¿Podemos hablar de la belleza de las lenguas? Una persona ante la cuál hablaba apasionadamente de la igualdad de las lenguas del mundo me hizo esta pregunta y aunque mi intuición inmediata fue responder que no, pocos momentos después acepté que debía analizar mejor mi respuesta. Los juicios lingüísticos revelan sobre todo actitudes extra-lingüísticas: la admiración con la que los romanos de la antigüedad hablaban del griego o las opiniones de ciertos estadounidenses sobre el francés. Aunque el latín, el griego, el inglés o el francés tengan exactamente el mismo valor como sistemas gramaticales completos y totalmente efectivos para la comunicación es imposible negar que tenemos asociados a las lenguas una serie de opiniones y apreciaciones casi tan importantes de estudiar y explicar como el funcionamiento de las gramáticas en sí mismas. ¿Por qué a los romanos el griego parecía más bello mientras que a los hablantes del castellano el latín parecía lengua más adecuada para la poesía? ¿Cómo se van construyendo estos prejuicios?
La cita atribuida al emperador Carlos V es una muestra elocuente: “Hablo en italiano con los embajadores, en francés con las mujeres, en alemán con los soldados, en inglés con los caballos y en español con Dios”. Establecemos relaciones emocionales con las lenguas que hablamos y con las lenguas con las que estamos en contacto y de esa relación parimos opiniones tan categóricas que aunque dejemos de pensar que el portugués es la lengua más musical del mundo, seguiremos sintiendo eso mismo ante las palabras de un fado.
Todas las lenguas del mundo son bellas o ninguna lo es. Me pregunto cómo sonará el mixe la primera vez que se desliza ante los oídos de un hablante de japonés, trato de averiguar las impresiones que genera mi lengua materna en los oídos de alguien que habla una lengua de una región lejana y radicalmente distinta a la mía. Al mismo tiempo, trato de exponer mis oídos a la percepción de lenguas lejanas que antes del internet tal vez nunca llegaría a escuchar. Los sonidos del swahili desfilan y aún no alcanzó a hacer un juicio como inmediatamente lo hago al escuchar alemán, árabe o chinanteco. Los juicios estéticos sobre una lengua se forman ante la convivencia cotidiana y se heredan como heredamos los juicios sobre los sabores o sobre la música: tan determinantes como relativos.
Las interacciones lingüísticas que establecemos con el mundo de lo sagrado merecen mención aparte. Mientras que Carlos V prefería establecer su relación con el dios cristiano por medio del español, los mixes de la zona alta hacíamos lo mismo utilizando el mixe de una variante de las tierras medias porque a ella se tradujeron las oraciones católicas durante la colonia: hasta ahora aún quedan personas que opinan que esa variante de mixe es la más bella, la más elegante, la musical.
Hace un par de años, mientras unos amigos y yo escuchábamos atentos los diálogos de la tradicional representación de la pasión de Cristo en Iztapalapa D.F., nos sorprendíamos de cómo el libreto, escrito en un cuidado español peninsular, hacía una combinación sorprendente con el acento característico de esa zona de la Ciudad de México. No podía dejar de pensar en qué medida hemos asociado enunciados como “sois los indicados” y “en verdad os digo” con los textos evangélicos. Y sin embargo, en Izatapala, Jesús habla español de morfología madrileña con entonación chilanga.
El apego que las personas sienten hacia una determinada lengua o variedad para su uso en los rituales ha tenido consecuencias por demás interesantes. Uno de los grandes cismas dentro de la iglesia católica fue motivada por diferencias lingüísticas: el uso del latín en detrimento del griego para las liturgias. En el siglo XX, otro cisma tuvo como origen la decisión de cesar al latín como lengua de uso oficial en las misas a favor de las lenguas particulares de cada región. Algunos de los que decidieron no acatar las nuevas prácticas lingüísticas esgrimían como argumento que “el latín es lengua hermosa por naturaleza y tiene además una conformación propia y noble con un estilo armonioso y lleno de majestad”.
Las asociaciones entre juicios estéticos y características lingüísticas no puede sostenerse desde un punto de vista científico pero desde el mismo punto de vista tampoco podemos negar su existencia. La génesis de estos juicios me parece más que apasionante, es pasión la que mostramos al defender la belleza de tal o cual lengua. Las lenguas están unidas a sensaciones y sentimientos de hablantes concretos que trasladan a ellas juicios de esa naturaleza. Sé que todas las lenguas del mundo son iguales en valor y funcionalidad pero sé también que aunque no lo piense y jamás lo sostenga, sentiré siempre que el ayuujk es la lengua más bella, sobre todo cuando mi abuela, en largo discurso, expresa los primeros parabienes al nieto que acaba de nacer.
TUS REFLEXIONES SON SIEMPRE BIENVENIDAS,PLENAS DE ARGUMENTOS, Y MUESTRA DE TU FORMACIÓN COMBINADA CON TUS ORÍGENES ERES «UNA TEA QUE NO AHUMA», ERES UNA LUZ EN LA OSCURIDAD. SIN DUDA LA CONCLUSIÓN ES VÁLIDA PARA CUALQUIERA QUE TENGA LA CONCIENCIA DE PERTENECER A UN PUEBLO, Y SER HEREDERO DEL BAGAJE CULTURAL DEL MISMO