Siete artistas producen siete obras ex profeso para la exposición “Pobre artista rico” en La Casa del Lago. Cada uno recibió exactamente $7,262 pesos, que sumados, cubren los gastos de vigilancia y manutención de la exposición. Durante varias semanas se exhiben estas obras, y el público puede ofrecer a cambio de ellas un objeto, un evento, un servicio, un producto de su ingenio, un favor. La regla es no ofrecer dinero.
Artemio ofrece un refrigerador lleno de paletas, y el público puede tomar cuantas quiera, mientras por cada una deposite un secreto anotado en un papel dentro de una urna confesional. Melanie Smith intercambia un bulto rosa por alguna oferta que implique también el color rosa. Eduardo Abaroa ofrece una reproducción perfecta del primer lingote de plata producido por la minera canadiense First Majestic Silver Corp, quien amenaza el territorio ceremonial de Wirikuta. Sofía Táboas presenta una instalación compuesta por celosías, lámparas y bonsáis, donde aborda lo natural y lo artificial. Jorge Satorre ofrece etiquetas de cerveza dobladas y el híbrido de textos de Bernard London y Melville. Karmelo Bermejo ofrece un lote de “falsos billetes falsos de dinero público” comprimidos en una pelota, que se invita a patear (se permite ofrecer dinero a cambio de esta única pieza, y sólo porque el destino del monto ofrecido será ser quemado como acto simbólico). Gabriel de la Mora ofrece una hoja de papel producida con la pulpa de un billete de dólar estadounidense (el país más rico del mundo) mezclado con 5129 kwachas, el equivalente al dólar en la moneda de Zambia (el país más pobre del mundo).
Para el espectador, su oferta debe corresponder al valor estético de la obra original del artista. Los miembros del público, en esta rara ocasión pueden hablar, juzgar, dictar su opinión sobre las fichas de colores donde apuntan sus ofertas para ser colgadas con tachuelas de la pared. El público, al final del juego, tendrá injerencia sobre lo que acontecerá en el espacio que es el museo. Sus ofertas se convierten en una nueva obra, en ocasiones más interesantes que las obras originales. Uno pasa más tiempo leyendo las propuestas de trueque, que mirando las obras de los artistas. Resulta fascinante observar en tiempo real como un objeto, un gesto, una acción, desata cientos de respuestas.
Por el bulto rosa de Smith se ofrece un silencio, bolsas de basura (asumiremos que rosas), fotos de pezones rosas recopiladas de Internet, “1 bola (pequeña) hecha con ligas (rosas) y un licuado de fresa”, y una gelatina decorada con 60 tachuelas doradas. Artemio recibe una coqueta oferta de “2 paletas. Una para mi y otra para ti.” Por el lingote de plata de Abaroa se ofrecen “los secretos más valiosos de la vida”, así como “el equivalente en peso del lingote en peyote” y “suficientes recortes de uñas (de manos y pies) de mí y mis amigos”. Por la hoja de papel producida por de la Mora se ofrece “bello púvico femenino de 5 mujeres distintas” (sic), una oferta dramática ofrece “el documento original de mi expulsión de España”.
De acuerdo al curador de la exposición, Willy Kautz, la intención de la exposición es “incitar al público a reflexionar sobre los mecanismos del arte” interesándose por “posicionar el espectador de forma crítica frente a los sistemas del arte, buscando un tipo de recepción atenta, no distraída”. La idea es que el público reflexione sobre el valor de la obra de arte más allá de la perspectiva del valor económico. Y en efecto, la mayoría de las ofertas responden a esta intención, pues reflejan una idea de “valor” simbólico no económico (ofertas de viajes en crucero exentas). El público suele ofrecer objetos surgidos de su intimidad, de su creación, producto de una reflexión en torno al mensaje de cada obra, resultado de una valoración estética del trabajo de los artistas. A de la Mora, quien trabaja con cabello, más de uno le ofrece sus rizos. A Smith, quien trabaja con la estética de la abundancia en la urbe, hay quien le ofrece una tienda de campaña producida con ropa de paca rosa. Que a Abaroa le ofrecieran el peso del lingote en peyote, es invaluable. Las ofertas del público reflejan una sensibilidad intuitiva que capta el valor simbólico, estético y crítico de las obras, más allá de su valor monetario. Kautz sostiene que el ejercicio “se enfoca en la noción de trueque como aquello que nos hace devolver el valor que recibimos en la experiencia simbólica, lo cual deviene en un modelo expositivo participativo”, y la respuesta del público demuestra el éxito de esta propuesta.
Al cabo de varias semanas, que terminaron el 29 de abril, los artistas tendrán que elegir la oferta de su predilección, evitando criterios económicos (aquellos que ofrecieron fines de semana en tiempos compartidos no serán elegidos, lo siento). El día del veredicto es hoy, 4 de mayo, el día en que los artistas decidirán con qué oferta se quedan. Una vez decido el objeto de trueque, éste suplirá a la obra original de cada artista en la exposición. Ahí permanecerá expuesto el objeto o circunstancia ofrecida, hasta el 24 de junio, fecha en que la exposición cerrará. Entonces cada artista decidirá individualmente el destino del objeto recibido; si se lo quedan, si lo transforman, si lo destruyen.
“Pobre artista rico” plantea por medio de un modelo participativo la relevancia de pensar críticamente sobre las relaciones económicas del mundo del arte. Como dice Kautz, “el arte en el capitalismo es una paradoja: por un lado es mercancía pero también el último eslabón de la experiencia crítica. Y es una paradoja puesto que es imposible llegar a una síntesis entre esas dos categorías”. En este caso en particular, la paradoja se resuelve eliminando por completo la transacción económica, retomando el trueque, y dejando en evidencia la falsedad del intercambio monetario. Por algo la obra de Christian Jankowski, “Strip the auctioneer” (donde un subastador de arte vende su ropa poco a poco) se posiciona perfectamente a la entrada de la exposición, a modo de introducción a la realidad de un mundo donde el arte se relaciona casi inmediatamente con el signo de dólares. En este contexto, es un alivio participar en un encuentro donde lo que se retoma es la experiencia simbólica y crítica del arte, donde lo que importa ni siquiera es lo que nos dice el arte, sino aquello que nos obliga a responder.