Conocí a Carlos Fuentes, como a una buena parte de mis amigos de toda la vida, en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ambos éramos casi de la misma edad: él era de 1928 y yo de 1930, y como ingresamos a la Facultad en los cincuenta, formamos parte de la generación del Medio Siglo que produjo tantas cabezas lúcidas. Para entonces, Carlos conocía Washington y buena parte de América del Sur, y creo que había estado ya en Ginebra y en París. Recuerdo que él me presentó a Octavio Paz, en un ciclo de conferencias sobre los “Grandes temas de nuestro tiempo” en el que el poeta disertó sobre el surrealismo. Coincidimos también —más que en las cátedras de quienes fueron los maestros fundamentales de la generación— en conversaciones sobre libros, política y cultura con el maestro De la Cueva y con don Manuel Pedroso.
En realidad, yo me hice amigo de mis amigos de siempre no tanto en las clases de los primeros años de la facultad, sino a mi regreso de Francia, adonde fui becado para estudiar en 1952 lo que realmente era mi vocación: la ciencia política. Fue a la vuelta de mi estancia en París, dos años después, y más en las tertulias que ocurrían en la biblioteca de la casa de don Manuel, en las que tomábamos buen café —planchuela y caracolillo molido estilo cubano—, donde coincidíamos; o en el cine-club del ifal, que dirigía José Luis González de León; o en las reuniones sabatinas de la Librería Francesa de Reforma, a unos pasos del Excélsior, donde realmente nos hicimos amigos. Amistad que se volvió fraterna cuando emprendimos la aventura de hacer El Espectador, aquella revista mensual que antecedió a Política y en la que participaron Víctor Flores Olea, el propio Carlos, Jaime García Terrés, Francisco López Cámara, Luis Villoro y yo.
Cuando Carlos vivió en Venecia —¿a finales de los sesenta?— lo visité y fue un espléndido guía de la plaza y los rincones de la ciudad, de sus restaurantes, del Harry’s Bar. Más tarde, cuando fue embajador en París, se empeñó en que mi esposa Julieta y yo nos alojáramos en la residencia de la Embajada Mexicana. Conservo el dibujo de André Malraux de un par de gatos de perfil hechos con un bicolor, que el gran novelista dedicó a Reichenbach y que este obsequió a Carlos, quien a su vez lo regaló a Julieta, pues sabía que ella amaba a los gatos…
Debo confesar que la muerte de Carlos me resultó absolutamente inesperada. Cuando ocurrió, yo lo hacía todavía en Buenos Aires, en la feria del libro. Y aunque últimamente ya no nos veíamos con frecuencia, estaba al tanto por los medios de su permanente peregrinar por el mundo y de su infinita (y notable) capacidad de trabajo.
Con la muerte reciente del amigo he notado que los recuerdos de los lapsos de vida que compartimos comienzan a disgregarse, a alejarse paulatinamente y a volverse cada vez más leves. El tiempo envejece de prisa, como decía Tabucchi.
Quiero citar un texto de Henry Miller —Viraje a los ochenta— que algo tiene que ver con Fuentes el infatigable:
Si usted ha tenido una carrera plena de éxitos […], el fin de sus días no será necesariamente el periodo más feliz de su existencia […]. El éxito visto desde esa perspectiva es una suerte de calamidad para el escritor que aún tiene algo que decir. En ese periodo, en el que debería disfrutarse un poco del ocio, se encuentra uno más ocupado que nunca […]. El problema reside en saber cómo conservar la libertad y cómo hacer solo lo que a uno le gusta.
Creo que Carlos, sin dejar de escribir, mantuvo su libertad e hizo siempre lo que le gustaba.
México, 28 de mayo de 2012
P.D. Por cierto, en un libro recién publicado, El siglo que despierta (2012), que recoge una conversación que tuvo con Ricardo Lagos, Carlos insiste en atribuirme una boutade según la cual murieron más mexicanos celebrando los triunfos militares en las cantinas que en las batallas mismas de la Revolución mexicana, broma que había contado ya, creo, en La silla del águila. El copyright pertenece a un compañero y amigo nuestro de la Facultad: Arturo González Cosío.
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ENRIQUE GONZÁLEZ PEDRERO, licenciado en Derecho por la UNAM, se especializó en Sociología, Economía y Ciencia Política en La Sorbona. Exdirector del Fondo de Cultura Económica, fue gobernador de Tabasco y asesor de campaña de Andrés Manuel López Obrador en las pasadas elecciones.