Intento de corte de caja: un fin de semana en el año del Bicentenario
En el escenario de la economía cultural del país, muchos acontecimientos nos dejaron perplejos durante el 2010. Fines de semana en los que el Distrito Federal fue el epicentro de un consumo impresionante de bienes y servicios de entretenimiento, recreativos, de cultura y esparcimiento, activismo que es la libertad de uso del tiempo libre. No hay acuerdo sobre cuál etiqueta cabe mejor a las también denominadas prácticas o hábitos culturales. Es como un callejón sin salida, pero repleto de un dinero que se disputan como hienas hambrientas diversos ofertantes.
Vayamos de regreso a finales de mayo. Intentemos hacer cuentas de dos conciertos de Paul McCartney: fueron alrededor de 100 mil espectadores que pagaron entre 350 y 8,000 pesos por un boleto, oscilación que incluye costo en reventa. Agreguemos un parámetro de 100 pesos por persona en gasto de transporte, comida y algún souvenir. También la visita al antro o el remate con reventón en casa. Hay que sumar además las implicaciones económicas que tuvo la transmisión del concierto en Chapultepec.
Para 96 horas en días de pago de salarios (es decir, “quincena”), la cartelera Teatromex ofertó alrededor de 40 obras y/o espectáculos. Ello quizás implicó, en ecuación especulativa, la convergencia de alrededor de 50 mil personas. Subrayo el espectáculo que reunió a solistas de diversas compañías de ballet en el Auditorio Nacional. Por su aforo, pudo juntar a más de 20 mil almas.
El vistazo no puede dejar de lado al cine, cuyos componentes de gasto son relevantes en traslados, alimentación en el recinto y otros transversales según dónde se ubiquen las salas. Se estrenaron siete largometrajes, dos de ellos mexicanos. Nuestras cintas lograron colarse a 81 salas. Las restantes en más de 1,000. Nadie castiga al que esto permite.
La dinámica que observa la “vida cultural” y el uso del tiempo libre crece en manos de diversos actores privados. Unos le pelean clientes a la Corporación Interamericana de Entretenimiento (cie). Otros coproducen. Un tanto va solito. El Estado y las universidades públicas meten hasta donde deben o pueden su parte. Se segmentan nichos y consumidores. Hay y de sobra. Para corroborar lo anterior, no sólo está la reciente operación del Teatro Nextel en Parque Interlomas, zona donde se mueven 2.5 millones de personas. Ellos tan sólo necesitan que, al año, menos del 10% haga suyo el espacio para tener un negocio rentable.
El Centro Deportivo Chapultepec, una añeja asociación civil, ya encontró el modo para crear su empresa. Invirtieron 15 millones para renovar el viejo foro. Son 650 butacas donde se disfrutó el banquete inaugural: El gesticulador, de Rodolfo Usigli, bajo la dirección de Antonio Crestani, director del Centro Cultural Helénico.
El negocio cultural es también una arena de creativos y temerarios. Con cie a la cabeza, la noticia es un hecho sin precedentes. Habrá de marcar la historia del subsector, de los usos y nuevos recursos para la cultura y el tiempo libre. A la callada, firmaron un convenio con turissste para crear una tarjeta para que pensionados y jubilados puedan acceder a descuentos del 20 al 50% para asistir a los espectáculos de ocesa. Según información aparecida en el ejemplar correspondiente a la primera quincena de mayo de la revista Expansión, estiman un mercado potencial de 10 millones de personas sólo en el d.f. En la actualidad hay 40 millones de derechohabientes.
Son numerosas las implicaciones de este acontecimiento. Pero es la evidencia de que la economía cultural está ahí, moviendo dinero y valores simbólicos. Una guerra sin cuartel por los consumos. Uno de tantos capítulos pendientes de lo que denomino la “reforma cultural” asoma: la regulación de la competencia en nuestro sector.
Las cuentas no son fáciles de hacer, pero lo cierto es que el 2010 se recordará por el enorme flujo de recursos que dinamizaron el denominado sector cultural. Quizá por primera vez en la historia moderna del país son al menos identificables algunos de los subsectores que cobraron mayor protagonismo, así como el influjo que en otros ámbitos productivos tuvieron tanto el gasto público como el privado en la oferta de bienes y servicios culturales. Tal perspectiva pone de relieve, a su vez, los desembolsos que millones de mexicanos hicieron para consumir el amplio catálogo dispuesto en el mercado, aun cuando al acceder a muchos productos y contenidos, prevaleciera la gratuidad y la piratería.
Sin atisbo de pretensiones de hallazgo, el que denomino subsector de Estado concentró la mayor derrama de gasto e inversión, circulante por lo demás complejo de desagregar. Pero intentemos una aproximación. La federación inyectó una considerable cantidad de dinero con motivo de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución que, sumados a los recursos ordinarios del conaculta, alcanzaron quizá los 16 mil millones de pesos.
Pero a través del presupuesto de egresos, numerosas dependencias de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; estados, municipios, el Gobierno del Distrito Federal, así como particularmente las universidades públicas, hicieron lo propio tanto por el afán celebratorio, como por el sostenimiento de sus programas ordinarios. Sobresalen por el conjunto de obras y actividades la capital del país, Guanajuato, Michoacán, Zacatecas, Nuevo León, Jalisco, Oaxaca, Veracruz y Yucatán. En las instituciones de educación superior: la unamunam, el ipnipn, la Universidad de Guadalajara, la de Nuevo León y la Veracruzana. En el Legislativo destaca el empeño del Senado, cuya comisión bicentenaria generó un espectacular programa editorial.
Desde el análisis de la economía cultural, despunta que este subsector generó de manera excepcional numerosos empleos y con ello alentó cadenas productivas. Hablamos de movilidad en otros sectores, subsectores, ramas, subramas, clases y actividades. Una transversalidad pocas veces vista y digna de un riguroso estudio. En sentido llano, refiere desde la contratación de artistas hasta la adquisición de materiales de construcción para inmuebles. Como también se vio beneficiada la actividad informal y la recaudación fiscal. En lo editorial, por ejemplo, los miles de libros publicados; campañas en prensa, radio y televisión; insumos para las artes escénicas y clientela en hoteles y restaurantes.
De forma paralela al festín de las gestas, al rol habitual de las instituciones públicas, del mecenazgo y según la clasificación industrial que les corresponde, diversas empresas cerraron con extraordinarios saldos. cie, a través del nicho de ocesa, captó 2 millones 390 mil personas. Las salas de cine recibieron más de 190 millones de espectadores. En su modalidad, el Auditorio Nacional y el Lunario tuvieron una sorprendente actividad, alcanzando 2 millones de asistentes. Nuevos museos se sumaron: el de Memoria y Tolerancia y el Soumaya en la Plaza Carso. Una pequeña empresa cultural emergió: Remedios Mágicos. La botica de dulces, en la colonia Condesa, cuyo carácter innovador le valió un premio en la Semana pyme. La piratería también tomó su parte del pastel. Hace unos cuantos días, en desplegado a plana completa en el Reforma, la Fundación Alfredo Harp Helú informó que en 2010 donó más de 605 millones de pesos. Y el marketing de Facebook hace lo propio al sumar casi 19 millones de usuarios, según cifras de la propia empresa.
Puedo decirle que mi análisis del sector cultural y de otros que son transversales arroja una cifra preliminar de alrededor de 50 mil millones de pesos de flujo directo en 2010. Pero los números reales sólo podrán conocerse hasta que se tome en serio la urgencia de la caracterización, los estudios y conteos del sector cultural: la “cuenta satélite” que será ya una realidad a fines de este mes de marzo.