“Te pediría por favor que empezaras a tomar responsabilidades”.
Es lo que Antonio Attolini hubiera dicho a Emilio Azcárraga Jean, si el Presidente del Consejo de Administración de Televisa se hubiera parado en frente de él durante una de las tantas manifestaciones que #YoSoy132 sostuvo en las inmediaciones de la televisora. Al menos, así lo dejó en claro a pregunta expresa de un reportero que cubría la protesta.
Todo parece indicar que Azcárraga Jean se hizo responsable. El mundo le estalló en las manos al joven vocero como consecuencia de ello.
Cuando se dio noticia que Attolini y otros involucrados en el movimiento iban a participar en un nuevo programa de Televisa, de título coqueto para todas las abstractas peticiones del breve bullicio social (“Sin Filtro”), la antorcha prendió en cada uno de los rincones de la Troya digital.
Las acusaciones seguían la lógica propia de un linchamiento masivo: la iluminación de las sombras, el golpe ideológico arcaico, el idealismo irredento de aquellos (y aquí hemos de culparnos muchos) que buscamos la transformación a partir del espejismo. Lo acusaron de ser un vendido. Incongruente. Defraudador. Irresponsable. De no ser más que una miserable pieza del rompecabezas nacional.
Antonio, al verse acorraldo, apostó por una defensa inteligente, apoyado por cierto buen juicio y un componente importante de raciocinio: la oportunidad sirve para atacar desde adentro, lo que buscábamos desde un inicio era que se abrieran los espacios, estaremos ahí para defender a la verdad (sin filtros), mi comportamiento no es más que un reflejo de la decisión personal.
A final de cuentas, ¿qué no se buscaba la apertura mediática? Si es así, ¿qué puede haber más abierto que un grupo de estudiantes disidentes de una empresa-sistema abogando por las causas justas desde sus entrañas? Insisto: Emilio Azcárraga Jean se hizo responsable.
Pero el golpe de éxito (entrar a la Troya amurallada y ser recibido con los brazos abiertos) parece no haberse compartido. El resentimiento hacia la institución educativa que Attolini representó durante sus semanas de rebeldía, el ITAM, se propagó como los secretos de nuestro histórico odio clasista – evidentemente, esa cloaca de neoliberales iba a ser la primera en traicionar el curso revolucionario, como parte clarísima de la clásica maquinación mexicana destinada a la explotación de los miles y los acuerdos a puerta cerrada. Juniors.
Pero ojalá el asunto fuera así de sencillo. Si así lo fuera, bastaría con encerrar a Attolini y los suyos dentro del baúl de los traidores y cerrar la llave para siempre, comprometiéndonos de esta forma a la promesa eterna del México ultrajado por unos cuantos que pueden ser abatidos por un solo personaje o idea. Sería divino.
Repito, quiero ser claro: la promesa eterna de un México ultrajado por unos cuantos que pueden ser abatidos por un solo personaje, alguna acción o alguna idea milagrosa y súbita y divina.
Porque en ese panorama desaparecen los muchos grises, momentos indeterminados, incongruencias propias de lo humano, beneficios otorgados a la duda. En ese panorama Attolini no es un enigma, una posibilidad de cambio, una posibilidad de fracaso, un acertijo, un reflejo vivo de todo lo nuestro.
No.
En ese panorama Attolini y el mundo ya están resueltos. Son villanos. Son los malos. La historia está escrita y, en realidad, no se mueve nada.
Y así es como debe de suceder en un país educado por las grasas más insalubres de la producción televisiva, por la irresponsabilidad del juicio y el golpe clasista. Así es como sucede, lleguemos a su caracterización más básica, en la telenovela.
Insisto: Emilio Azcárraga Jean se hizo responsable.
Fernando: Para que fuera cierto lo que tu sostienes, Televisa tendría que haber otorgado a Attolini y Cía., el mismo tiempo, frecuencia y amplitud que utilizó para apoyar a Enrique Peña Nieto; incluyendo los apoyos dados a su telebancada.