Nueva York no es más que el producto de un mito. Un mito transformado, acordado como contrato social. Ideado desde adentro, trabajado en conjunto: los habitantes de cada uno de sus cinco condados lo construyen por minuto, por cuadra y por hora, el mundo trata de seguirle el paso.
El punto de partida es sencillo: nadie que pise las avenidas de Manhattan ignora el lugar en el que está parado. Así la ciudad. Artificial, autoconsciente, inmersa, real en su propia fantasía.
Un ejemplo que es claro: en el último piso del New Museum se exhibe una retrospectiva, descuidada y aburrida, de todas las dinámicas del arte del Bowery en los últimos veinte años. En realidad no hay mucho qué enseñar, pero el simple hecho de elegir veinte cuadras históricamente intrascendentes para el quehacer cultural como eje temático de una muestra deja en claro que, si de algo trata Nueva York, es de reformular sus mitologías.
Esta es la singularidad principal de la ciudad estadounidense, que es la más singular de todas las del mundo. La idea simple y propagada, “es que estamos en Nueva York”, sirve como un combustible infalible para lograr que todo lo que ocurra en Occidente deba ocurrir primero en los límites de Manhattan. Lo extraordinario no es sólo que ocurra, sino que la construcción de dicho mito se haya logrado convertir en realidad.
Porque ningún cuerpo urbano tiene esa mística por naturaleza. Ningún cuerpo social. Sería absurdo pensar que un pedazo de tierra es elegido sobre los demás como un espectáculo divino, y los intentos de practicar esta idea más allá de la retórica han creado grandes brazos imperiales que acaban por destruirse solos: Roma, Atenas, la Francia napoleónica, la Alemania Nacional Socialista, los Estados Unidos. Nueva York sostiene un discurso distinto.
En primera instancia, porque no busca una expansión exterior. Si acaso, se fortalece tanto hacia adentro que deja esperar a que sea el resto del mundo quien la siga; no es gratuito que, dentro de todo el caótico clamor que siempre se le atribuye, la ciudad siempre tenga un carácter de seducción y elegancia. Es un magneto.
En otro sentido, la explicación se enfila hacia su propia organización urbana: el acto simbólico de numerar cada una de sus calles, al menos las más místicas, no parece gratuito. Una avenida no es nada más una avenida: la 5ª Avenida no puede compartir nomenclatura con ninguna otra, y como ella hay apenas una docena. Esto dota a las extensiones de asfalto de una importancia inusitada dentro de cualquier lógica social.
No hay alarde de grandeza. Existen, más bien, mecanismos de activación inconscientes que modifican los comportamientos hacia la urgencia, la competencia, la irremediable necesidad de estar construyendo el mito con cada paso que se da. Como si fuera una enorme Iglesia Mormona, el empleado de Nueva York (la ciudad del trabajo) trabaja tanto para sobrevivir como para mantener a la ciudad en su leyenda. Si se encuentra una actitud de menosprecio ante esta mitología, el fracaso es inminente.
De ahí que, económicamente, hablemos del núcleo fundamental del sistema. El espacio es tan reducido (situación que, como ya estipulamos, origina parte del mito), el deseo del mito es tal para cada uno de sus individuos, que poner un foco en Manhattan es una decisión que, detrás, implica cientos de miles de dólares. El cuidado debe ser absoluto. No puede haber error. El mito se alimenta.
Nueva York entonces se presenta como una dificultad, como un espanto social, como una guerra perdida pero necesaria de luchar, como un crimen en contra de nuestra humanidad más humilde y nuestra búsqueda de paz. Sin embargo, también es el lugar más vibrante, extraordinario (en su acepción más literal), impactante, emocionante y fascinante de todos los que hay en la tierra.
Porque es el único lugar en donde todas las quejas del Occidente contemporáneo tienen lógica y son justificables. Por su artificio. Porque su mito se respira y deja de ser un mito.
Hay un viaje agendado a Acapulco y otro, probable, a Berlín; prometo escribir de ellos.
Si, pero NY tampoco es Estambul, Shanghai, Yakarta o incluso Sao Paulo. Para leer sobre experiencias de mexicanos en NY, Tablada hizo lo propio en una época en la que en efecto el referente era NY. Casi un siglo después la pregunta es si nuestros cronistas son capaces de dar el salto e interesarse e interesarnos por otras latitudes.
NY= FUSIÓN CULTURAL
DESPEGUE A LA IMAGINACIÓN
EL LUGAR IDEAL DONDE EL CAFÉ SABE MEJOR EN TU BOCA
NY SIEMPRE SERA NY
I LOVE IT..SO VERY MUCH
Hay una diferencia importante: Apaseo el Alto no es Nueva York.
Oootro articulo de mexicanos en NY. Quiza podrian intentar otra ciudad o mejor aun otro pais. Escribir de NY a estas alturas es, como mandar a una tia una postal describiendo Apaseo el Alto.