1
Alguna vez escuché que David Bowie había escrito una canción hímnica y romántica después de ver a una pareja de novios besarse del lado oriental del muro de Berlín. La canción lleva “Héroes” por título y los retrata de esta manera. Es una canción que presenta un sabor un tanto exagerado para lo que representa; sin embargo, es justamente la relación entre corporalidad, sensación y ciudad (polis, pues) la que justifica semejante rimbombancia.
La ciudad, como sistema, termina por ordenar el cuerpo de sus habitantes. Un régimen determinado produce limitantes de una u otra naturaleza, y el comportamiento sexual de las personas en mucho se determina por estos factores. Para el compositor inglés, asentado en esa enorme construcción social que es el star system occidental y de democracias liberales, un acto de expresión corpórea como es el besar a alguien adquiere dimensiones “heroicas” por suceder en una ciudad distinta a la suya. Existe un juicio de valor (darle esa cualidad a un acto tan normal y amoroso) porque se asume, en automático, que lo primero y más básico de lo reprimido en un sistema autoritario es el cuerpo y sus acciones.
Si Bowie hubiera visto una escena similar a las afueras de su casa no hubiera dado tanta importancia al evento. Lo importante para él era el contexto que lo rodeaba, acentuando la naturaleza social e imaginaria colectiva de cómo es que el cuerpo se construye de sociedad en sociedad. “Heroicas” nunca serán las parejas de un matrimonio arreglado, como tampoco lo será una aburrida pareja de viejillos ingleses. Bowie está casado con una supermodelo somalí.
2
Alberto soñaba en pubertad con un sin fin de encuentros sexuales. Cada mujer que cruzaba su camino figuraba más como una presa de sus fantasías que como una pareja en igualdad de circunstancias. Desnudas se dibujaban en su mente todas. Sus reacciones eran las películas infinitas de su imaginación. Lo sentía insaciable.
Los años le arrojaron realidades distintas: un amor adolescente frígido y complicado, en donde la poca experiencia de la juventud lo ataba a molestas situaciones de codependencia e inseguridad. Un amor que duró años, siendo amor pero sin el disfrute.
Finalmente fue que aquello terminó y Alberto vio posibilidad de llevar a cabo sus deseos de lo sexual. Había tejido ya, durante años, diversas redes de posibilidades de encuentro. Gabriela fue la elegida de llevarlos a cabo. Una noche en cita parecía el momento ideal.
En algún momento de la velada, Gabriela pidió la luz apagada y se quitó la ropa. Alberto la acarició por minutos, manoseando cada rincón de piel que encontraba y deseando el cumplimiento de su secreto. Cuando fue posible finalmente, se encontró incapaz de realizar las labores correspondientes. La exigencia de sus fantasías pesaba mucho más que el momento. Eran años de espera, que pesaban años.
3
Algunas personas no pueden decidir sobre su cuerpo. Cada seis segundos un niño muere de hambre (uno, dos… habrán muerto unos cinco cuando este párrafo deje de leerse, niños), o más bien, un cuerpo deformado por los estragos de la alimentación deja de funcionar. Hay que tomarlo así. Como un número frío, como estadística.
Es interesante observar cómo nuestra relación con el cuerpo, cuando controlada y negativa (como en los casos citados con anterioridad), pero controlada a fin de cuentas, adquiere particularidad y atención: la figura de una sola modelo en los huesos impacta de igual manera que la cifra dada al inicio del texto. Quizá impacte más. Pareciera que la pregunta importante es: ¿cómo pudo pasar eso?
El suicidio, por ejemplo, se considera uno de los temas más parcos y horrendos en relación a la muerte. La decisión consciente sobre el cuerpo, la decisión de dejarlo a un lado, se considera una aberración. Como, para muchos, el aborto. La anorexia, la sexualidad activa sin control, la bulimia, la autoflagelación, las cirugías plásticas, la vanidad, fumar, comerse las uñas o un millón de hamburguesas. La norma social indica que el descuidado del cuerpo (y cualquier actividad parece negligente) se castiga siempre y cuando no sea víctima de alguna otra maquinación social como, por ejemplo, los sistemas económicos, las guerras, la violencia intrafamiliar, etcétera.
Esas muertes, infecciones dolosas que nos atacan todos los órganos, son estadísticas, números fríos. En esta era de lo individual, lo individual pareciera ser la manera en la que nos relacionamos personalmente con nuestro propio cuerpo.
4
Anton vivía lejano en el estado de Texas. Su padre había sufrido de un derrame cerebral y el abandono de sus hijos, despatriados, conllevaba al de sus sentidos. Él desaparecía en México mientras su linaje se azotaba al enfrentamiento de nuevas realidades. En Texas hablaban inglés.
Era un primer día de clases temible, nervioso, como cualquiera en la primaria. Anton, niño, se encontraba tan confundido como quizá su padre. Hablaban inglés; tendría que superar el reto, pararse ahí frente de todos, tan distintos, soportar el golpe de la novedad. Perdió toda estabilidad en un instante.
La maestra le preguntó algo sobre un gato, cat en aquel idioma indescifrable. Al verse obligado a responder, a dar el primer paso de la comunicación, Anton ensordeció de repente. No pudo escuchar nada de ahí en adelante, por días, ni siquiera un zumbido.
En el hospital los médicos dijeron que su oído se encontraba en perfectas condiciones.
Recuerdo con detalle ese viaje en bicicleta, no hace muchos días, alrededor de Torremolinos, como traté de no asolearme los brazos y los hombros que mi vestido no cubría, la llegada al pueblo y la cerveza que pedí, mis amigos, sobre todo Felipe que no me ponía suficiente atención, y mi cansancio. Todo este recuerdo tan real que me horroriza, ya que esta en perfecta contradicción con quien soy realmente, un hombre de más de cincuenta años que nunca ha estado en España. (el contexto, ¡el maldito contexto!)