Uno de los rasgos que los marcianos mostraron con mayor insistencia al invadir nuestro planeta, fue el de su sadismo burlón. Los parlamentos y congresos del mundo cayeron uno tras otro en el garlito de la buena fe extraterrestre y luego de suscribir tratados de paz y anunciar la buena nueva a los cuatro vientos, se encontraron con todo y sus diputados y asambleístas, reducidos a cenizas ante el mirar perplejo de millones de televidentes. A los marcianos no solamente les gustaba hacer creer que deseaban nuestro bien y que el entendimiento era posible, sino sobre todo burlarse de nuestra ingenuidad.
Lo que me lleva a pensar que hay mucho de marciano en el discurso capitalista y en las leyes que en ocasiones lo protegen sin reparar en la buena o mala preparación de quienes participan en su juego.
Al reflexionar sobre la afirmación de Weber de que el grado de obediencia a la norma debe hallarse en el interés que su cumplimiento arroja, el filósofo francés Pierre Bordieu se lanzó a tratar de comprobar tal afirmación en el terreno de los hechos y se fue a trabajar a Argelia, una ex colonia de su patria en la que el capitalismo había sido implantado entre una población con hábitos y conocimientos pre-capitalistas. Lo que Bordieu pudo observar es que la gente actuaba de forma irracional ante las oportunidades ofrecidas por el pujante comercio. Si no hubiera sido filósofo sino un comerciante marsellés, seguramente no habría encontrado otra explicación al hecho de que a los argelinos los negocios se les escurrieran como arena entre los dedos, sino por alguna tara antigua y congénita como el desierto. Pero por fortuna era algo más que un comerciante marsellés, y por supuesto mucho más que un abogado marsellés de comerciante.
Es decir, para detectar las oportunidades que el comercio y el capital encierran, es menester traer los lentes capitalistas puestos, y esos no vienen de nacimiento sino que los brinda la cultura. Existe algo así como una “socialización capitalista” y por tanto, hay sociedades y comunidades más o menos adaptadas a su modo de operar, y otras que de plano no le entienden y observan sus maneras como leoninas y destructivas de la solidaridad recíproca debida entre sus miembros. Y es que los participantes avanzados en el juego del capital actúan igual que los marcianos al ataque de la tierra, burlones de la ingenuidad de ciertos grupos que firman contratos y aportan fuerza y trabajo sin mirar las letras pequeñas.
No digo que las adaptaciones culturales sean imposibles, tal como lo demostraron los cherokee en Estados Unidos, cultura originaria que comenzó su actuar bursátil como accionista de casinos norteamericanos y que hace poco se hizo de la firma Hard Rock. Pero debe tenerse presente que para que tal cosa fuera posible, la ley actuó a favor suyo como una especie de acción afirmativa: en razón de que los sitios de juego estaban prohibidos en casi todo el territorio estadounidense, con excepción hecha de las reservas indias y en razón de su autonomía, fue que pudieron aprovechar la ventaja.
¿Y qué pasa cuando una cultura no se adapta al capital? ¿Qué pasa cuando este último le pide a cambio de su entrada, el sacrificio de su identidad? Pues que para sus miembros todas las leyes que sostienen el libre intercambio serán más o menos injustas o erróneas, aunque el Fondo Monetario y el Banco Mundial establezcan lo contrario, y aunque algunos filósofos liberales sostengan que si el mundo gira es que también debe marchar, y que en consecuencia el avance hacia el progreso justifica la extinción de algunas culturas que aunque vivas, les parecen bastante ingenuas.
En México los problemas que afrontan los pueblos indígenas son enormes, y uno de los desafíos con los que ha tenido que lidiar la autoridad es su alta dispersión territorial, y la consecuente dificultad de proporcionarles servicios básicos como salud y educación. Así, surgió la idea en Chiapas de crear “ciudades rurales”, y de enviar a la mayor cantidad de indígenas a vivir allí. Se mataban varios pájaros de un tiro al propiciar el actuar de constructoras e inversionistas, y utilizar las tierras vacantes en otras estrategias “productivas”. Pero como nunca se piloteó el proyecto, resultó que los grupos enviados a esas lejanas ciudades rurales no se hallaron contentos allí, de pronto desempleados, por lo que optaron por regresar a sus tierras y de acuerdo a organizaciones de la sociedad civil, las abandonadas ciudades rurales son ahora entidades fantasmas dedicadas a la venta de alcohol y a la prostitución.
La filósofa Mariflor Aguilar Rivero, coordinadora del Proyecto de Investigación Democracia y Territorio, Construcción de Identidades de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es una de las académicas que ha dado mayor seguimiento a los resultados de estas ciudades rurales que ahora el gobierno poblano busca replicar con el argumento de llevar servicios a las comunidades dispersas de la Sierra Norte, pero que de acuerdo a la investigaciones de Aguilar Rivero, lejos de mejorar la vida de los supuestos beneficiarios provoca la destrucción del tejido comunitario.
Así, el Relator Especial de la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre el Derecho a la Alimentación, Olivier de Schutter, señaló hace cosa de un año que si bien “la intención detrás de la creación de dichas ‘ciudades rurales sustentables’ se puede aplaudir (…) los esfuerzos para apoyar a la producción no han sido acompañados por la capacitación apropiada para mejorar el acceso al mercado bajo términos equitativos”. Desde su punto de vista, “la evaluación independiente debería de incluir una apreciación de los costes de oportunidad involucrados, y al conducirse de una manera participativa, asegurar una valoración apropiada de las disrupciones creadas en los medios de subsistencia por la reubicación de las familias afectadas”.
¿Por qué será que fallan estas políticas públicas tan costosas? Quizá porque nuestros gobernantes han utilizado los recursos que son de todos en estrategias que, lejos de beneficiar a los ciudadanos, están pensadas para beneficiar a empresas y particulares.
Derechos marcianos en el Distrito Federal
Aplaudo el gobierno que hizo Marcelo Ebrard en casi todos los rubros, a excepción hecha de los relativos a la intervención policiaca y a la procuración de justicia que siempre dejaron mucho que desear, y que mostraron el cobre en casos como el del News Divine, y el del pasado primero de diciembre. Tenemos una policía incapaz en materia de derechos humanos. Ya el documental de Presunto Culpable nos había mostrado a ministerios públicos capitalinos ineficientes o coludidos con el crimen. Ahora los videos ciudadanos nos mostraron a una policía burlona, violenta y cínica, muy lejos de compromiso que debieran mostrar con la ciudadanía a la que se deben. Pero era de esperarse porque el modelo de seguridad elegido por el gobierno de la ciudad, el de cero tolerancia, siempre fue incompatible con los derechos humanos.
Justo contra una imagen racista de las culturas no occidentales es que se dirigen las investigaciones de Bordieu, y por eso me interesaba citarlo. No es que dichas culturas sean incapaces de entender, sino que más bien no quieren ni están interesadas en hacerlo. Si el trueque es más complejo que el libre mercado, lo es porque guarda algo más que un simple significado monetario. Encierra un sentido simbólico y de solidaridad fundamental a las culturas antiguas, que ya había sido descrito por Marcel Mauss y por Lévi-Strauss. Si abandonan el trueque y hacen suyos aquellos mecanismos simples de intercambio comercial, ¿a qué estarían renunciando? Me gustaría creer que la situación de los pueblos indígenas en México implica únicamente una cuestión de dominación política (que sin duda existe). Por el contrario, pienso que estamos lejos de escuchar correctamente lo que otros pueblos nos tratan de decir acerca de sus diferencias, y para adelantar una mejor escucha, es que la teoría de los diversos campos de interés de Bordieu puede sernos de gran utilidad. Así, políticas públicas como la que describo en este texto no tendrían ninguna oportunidad de existir.
Efectivamente, el desarrollo del capitalismo, o economía de mercado, requiere de ciertos fundamentos: prácticas previamente asumidas por la comunidad. Sin embargo, estos fundamentos no son tan extraños a las comunidaes tribales como podría parecer. La forma natural de las relaciones comerciales es esencialmente la economía de mercado: el trueque involucra formas complejas de estimación de los precios de las cosas; de hecho, este proceso es más complicado en el trueque que en la economía monetizada (sin importar si la moneda es oro o cacao), pues esta última facilita un parámetro universal de medición del valor. Por lo que, con mucha frecuencia, no es la comprensión o no de los principios de la economía de mercado lo que determina la prosperidad o pobreza de una comunidad, sino su grado relativo de poder político, que impide o facilita que los avasallen o sometan los que tienen mayor poder. No creo que el autor sea racista, pero me preocupa que se siga propagando la idea de que ciertos pueblos son incapaces, o tienen una dificultad mayor que los demás, de entender los mecanismos simples del intercambio comercial, la ganancia o la pérdida. Y tampoco está claro que el «tejido social» esté directamente asociado a la permanencia en el territorio ancestral: para ejemplo están las comunidades judías y en general las comunidades de migrantes, incluyendo por supuesto a los mexicanos en, por ejemplo, Estados Unidos. In this case, it’s not the economy, stupid, but the politics!