“Day”. Kenneth Goldsmith, poeta de Buffalo, elige el primero de septiembre. Transcribe, palabra por palabra, de izquierda a derecha, un ejemplar datado entonces del New York Times; lo publica como un libro. En otro momento registrará cada movimiento hecho a lo largo de un día como palabra y editará otro volumen.
La noche del primero de julio del año presente me encontraba en el aeropuerto de la Ciudad de México. Había llegado solo, a un viaje largo, rondaba la media noche. El lugar estaba cercano a muerto; el eco invadía los pasillos de mármol y lo único vivo provenía de unas pantallas de televisión. Transmitían la imagen solemne (y el viento, todo, solemne) de un rito político, festejo forzado e inexplicable, que agregaba extrañeza y misterio a la extrañeza propia del viaje, a la extrañeza propia de un aeropuerto de madrugada. Enrique Peña Nieto.
“24 de septiembre”. El poema describía a un venado que bebía agua, a una liebre que lo invitaba, decía cosas de él; seguramente aparecía un animal de fuertes connotaciones bíblicas, poderosas alegorías del medioevo, a distraer la acción. Un poema que en su aparente simbolismo jugaba a ser místico, pero cuyo verdadero misticismo habita en lo anecdótico: es la fecha de mi nacimiento, y mi padre (el autor del texto) clama haberlo escrito muchos años antes de que tuviéramos el gusto.
Murieron un mismo día: la hermana de mi madre, y la madre de mi madre, y es probable que un poco de mi madre.
La mañana de un 16 de junio, conversando de forma jocosa y digna de una mañana, Buck Mulligan (un Joyce oculto, en realidad) hace gala de una frialdad temible y psicópata mientras se afeita; se dirige de pronto a un joven Stephen Dedalus y le dice: Debiste haberte incado, Kinch, cuando tu madre estaba muriendo y pidió por ti. […] Pero te rehusaste. Rehusaste, Stephen Dedalus, a tu madre moribunda. La gravedad de un gesto diario. “Ulises”: el libro relatará, nada más, las siguientes acciones de ese día.
El 4 de febrero de 1974, Patricia Campbell Hearst fue secuestrada de su departamento por un grupo radical de guerrillas urbanas. Asestaron un duro golpe para la fuerza dinástica de su abuelo, William Randolph Hearst, un genio oscuro que controlaba para entonces un porcentaje importante de los medios de comunicación estadounidenses y globales. Pocos meses después de aquel fatídico día, sucedió lo impensable: aparecieron varias imágenes de Patty vestida con corte paramilitar, guerrillero, festejando con la severidad de sus armamentos su nueva inclusión en el Ejército Simbionés de Liberación. Al pasar los años denunció violaciones, violencia y lavado de cerebro. Todo ocurrió en un día.
Ayer enfermé. No pude pararme de la cama en todo el día y mis procesos mentales apuntaban nada más una cosa: algunos días no son más que un repaso, un acento de otros. El día es ritual del día y es ritual de un todo.
La desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Muchos apuntan el 31 de diciembre de 1991 como el día en que, finalmente, la herrera tiranía del comunismo ruso desprendió su mano dura del resto del mundo. Sin embargo, no todo momento histórico es constatable con semejante facilidad; el espectro del comunismo fue desvaneciendo gradualmente, como el final de un respiro. Hubo un día, quizá no ha caído, en que los últimos apuntes del Kremlin socialista en verdad desaparecieron. Nunca nos enteramos de cuándo fue.
Los días ocurren como rituales del día y como rituales de un todo, así hasta que sucede lo inesperado. Recuerdo un par de suicidios que rompieron las ofrendas diarias. El primero resultó en mi primera invitación a un funeral. Fui a mi cuarto, pasmado, y me puse una corbata roja.
Hoy es el once de septiembre.