rithy Panh.

Ahí se observa al artista contar su historia con una calma devastadora. Sus palabras surgen de un cuestionamiento profundo sobre lo que le tocó vivir. Platica mientras pinta, y pregunta siempre mientra narra. Posee la presencia de alguien que carga el peso de la historia con una dignidad inusitada. El hecho de que encontrara un impulso creativo, una responsabilidad social, en su propio sufrimiento y su atestiguar, convierte la pérdida de su vida en un evento irrevocable para el proceso de reconciliación camboyano. Vann Nath supo reconocer que revelar el horror es el primero paso para sanarlo.

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