Arnoldo Kraus,
Cuando la muerte se aproxima,
Almadía, México, 2011.
Las imágenes de Alejandro Magallanes que ilustran la camisa y la portada del libro Cuando la muerte se aproxima de Arnoldo Kraus sintetizan su contenido: en su inocencia aparente logran borrar y al mismo tiempo enfatizan la contundencia de que somos ser para la muerte, a la deriva en un mar que de manera inevitable conduce a ella. Existen dos únicos temas de los que vale la pena ocuparse: la vida y la muerte. El amor se pone en medio y apuesta sus fichas en favor de una de las dos, ambas de género femenino.
Con base en semejante trilogía, Arnoldo Kraus arma otra de sus brillantes anatomías sobre la vulnerabilidad del cuerpo que recibimos y ejercemos solo un breve instante aquí, y de cuyo equilibrio, cultivo y cuidado somos responsables para aportar, de manera acaso ínfima pero representativa, nuestro papel en el equilibrio del planeta.
Difícil resulta hacer una clasificación de Arnoldo Kraus. Aunque en México existe una notable y fructífera tradición de médicos que escriben, Arnoldo no pertenece a esa respetable grey de cirujanos bien intencionados. En otras palabras, Arnoldo Kraus no es un médico que escribe. Tampoco un escritor que, al mismo tiempo, es un excelente médico. Es algo mucho más sencillo y al mismo tiempo más complejo: es un médico que sana y un escritor que ayuda a sanar. Para lograr este objetivo no escribe libros de fácil y olvidable superación personal, sino acude a temas y conceptos que nos cimbran y nos recuerdan nuestra frágil condición. Su literatura no es agradable, no es complaciente. Siempre es honesta, provocadora y curativa. Rebelde e iconoclasta, como su persona, su estilo es alternamente espinoso y suave, áspero y terso. Arma sus ensayos con creciente penetración para lograr sus notas más altas en frases que se acercan al aforismo y por lo tanto a la verdad poética, iluminadora, sintética, fulminante. Me extiendo en el análisis de la poesía de Arnoldo Kraus porque me parece que puede contribuir a comprender de mejor manera las características de su estilo. En su célebre Discurso a los cirujanos Paul Valéry declara que los médicos trabajan en relación directa con el enorme misterio de la vida y logran, a veces, combatir con éxito a la muerte, retrasar su llegada, mientras que la misión del poeta es luchar en contra de las sombras. En el último de los ensayos de su libro, Kraus dice: “el poeta pregunta y reabre heridas”. Uno de sus libros que mejor confirma esta idea es Morir antes de morir. El tiempo Alzheimer, que tiene un lugar de honor en mi librero. Acudo frecuentemente a él y a sus hermanos que lo acompañan en el anaquel como el Atlas de la depresión de Andrew Solomon o Esa visible oscuridad de William Styron. Morir antes de morir es una valerosa, dolorosa reconstrucción de la enfermedad paterna. Como sucede, o como debe suceder en todo auténtico escritor, Kraus se vale de la experiencia personal para construir un libro que ayude a quienes pasan por dolores semejantes. Cierra el libro un extenso poema que desde su aparición se integró con ganada justicia a la selecta nómina de las mejores elegías que se han escrito sobre el padre. No se trata de una hipérbole amistosa: en días pasados, llevé su libro a la sesión de tutoría con los becarios de ensayo en la Fundación para las Letras Mexicanas. Uno de los muchachos, a quien siempre le pido que lea en voz alta porque uno de sus trabajos anteriores consistió en leer para ciegos, dio lectura al poema de Arnoldo sin conocerlo antes. Lo hizo de manera contundente y sobria, como lo exige el texto. Al final hubo un silencio prolongado que ninguno se atrevía a romper. Recordé el cuento de Raymond Carver sobre la muerte de Anton Chéjov. Luego de que esta ocurre, la esposa del escritor solicita quedarse un momento a solas con el cuerpo. Más tarde escribirá: “No había voces humanas, ni sonidos de todos los días. Había solo belleza, paz, y la grandeza de la muerte”. Lo mismo puede afirmarse del lector que hace parte de sí, de manera profunda y verdadera, la escritura de Arnoldo Kraus. Como pocos, ha logrado aliar al mismo tiempo la verdad y la belleza que el clásico exigía del arte verdadero.
Pensar la vida es un libro que reúne colaboraciones de miembros del Colegio Nacional y de algunos invitados especiales. Desde su personal perspectiva y disciplina, cada uno de los participantes lee ese concepto de cuatro letras que resume todos los humanos afanes. Para comprender algunos de los aspectos que toca el libro de Arnoldo, me sirvió particularmente la lectura del texto del patólogo Ruy Pérez Tamayo y el del jurista Diego Valadés. Para el primero, la muerte es la terminación de un proceso biológico que por razones naturales ocurre. Para Valadés, si se aplica a un criminal la pena de muerte, si el concepto existe, por qué condenamos al paciente terminal a la pena de vida. A ese complejo problema que involucra factores religiosos, éticos y personales, Kraus ha dedicado gran parte de sus páginas. Este libro no es la excepción. Con valor y argumentos, demuestra que la autonomía del ser humano, su dignidad y su deseo de dar sentido a la existencia son elementos fundamentales en la formación del médico. Antes que acudir a la tecnología, resume Kraus, hay que fomentar una medicina más humanista cuyo principio esencial sea preciso escuchar al paciente, oír su historia.
Afirma el padre Landsberg en su libro Experiencia de la muerte que esta es la presencia ausente y la ausencia presente. Cuando ella llega, nosotros ya no estamos. El asunto no puede ser resuelto de manera tan matemática. La fe en un mundo más allá de este no clausura las congojas. Una de las grandes enseñanzas del libro de Arnoldo es la fenomenología que traza del enfermo, su resistencia que no guarda relación tanto con el egoísta instinto de sobrevivir sino con el arte más complejo de dar sentido a cada minuto de la vida.
La prosa de Arnoldo Kraus se ha afinado y se ha afilado. Este último verbo hay que tomarlo en su sentido literal, pues uno de los libros del propio Arnoldo lleva por título Apología del lápiz, una meditación en torno a la memoria y un homenaje al más cortés, humilde y esencial de nuestros instrumentos de escritura. Gracias a ese libro, me enteré de que Arnoldo Kraus escribe con lápiz, como antes lo hicieron Martín Luis Guzmán y la inolvidable Clementina Díaz y de Ovando, la única persona a la que vi consumir uno de esos instrumentos básicos hasta otorgarle “estatura de niño y de dedal”. Escribir con lápiz es apostar a la escritura en silencio y desde él propiciar el estruendo. Pocos lo consuman mejor que Arnoldo Kraus. ~
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Tanto por la extraordinaria calidad como por la amplitud de su obra, VICENTE QUIRARTE (Ciudad de México, 1954) es hoy por hoy una referencia obligada en el universo de la poesía mexicana contemporánea. Desde su primer libro, Teatro sobre el viento armado (1979), Quirarte ha publicado decenas de poemarios entre los que se cuentan La luz no muere sola (1997), El ángel es vampiro (1991, Premio Xavier Villaurrutia) y la antología Razones del Samurai 1978-1999 (2000). Es autor también de ensayo —recibió en 1990 el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas por El azogue y la granada. Gilberto Owen en su discurso amoroso—, narrativa y obra dramática. Como editor se ocupó de la redacción de la Revista de la Universidad de México y de la dirección del Periódico de poesía. Ha sido director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y de la Biblioteca Nacional de México. En 2003 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, convirtiéndose en el miembro de número más joven en la historia de la institución.