Wednesday, 25 December 2024
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Encuesta ENVUD: Ante el espejo
Este País | Fundación Este País | Federico Reyes Heroles | Fundación Este País | Banamex | 01.03.2012 | 1 Comentario

Con esta décimo segunda entrega, la revista concluye la revisión que ha venido haciendo, de la mano de diversos especialistas, de los resultados de la Encuesta Nacional de Valores sobre lo que nos Une y Divide a los Mexicanos (ENVUD1), realizada por Banamex y la Fundación Este País. Nuestro autor hace un repaso de las entregas anteriores para destacar algunas de las conclusiones principales y lanzar una pregunta provocadora: ¿Qué debemos cambiar los mexicanos de nosotros mismos?


No pretendamos que las cosas cambien
si seguimos haciendo lo mismo.

Albert Einstein

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I. Del soliloquio al %

El tema sigue siendo espinoso, incómodo, para algunos incluso es una afrenta. De entrada, los mexicanos somos reacios a las comparaciones. Tenemos ante nosotros una larga y rica tradición de ensayos, con Cuesta, Ramos, Paz, Fuentes y más recientemente Bartra a la cabeza, que trazaron un delicioso soliloquio sobre la especificidad del mexicano. Eso bastó para que algunos cayeran en el cómodo expediente. El mexicano es un acontecimiento único e insuperable. No importa que seamos pobres: somos felices. Poco vale la injusticia de nuestro país cuando la alegría se desborda en las fiestas populares o simplemente en la sobremesa. ¿Compararnos para qué?

En esta tradición de soliloquio hay un principio, un paradigma escondido, soterrado, que sin embargo rige muchas acciones del México del siglo XXI. En nuestro país se pueden y se deben construir más carreteras, más puentes, se debe extender la electrificación, se debe educar a los mexicanos, pero no tocar su esencia, esa que, como dijera Edmundo O’Gorman,2 nos hace considerarnos superiores. Tal y como lo señala O’Gorman en ese traumático y perseguido texto denominado México: El trauma de su historia, nuestra soberbia nace de una consideración de superioridad.

Que cambie México, que cambie ese abstracto al cual todos señalamos como responsable de todos nuestros males. Pero también decimos: “Como México no hay dos”. Ese México no debe cambiar. ¿Por fin? En el fondo subyace una discusión que a muchos enardece. Podemos hablar cómodamente del avance del país, de su transformación e incluso, en un acto ya muy osado, de cierta modernidad necesaria. Pero la noción de progreso sigue generando urticaria. Sea como sea, la idea misma de progreso supone que hay países en estadios más avanzados y que otros se han quedado a la zaga. Esa noción según la cual unos van adelante y otros vienen atrás subleva. Sin embargo, en un mundo global las comparaciones son inevitables –las comparaciones en todos los órdenes.

Tenemos que comparar nuestro ingreso per cápita y ahí podemos concluir que, es cierto, muchos países africanos vienen muy detrás de nosotros. ¡Qué bien lo hemos hecho!, nos decimos a nosotros mismos. Pero también tenemos que admitir que incluso si duplicáramos nuestro ingreso seguiríamos estando atrás de los ricos. ¡Qué vergüenza, pin… México! Y lo mismo ocurre con otros indicadores duros como el Índice de Desarrollo Humano, esa fórmula ideada por Amartya Sen, en donde por fin nos acercamos a niveles de países como Argentina, Chile o Portugal. Las comparaciones son odiosas. Pero incluso los indicadores duros han tenido sus problemas.

Negar las cifras es una arraigada costumbre nacional, sean electorales (lo vemos rutinariamente con los perdedores) o educativas. Recordemos las discusiones alrededor de los números que arroja la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre educación. Todavía hoy hay multitudinarias marchas de maestros negando su obligación de evaluarse o demandando fórmulas especiales de evaluación para los mexicanos, porque, incomparables, no podemos aceptar que las matemáticas sean universales. Como si hacer sumas, restas, multiplicaciones y divisiones fuese una actividad que necesariamente pasa por el tamiz cultural, que se transforma al entrar a nuestro territorio.

Es esta combinación de factores –la soberbia de creer en una esencia mexicana superior, la negación del debate sobre el progreso como un fenómeno innegable y la reticencia y resistencia a las evaluaciones universales– la que nos ha llevado a dejar fuera al mexicano. Lentamente vamos aceptando comparar nuestra economía o nuestra infraestructura con las de otros países. Pero medir y comparar la cultura ciudadana de los mexicanos y su comportamiento sigue siendo riesgoso. Se corre el peligro de concluir que, para cambiar a México, los mexicanos deben cambiar. Esa fue precisamente una de las motivaciones centrales de la envud, impulsada por Banamex y la Fundación Este País.

II. Del cómo somos al cómo deberíamos ser

Pensado inicialmente como un ejercicio para sopesar la presencia de nuestra historia en la vida cotidiana de los mexicanos, la envud lentamente se transformó en un termómetro de los valores profundos que guían a nuestra sociedad. El ejercicio se suma aquí a otras aproximaciones que caminan por el mismo sendero, como las coordinadas por Enrique Alduncin hace dos décadas para el Banco Nacional de México, la propia Encuesta Mundial de Valores o el Latinobarómetro, que sistemáticamente nos arrojan datos de cómo es el mexicano. Compararlo con los suecos o los hondureños. Pero de nuevo aparece una discusión ineludible. Es muy bueno conocer a fondo las características de una sociedad pero ¿cómo evadir la discusión de cómo debería ser el mexicano para que nuestro país fuera más justo y próspero?

Por ejemplo, en México, la confianza interpersonal sigue siendo muy baja y ello trae consecuencias múltiples.3 Cuando la confianza interpersonal se incrementa las democracias son más sólidas e incluso, como lo ha demostrado Robert Putnam,4 hasta los costos legales de la vida cotidiana disminuyen. La tolerancia hacia la diferencia es una característica típica de las democracias consolidadas. ¿Cómo andamos en tolerancia? La lista podría continuar. De las encuestas de valores profundos que se han realizado en América Latina, la envud es quizá la más potente. La enorme muestra nos permite comparar no solo regiones sino incluso entidades de la República. Y esa potencia de entrada desquebraja una noción homologadora de nuestro país. Como lo demuestran los ensayos de Gina Zabludovsky5 y de Alejandro Moreno,6 hay mexicanos más tolerantes que otros y hay mexicanos con una actitud más crítica que otros. En el porqué de las diferencias nos podríamos entretener mucho tiempo. Podría ocurrir que los factores sean tantos que resulte difícil concluir algo. Pero de nuevo, por lo menos estemos de acuerdo en que la tolerancia es deseable y que la actitud crítica es útil a las sociedades.

Esto nos lleva a cuestionar hacia dónde se encaminan los mexicanos del siglo XXI. Alejandro Moreno toca una de las fibras más sensibles de nuestro desarrollo político: la existencia y resistencia de una cultura autoritaria. Los reactivos de la ENVUD están pensados a partir de una noción del deber ser de una democracia liberal. Para muchos esto puede ser, de nuevo, una afrenta. Admitir que los grandes paradigmas de una democracia moderna provienen de Occidente, que no nacieron en nuestro país, que no nos son propios y que, por lo tanto, debemos adoptarlos, es totalmente contrario a la demagogia nacionalista que argumenta que México no tiene por qué comparar su democracia con otras. Solo dos países en todo el continente americano no tienen reelección de legisladores, México y Costa Rica. Respuesta: ¿Y eso qué? Alejandro Moreno establece varias categorías inquietantes que se desprenden de una politóloga británica, Pippa Norris, quien hace más de una década exploró el carácter crítico de los ciudadanos.

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III. Todos ciudadanos, pero unos más que otros

Detrás de Norris hay una larga y añeja discusión que nos conduce a The Political Man, el texto icónico de Seymour Martin Lipset,7 y que sin embargo en nuestro país es nueva. La premisa es muy sencilla: una sociedad opera mejor cuando cuenta con una buena dosis de ciudadanos críticos. El conformismo reblandece la necesaria tensión entre ciudadanos y autoridades. Alejandro Moreno utiliza entonces seis categorías para situar la actitud de los mexicanos hacia su sociedad. La primera es la del ciudadano institucional que respeta a los otros ciudadanos, acepta las obligaciones que establece el Estado, como son los impuestos y, en general, convive con las instituciones. Pero de nuevo, si todos los ciudadanos fueran institucionales, ¿de dónde saldría el necesario acicate para mejorar nuestro país?

La segunda categoría es la del ciudadano crítico. Este prototipo busca atrapar precisamente a esos ciudadanos que vigilan, monitorean, denuncian abusos de autoridad y exigen cuentas. Toda sociedad necesita de ellos. La tercera categoría, la del ciudadano participativo, apunta a ese ciudadano que tanto asombró a Alexis de Tocqueville en su viaje por América. Se trata del ciudadano que entrelaza sus brazos con otros ciudadanos para dar las necesarias batallas de manera organizada, unido con sus congéneres. La cuarta categoría es la del ciudadano solidario, por cierto muy extendida en México, que engloba a esos ciudadanos que —en situaciones excepcionales— expresan solidaridad con su sociedad pero que en la vida cotidiana no se organizan. La quinta categoría, la del ciudadano cultural, señala a aquellos ciudadanos que solo participan en las festividades patrióticas y populares, que buscan conservar tradiciones culturales pero hasta ahí. De estos contamos en México con un buen número, pero ¿qué aportan a su sociedad? Finalmente está el ciudadano responsable que rechaza actos fraudulentos o de corrupción y que se mantiene informado de los asuntos públicos, pero no va más allá.

Lo apasionante del ejercicio es que las categorías engarzan casi al dedillo con actitudes que vemos todos los días en nuestra sociedad. Pero, ¿hay diferencias por nivel educativo? ¿Quiénes son más participativos: los ricos, los pobres, las clases medias? ¿Acaso la elevación de los niveles educativos incrementa el carácter crítico de la ciudadanía? Las respuestas están en la ENVUD.

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Uno de los ejes centrales del ejercicio fue rastrear qué une y qué divide a los mexicanos. La idea de una nación fuerte parte del supuesto de una cierta coincidencia en los orígenes de una nación y también en las aspiraciones. Pero, ¿acaso se puede construir deliberadamente un sentir nacional compartido? De ser así, ¿dónde debemos poner el énfasis? ¿En el pasado, es decir en nuestra historia?, ¿en el presente, caracterizado por las reglas del juego?, ¿o acaso en el futuro, en eso que algunos llaman el mundo aspiracional de los seres humanos?

Nuestros vecinos del norte han elaborado todo un mito sobre el ideal estadounidense. Recordemos el texto clásico de Jim Cullen, The American Dream.8 En México se efectuó un rastreo muy sugerente, El sueño mexicano,9 que coincide en mucho con la envud. Hay sin embargo una diferencia toral: el rigor científico y la potencia de este último estudio. Hoy ya no intuimos: sabemos qué nos une y qué nos divide. ¿Cuál es el papel que juegan los partidos políticos en la construcción de ese sentir nacional? ¿Hasta dónde puede un país confiar en que los extendidos anclajes culturales e históricos serán suficientes para sostener una vida cotidiana más o menos armoniosa?

Las conclusiones del estudio son muy claras: las clases sociales, la política y las instituciones que nos representan, nos dividen. La desigualdad merece un capítulo aparte, como lo demuestran Eréndira Avendaño y Mariana García.10

La historia, el pasado, pero también la ambición de bienestar nos unen (ver Gráfica 1). Por supuesto que ahí no acaban las interrogantes, de hecho comienzan. ¿Por qué en Chihuahua y Quintana Roo hay un mayor apoyo a la democracia y al comercio mundial que en Durango? En este sentido, el de la indagación regional y estatal, los estudios de la ENVUD todavía están en la superficie. Llevará tiempo encontrar las explicaciones a las múltiples nuevas interrogantes. Pero de nuevo, la discusión más apasionante es la de un proyecto de futuro compartido. El estudio nos da un mapeo muy claro de por dónde podemos comenzar.

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La transformación de nuestro país no se detiene, ocurre silenciosamente todos los días. Hay un México naciente, en formación, que puede ser seguido a través de los pasos de los jóvenes y del impacto que el aparato educativo tiene sobre ellos. En el apasionante ensayo de Gina Zabludovsky se plantean algunas de estas interrogantes. ¿De verdad el aparato educativo nacional está logrando homologar la cultura ciudadana? O, por el contrario, son tales las diferencias de calidad y rendimiento entre las escuelas públicas y privadas o entre los niveles académicos de las entidades, que la educación antes que unirnos nos está fragmentando.

IV. Una y mil veces: la desigualdad

Gina Zabludovsky retoma uno de los hilos conductores de cualquier democracia que se respete, a saber la construcción sistemática de un piso de igualdad. Si las instituciones, el aparato fiscal, la justicia, la educación, fomentan criterios homologadores, estaremos viviendo la edificación cotidiana de una nación más fuerte. Pero, ¿qué sucedería si ocurre exactamente lo contrario?, es decir, que los grandes instrumentos del Estado no fomenten la idea de igualdad y, por el contrario, en los hechos dividan cada vez más a los ciudadanos. ¿Cómo leer el hecho de que solo 8.6% de la población que proviene de las clases con ingresos bajos llegue al nivel universitario? El resto de los lugares está ocupado por hijos de las clases medias y medias altas que, como lo ha demostrado recientemente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, reciben recursos públicos que deberían estar destinados a los más desfavorecidos. El convencimiento de los mexicanos sobre las bondades de la educación no deja duda. Pero tal y como lo plantean Marcelina Valdés y Stephanie Zonszein,11 ello supone enfrentar una nueva exigencia de calidad.

El debate es delicado porque desnuda uno de los grandes mitos nacionales: la educación pública y popular beneficia a los más pobres. Quizá fue así en el pasado. Hoy el Estado mexicano tendría que replantear la fórmula para que de verdad fuera justiciera. Gina Zabludovsky incursiona en otro tema que apunta al futuro de la unión o fractura que nace del aparato educativo. Hay un grupo de teóricos optimistas, con Gilles Lipovetsky12 a la cabeza, que consideran que el mundo global y las nuevas tecnologías son creadores de igualdad. El uso del teléfono celular, por ejemplo, o la amplísima costumbre de usar blue jeans y zapatos deportivos, retratan a una sociedad cada vez más igualitaria en su forma cotidiana de sobrevivir. Un multimillonario puede trotar en Central Park o en el Bosque de Bolonia y confundirse con cualquier otro ciudadano.

El lugar medular de esta lectura de la sociedad contemporánea lo ocupa internet. En teoría, hoy cualquiera puede tener acceso al conocimiento global pero, ¿es esto así entre los jóvenes mexicanos? Zabludovsky descubre que no. Es cierto que los más jóvenes de nuestra sociedad son los mayores usuarios de la red, pero también es cierto que siguen siendo un grupo minoritario, básicamente de profesionistas que ha aprendido a convivir con este revolucionario invento de la era moderna (ver Gráfica 2). Conclusión: el aparato educativo –sobre todo en la educación superior— llega cada vez menos a jóvenes de las clases de bajos ingresos e internet también está condicionado por la educación. Ningún futuro igualitario puede surgir de ahí.

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V. ¿Egoístas o simplemente modernos?

Para algunos estudiosos, el pujante fenómeno de las nuevas clases medias mexicanas ha tenido dos efectos negativos. Por un lado ha roto el viejo anclaje de la comunidad (Gemeinschaft), pero no para parir una nueva solidaridad social basada en los individuos (Gessellschaft). La discusión está viva: hay quien opina que el péndulo se fue de un lado al otro y que los nuevos mexicanos, urbanos y básicamente contratados en el sector servicios, se han convertido en representantes de un nuevo egoísmo producto de la individualización extrema. Pero hasta dónde son esos impulsos individuales, de búsqueda de bienestar, de un mayor y mejor consumo, los resortes básicos de una sociedad moderna. Zabludovsky rastrea el fenómeno y discute con Leonardo Curzio13 y Jorge Castañeda14 sobre esa amenaza egoísta. Apoyada en otros actores como Luis de la Calle, Miriam Jerade,15 Suhayla Bazbaz, Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos,16 Zabludovsky señala el importantísimo rol de la “individualización” de la sociedad mexicana (ver Gráfica 3).

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Si el futuro de nuestro país, como lo sostienen Luis de la Calle y Luis Rubio,17 está precisamente en la explosión de las clases medias, indagar sobre el perfil de estos nuevos mexicanos es central. Son seres más egoístas o, simplemente, la sociedad moderna, tanto para el ejercicio de la democracia como para la construcción de una auténtica meritocracia, tiene que tomar al individuo como eje rector de sus pensamientos. Hay un viejo dicho judío: “Be careful what you wish for because you just might get it”. Queríamos una democracia asentada en individuos, queríamos una sociedad abierta con mercados funcionales, queríamos una sociedad exigente, pues en esa sociedad el individuo y sus intereses particulares son el eje central.

En el México del siglo XXI hay un nuevo actor que se ha multiplicado por decenas de millones: el consumidor. Un consumidor que compara bienes y servicios y que exige (cada vez más). Verónica Baz y María José Contreras18 indagan precisamente en el comportamiento económico de esas nuevas generaciones de consumidores mexicanos. ¿Ahorran o no? ¿Cómo ahorran? ¿Confían en los bancos? ¿Hay diferencias por clase social? ¿Quiénes ahorran más? ¿Hay diferencias regionales? Algo queda claro: sin ahorro una sociedad no puede cimentar un mejor futuro. De nuevo, es inevitable voltear la mirada hacia la cuna de la democracia, básicamente el centro de Europa, y comparar este fenómeno de nuevo individualismo mexicano con el que se presenta en las sociedades que nos llevan la delantera en esta discusión.

Un dato alentador proviene de las consideraciones de Gina Zabludovsky sobre la tolerancia entre los jóvenes mexicanos. Pareciera haber una tendencia general bastante clara. Sin embargo, la autora también señala diferencias estatales que deberán recibir mayor luz. ¿Por qué en algunas entidades el rechazo a los homosexuales y a las parejas del mismo sexo es marcadamente menor que en otras? ¿Cómo explicar que una entidad como Guanajuato, que en el imaginario colectivo y quizá por la Guerra Cristera es catalogada como conservadora, muestre en estos registros mayor apertura que otras?

VI. ¿Y qué hay de Dios y de la suerte?

Apasionante es también el impacto que la educación y la modernidad informativa están teniendo en la figura de Dios. No se trata solo del papel de Dios como producto de un acto de fe. La discusión va más allá. No hace mucho tiempo la idea de que “Dios proveerá” era una creencia muy generalizada del comportamiento del mexicano. Sin embargo, los datos de la envud recogen hoy una realidad muy diferente. Pareciera que los mexicanos jóvenes apuestan cada vez menos a la suerte y al “Dios proveerá” y consideran que las posibilidades de éxito se encuentran en una buena educación y un buen empleo (ver Gráfica 4). Se trata de ciudadanos con comportamientos y expectativas no solo diferentes sino totalmente encontrados. Enrique Alduncin ha trabajado el tema desde hace décadas. Ahí surge otro dilema claramente retratado por la ENVUD.

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Si la preparación y los estudios son condiciones imprescindibles para mejorar, si el trabajo duro y la actitud ganadora les siguen en importancia, las expectativas de estos nuevos mexicanos serán las de encontrar opciones educativas adecuadas y oferta de empleos; solo así conseguirán la prosperidad anhelada. Son estos mismos mexicanos modernos que han desplazado a la fe y a la mala suerte como condicionantes de éxito o fracaso, los que también señalan los principales obstáculos: la falta de preparación y estudios de calidad y la falta de oportunidades para encontrar trabajo. Si el “Dios proveerá” y la fe remitían a un ámbito inasible, supraterrenal, la educación de calidad y la oferta de empleo terrenalizan la discusión. Ya no miran al cielo, buscan empleo por internet.

Nadie puede culpar a Dios de sus infortunios. Es una contradicción de términos. Dios es por definición, en las culturas monoteístas, omnisciente, omnipotente y omnibenevolente.19 Las cosas malas ocurren en todo caso por la existencia de un ser maligno. Si nos alejamos de esas coordenadas las cosas se ven diferentes. Las deficiencias en la calidad de la educación tienen responsables muy concretos: los maestros, los materiales, los directivos de las escuelas, las autoridades educativas, locales y federales. De tal manera que la mejoría en la educación es una exigencia de esos nuevos ciudadanos que saben que la única manera de prosperar en la vida, sobre todo en un mundo tan competitivo, es obteniendo educación de calidad. Lo mismo ocurre con la generación de empleos. No es ya un asunto de gracia divina sino de manejo adecuado de la economía. Solo los buenos empleos permiten la prosperidad. De nuevo, los responsables están en la Tierra y andan por ahí.

VII. Terrenales y exigentes: los riesgos

Tal y como lo han señalado varios autores de esta serie, entre ellos Luis de la Calle y Miriam Jerade,20 el riesgo se cristaliza en una palabra: frustración. Si la economía y la educación son capaces de brindar respuestas a las exigencias terrenales de estos nuevos mexicanos, la nave irá viento en popa. Pero, de ocurrir lo contrario, si la educación no garantiza los niveles académicos necesarios para competir en un mundo global y la economía no ofrece esos mejores puestos de trabajo, las nuevas clases medias, con el ánimo crítico señalado por Alejandro Moreno, pueden convertirse en una fuente de insatisfacción generalizada y creciente.

Los cambios son de fondo y por supuesto hay contradicciones. Tal como lo indica Leonardo Curzio, los mexicanos siguen encontrando en la Revolución un anclaje. Este suceso histórico permanece como la base de una matriz de pensamiento nacional a la que muchos acuden. Pero los mexicanos, los nuevos mexicanos, solo miran a la Revolución en el pasado, no en su futuro. Quieren educación, empleos y, en algún sentido, modernidad. Pero Curzio señala otra contradicción esencial: son esos mexicanos orgullosos de su historia, tan confiados en su superioridad, tan soberbios —para de nuevo utilizar el término de O’Gorman—, los que registran también una enorme inconformidad por el camino que se está siguiendo. ¿Será acaso ese 63% contrario al camino que se sigue un anuncio de la frustración? ¿Será un aviso de cómo estos nuevos mexicanos constatan día a día que no han recibido la educación de calidad que el mundo les exige, de cómo salen a buscar trabajo y no lo encuentran o no con los niveles de ingresos que esperaban? (Ver Gráfica 5.)

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Quizás a esos motivos se pueda sumar la lista que los mexicanos registran como principales fracasos del México independiente: violencia, corrupción, pobreza. Curzio hace un llamado muy claro a la clase dirigente para que esta lea con toda atención estas contradicciones. Parafraseándolo, nadie tiene problemas con Clío, pero sí con la vida cotidiana. Leonardo Curzio señala un asunto que resulta nodal aunque pareciera etéreo. El alto porcentaje de mexicanos que considera que el país va por un mal rumbo debe obligar a los gobernantes a leer el verdadero estado de ánimo del país.

Hay una responsabilidad ante la comunidad nacional para que el ánimo cotidiano sea de construcción de un mejor México y de un futuro próspero, pues eso es lo que exigen los mexicanos. De qué nos sirve tanto orgullo nacional, tener tantos “ciudadanos culturales” que gritan incansablemente “¡Viva México!” cada 15 de septiembre, si en el balance general desconfiamos de nosotros mismos y de varias de las principales instituciones de cualquier nación. El reclamo es también a los propios mexicanos que hemos sido incapaces de construir un ámbito de confianza entre nosotros que anude a la nación.

La construcción de esa nación como conjunto de emociones y aspiraciones cruza por lo que Enrique Alduncin21 denomina los reflejos de la conciencia moral. El autor dibuja el círculo virtuoso que sustenta a toda democracia liberal. Alduncin parte de lo que los ingleses llaman una aproximación naïf o ingenua que se convierte en una aguda herramienta analítica. Lo fundamental es un código ético básico, una conciencia moral que permita a los ciudadanos distinguir lo que es bueno, favorable para una sociedad, de aquello que la daña. Es esa conciencia moral la base ética que debe estar reflejada en las normas.

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Ello provoca una identificación entre lo que los ciudadanos buscan y desean y los rumbos plasmados en el marco normativo de la sociedad. Esa identificación conduce al respeto hacia la norma y, por lo tanto, a la obediencia ciudadana. Suena muy sencillo, pero muchos autores han recalcado los riesgos de democracias formales –con competencia partidaria, relevo en los mandos, etcétera– que sin embargo están asentadas en prejuicios y visiones autoritarias.

Por ejemplo, una sociedad racista no puede ser plenamente democrática; una sociedad en la cual no se crea en la igualdad básica entre los individuos, tampoco. Por más que los principios estén plasmados en las normas, si esos principios no se convierten en convicción y actuación ciudadana, si no cristalizan en la vida cotidiana, esa sociedad no será democrática. De ahí ha surgido el término de “democracias liberales”.22 Enrique Alduncin camina por este sendero; lo importante es una conciencia moral colectiva que permite el apego más o menos generalizado a las normas, apego que resulta de la convicción y, a la par, de un alto grado de cohesión social. En esta lectura lo central será la coincidencia en temas básicos. ¿Por qué no comenzar por los derechos humanos?

Ahí el asunto se complica pues sigue habiendo grupos importantes de mexicanos que no coinciden en que el mejor pacto social posible proviene precisamente del respeto a la legalidad. Lo mismo ocurre con la pena de muerte o con la justicia por propia mano. La conciencia moral mexicana tiene un flanco de debilidad en el convencimiento sobre el apego a la legalidad. La cultura de la legalidad no es una categoría académica o una expresión demagógica, sino algo que se plasma en la actitud cotidiana de una población (ver Gráfica 6).

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VIII. ¿De verdad queremos el cambio?

Alduncin retoma una discusión fascinante sobre el carácter conservador o progresista de los mexicanos. La discusión lleva mucho tiempo en los corrillos académicos y en las entrelíneas de los comentarios en artículos de revistas y periódicos. Este País ha publicado desde hace años artículos que aluden a la cuestión.23 El carácter progresista puede ser identificado por varios reactivos muy concretos, la actitud ante el cambio por ejemplo. En teoría, una mente progresista, crítica de la situación presente, propondrá y pugnará por el cambio. Por otro lado, los conservadores tenderán a ser menos críticos y negarán la necesidad del cambio. Incluso se ha vinculado esta discusión con el grado de felicidad: los inconformes, los críticos serían menos felices que los conservadores (acrílicos).24

El sugerente texto de Enrique Alduncin revive la discusión. La noción central utilizada por el autor, conciencia moral, tiene por supuesto un carácter dinámico, es decir, la conciencia moral cambia con el tiempo y las condiciones socioeconómicas de la comunidad. El asunto central es el siguiente: la base estadística arrojada por la envud permite la identificación de las actitudes conservadoras y progresistas de los mexicanos que pueden ser cruzadas por su edad, por su orientación política, por su nivel socioeconómico e incluso por su intención de voto.

Lo curioso del caso es que las inclinaciones conservadoras y liberales atraviesan todos los parámetros. Es decir, hay conservadores ricos y pobres, educados e ignorantes, jóvenes y viejos y que votan por todos los partidos. Lo mismo ocurre con los progresistas. Es paradójico que conservadores y liberales no están aglutinados alrededor de esas categorías. ¿No sería mejor tener un partido conservador y uno liberal que reflejaran la lectura de la vida que subyace entre los mexicanos? (Ver Gráfica 7.)

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Queda claro que la aproximación de Enrique Alduncin, quien desde hace años ha trabajado estos temas, busca propiciar una sana evolución de la conciencia moral de los mexicanos hacia estadios de mayor respeto a los derechos humanos, de mayor tolerancia, de mayor apego a la legalidad, lo cual supone un profundo cambio en la jerarquía de acción. Enrique Alduncin retoma el camino de los llamados “culturólogos” y que se sintetiza en el título de una recopilación de ensayos de Lawrence E. Harrison y el polémico Samuel P. Huntington: Culture Matters.25

IX. En tránsito

La deontología no está de moda. El llamado “deber ser” que fuera moneda de curso para autores como Hermann Heller en su Teoría del Estado,26 hoy tienen un tufo a conservadurismo, a opresión. Las sociedades democráticas tienen como sino la libertad. Ese es el discurso más común y popular pero la realidad es otra. Las sociedades con los más altos niveles de bienestar, las más prósperas y más justas son aquellas en las cuales las conducta ciudadana se ciñe a un código ético muy estricto. Cancelar la violencia como método de acción o por lo menos disminuirla tanto como sea posible, respetar al otro con todas las diferencias, acatar las normas o modificarlas, si no son adecuadas, vigilar lo público y velar por la privacía, hacer del mérito el método de promoción y recompensa, etcétera, son principios que rigen la vida cotidiana de esas sociedades. Todo proyecto de nación tiene un anclaje en la legalidad como requisito insustituible para generar prosperidad.

En esas sociedades los responsables son todos gobierno, empresas, jueces, legisladores, medios y también los ciudadanos.

La ENVUD presenta el que es quizás el diagnóstico más riguroso de nuestra realidad ciudadana. Pero esto es solo el inicio porque de ese ejercicio también se desprende qué debemos cambiar y cuál es el rumbo para construir un país más prospero y más justo. No hay evasión posible. Ese México demanda encararnos como ciudadanos.

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1 La ENVUD es un estudio realizado bajo los auspicios de Banamex, la Fundación Este País y un grupo de donantes interesados en hacer un retrato de los valores y las creencias de los mexicanos al inicio de la nueva década. Alberto Gómez, Federico Reyes Heroles y Alejandro Moreno agradecen al grupo de académicos, encuestadores e interesados en la temática de valores que, generosamente, aceptaron formar un Consejo Consultivo para este proyecto y cuyo tiempo, observaciones y sugerencias enriquecieron el estudio de manera importante: Andrés Albo, Ulises Beltrán, Edmundo Berumen, Eduardo Bohórquez, Federico Estévez, Nydia Iglesias, Rosa María Ruvalcaba e Iván Zavala.
En la realización de la ENVUD participaron diversas empresas: Ipsos-Bimsa Field Research de México, S.A. de C.V. (que se encargó de levantar la encuesta en Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Colima, Distrito Federal, Durango, Guerrero y Oaxaca); Mercaei, S.A. de C.V. (Nayarit, Nuevo León, Querétaro, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz); Nodo-wmc y Asociados, S.A. de C.V. (Campeche, Chiapas, Estado de México, Hidalgo, Jalisco, San Luis Potosí, Tlaxcala y Zacatecas) y Pearson, S.A. de C.V. (Aguascalientes, Chihuahua, Guanajuato, Michoacán, Morelia, Puebla, Quintana Roo y Yucatán). La empresa Berumen y Asociados se encargó del diseño de la muestra, la supervisión, la validación de la captura y el respaldo a las encuestadoras durante el levantamiento en campo.
2 Edmundo O’Gorman, México: El trauma de su historia, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1977.
3 Enrique Alduncin Abitia, Los valores de los mexicanos, Fomento Cultural Banamex, México, 1993.
4 Robert D. Putnam, Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community, Simon & Schuster, Nueva York, 2000.
5 Gina Zabludovsky Kuper, “Individualización y juventud en México” en Este País, núm. 249, enero de 2012.
6 Alejandro Moreno, “La ciudadanía crítica” en Este País núm. 241, mayo de 2011 y Alejandro Moreno, “Las metas y valores de los mexicanos: ¿qué nos une y qué nos divide?” en Este País núm. 240, abril de 2011.
7 Seymour Martin Lipset, Political Man: The Social Bases of Politics, The Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1981.
8 Jim Cullen, The American Dream, Oxford University Press, New York, 2003.
9 Déborah Holtz y Juan Carlos Mena (coord.), El sueño mexicano, Trilce Ediciones / MetLife, México, DF, 2009.
10 Eréndira Avendaño y Mariana García, “La desigualdad: lo que divide a los mexicanos”, Este País núm. 243, julio de 2011.
11 Marcelina Valdés y Stephanie Zonszein, “Denme un punto de apoyo y moveré al mundo: educación y movilidad social”, Este País núm. 244, agosto de 2011.
12 Gilles Lipovetsky, La era del vacío: Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Barcelona, 1986.
13 Leonardo Curzio, “México invertebrado”, Este País núm. 246, octubre de 2011.
14 Jorge G. Castañeda, Mañana o pasado: El misterio de los mexicanos, Random House, Nueva York, 2011. También, Jorge G. Castañeda, “Entre la percepción y la realidad”, Este País núm. 245, septiembre de 2011.
15 Luis de la Calle y Miriam Jerade, “Una sociedad más moderna y homogénea de lo que se piensa” (primera parte), Este País núm. 247, noviembre de 2011.
16 Suhayla Bazbaz, Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos, “Valores y cohesión comunitaria”, Este País núm. 245, septiembre 2011.
17 Luis de la Calle y Luis Rubio, Clasemediero, Centro de Investigación y Desarrollo (CIDAC), México, DF, 2010.
18 Verónica Baz y María José Contreras, “Los mexicanos y sus perspectivas económicas”. Este País núm. 242, junio de 2011.
19 Ben Dupré, 50 Philosophy Ideas, Quereus Publishing, London, 2007.
20 Luis de la Calle y Miriam Jerade, “Una sociedad más moderna y homogénea de lo que se piensa” (segunda parte), Este País núm. 248, diciembre de 2011.
21 Enrique Alduncin , “Reflejos de la conciencia moral de los mexicanos”, Este País núm. 249, febrero de 2012.
22 Fareed Zakaria, “The Rise of Illiberal Democracy” en Foreign Affairs, noviembre-diciembre de 1997.
23 John Huber y Ronald Inglehart, “La izquierda y la derecha en 42 sociedades”, Este País núm. 66, septiembre de 1996.
24 Jaime L. Napier y John T. Jost, “¿Por qué los conservadores son más felices que los liberales?”, Este País núm. 208, agosto de 2008.
25 Lawrence E. Harrison y Samuel P. Huntington, Culture Matters, Basic Books, New York, 2000.
26 Hermann Heller, Teoría del Estado, Fondo de Cultura Económica, 1998.

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FEDERICO REYES HEROLES es director fundador de la revista Este País y presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro es Alterados: Preguntas para el siglo xxi (Taurus, México, 2010). Es columnista del periódico Reforma.

Una respuesta para “Encuesta ENVUD: Ante el espejo
  1. Pastor López Atilano dice:

    Esta encuesta y su análisis me dejan impresionado, estoy convencido de debemos reformar el concepto de «educación» que va mas allá de estar en clase, habría que hacer del entorno el aula y de los padres los principales catedráticos.

    Esta encuesta y su análisis confirman lo dicho.
    Agradecido por esta información.

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La perversión de las cifras
Por ignorancia, por falta de rigor ético y metodológico o incluso por mala fe, cada vez abundan más las mediciones que —aprovechándose de la credibilidad que se asocia a la presentación de datos numéricos en forma de gráficas, tablas, cuadros, etcétera— informan mal o de plano engañan al público, lo cual es un problema grave. […]
Religiosidad y ética social
Desde hace tiempo, la identidad nacional interesa por igual a filósofos y escritores que a científicos sociales. Sin embargo, los estudios técnicos que hoy se realizan parecen dar la razón a los primeros: entre los mexicanos prevalece una suerte de ambivalencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre colaboración y discordia, […]
Política cultural para un país en crisis
Recientemente se conjugaron dos hechos relacionados con la cultura en México: los 25 años de la fundación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y la instrucción que el presidente Peña Nieto dio al titular de ese organismo, Rafael Tovar y de Teresa, para implementar en Michoacán el programa Cultura en Armonía, […]
Georges Moustaki. In memoriam
Mi mayor deuda con el Colegio Alemán es mi amor a la música. Para los alemanes esa expresión del ser humano no es un añadido o algo complementario. Es esencial, “la vida sin música sería un error” dijo Nietzsche. Qué razón tenía. Una de las mejores tradiciones de “El Alemán”, además de la famosa disciplina, […]
Política
En 100 días pasa mucho. Se transmite el poder en medio del caos o el orden y dentro de un aparato de símbolos; se nombra el gabinete a base de olfato, visión, simpatías, cuotas, proyecto; se marca el tono de la relación con otras fuerzas políticas y otros poderes; se establecen líneas programáticas fundamentales, se […]
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