La imagen, en realidad, no tiene más que la connotación del más insufrible personalismo: ahí aparecen Barack y su esposa, abrazados frente a un viento sureño, ella de espaldas, él con los ojos cerrados, el sol estallado en su rostro. El mensaje que acompaña la fotografía es igual de espeluznante: “4 More Years”.
Implica, claro, el triunfo que el oriundo de Illinois sostuvo para reelegirse como Presidente de los Estados de Unidos de América este pasado 6 de noviembre. Logró amarrar a la más alta cúpula del poder político tras un encuentro electoral aburrido y fatigante frente a su competidor Republicano, Mitt Romney. La imagen, empero, significa también una serie de tragedias sintomáticas del país que Obama (y nótese que es la primera mención a su apellido) ha de gobernar los próximos años y de la cultura política en el mundo entero.
En menos de cuatro horas, el mensaje pictográfico de Obama había sido reciclado en redes sociales en más de 400,000 ocasiones. Los ánimos triunfales no solo servían a los Demócratas más convencidos de Ohio y Florida (por mencionar solamente dos estados de la Unión), sino a toda una comunidad local (es decir, mexicana) y global, interconectada, que sentía el triunfo del otrora Senador como el de la benevolencia y la justicia propia; sin dudarlo mucho, la victoria del Partido Demócrata en la carrera presidencial era una victoria moral en las dinámicas de estos circuitos cibernéticos.
“Trágico”, se estipuló en un principio, por la carencia crítica ante los años de Obama, sus voluntades políticas y la simbología propia de la imagen más “tuiteada” de la historia; triste, sin duda, el desconocimiento profundo, pandémico, que parece sostenerse frente a un sistema político que afecta indudablemente a gran parte de las regiones en el mundo.
Primero lo espeluznante: un jefe de Estado verdaderamente atento a las necesidades de la población que lidera, o al menos inteligente en el engaño de que ésas son sus intenciones genuinas, debería de evitar por la lógica más básica el deseo de protagonismo que impera en aquella imagen. No hay en las intenciones de aquel mensaje ningún apunte hacia la sociedad estadounidense, ningún resabio de que, solo quizá, el triunfo sea al menos producto de los esfuerzos de su partido. Aparece Barack, abrazado de una espalda anónima, ensalzándose en su triunfo. La única sonrisa que recibe al nuevo proyecto gubernamental de los Estados Unidos es la del que lo lidera.
Sumado a esto, pensar en el texto: “4 años más”. No se siente siquiera la intención de reconocer al proceso que lo llevó a esas instancias por otro periodo, la gente que esquivó alertas periodísticas para apoyar la campaña o las formas que han achacado a los Estados Unidos los últimos años: la dureza de la crisis económica, la polarización política, las tensiones de la migración, el costoso golpe de las guerras. Se reconoce, nada más, lo que sucederá a Obama (si acaso, a la espalda de su esposa) en el futuro inmediato: vivirá en la Casa Blanca por cuatro años más. Gobernará cuatro años más. Será abrazado por cuatro años más. Él. Barack Obama.
En medio de este panorama simbólicamente miserable, el comentario de muchos aparece como reafirmando una comodidad moral: no es que las razones de este triunfo puedan adjudicarse a un Partido Republicano dividido y debilitado por sus tribus, a un candidato opositor que no pudo soltarse como el candidato que realmente era, a un sistema electoral anómalo y justo nada más con las dinámicas políticas de hace siglos. No. El triunfo, y así se asumía en consenso, había sido logrado por el individuo.
Pobre, muy pobre, dramático casi, el desempeño de Barack Obama en esta elección. Pobre también una realidad social que se permite no enfrentar al líder que hasta en la celebración democrática de un pueblo la ignora y parece satisfecho con su propio endiosamiento. No vimos el rostro ni de Michelle, su mujer.