El libro Ellas, tecleando su historia (Editorial Grijalbo, 2012) de Elvira García está empezando a circular en librerías de todo el país. Con prólogo de Miguel Ángel Granados Chapa —el último que escribió el columnista fallecido en octubre de 2011—, el volumen ofrece entrevistas con catorce brillantes periodistas de distintas edades, nacionalidades y generaciones, mujeres que ejercen su oficio en México o para México.
Las más jóvenes como Ana Lilia Pérez, Marcela Turati y Anabel Hernández ponen en peligro su vida al destapar cloacas que muestran la corrupción en distintos sectores de las instituciones gubernamentales del país; las maduras como la argentina Stella Calloni y la francesa Anne Marie Mergier —corresponsales para medios mexicanos— recorren buena parte del mundo para recordarnos cuán injusto es. Las catorce damas reunidas en Ellas, tecleando su historia han forjado su estilo y su éxito pese al machismo imperante aún en los medios de comunicación.
A continuación, reproducimos la introducción que aparece en dicha obra, en la cual la autora explica por qué quiso hacer un libro sobre mujeres periodistas de tres generaciones.
Elvira García tiene el don de la conversación…
Convertido en penetrantes entrevistas, ese don
le ha permitido labrar una carrera periodística
singularizada por la perspicacia y la perseverancia,
por el poder de penetrar en la esencia del interlocutor.
Miguel Ángel Granados Chapa
Hace muchos ayeres las mujeres no figuraban como sujeto noticioso en los diarios. Menos aún tenían cabida como redactoras o reporteras de periódicos o revistas. El periodismo, como tantas otras disciplinas, parecía un asunto de hombres. Pasaron siglos para que el pensar, el sentir y el actuar de las mujeres ocuparan un espacio en los medios; decenios después, al incorporarse ellas a la vida profesional en todos los campos de la productividad, las redacciones también tuvieron que abrirles sus puertas.
Hoy, las tareas y opiniones de las mujeres no solo constituyen noticia cotidiana en los espacios mediáticos, también son las féminas quienes están haciendo el mejor periodismo en México.
Pareciera temeraria esta afirmación. No lo es. Basta leer los medios mexicanos para confirmarlo: en La Jornada, Blanche Petrich revela los intríngulis de la diplomacia norteamericana en México a través de los cables de Wikileaks. En la revista Contralínea, las investigaciones de Ana Lilia Pérez acerca de cuán corrupto es el sector energético —en especial Pemex— muestran redes de complicidad que apuntan a Los Pinos. En Reporte Índigo, portal en internet, Anabel Hernández desmenuza la corrupción en la Secretaría de Seguridad Pública, rastrea las huellas de los cómplices de Joaquín El Chapo Guzmán en Estados Unidos, al tiempo que revela los excesos faraónicos y los gastos suntuarios del gabinete presidencial actual.
Con sus investigaciones, las reporteras le imprimen peso y prestigio a su medio. Blanche Petrich exhibió en La Jornada las notas diplomáticas que Carlos Pascual, embajador de Estados Unidos en México, envió al gobierno de su país; este hecho provocó una inesperada visita del presidente Felipe Calderón a la Casa Blanca en Washington, así como la posterior renuncia de Pascual.
Las pesquisas de Anabel Hernández en torno al titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y su enriquecimiento súbito e inexplicable, provocaron que a inicios de 2011 el propio García Luna armara una persecución, con amenazas encubiertas, en contra de la periodista. Tiempo atrás, cuando Anabel publicó sus libros: Los cómplices del presidente y Los señores del narco, donde señala reiteradamente a García Luna como un funcionario poco honesto —por decir lo menos—, Felipe Calderón salió una y otra vez a los medios para defender velada y abiertamente a su secretario de Seguridad.
Las revelaciones de Ana Lilia Pérez acerca del hoy difunto Juan Camilo Mouriño, metido desde el año 2006 y hasta su muerte en un conflicto de intereses por ser funcionario de la Secretaría de Energía y a la vez socio de Grupo Energético del Sureste e Ivancar —empresas privilegiadas por Pemex y sus subsidiarias con decenas de contratos multimillonarios en los sexenios panistas—, le acarrearon al presidente Calderón la mayor polémica de su administración, tan grande como su decisión de emprender una temeraria guerra contra el narcotráfico en México. Ante la ola de críticas, Mouriño tuvo que comparecer en el Congreso de la Unión, a la par que el área de Comunicación Social de Los Pinos le armaba entrevistas “a modo” en los noticieros del duopolio televisivo. La fugaz vida empresarial y política de Mouriño acabaría en un hasta hoy nebuloso accidente aéreo; el joven “Iván” se fue a la tumba en medio del descrédito total. Su telaraña de complicidades, eso sí, dejó de mencionarse a partir de su deceso.
La contundencia que hoy reviste la labor de esas y otras grandes periodistas mexicanas empezó a gestarse en los años cincuenta y sesenta. Si revisamos el diario Excélsior de esas épocas, encontraremos escasos nombres de reporteras o comentaristas de modas y cocteles en las secciones de Sociales y Cultura y, perdida por ahí, alguna articulista; Elena Poniatowska publicó en ese diario algunas de sus sensacionales entrevistas cargadas de ingenuidad intencional. En las décadas de los sesenta y setenta, El Día abrió sus páginas a jovencitas egresadas de la escuela de periodismo Carlos Septién García, aunque ya la presencia de doña Adelina Zendejas y de María Luisa La China Mendoza eran sólidas en ese medio. Luego, al fundarse el unomásuno, una camada de graduadas de la UNAM, de la Iberoamericana y también de la Septién, integraría el equipo reporteril fundacional; otras más abandonarían las filas del Excélsior y de El Día para también poner su sello en el uno.
Estudiar periodismo o ciencias y técnicas de la información cobró auge con el surgimiento de medios como La Jornada y El Financiero en los años ochenta. En los noventa, otras muchachas universitarias debutaron en el estilo de periodismo que imponían los diarios Reforma, Milenio y un fugaz El Independiente. Revistas como Proceso, Contralínea y Emeequis; diarios como El Universal y el nuevo Excélsior, contratan mujeres para sus más importantes fuentes reporteriles, antaño coto y privilegio de los hombres.
Las reporteras no tomaron los periódicos en un tris. Esa conquista necesitó un sostenido andar de medio siglo. Desde esas lejanías vienen tecleando su historia. Es el caso de Dolores Cordero y Sara Lovera, formadas en la más añeja tradición del Excélsior y El Día, respectivamente. A la vuelta del tiempo, ambas forjarían su nombre profesional: la primera en la agobiante mesa de redacción de medios como Proceso, unomásuno y La Jornada. La segunda como brillante reportera de asuntos de género, inaugurando no solo la fuente que atendía esos temas en La Jornada, sino el suplemento Doble Jornada, pionero en esa materia.
¿Y qué decir de Stella Calloni, argentina con raíces en México, corresponsal de guerra, testigo de las peores atrocidades de las dictaduras en Centro y Sudamérica y hoy corresponsal de La Jornada en el Cono Sur? ¿Y de Anne Marie Mergier, francesa de corazón mexicano que, como corresponsal en París, ha reporteado magistralmente para Proceso desde los países con conflictos bélicos en Europa, Asia y África? Y, en otro ángulo de la información, ¿cómo no mencionar a Beatriz Pereyra, esa joven que cubre deportes y va destapando las cloacas de las instituciones deportivas mexicanas, motivo por el cual ha sido demandada?
Las mujeres cuyas voces he reunido en este libro son representativas de un esfuerzo personal y de una lucha colectiva para abrirse paso en ámbitos del periodismo tradicionalmente reservados a los varones. Ellas han ampliado la brecha abierta por sus antecesoras en los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Con su tesón, mis entrevistadas dejarán cimentado un ancho camino que entregarán a sus sucesoras.
Algunos lectores se preguntarán por qué elegí solo a estas damas del periodismo, habiendo tantas más en la conducción de noticieros radiofónicos y televisivos o en el artículo y la columna de opinión. Respondo: el común denominador es que las seleccionadas son o fueron reporteras de tiempo completo, han gozado y sufrido las redacciones y los conflictos de poder al interior de sus medios y han contribuido a fundar impresos que hoy influyen de manera determinante en la formación de opinión pública. Con su trabajo, mis entrevistadas, mis colegas, han dado prueba de talento, honestidad, arrojo y sagacidad. Son esas prendas las que explican el resultado de su obra periodística, de indiscutible calidad y trascendencia histórica.
Yo admiro a cada una de ellas. Me rindo ante su tenacidad por arrojar luz sobre la opacidad y crear piezas únicas para la historia del periodismo mexicano contemporáneo. Pero hay dos casos que me provocan el mayor de los respetos: los de Ana Lilia Pérez y Anabel Hernández quienes, por denunciar la corrupción y la impunidad existentes en las instituciones gubernamentales del México de hoy, caminan por las calles con un amparo en la bolsa y duermen con desasosiego, pues han sido demandadas y amenazadas de muerte por los protagonistas de sus investigaciones.
Si en los albores del siglo XIX las mujeres que escribían en los periódicos apenas podían publicar un poema bajo seudónimo (generalmente masculino), hoy las reporteras se juegan el todo por el todo. El periodismo en México, lo sabemos hoy con dolor, se ha tornado profesión de alto riesgo y las mujeres que lo ejercen no están exentas de peligros. Pese a ello, no cejan en sus investigaciones y cada día van más a fondo.
Sin duda, la tarea que han realizado y realizan todas mis entrevistadas habla de su compromiso con la libertad de expresión y la transparencia informativa; muestra la esperanza de que, al ventilar la injusticia a través del periodismo, podamos construir un mejor país y, por último, evidencia la necesidad —insana para muchos, comprensible solo entre periodistas—, de vivir la vida apasionadamente desde el frente noticioso.
La tarea de estas féminas es representativa de una forma distinta, propositiva y activa, de ejercer nuestro oficio. Estas mujeres ya no quieren reproducir como autómatas las declaraciones que los políticos ofrecen, tampoco se conforman con seguir acríticamente las giras de los funcionarios gubernamentales.
Su trabajo se diferencia de otros porque ellas se sienten parte del problema y de la solución que sus entrevistas o reportajes recogen. Porque los periodistas también somos ciudadanos y tenemos obligaciones, preocupaciones y derechos. No somos un ente aparte, aunque así se hayan sentido por años algunos comunicadores. Y una de las obligaciones del periodista activo y consciente, que se sabe parte de lo que retrata, es que su periodismo vaya al origen de los conflictos que aborda y proponga soluciones, no solo quejas; de estas, las quejas, muchas periodistas ya estamos hasta el copete pues vemos que no llevan a ningún lado, solo a engrosar el muro de las lamentaciones.
El trabajo realizado por las mujeres reunidas en este libro es contundente y único. Y ellas son singulares, tesoneras y exitosas, pero no se autopromueven ni buscan aparecer en foros de discusión para que no olvidemos sus nombres. Están tan ocupadas en su quehacer investigativo que no les ha interesado que el público las reconozca por las calles o les pida autógrafos. Por ello, mi empeño es mostrarle al lector quiénes son ellas, qué piensan, cómo llegaron hasta donde están y por qué eligieron este oficio, el mejor del mundo.
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ELVIRA GARCÍA ha publicado reportajes y entrevistas en más de treinta medios impresos. Como columnista, ha escrito sobre la situación de los medios de comunicación en distintos diarios. También es conductora, productora y guionista de radio y televisión.
Felicidades Elvira por escribir de Ellas que como tú se dedican a teclear la hitoria y, estoy de acuerdo contigo, escribir es el mejor oficio del mundo.
Reconozco al gallo por su bravura y a la gallina por sus huevos.