Tarantino trabajó durante su juventud en un negocio de renta de películas. Había crecido en un barrio multiétnico en el que los filmes de Bruce Lee fueron objeto de culto y que nutrieron desde su infancia la imaginación y maestría técnica que le llevaron más tarde a la fama.
El que hubiera trabajado en los Manhattan Beach Video Archives, cine club de Los Ángeles, California, no es un dato menor. Así lo ha expresado cuando identifica al espacio en el que más refinó su técnica narrativa como una especie de segundo hogar. Un creador se nutre de las narraciones de otros y si para escribir hay que leer, un buen cineasta debe ser un verdadero yonki del cine. ¿Sería Tarantino el genial guionista que es, si no hubiera trabajado en ese cine club?
Sobre Megaupload mantengo sentimientos encontrados. Cuando renuncié hace un par de años a mi trabajo y a mis corbatas para convertirme en estudiante de creación literaria (también me operé la miopía), no solamente descubrí el alto costo de las fotocopias y la ventaja de viajar en trolebús, sino que la renta de dos o tres películas a la semana se hizo privativa. Aprender cuesta y además, en México existen muy pocos lugares dedicados a la renta de filmes de colección. Ante mis repetidas quejas un amigo me recomendó un sitio en internet, oasis de los aficionados del buen cine, meca de los yonkis de historias, todo lo que quisieras ver, allí estaba: las joyas de Alfred Hitchcock, la opera prima de David Lynch, las odiseas espaciales rusas, el expresionismo alemán, los spaghetti western. Todo.
En México, los seres fílmicos dependen, en su gran mayoría, de los programas cinematográficos y ciclos diseñados por la Cineteca Nacional (eufemismo con el que se nombra al pequeño conjunto de salas construido para albergar una institución que, si bien brinda un servicio impecable, no deja de ser local). Sin embargo, quien se está formando necesita de algo más que eso: tanto el autodidacta como el creador van orientándose de forma intuitiva y si en determinado momento desean ver una película cuyo nombre les ha caído como un veinte, cruzarían la ciudad corriendo si eso les asegurara la puesta en marcha del proyector de 8 milímetros de la Cineteca Nacional.
Descubrir “Películas Yonkis” fue llegar al oasis soñado. De inmediato lo identifiqué con el legendario video club en el que Tarantino pudo ver las películas que su avidez fílmica requería. Siempre he visto cine, pero durante mis recientes años de estudiante vi dos o tres veces más películas que en toda mi vida. Podría decir que el 70% de mi cultura cinematográfica, orientada por mis maestros de guión pero también de forma autodidacta, proviene de “Películas Yonkis”, sitio alimentado en gran medida por la ahora extinta Megaupload.
Si los jueces norteamericanos llegan a decidir que dicha empresa cometía el delito de piratería, tendré que aceptar que mi cultura fílmica es una cultura pirata. Dudo, sin embargo, que lo hagan, porque los abogados de esa empresa tienen buenos argumentos: Megaupload no cobraba por dar acceso a las películas –éste era gratuito y yo, por ejemplo, nunca pagué un solo peso por las que vi- sino que lo hacían por un servicio más veloz y sin cortes. No las rentaban, facilitaban el acceso a las obras compartidas por distintos usuarios de la red. En Suecia y otros países avanzados existe una defensa importante al derecho a compartir archivos, al copyleft, a proyectos como Creative Commons, a la defensa real de la cultura y de las obras culturales como creaciones colectivas a partir de las cuales, si bien el autor debe ganar, se protege ante todo al colectivo. No sólo existe el celebre Partido Pirata, sino que recientemente obtuvo su registro como religión una doctrina basada en el sagrado mandamiento de compartir información.
Aunque acepto que en teoría la piratería está mal –y también el enriquecimiento del dueño de Megaupload-, no puedo dejar de entender que como todo fenómeno económico, responde a las fallas del mercado y a precios injustos. En un interesante texto publicado en la red, “Comienza la andadura de Creative Commons” Antonio Córdoba recuerda que la primera ley estadounidense de propiedad intelectual limitaba el periodo de aplicación del copyright a 14 años. “Por una parte se le daba un incentivo a los creadores, asegurándoles un cierto tiempo de explotación comercial exclusiva y controlada de su trabajo; por otra, la sociedad podía beneficiarse en un plazo breve de las reelaboraciones de este trabajo”. No fue sino recientemente que el plazo se extendió a 70 años después de la muerte del autor y a 95 años si se trata de una obra perteneciente a una corporación. “Las leyes de propiedad intelectual sirven hoy día, según muchos, para defender los intereses de las multinacionales y no de los propios autores”.
A mis años no espero convertirme en un segundo Tarantino, pero sin duda podré contar de mejor forma una historia gracias a mi nueva cultura, quizá pirata. ¿Qué podrían hacer nuestros adolescentes si en México se apoyara su educación de mejor forma? ¿Si tuvieran un Video Archives en la esquina de sus calles? ¿Si sus escuelas propiciaran una buena formación y acceso a bibliotecas y archivos cinematográficos decorosos? Porque una biblioteca como la Vasconcelos –enorme elefante blanco- y un proyecto como Enciclomedia -ligado de manera risible a la Encarta de Microsoft, existiendo Wikipedia- son soluciones que no resuelven los problemas de acceso a la cultura de nuestros jóvenes.
Recientemente, el Secretario de Educación Pública presumía la edición de una Biblioteca Juvenil, 18 novelas para los 18 – entre ellas la excepcional Batallas en el Desierto, el divertidísimo Complot Mongol– solución que sin embargo huele a naftalina del siglo 18 porque, en vez de alentar la conformación de bibliotecas y cinetecas digitales de libre acceso a todo estudiante, se opta por proyectos editoriales poco imaginativos, y sobre todo, nada económicos.
Como lo recordaba Juan Domingo Argüelles en su estupendo artículo ¿Por qué es un problema la lectura?, el sistema educativo en su conjunto se encuentra rebasado y es obstáculo para la cultura. Si mucho de lo que actualmente aprenden los jóvenes lo hacen a través de internet, ¿no sería mejor que la red les facilitara el acceso a las joyas del cine y de la literatura?