A menudo tratamos de inyectarle épica a la prosaica vida diaria. Afirmamos, entonces, que alguien “tiene mariposas en el estómago”, “echa rayos y centellas” o “se quema las pestañas” cuando queremos decir que está nervioso, furibundo o que estudia mucho. Preferimos estas expresiones exageradas, hiperbólicas, a los sencillos enunciados referenciales (quedarse con el ojo cuadrado en vez de quedarse pasmado, o poner el grito en el cielo en lugar de quejarse vehementemente). Al apartarnos de las imágenes ordinarias, la realidad deja de ser mensurable y apegada a las leyes de la ciencia. Se vuelve menos predecible. Podrían ponerse aquí miles de ejemplos… quiero decir cientos… bueno, unos cuantos para ilustrar esta figura retórica caracterizada por la desmesura.
En griego, hipérbole significa “lanzar más allá” y consiste en aumentar o disminuir excesivamente aquello de que se habla. Así, estar en los cuernos de la luna da la idea de estar encumbrado, que a su vez es otra expresión excesiva (otra hipérbole) para indicar que a alguien se le alaba desmedidamente, que se le engrandece (una más) o bien para referir la sensación de ensoberbecimiento que dicha persona experimenta. Por el contrario, la expresión brincar el charco para significar cruzar el Atlántico disminuye de manera excesiva aquello de que se habla, en este ejemplo la cantidad de millas náuticas.1
La hipérbole, que frecuentemente se asienta en metáforas y metonimias, es axiológica, tanto positiva (“eres un sol / ángel”) como negativamente (“eres una víbora / un diablillo”). Puede ser muy simple (llover insultos / elogios) o compleja (estar con el alma en un hilo / con el Jesús en la boca / entre la espada y la pared) pero siempre posee fines expresivos, no solo informativos, de ahí que sea muy común en el habla coloquial y en el discurso literario; por lo mismo tiene poca cabida en textos académicos y técnicos. Algunas hipérboles son tan de uso diario que sus despropósitos pasan ya inadvertidos: “tu maleta pesa una tonelada”, “estoy muerto de hambre” o “me mandó al diablo”. “El más chimuelo masca tuercas” y “el más tullido es alambrista” son expresiones lexicalizadas para denotar suficiencia sobrada. Otra es particularmente machista, además de pretenciosa: pasarse (algo) por el arco del triunfo.
Como es evidente, el prefijo híper– (“más allá”) figura en el propio término hipérbole y alterna con otros elementos compositivos semejantes: súper– (“en grado sumo”), ultra– (“más allá de”), maxi– (“muy grande”), extra– (“fuera de”) y archi– (“muy”). También intensificamos adjetivos y adverbios anteponiéndoles los afijos re–, rete– o requete–, como en requetebién. Todo esto es común en las jergas juveniles, en la publicidad y en otras situaciones comunicativas en las que el emisor debe esforzarse para captar y mantener la atención del oyente.
Ningún labrador, por experimentado que sea, puede sembrar vientos, mucho menos cosechar tempestades; nadie ha podido quemar pólvora en infiernitos ni alcanzar la velocidad de un alma que lleva el diablo. Hiperbólicos son los tratamientos formales: “Excelentísimo señor presidente… me permito hacer de su superior conocimiento…” y otras fórmulas de cortesía (“encantado de conocerlo”, “estoy a sus órdenes”); hiperbólicos son los himnos, con sus estruendos y ríos de sangre; hiperbólicas son las epopeyas y las parábolas religiosas cuyas escenas y descripciones ilustran tanto el heroísmo de los protagonistas (Aquiles en la Ilíada o el Cid) como el carácter sobrehumano de sus hazañas (los trompetistas de Jericó, la conversión de agua en vino); hiperbólicos son los dibujos animados que ven los niños y también las películas policiacas o los videojuegos galácticos de los adultos; lo son también las llamadas celebridades que únicamente puede desplazarse en limusina y cuyos utensilios cotidianos no son concebibles sin incrustaciones de piedras y metales preciosos.
Algunas hipérboles hacen alusión a animales (hacerse ojo de hormiga, tener colmillo largo y retorcido), a plantas (ser ajonjolí de todos los moles) o a minerales (ser un plomo). Lo sobrenatural incluye complejas metamorfosis: tener atole en las venas / sangre de chinche, hacer(se) agua la boca, hacer de tripas corazón, pero también grandes sacrificios: luchar contra viento y marea, entregar el corazón o devanarse los sesos. Otras expresiones nos remiten a la vida rural: llevar agua a tu / su molino, andar a salto de mata, ser polvo de aquellos lodos / llamarada de petate o buscar una aguja en un pajar.
Durante las fiestas navideñas acumulamos historias y ornamentos hiperbólicos: una estrella gigantesca guía a tres reyes, que además son magos, hasta un modesto corral en donde habrá de nacer el hijo de Dios; con tal motivo, adornamos las casas con árboles y otros objetos abigarrados también, y nuestros intercambios verbales distribuyen de manera repetida y en grandes cantidades felicidad, paz y amor.
Además del uso de diminutivos, tema que amerita tratamiento aparte, lo expresivo del habla popular mexicana se manifiesta, entonces, en las hipérboles pero también en otros elementos lingüísticos como el superlativo absoluto: bellísima, rapidísimo, que solemos preferir a la parquedad del adjetivo simple, así como los aumentativos terminados en –azo(a): tipazo, manaza; en –ón(ona): fiestón, mujerona; en –ote(a): muchachote, casota, y otros sufijos que se adicionan para intensificar aún más el significado: –otote(a), –ototote(a), como en grandototote.
Entre nosotros, la función poética del lenguaje —esa capacidad de decir de varias maneras, de preferencia estéticas, un mismo mensaje— es casi tan importante como la referencial (la transmisión simple de una idea), pero no por ello se nos hace chico el mar para hacer un buche ni nos sentimos el ombligo del mundo. ~
1 Este tropo de disminución está emparentado con las lítotes, también llamadas atenuaciones (“Con todo respeto, no es que usted me sea antipático pero no se apega a la verdad” en lugar de “usted me cae gordo y además es un mentiroso”) y los eufemismos: “el trasero”, “las contribuciones”… que serán motivo de otro apunte.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”.
Muy interesante y divertido artículo. Buena oportunidad para aprender.