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Beatriz Espejo, cuentista magistral
Cultura | Este País | Juan Domingo Argüelles | 03.07.2012 | 1 Comentario

En un mercado editorial cada vez más competido, en el que predomina la intención de vender tantos ejemplares como sea posible en lugar de promover la creación literaria y la lectura, el autor nos alumbra el sendero para adentrarnos en una de las obras de la literatura mexicana más sólidas y mejor logradas: la de Beatriz Espejo. Autora que ha incursionado en múltiples géneros y que ha convertido la vocación de escritora en forma de vida a lo largo de más de medio siglo.

Hay un pequeño poema de Rosario Castellanos que siempre me remite a una breve obra maestra de la cuentística de Beatriz Espejo (Veracruz, 1939). El poema es una de las dos canciones de Materia memorable y dice así: “Yo conocí una paloma/ con las dos alas cortadas;/ andaba torpe, sin cielo,/ en la tierra, desterrada./ La tenía en mi regazo/ y no supe darle nada./ Ni amor, ni piedad, ni el nudo/ que pudiera estrangularla”.

La breve pieza magistral de Beatriz Espejo lleva precisamente por título “La paloma” y está en su libro Muros de azogue. Unas pocas y deslumbrantes líneas: “La tía Mercedes caminaba por un callejón de Montparnasse cuando de pronto encontró una paloma que yacía en el suelo con el ala rota. Se adelantó unos pasos; entonces vino un hombre gordo cargado de buenas intenciones que se agachó a recogerla y la arrojó al aire exclamando ‘¡Vuela, no seas floja!’ Y la mató”. Es uno de los cuentos más crueles que conozco, y también de los más tristes, con el mejor fondo de realidad que sabe imprimir a su literatura Beatriz Espejo. En una antología del cuento cruel tendría que estar en primerísimo lugar.

Al igual que Rosario Castellanos, Beatriz Espejo conoce el duro lirismo de nuestra realidad y sabe que el mundo está lleno de gente de buenas intenciones que, casi sin darse cuenta, nos muestra la dicha y la desdicha, la grandeza y la pequeñez, y no pocas veces la caricatura de nuestra especie. Espejo de nuestra mejor realidad literaria, Beatriz es una de nuestras mejores cuentistas mexicanas o, para decirlo con exactitud, aunque suene extraño frente al lenguaje reivindicativo de género, uno de los mejores cuentistas de México.

Maestra, académica, investigadora, que prodigiosamente —a diferencia de una buena cantidad de investigadores académicos— nunca ha incursionado en el género aburrido, Beatriz Espejo es también ensayista intuitiva e inteligente, narradora estupenda, magnífica entrevistadora, traductora, biógrafa de Torri y compañera y esposa de Emmanuel Carballo. Dicho, así, en un heroico ejercicio de síntesis.

Beatriz Espejo entrevistó, entre otras personalidades literarias, a Katherine Anne Porter, Guadalupe Marín, Carlos Pellicer, Agustín Yáñez, Rodolfo Usigli, Andrés Henestrosa, Julio Cortázar, Camilo José Cela, Juan José Arreola, Rosario Castellanos, Enriqueta Ochoa, etcétera, y conversó con más de treinta escritores (de Héctor Azar a Ramón Xirau, pasando por Huberto Batis, Alí Chumacero, José Luis Martínez y José Emilio Pacheco) para hacer un fiel retrato hablado de Julio Torri.

Sus libros Palabra de honor y Julio Torri, voyerista desencantado son dos ejemplos magistrales de agudeza y profesionalismo, de rigor documental y amenidad literaria: dos libros que deberían reeditarse y releerse más, sobre todo hoy cuando cualquiera toma una grabadora y entrevista a un escritor sin saber nada de él y sin haber leído uno solo de sus libros. Hasta donde sé, Beatriz ya no cultiva la entrevista con escritores, pero los ejemplos que nos ha dejado son muestras, a un tiempo, de periodismo y literatura, sin contradicción ninguna y sin falsos antagonismos. Otra vez, importantes lecciones para hoy, cuando no escasean los periodistas que juegan a ser literatos y los literatos que juegan a ser periodistas sin conseguir ser ni lo uno ni lo otro. En otra de sus vertientes, en 2012 publicó El alma en el cuerpo, a partir de varias entrevistas con la actriz María Victoria.


A lo largo de su obra cuentística (Muros de azogue, 1979; El cantar del pecador, 1993; Alta costura, 1997; Marilyn en la cama y otros cuentos, 2004; y Si muero lejos de ti, 2011), Beatriz Espejo ha trabajado en una escritura de morosa sabiduría y de inteligente pasión. En su paciente búsqueda expresiva no se ha desviado ni por un momento ante la tentación editorial del éxito narrativo que pide y propone temas y asuntos vendibles, con escrituras al modo y a la moda. Sabe que, en el momento mismo en que se cede ante estas presiones de un mercado que se ha encargado de uniformar el gusto de los lectores, la obra literaria pasa a mejor vida y el escritor se convierte en un activo e infatigable mecanógrafo de cuyas manos salen éxitos fulgurantes tan sólidos y duraderos como los afectos en el medio literario. (Ojalá pudieran durar tanto como las enemistades.)

Beatriz Espejo ha dicho que no hay pretextos para evadir una vocación verdadera, y esto lo ha venido demostrando a lo largo ya de más de medio siglo, desde que apareció, en 1958, La otra hermana, como primer número de los Cuadernos del Unicornio que publicaba Juan José Arreola. Y ha dicho también: “Los cuentos nacen sin avisar. Guardo varios originales inconclusos y, de tarde en tarde, abro el cajón para depositar otro”.

Esto habla de su falta de prisa por publicar, y de su constancia por escribir. La literatura no es una carrera; es, como bien lo ha dicho, una vocación imperiosa cuando en verdad importa. Y una vocación —habría que añadir— en la que ella no está dispuesta a dar concesiones para ganar público y unas pingües regalías que alcancen para una villa mediterránea. La literatura, como la entiende la autora de Si muero lejos de ti, es una apuesta contra el tiempo, pero también una imposibilidad de dejar de hacerla. La apuesta contra el tiempo nos puede derrotar (nadie lo sabe), pero no por ello podemos abandonar dicha apuesta, ni tampoco hacer trampa o renunciar a la búsqueda posible.

Beatriz Espejo, biógrafa de Torri, podría suscribir el célebre epigrama de su maestro: “A semejanza del minero es el escritor: explota cada intuición como una cantera. […] ¡Qué fuerza la del pensador que no llega ávidamente hasta colegir la última conclusión posible de su verdad, esterilizándola; sino que se complace en mostrarnos que es ante todo un descubridor de filones y no mísero barretero al servicio de codiciosos accionistas!”. Así es como yo veo la cuentística de Beatriz Espejo: descubridora de filones y excavadora de vetas profundas, con el justo premio de metales preciosos que luego labra y pule, con esmerada paciencia, sin que le apure la prisa ansiosa del barretero.

Es una narradora que explora profundamente en los temperamentos y las emociones y que, en esa exploración, saca a la luz las acciones y las actitudes de los seres humanos que somos todos en general representados por algunos personajes en particular. Así, Beatriz Espejo describe, magistralmente, el paso del tiempo sobre el ser humano y aborda su amor, su desamor, su desconsuelo, su soledad, sus angustias, su descomposición, su pérdida de belleza y lozanía, e incluso su ridiculez, hasta desembocar en su ruina final.

Todo esto lo hace con una prosa exacta, no exenta de nostalgia y melancolía, pero, igualmente, no exenta de humor ni mucho menos de amor, porque en el fondo ningún escritor que sea literariamente bueno puede escribir sin amar de algún modo a sus personajes. Beatriz Espejo ha confesado: “Dos han sido mis temas: el amor y la muerte. El amor porque lo conceptúo espléndido, el consuelo más bello que le fue dado a los hombres. Aunque casi siempre mis relatos son desdichados, uno de mis más ardientes deseos está en lograr una historia de amor entre gentes sencillas… La muerte siempre se inmiscuye en mis escritos, la misma muerte que en mi niñez parecía espantable y temible y que ahora resulta tan natural”.

En cuanto a sus personajes refiere: “Cuando apareció La otra hermana algunos familiares o amistades cercanas intentaron descubrir en todos mis escritos grandes dosis autobiográficas y como en un curioso acertijo quisieron identificar a mis personajes; pero estos eran generalmente seres de ficción, a menudo históricos o mitológicos, nacidos para darle forma a distintas ideas o sentimientos…”. Todo esto lo reafirma la escritora en cada nuevo libro. Es frecuente que tome personajes y episodios reales (de la realidad histórica y literaria) y construya con ellos la ficción más convincente para dotarlos de mayor verdad y de una realidad más entrañable.

Si en Alta costura recrea, por ejemplo, a Pita Amor y a Inés Arredondo, en Si muero lejos de ti nos entrega estupendos retratos ficticios y reales en donde traza los rasgos biográficos de gente como Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Agustín Yáñez, Manuel José Othón, Maximiliano y Carlota, Agatha Christie, Marilyn Monroe, Colette, Elena Garro, Sylvia Plath, Salvador Díaz Mirón y Alberto Gironella.

No se propone, desde luego, hacer biografías. Los catorce textos de Si muero lejos de ti son cuentos. Y, en más de uno de ellos, ella está también dentro de sus cuentos, como protagonista o testigo que se recuerda recordar y que se mira escribir. (El cuento sobre Agustín Yáñez es, literalmente, real, como ella misma ha revelado.) A esta difícil sencillez ha llegado la narradora luego de un oficio de muchos años, los años que se necesitan para saber que la literatura es algo más que un artificio verbal, pero que también lo es sin duda porque sin ese artificio, sin ese arte del oficio, no hay literatura ni hay vitalidad literaria.

Hace muy poco, para un libro que estoy por publicar (Lectoras), Beatriz Espejo, escritora de vocación y convicciones, me dijo lo siguiente: “Detesto a los escritores que escriben para ganar dinero desprestigiando a medio mundo; a los insinceros, a los que redactan con cobardía buscando no comprometerse ni con Dios ni con el diablo”.

En esta frase está contenida su arte poética y su arte narrativa. Al leer y releer las páginas de Si muero lejos de ti, me he divertido con las tragedias cómicas (por patéticas y porque así es la vida) de Silvina Ocampo, Agustín Yáñez, Othón y Díaz Mirón, y he reído ahí en los episodios donde quizá no debía reírme, porque, aunque cómicos, no dejaban de ser trágicos. Por ejemplo, la fanfarronería pueril y senil de Díaz Mirón no puede sino motivar carcajadas o mucha pena sobre todo si el bandido que él buscaba afanosa y rabiosamente (para mostrar que el poeta también es un hombre de acción y de armas), se le presenta como un fantasma y le regala, muy educadamente, mejores tabacos que los suyos. Y en los cuentos sobre Agatha Christie y Sylvia Plath, no pude sino conmoverme al sentir la profunda soledad y la necia locura de quienes saben resolver los misterios literarios pero son incapaces de comprender y de aceptar los enigmas domésticos de la vida.

Cuando leo los cuentos de Beatriz Espejo siempre me quedo con ganas de leer más, y me encantaría que en algún próximo libro suyo aparecieran, en breves ficciones maravillosas, algunos episodios de los medios literario, académico, social y doméstico (tan llenos de graciosa inmoralidad todos ellos) que ella conoce tan espléndidamente, pero que hoy solo han gozado de la efímera letra del periodismo y la mala memoria de las hemerotecas. ¡Qué cuentos serían esos, en la pluma incisiva de Beatriz Espejo!

Beatriz Espejo escribe apasionadamente en diálogo con el lector perspicaz, imaginativo y aun malicioso, y sabe burlarse de los ingenuos que se afanan en distinguir las fronteras de la ficción y la realidad. La realidad y la ficción son lo mismo en las manos de un escritor experto, y Beatriz Espejo se entrega, lúdica y lúcidamente, a la creación y recreación de mundos en miniatura pero absolutamente complejos y completos. En sus cuentos, por ejemplo, Silvina Ocampo, Guadalupe Amor y Marilyn Monroe pueden ser los personajes de carne y hueso, pero también las magistrales invenciones de tramas siniestras.

En la reciente conversación ya referida, me reveló: “Conocí desde la escuela primaria la Vida de Santa Teresa y la poesía de San Juan de la Cruz, y no me fueron ajenos Fray Luis de León ni Fray Luis de Granada. Desde hace un par de años he bendecido tal costumbre porque estoy escribiendo una novela (Dónde estás corazón) sobre el convento de Corpus Christi en la Ciudad de México. He puesto muchas esperanzas sobre sus resultados a pesar de que soy fundamentalmente cuentista. En una entrevista que le hice, Andrés Henestrosa me dijo: ‘Nada se pierde, todo queda en el espíritu del hombre’. Tenía razón y nunca se sabe lo que uno aprovechará cuando lo aprendió antes”.

Escritora culta, Beatriz Espejo pertenece a la estirpe de Rosario Castellanos, Elena Garro, Inés Arredondo, Amparo Dávila y Luisa Josefina Hernández. Y no se amilana ante nada ni ante nadie. Como crítica y maestra de la literatura, está dispuesta a prestarnos, cuando así lo pidamos, dolorosas verdades, pero no a regalarnos falsos consuelos. Aguda observadora de las pasiones, los orgullos y los prejuicios que pueblan el medio literario, ha dicho, en labios de uno de sus personajes, que “nada entretiene tanto como ocuparse de uno mismo”. Y es que, en nuestro tiempo, abundan los escritores ocupados en sí mismos (ocupados en observar morosa y amorosamente su ombligo) puesto que nadie más quiere ocuparse de ellos.

Otra verdad contundente fue la que expresó, en una entrevista, a Silvina Espinosa de los Monteros. A propósito de algunas escritoras actuales, dictaminó: “Creo que existe otra actitud que no teníamos ni mi generación ni las anteriores, que es ese instinto asesino de hacer cualquier clase de concesiones con tal de vender libros. Veo un desmesurado afán por querer convertirse en ricas y famosas a través de la literatura”. Es verdad que esto no es privativo de las mujeres, como también lo admite Beatriz, pero si le preguntan sobre escritoras, no evade la cuestión ni se anda por las ramas. Lo que muchos escritores se afanan en hacer hoy, con impaciencia y ansiedad, no es una obra literaria sino una cuenta bancaria, olvidándose ya casi por completo de esa extraña pasión que Mario Vargas Llosa denominó, muy acertadamente, “la verdad de las mentiras” que lo que menos garantiza a nadie (aunque pueda obtenerse por excepción) es una sólida y despreocupada posición económica.

Beatriz Espejo tiene un principio vital y moral que es digno de admirarse. Piensa que el ideal de un escritor es alcanzar la alegría y el contento, la satisfacción de la existencia, y escribir buena literatura como recompensa y complemento. Esto no siempre es posible, pero cuando se logra, como ella lo ha conseguido, esto es mucho mejor que una vida banal e insatisfactoria, y quizá incluso lastimosa pese a que pueda acompañarse de la publicación de exitosos libros horribles como los muchos que pueblan hoy el mercado y las mesas de novedades en los centros comerciales y en las grandes librerías: gloria de barreteros al servicio de codiciosos accionistas, y no paciente y gozoso trabajo de descubridores de filones.

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JUAN DOMINGO ARGÜELLES (Quintana Roo, 1958) es poeta, ensayista, crítico literario y editor. Hizo estudios de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha publicado el volumen de ensayos: El vértigo de la dicha: diez poetas mexicanos del siglo XX. En 2004 reunió su obra poética de dos décadas en el volumen Todas las aguas del relámpago (UNAM) y en 2009 la Editorial Renacimiento, de Sevilla, le publicó una antología general de 25 años de escritura poética, con el título La travesía. Es autor también de varios libros sobre el tema de la lectura como Escribir y leer con los niños, los adolescentes y los jóvenes (Océano, 2011) y Estás leyendo… ¿Y no lees? (Ediciones B, 2011). Entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta, el Premio de Ensayo Ramón López Velarde, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

Una respuesta para “Beatriz Espejo, cuentista magistral
  1. mafer dice:

    que por bvkuebfk

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