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El enorme laboratorio de la Historia
Blog | Esquirlas | Alejandro García Abreu | 14.09.2012 | 0 Comentarios

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Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) considera que la Historia “ha sido siempre el gran venero para los escritores”. El tema de los escritores que le interesan siempre ha sido el diálogo entre Historia con mayúscula e historia con minúscula —la sentimental e intelectual.

En La ofensa (Seix Barral, 2007), Derrumbe (Seix Barral, 2008) y El corrector (Seix Barral, 2009) —novelas que la crítica española agrupó bajo el nombre de la Trilogía del Mal— el escritor interpela a la Historia: la primera aborda la Segunda Guerra Mundial, la segunda plantea la transformación de la realidad mediante la violencia y la tercera trata del atentado terrorista perpetrado en Madrid el 11 de marzo del 2004. En entrevista, Menéndez Salmón examinó el desarrollo de los tres libros.

¿Qué te condujo a ahondar en la Historia y en nociones del mal para desarrollar las novelas?
Formamos parte de un ecosistema más amplio que no siempre percibimos; es difícil lograr una perspectiva cenital. La maldad quizás es el tema por antonomasia. Es un tema seminal. Se ha dado en los textos que nos conforman: en los textos profanos, en los sagrados, en el teatro clásico griego; el tema aparece en la tradición filosófica de Occidente. Nunca se agota. Cuando uno mira a grandes escritores del siglo XX como J. M. Coetzee, Cormac McCarthy o Roberto Bolaño —por hablar de un modelo más cercano a nosotros— se divisa que la temática del mal es reincidente. Cuando se acude a la Historia, la tozudez del tema nos obliga a enfrentarnos a él cara a cara y a intentar entrar en diálogo.

¿Hubo un proyecto programático en el desarrollo de los libros?
El tema siempre ha estado presente en mi escritura. No hubo un proyecto programático. Los libros fueron surgiendo. La crítica en España los ha recogido bajo el marbete de la Trilogía del Mal. En el caso de La ofensa y Derrumbe, yo fui en busca de ellos, mientras que en el caso de El corrector la propia urgencia de la Historia me sale al paso. El 11-M propició que mi generación —la de los años 70— se sintiera, por primera vez, protagonista de la Historia. La Historia se nos dio hecha. Por edad no participamos de la muerte del franquismo ni de la transición. Llegamos con 20 años a un sistema económico, social y político estatuido por nuestros padres y abuelos. El 11-M fue un primer aldabonazo en la conciencia ciudadana de muchos de nosotros. Pensé: “La Historia nos está interpelando; esto nos está pasando a nosotros”.

¿Concebiste las tramas en función de los marcos históricos?
En el caso de La ofensa me resultaba sugestiva la idea de aproximarme a un periodo sobre el cual se ha escrito mucho, pero huyendo de ciertos tópicos. El protagonista es un soldado alemán que carga con una batería de prejuicios enorme. La Historia es un laboratorio suficientemente amplio para que se pueda jugar con una serie de prejuicios que se pueden reconsiderar: el verdugo puede ser víctima al mismo tiempo. En Derrumbe, la Historia parece tener un peso menor. Es una novela ligada al aquí y al ahora; indago en una dirección central de nuestro mundo, que me atrevo a llamar nuevo nihilismo. No es el nihilismo ruso que intentaba transformar a la sociedad a través de una violencia politizada; tiene que ver con la sociedad del hartazgo en la que vivimos, en la que hay una búsqueda de la satisfacción material, pero que carece de satisfacciones de otro orden. En mi obra, la Historia funciona como un enorme laboratorio donde se mueven los personajes y donde intento desmontar ciertos prejuicios.

¿Cómo percibes el panorama literario español actual?
En la historia contemporánea de la literatura española hay un cambio muy grande a través de temas que estaban vacantes. El gran tema había sido la Guerra Civil hasta hace muy poco; la generación de los nacidos a finales de los años 60 y en los 70 tiene otros temas: el mundo del trabajo, la presencia de la mujer, la migración, la puesta en solfa de los discursos políticos, la penetración del ideario estadounidense.

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