Los humanos deseamos mantener el contacto con la Naturaleza, por eso metemos a nuestras casas plantas y mascotas. Ello explica en parte por qué un mundo fantasmagórico subyace a nuestra realidad civilizada y racional: seguimos comparándonos con los animales y los vegetales. Así, las personas pueden morder el anzuelo, ser avispadas, hacer lagartijas, llorar lágrimas de cocodrilo; todo ello “no es moco de pavo” ni “baba de perico”. Cuando alguien “no se hace pato” y “se defiende como gato boca arriba” a veces gana: “se siente pavorreal”; si pierde, “se va con la cola entre las patas…”.
En las fábulas griegas o en la obra de La Fontaine, los animales se humanizan: encarnan y escenifican nuestras cualidades y defectos con un fin moralizador. Así, la cigarra es perezosa y muy trabajadora la hormiga. Inversamente, en nuestras expresiones cotidianas damos a las personas características que se ha creído distinguir tradicionalmente en diversos animales (alguien tonto es un burro; si es listo, muy águila). Del abanico de atributos que se podrían adjudicar se suele escoger uno. En el zorro, sea por caso, pudo haberse subrayado la agilidad, la suavidad de su pelaje, su elusividad, la temeridad que lo lleva a invadir territorios humanos, etcétera. Sin embargo, se eligió como emblemática su astucia (no viene al caso determinar si ello preexistió a Esopo o si se originó en sus textos). En ocasiones la alusión es genérica: ¡qué bruto!; es una bestia, un animal, una fiera, un pez gordo, un mal bicho, un pájaro de cuenta. En otras, el referente está más acotado: ser mosca(-quita) muerta, chivo en cristalería, estar pechugona, engatusar a alguien, ser el delfín del superior o un buen sabueso.
Ahora bien, estas connotaciones varían de una cultura a otra. Así, por ejemplo, vaca pone de relieve la robustez mientras que cow, en inglés, focaliza la fecundidad (que por nuestro lado atribuimos a la coneja); para los francófonos, vache se torna adjetivo: malvado, que coincide más o menos con nuestro cabrón (el cual, a su vez, en España significa cornudo y pusilánime).
En una sociedad mestiza como la nuestra la serpiente posee una connotación ambivalente: negativa en la herencia española (Eva en el Edén) pero motivo de adoración en la prehispánica (Quetzalcóatl en Mesoamérica). En nuestras canciones abundan machos y hembras en vez de personas.1
Son por lo menos tres los criterios empleados en las comparaciones: 1) el aspecto: estatura (pulga, jirafa, piojo, microbio); delgadez (charal, campamocha —mantis religiosa—, araña); fealdad (chango, simio, mono, macaco); ambigüedad (camaleón); suciedad física pero también moral (puerco, marrano, cerdo, cochino, guarro); anacronismo (dinosaurio); gordura (ballena, hipopótamo, tonina, elefante, mastodonte); fuerza (ser un oso, estar hecho un toro; este último es sustituido por roble cuando preferimos una metáfora botánica). 2) Un segundo criterio es el carácter que otorgamos a ciertos animales: blanca paloma, víbora, mula, cabra, gallina, borrego, abejita y su contraparte, el zángano. También las sustancias que secretan algunos bichos se imputan, transformadas en rasgos de personalidad, al ser humano: meloso, ponzoñoso, venenoso. Ciertos animales fueron imaginados para atribuirles nuestras peculiaridades: arpía, nahual, sirena, fauno. Los serafines, si los observamos con una mirada nueva, más que divinidades son seres mitad pájaro mitad humano; algo semejante ha pasado con los hombres lobo, los vampiros y, más recientemente, con el Hombre araña (la mitología se remoza sin cesar). 3) Hay que mencionar también algunos comportamientos: lento como tortuga o como caracol (así se tilda también, en México, a quien es baboso y arrastrado); autoritario o represivo, como el gorila; chismoso, hablador: loro, chachalaca, perico, cotorra, urraca, guacamaya; gestor: coyote; ladrón: ratero, rata; depredador: lobo, tigre, león, tiburón, por ejemplo en las negociaciones; criminal: halcón; traficantes: camellos, mulas o burros; los escurridizos son anguilas; los políticos, grillos y avestruces que además viven como perros y gatos. A veces lo que se enfoca es la disponibilidad/apetencia sexual: zorra, lagartón(ona), loba, vampiresa, tigresa, semental, pulpo, moscardón, moscón, mariposón. Un caso interesante que conjuga los tres rasgos (aspecto, carácter y comportamiento) es una metáfora dentro de otra: lobo con piel de oveja.
Son comunes los apellidos Cordero, León, Del Toro, Garza, Pastor, Corral; algunos equipos deportivos adoptan motes para sugerir combatividad, como Los Pumas de la UNAM. Muchos apodos, en especial entre delincuentes (“El Gorgojo”, “La Marrana”) son sinécdoques —un elemento nombra el todo— sin duda impecables; no en vano se dice que ellos escenifican el efecto cucaracha. En las relaciones interpersonales hay sanguijuelas, parásitos y alimañas; son más molestos que las rémoras, sabandijas, ladillas o chinches, pero menos dañinos que los chacales o las hienas. Cuando una persona acecha la debilidad ajena se le ve como buitre: en el ambiente laboral se habla de zopilotear; en el galanteo, de gavilán y pollita. Son gusanos las personas viles y despreciables, por eso en Cuba se llama así a los anticastristas.
Con el tiempo, algunos términos cambian de sentido, como buey→güey→wey, que de insulto pasó a ser muletilla.
Son compuestas algunas —llamémosles— metáforas metonímicas que involucran animales: se dice que un hombre es bragado (valiente, enérgico) porque bragados son aquellos toros de lidia negros con una mancha blanca en las ancas: toro con bragas=hombre valiente, calzonudo. Algo semejante ocurre con los defraudadores electorales: se les conoce como mapaches por el antifaz con que se suele pintar a esos incansables saqueadores.
Vivimos inmersos en una fría y aséptica tecnología pero (o tal vez a causa de ello) seguimos comparándonos con los animales del campo. El lobo de Hobbes y el ζooν πoλίτικoν de Aristóteles siguen, pues, vigentes. ~
1 En otro momento nos ocuparemos de los animales domésticos, la tauromaquia y las peleas de gallos, ricas vetas de figuras retóricas.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el cepe de la unam, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los usaTM”.