En opinión de nuestro autor, las crisis económicas no son consecuencia lógica del capitalismo, sino de los elementos no capitalistas que operan en todas las economías contemporáneas. Detrás de estos elementos está el mal comportamiento de un gobierno que cree que, por la vía de la política económica, lo puede todo.
I
Una y otra vez los países enfrentan crisis que, a falta de una palabra mejor, podemos llamar macroeconómicas, para diferenciarlas de los problemas microeconómicos, que son lo habitual dada la naturaleza misma de la economía. Una cosa es un problema enfrentado por un agente y otra una crisis que afecte a todas las actividades económicas y que perjudique a la mayoría de los agentes económicos.
Los problemas que, de manera individual, enfrentan éstos últimos, son siempre el efecto de alguna mala decisión tomada por ellos, la cual puede tener su causa en variables que van desde la imprudencia de dichos agentes hasta la incertidumbre propia del entorno económico. Por el contrario, las crisis que afectan a todas las actividades económicas, y que por ello perjudican a la mayoría de los agentes (comenzando por quienes no cuentan con la suficiente capacidad para enfrentarlas con productividad y competitividad), son consecuencia de lo que, con toda propiedad, podemos llamar “mal comportamiento del gobierno, es decir de la puesta en práctica de políticas económicas equivocadas tanto en lo fiscal como en lo monetario, lo industrial y lo comercial, entre otros ámbitos.
Convencido de que las crisis económicas son siempre el resultado de ese mal comportamiento, cuya causa es la creencia de que el gobierno, por la vía de sus políticas económicas, lo puede todo, y puesto que lo puede todo, lo debe todo,1 he redactado “El decálogo para el buen comportamiento económico del gobierno”, a favor de la libertad individual, la propiedad privada y la competencia (que es posible, como se verá a lo largo de estos artículos, en la medida en que se respete la libertad individual y la propiedad privada). Éstos son los tres pilares del progreso económico, definido como la capacidad para producir más y mejores bienes y servicios para un mayor número de personas.
Lo anterior no significa únicamente que el sistema económico basado en la libertad individual, la propiedad privada y la competencia, sea el más eficaz para conseguir la mayor producción de mejores bienes y servicios para un mayor número de personas. Significa también que es el único sistema que respeta los derechos naturales de la persona a la libertad individual y la propiedad privada, respeto que, además de ser la base de la convivencia civilizada, da como resultado la mayor competencia posible en todos los sectores de la actividad económica, y en todos los mercados de la economía.
Ello se traduce en la trilogía de la competitividad: menores precios, mayor calidad y mejor servicio. Se traduce también en un beneficio a los consumidores, basado en el mejor uso posible, por parte de los oferentes, de los factores de la producción con los que cuentan, los cuales, por ser escasos y de uso alternativo, deben emplearse de la mejor manera, es decir (1) para producir lo que los consumidores valoran y (2) para producirlo al menor precio, con la mayor calidad y con el mejor servicio posibles. El respeto a la libertad individual y a la propiedad privada de los agentes económicos es, además de lo justo, lo más eficaz.
II
A continuación transcribo “El decálogo para el buen comportamiento económico del gobierno”:
1. Reconocerás plenamente, definirás puntualmente y garantizarás jurídicamente, la libertad individual para trabajar y emprender, invertir y producir, distribuir y comerciar, consumir y ahorrar, así como la propiedad privada sobre los medios de producción, el patrimonio y los ingresos;
2. Aceptarás que toda persona tiene el derecho de realizar la actividad económica que elija, tanto por el lado de la producción como del consumo, siempre y cuando al hacerlo no atente contra la vida, la propiedad y la libertad de los demás. En pocas palabras, no limitarás la libertad de los agentes económicos, salvo cuando ello atente contra de los derechos de los demás;
3. Aceptarás que toda persona tiene derecho al producto íntegro de su trabajo. Dicho de otra manera: no limitarás la propiedad sobre los ingresos, el patrimonio y los medios de producción, salvo la parte de éstos que necesites y obtengas por medio del cobro de impuestos para, de igual manera, garantizar la seguridad e impartir justicia;
4. Reconocerás que, además de la libertad individual y la propiedad privada, la competencia, sobre todo entre oferentes, es condición necesaria del progreso económico, razón por la cual no impondrás, por ningún motivo, ninguna medida que la limite. Por el contrario: harás todo lo posible para promoverla y defenderla, comenzando por los sectores estratégicos;
5. Aceptarás que –además de la libertad individual, la propiedad privada y la competencia en todos los sectores de la actividad económica y en todos los mercados de la economía– una moneda sana y fuerte, que mantenga la estabilidad de precios y preserve el poder adquisitivo de consumidores y ahorradores, es requisito del progreso económico, por lo que (1) no generarás inflación y (2) combatirás la que, de manera espontánea, se genere en los mercados;
6. Reconocerás como un grave error, tanto desde el punto de vista de la economía como del de la justicia, el otorgamiento de privilegios (apoyos, protecciones, subsidios, concesiones monopólicas, etcétera) a favor de grupos de intereses pecuniarios, independientemente de que sean productores o consumidores, razón por la cual en ningún caso, por ningún motivo y en ninguna medida los concederás, aceptando que tu participación en la esfera económica debe ser neutral;
7. Aceptarás, como falta peligrosa, el déficit presupuestario y, por ende, el endeudamiento, motivo por el cual, por ninguna causa y en ninguna medida, te endeudarás: financiarás todo tu gasto, única y exclusivamente, con impuestos (como al final de cuentas sucede);
8. Reconocerás como un error grave la manipulación de precios, cualesquiera que éstos sean, motivo por el cual te abstendrás de practicarla;
9. Aceptarás que el sistema impositivo correcto es el del impuesto único (ni uno más), homogéneo (la misma tasa en todos los casos), universal (sin excepción de ningún tipo), no expoliatorio (para que su cobro no degenere en un robo con todas la de la ley), al consumo (no al ingreso, no al patrimonio), y actuarás en consecuencia;
10. Reconocerás que tu tarea en la economía no es la de intervenir en las decisiones, elecciones y acciones de los agentes económicos, sino la de minimizar los costos de transacción de estas; que tampoco es la de modificar, de manera coactiva y a favor de uno de ellos, los acuerdos a los que lleguen productores y consumidores, oferentes y demandantes, sino la de velar por el cumplimiento de dichos acuerdos; y que no es la de participar como productor de bienes y servicios, mucho menos la de planear, conducir, coordinar y orientar la actividad económica de las personas.
III
No basta con enunciar el decálogo. Hace falta explicarlo, mandamiento por mandamiento, para entender la conexión entre el respeto a los derechos naturales de las personas a la libertad individual y a la propiedad privada –esencia de la convivencia civilizada– y la mayor competencia posible en todos los sectores de la actividad económica y en todos los mercados de la economía, condición necesaria del progreso económico.
Estos mandamientos para el buen comportamiento económico del gobierno tienen que ver más con las filosofías políticas, del Estado y del derecho, que con la ciencia económica. Tienen que ver con la pregunta: ¿qué debe hacer el gobierno?, la cual se puede responder desde varios ángulos –una será la respuesta de un marxista, otra la de un mercantilista, otra la de un keynesiano, otra la de un misesiano y otra más la de un rothbardiano–, aunque solo uno de ellos es correcto.
Mi respuesta, mucho más cercana a los misesianos y rothbardianos que a los keynesianos y mercantilistas, parte de la definición del capitalismo como el arreglo institucional basado en el reconocimiento pleno, la definición puntual y la garantía jurídica de la libertad individual y la propiedad privada, con un único límite: que ni el uso de esa propiedad ni la práctica de esa libertad atenten contra los derechos naturales de la persona a la vida, la libertad y la propiedad o, dicho de otra manera, que no supongan acciones delictivas por su propia naturaleza, es decir acciones que violan dichos derechos. El capitalismo supone que, respetando los derechos de los demás, y sin ningún privilegio otorgado por el gobierno, cada quien pueda hacer todo lo que considere necesario para mejorar su condición.
El respeto de “El decálogo para el buen comportamiento económico del gobierno” da como resultado la economía de mercado en el sentido institucional del término,2 la cual no es otra cosa que el capitalismo. (Debe tenerse claro que las crisis económicas no son la consecuencia, ni lógica ni necesaria, del capitalismo, sino el resultado inevitable de los elementos no capitalistas que operan, en mayor o menor medida, en prácticamente todas las economías contemporáneas.3)
Tales elementos son desde mercantilistas hasta keynesianos, y todos son contrarios a la libertad individual, a la propiedad privada y, por ello, a la competencia. Si éstos últimos son los tres pilares del progreso económico, los elementos no capitalistas, que en realidad son anticapitalistas, son contrarios a tal progreso. También son, como ya lo veremos, contrarios a la convivencia civilizada, basada en el respeto a los derechos de los demás.
En este, como en muchos otros temas, hay que ir más allá de las fronteras.
1 Véase, por ejemplo, el segundo párrafo del Artículo 25 constitucional, en el cual se afirma que “el Estado planeará, conducirá, coordinará y orientará la actividad económica nacional”, o el segundo párrafo del Artículo 26, en el cual leemos que “el Estado organizará un sistema de planeación democrática del desarrollo nacional”.
2 Las reglas del juego, sobre todo las formales, que permiten el mejor funcionamiento posible de los mercados, para lo cual se requiere libertad, propiedad y la consecuencia de esta última: competencia.
3 Todas las economías hoy en día son mixtas, combinación de elementos capitalistas, mercantilistas, keynesianos, etcétera.
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ARTURO DAMM ARNAL es economista, filósofo y profesor de Economía y Teoría Económica del Derecho en la Universidad Panamericana ([email protected]; Twitter: @ArturoDammArnal).