Por si faltara evocar libros, hay innumerables enciclopedias y diccionarios sobre Roma y temas muy concretos como personajes, batallas, literatura, arquitectura, etc. Debido a la cantidad de información, belleza de sus ilustraciones fotográficas y excelencia editorial, resalta la Enciclopedia di Roma dalle origini all´anno duemila (editada por Franco Maria Ricci, Roma, 1999). Las más espléndidas imágenes, curiosidades, erudición y precisión histórica llenan sus más de mil páginas en un italiano bastante comprensible. Esta obra editorial en muchos casos no requiere de textos para admirar la obra cultural que ha producido la llamada, retórica pero certeramente, Ciudad Eterna.
En este siglo, su historia y su leyenda —mucha de ella detallada a través de la palabra escrita— ha sido ocupada en muy buena parte por el cine. Ha sido prolífico. Centenares de películas se han filmado en las últimas décadas, aunque algunas no han destacado por su calidad, convirtiéndose en melodramas fantasiosos y sentimentaloides. La mayoría han sido recreaciones históricas o telón de fondo para historias de amor o políticas muy cuestionables históricamente. De las elaboradas con calidad podemos citar en primer lugar la más romana de todas las películas italianas de Fellini: La dolce vita, en la que su genial director da vida a una atmósfera glamorosa y contrastante, concentrada en una ciudad bombardeada pocos años antes; donde se cruza, principalmente en la Via Veneto reproducida mágicamente en los estudios de Cinecittà, la vida eclesiástica, la aristocracia remanente de la Roma papal y las emergentes estrellas del espectáculo, en ocho episodios. El hilo conductor es un paparazzi, Marcello Mastroianni, nuevo personaje que testimonia la renovación del mito romano en los años sesenta. Los años de la guerra y posguerra dan lugar al neorrealismo con las películas de Rossellini (Roma, cittá aperta, 1945), De Sica y, posteriormente, las comedias geniales de Dino Risi, Mario Monicelli y Alberto Lattuada, y otras más del propio Fellini, que se convierten en la crónica romana de muy buena parte del siglo XX. En ellas se encarnan personajes prototipo junto a Mastroianni, con otras figuras que son ya parte del cine universal: Claudia Cardinale, Sophia Loren, Totó, Alberto Sordi, Gina Lollobrigida, Giancarlo Giannini, Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman, por citar a algunos actores legendarios.
Dentro de las películas históricas no podemos olvidar a Ben-Hur (dirigida por William Wyler, 1959) que obtuvo once premios Oscar; Barrabás y Espartaco (dirigida por el célebre Stanley Kubrick en 1960), enormemente exitosas también, tradición que hasta la fecha se mantiene en el gusto cinéfilo, quizá por mostrar el inicio del cristianismo, como en Gladiador (dirigida por Ridley Scott en 2000), que obtuvo cinco estatuillas. Otras más —en las que por el deseo de renovar la temática de la Roma Antigua no han escatimado distorsionar su historia— que ahora recuerdo: una en donde ¡las legiones de Roma se convierten en el antecedente de los Caballeros de la Mesa Redonda y el Rey Arturo!, titulada La última Legión (Dirigida por Doug Lefler, 2007).
Lugar especial merece Satyricon (Fellini, 1969) que recrea, en medio de toda la imaginación felliniana, la Roma Imperial descrita por Petronio en una de las novelas originales romanas fundamentales.
Las miniseries tampoco han faltado. En un texto anterior mencioné Yo, Claudio, de la que se anuncia una nueva versión para el próximo año, y Roma (2005), que a pesar de la fantasía y excesos, divierte. En España se realizó una vinculada al pasado romano de la península ibérica, Hispania, la leyenda (2010-2012, tres temporadas), sobre el héroe Viriato y su lucha contra los romanos del final de la República. En años recientes surgieron dos series interesantes: Roma criminal (dirigida por Stefano Sollima, 2005) y Aldo Moro. Asesinato de un presidente (dirigida por Gianluca Tavarelli, 2008). La primera trata, a través de doce historias, de los turbulentos años setenta en los que la violencia fue el pan de cada día en Roma, al punto en que ese periodo se recuerda como “los años de plomo”; y la segunda, muestra la culminación de esa violencia con la muerte brutal del presidente del Consejo de Ministros, Aldo Moro. Añado una película que se desarrolla en años recientes: El divo (dirigida por Paolo Sorrentino, 2008), con pasajes de la vida política de Giulio Andreotti, el más legendario y veterano político italiano de este siglo; figura emblemática de la Italia de la posguerra cuya carrera se desarrolla en Roma. Es una figura que, por su sofisticación intelectual y política, desde 1946 hasta hoy es senador vitalicio, con un paralelismo innegable con grandes personajes de cualquiera de las etapas de la Roma milenaria. Incluso pudo haber sido uno de los protagonistas de la conjura en el Julio César de Shakespeare, quien también incluyó a Roma en su obra teatral.
Igualmente, en la música, mencionaré los archiconocidos Pinos de Roma, Las fuentes de Roma y Fiestas romanas, de Respighi, cuyas mejores versiones, a mi gusto, están incluidas en un mismo disco: Philharmonic Orchestra, dirigida por Yan Pascal Tortelier (Chandos, 1992).
Se podría dedicar este espacio a cada una de todas las obras literarias, históricas, musicales y audiovisuales citadas aquí por sus enseñanzas en la inmutabilidad de la condición humana, que se expresa en la política y en la vida diaria de hombres y mujeres. Roma ha sido una fuente inagotable de experiencia, como es el caso de las continuas citas a las que hace referencia Maquiavelo en El príncipe, vigente en su sabiduría y desencanto por la bondad natural del ser. Roma fue un mundo en sí mismo. Un mundo que transitó gloriosamente por la historia y cuyas bases culturales siguen dominando la vida de buena parte del mundo, particularmente en Europa, quien, inmersa en una de las etapas más complicadas de su historia comunitaria, podrá mantener su unidad basada en su herencia cultural común, herencia sin duda alguna de los romanos y del inmortal nombre de Roma. ~
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RAFAEL TOVAR Y DE TERESA (Ciudad de México, 1956) estudió Derecho en la UAM y obtuvo la maestría en Historia de América Latina en la Universidad de la Sorbonne. Fue embajador de México en Italia y presidente del Conaculta de 1992 a 2002. Es autor del libro Modernización y política cultural.