cArdiólogo: ¿No te parece, querido amigo, que, si bien el cuerpo humano es vulnerable y se enferma, es maravilloso? Estarás de acuerdo en que es la “máquina” más perfecta y compleja que el ser humano conoce.
cOrdiólogo: En total acuerdo. ¿Cómo negar lo anterior al pensar en la fecundación y la gestación, origen de la vida y perpetuación de la especie? ¿Cómo hacerlo al conocer lo hoy conocido y, aún más, lo desconocido sobre su ser?
cArdiólogo: Innegable. También claro ejemplo de ello es el sistema cardiovascular, compuesto por toda una red de vasos sanguíneos con una longitud estimada en unos cien mil kilómetros, que además de fungir como conductora de la sangre, la filtra y regula muchos procesos del funcionamiento corporal, ¿no te lo parece?
cOrdiólogo: Me lo parece, sí. Pero no te has referido al mismísimo corazón, hito entre los órganos.
cArdiólogo: Recuerda que soy cardiólogo de profesión; fue por el corazón que estudié medicina y luego cardiología. Fue justamente su maravilloso funcionar lo que me sedujo y la importancia de su enfermedad, lo que me convenció. Resulta sencillamente maravilloso pensar en todos los momentos en que un órgano pequeño y musculoso se contrae y se relaja sin cesar: casi cien mil veces al día.
cOrdiólogo: Concuerdo contigo y déjame abonar a ello al recordar su singular estructura, su arquitectura helicoidal, que lo hacen órgano sin igual —vaya, casi verso sin esfuerzo. El corazón es, además, un hito por su simbolismo y por su misticismo.
cArdiólogo: Tu gran obsesión por lo “cordiológico” del humano corazón. Ese corazón que, según tú y tantos más, no solamente es el origen de la vida, incluso piensa, habla, ríe, llora, se rompe y no sé qué tantas cosas más.
cOrdiólogo: Así es, no solo lo digo yo.
cArdiólogo: Venga pues, debatamos el punto: cardiología versus cordiología. Permíteme iniciar recordándote que hoy la ciencia, apoyada en la tecnología, ha desmitificado al alma y al corazón mismo.
cOrdiólogo: Lo sé y lo reconozco. Hoy sabemos que todos esos atributos cardiacos, y muchos más, son una falacia. Sabemos que el sentimiento del amor obedece a un complejo proceso fisiológico que radica a nivel cerebral e involucra diferentes áreas del mismo, particularmente el núcleo caudado, dependiente de varios neurotransmisores, principalmente dopamina, norepinefrina y serotonina.
cArdiólogo: ¿Entonces?, de acuerdo estamos.
cOrdiólogo: Sí y no. Dime por qué entonces alguien como Einstein dijo: “El problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón”. ¿Por qué en “su corazón”?, ¿acaso ya sabía que la principal causa de muerte en el mundo llegaría a ser la cardiopatía isquémica —los infartos y sus consecuencias? Más aún, seguramente en este momento hay quienes lo están invocando en su sentido simbólico y metafórico, de una manera u otra, ya sea hombre o mujer, culto y con birrete, o aquel a la ignorancia atado con un grillete. ¿No te parece entonces, amigo científico, algo ilógico?
cArdiólogo: Más aún, amigo romántico, me parece irracional.
cOrdiólogo: Cabe bien ahora el adagio de Blaise Pascal: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Así pues, el ancestral debate sobre el carácter mágico y místico del corazón existe y persiste, está latente y se hace presente tanto en nuestro pensamiento cotidiano y el lenguaje coloquial, como en la obra plástica de grandes artistas, o en la palabra escrita de poetas y literatos, tanto clásicos como contemporáneos. No me vas a negar que tú mismo lo has hecho.
cArdiólogo: ¿Por qué seguir aferrados a esa idea mágica? Define eso que llamas cordiología y justifícalo.
cOrdiólogo: Bueno, el término y su definición no me pertenecen, fue Frank Nager, médico suizo, con particular interés en la cardiología, quien lo acuñó y definió. Él dice que la cordiología es el estudio del corazón como símbolo y metáfora.
cArdiólogo: ¿Y la justificación?
cOrdiólogo: No existe rama del conocimiento que estudie algo que no exista, ¿de acuerdo? Aun desmitificado o desnudado, su profundo simbolismo y misticismo no se ha agotado, está presente y sigue latente.
cArdiólogo: No me menosprecies. Insisto, ¿cuál es el sustento para seguir aferrados a ello, ante la evidencia científica creciente, desde hace casi cinco siglos? Ahí están, por ejemplo, los conocimientos actuales sobre la fisiología del amor.
cOrdiólogo: Me parece importante recordar el origen del mito. El hombre primitivo reconoció las respuestas fisiológicas de su corazón, sin saber que de él partían, a diversas situaciones de carácter emocional como el miedo y la angustia, ante diferentes estímulos propios de su entorno. Posteriormente supo, por inferencia, y después por observaciones directas, que correspondían al movimiento de una víscera situada ahí, en el centro del pecho, a la cual bautizó como corazón. Luego supo de su importancia vital y desde entonces y hasta ahora conserva esa condición capital.
cArdiólogo: Concuerdo, pero al punto, o al cor (centro) del asunto.
cOrdiólogo: Me explico: en primer lugar se debe a que, derivado de esta mitología cardiaca, surge toda una cultura, “la cultura del corazón”, una cultura universal con un simbolismo místico dirigido no a la razón, sino a la sinrazón verídica y genuina de las incógnitas de nuestro ser y nuestra existencia. Los mitos son creencias de carácter imaginario, creadas para explicar lo aún desconocido o lo que no tiene una explicación simple. Los mitos son, en efecto, mentiras; sin embargo, son mentiras que cumplen una función válida como “asidero existencial”, según lo expresó el psicólogo existencialista Rollo May. No he encontrado en mi mente mejor forma de expresar este concepto que la que encontré en el pensamiento del escritor madrileño Mariano José de Larra, quien dijo: “El corazón del hombre necesita creer en algo y cree en las mentiras cuando no encuentra verdades en las que creer”. En la medida en que el ser humano no conozca la verdad absoluta del origen de la conciencia, la inspiración, la creatividad, el sentido común y demás atributos cordiológicos, el corazón mantendrá su hegemonía como un “asidero existencial”.
cArdiólogo: A ver si te entendí. Quieres decir que el hombre miente e incluso se miente a sí mismo. Sabe que es mentira y aun así lo incorpora a su pensamiento y lenguaje, y lo usa; mientras no tenga una clara explicación seguirá siendo “el pretexto”.
cOrdiólogo: Me asombra y convence tu versión de lo expresado por De Larra. Me parece buena la expresión, “el pretexto del corazón”.
cArdiólogo: Acepto sin conceder, pero te falta la otra razón y espero resulte más clara y convincente, aunque sigas usando eso de la rimazón con la palabra corazón, que me suena medio chocantón.
cOrdiólogo: Tienes razón y empiezo a ver que también corazón. Por cierto, al decir esto me viene a la mente una frase de Gustavo Adolfo Bécquer: “Dices que tienes corazón, y solo/ lo dices porque sientes sus latidos;/ eso no es corazón… es una máquina/ que al compás que se mueve hace ruido.”
cArdiólogo: Me parece fatuo. Además no encuentro en tu dicho ni en el de Bécquer la otra razón. En cambio, tu diálogo me empieza a sonar retórico.
cOrdiólogo: Precisamente esa es la otra razón, la retórica —pero en su sentido original, no despectivo— como herramienta de la lingüística utilizada para enfatizar, persuadir, o deleitar (para “tocar el corazón”). Así, se usa la figura del corazón de una forma metafórica y poética, apelando a sus muy diversas acepciones y atributos, según corresponda, y no porque se esté convencido de ello en un sentido literal o estricto, sino para lograr un mayor impacto en los destinatarios. Uno de tantos ejemplos de lo anterior es la frase comúnmente empleada “te lo digo desde el fondo de mi corazón”, que denota sinceridad. Estarás de acuerdo conmigo que no tiene el mismo impacto que “te lo digo de verdad”.
cArdiólogo: Hago también mía la tesis de la retórica. Es más, aceptaría la tesis —que tú no has expuesto— de una tradición profundamente enraizada; sin embargo, lo del “asidero existencial” me cuesta, no lo descarto a priori y lo volveré a pensar.
cOrdiólogo: De acuerdo, el disenso es válido, pero déjame decirte algo más de la complementariedad entre lo cordiológico y lo cardiológico, es decir, entre el humanismo y la ciencia. Tú y yo, con nuestra sapiencia, sabemos de la existencia de la ciencia ejercida sin conciencia; una realidad, ¿no?
cArdiólogo: Realidad, lo acepto, pero sigamos en nuestro asunto.
cOrdiólogo: El punto de mi asunto es el siguiente: la cardiología es ciencia y tecnología, es clasicismo; en contraste, la cordiología es historia y cultura, es humanismo y misticismo. Conceptos diferentes, pero no dispares, sino pares, conceptos —creo yo— en concordancia, complementarios. Un pensamiento radical o lineal no aceptaría la idea de complementariedad entre ellas. Imagina, ¿qué sería de la ciencia y de la tecnología sin un desarrollo paralelo y fiel al humanismo? Quizás el principio del fin.
cArdiólogo: Comparto tu idea, pero…
cOrdiólogo: Déjame terminar. Existen cosas en la vida, no pocas ni banales, que no se pueden entender únicamente con la inteligencia racional, desde la “simple” razón de existir hasta el amor de una madre por su hijo, pasando por la creatividad artística o la voluntad de quien conquista la cima del Everest, entre otros tantos ejemplos.
cArdiólogo: Déjame intentarlo y a quitado calzón, como coloquialmente dice la población, de las corazonadas dame su explicación.
cOrdiólogo: Te conozco y esperaba esta cuestión. Las corazonadas provienen del corazón…
cArdiólogo: No me digas. ¡Y se hizo la luz!
cOrdiólogo: Paciencia, su eminencia. Un presentimiento es una corazonada, o también espontánea acción no razonada. Es la preponderancia de nuestro sistema límbico sin el filtro de la neocorteza. Recuerda que en el sistema límbico se da la inteligencia emocional y en la neocorteza la inteligencia racional. ¿Crees que el ser humano funciona solo con la neocorteza, con la razón?
cArdiólogo: Sabes, amigo cordiólogo, empiezo a reconocerme en ti.
cOrdiólogo: Es maravilloso, amigo cardiólogo. Yo no podría desconocerte. Pero, ¿me lo dices con el corazón?
cArdiólogo: Te doy la razón, porque “el corazón tiene razones que la razón ignora.”
cOrdiólogo: Que quede claro, todo esto es tan solo mi opinión; no pretendo de ti una total variación, pero sí deseo de nuestras perspectivas una conciliación.
cArdiólogo: A final de cuentas, y es irrenunciable, moramos en el mismo apartado postal, aunque tú en el corazón y yo en el cerebro. A ver, concediendo, ¿estarías de acuerdo en que existen “las razones del corazón” y “las corazonadas del cerebro”?
cOrdiólogo: Muy de acuerdo estoy y mi corazón palpita más hoy. Creo que ese es el camino, la conciliación de mi corazón con el tuyo y la de tu cerebro con el mío. Solo así seremos, tú y yo, jom, y solo así los seres humanos podrán ser eso: “humanos” y no simples seres vivientes. ~
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JORGE OSEGUERA MOGUEL (Mérida, Yucatán, 1960) es médico cirujano de profesión, egresado de la Facultad de Medicina de la UNAM. Posteriormente realizó estudios de especialidad en Medicina Interna en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, y Cardiología en el Instituto Nacional de Cardiología. Ha realizado cinco exposiciones, tanto personales como colectivas, de su obra plástica.
e muito interecamte
emuinto interecante
Maestro, que excelente reflexión hizo, ninguno de mis maestros nunca había plasmado ese romanticismo que a mi pensar debe de acompañar a la medicina día con día, yo estoy realizando mi internado medico en estos momentos y créame que en ocasiones falta escuchar palabras así, pues de por si la medicina es como profesión austera, difícil y en ocasiones desgastante, es necesario recordar el porque uno eligió este camino y textos como este le hacen a uno pensar en ello, en este hermoso y humano camino que es la medicina. Yo quiero hacer cardiologia como especialidad y mi cuestión siempre ha sido el porque del corazón que como lo plasma en su texto, ningún otro órgano tiene tanto misticismo y sentido para el humano que el propio corazón. Le agradezco infinitamente su texto y espero que algún día vuelva a escribir así.