Antonio Muñoz Molina es uno de los escritores más relevantes de la literatura española actual. Con una larga carrera —que inició en el periodismo pero que se ha ramificado hacia la novela y el ensayo, entre otros géneros— este prolífico autor goza de un merecido prestigio internacional. Esta semblanza nos ofrece las claves para descifrar su vasta, compleja y enriquecedora obra.
Oí hablar de Antonio Muñoz Molina por primera vez en 1993. Un amigo andaluz había leído El invierno en Lisboa (1987) y contaba maravillas de esa novela. Auguraba además que estábamos ante un gran autor. Me puso alerta. En 1991, Muñoz Molina había publicado una de sus novelas más importantes, El jinete polaco, que le valió el Premio Planeta de ese año y el Nacional de Literatura en 1992. España estaba ensimismada, celebraba Juegos Olímpicos y aquel escaparate propiciaba cierta curiosidad ante su cultura. El país llevaba un lustro obnubilado, casi se puede decir que obsesionado, con afianzar su identidad europea, el gran proyecto sociopolítico del último tramo del siglo XX, ahora tan estropeado.
Eran momentos de una extraordinaria vitalidad. Al exterior se miraba con curiosidad, haciendo comparaciones, buscando respuestas a los nuevos dilemas planteados por la modernidad a la vez que, dentro del país, un grupo heterogéneo de artistas rompía con las convenciones, emergía y proyectaba preocupaciones nuevas. Destacaba el cine de Pedro Almodóvar, efervescente, y el fenómeno de la “movida madrileña”, todo un ramillete de músicos y escritores que rompían moldes.
En ese contexto, en Granada, se daba a conocer Muñoz Molina (Úbeda, 1956). Beatus Ille (1986) es la primera novela de un autor que antes de serlo había sido un voraz lector adolescente nacido en un pueblo de la provincia de Jaén devenido funcionario de ayuntamiento (1981-1988), amante de la música y estudioso de la historia del arte, la disciplina en los estudios de geografía e historia de la que se licenciaría en 1979. Con la ópera prima atraería sobre sí la mirada de los críticos en el marco de esa democracia más consolidada cada vez y, en el plano creativo, en busca de una renovación estética respecto del franquismo.
Con los años nos daríamos cuenta de que la suya fue una generación fogosa, a la que pertenecen también Almudena Grandes, Luis Landero, Julio Llamazares, Javier Marías y Manuel Vázquez Montalbán, que se desenvolvía en un contexto de mayores libertades que sus antecesores de la posguerra: Miguel Delibes, Camilo José Cela, Carmen Martín Gaite. Y de los sucesores de estos: Juan Goytisolo, Ana María Matute, Juan García Hortelano y Juan Marsé.
En 1984 Muñoz Molina se había estrenado con una recopilación de los escritos publicados en el Diario de Granada bajo el título de “El Robinson urbano”. A esos relatos seguirán dos obras más de parecido tenor: Diario del Nautilus (1985) y Los misterios de Madrid (1992). Periodismo y literatura se abrazaban en textos bien escritos, muy estudiados. Si bien en los ochenta o noventa aquellas obras eran difíciles de encontrar, hoy ese periodismo literario está al alcance del lector incluso en México a través del suplemento Babelia del diario El País.
Sin embargo, es la narrativa, sin duda, el ámbito en el que mejor se desenvuelve el escritor. La suya es una literatura urbana que, como sello de autor, concede un enorme protagonismo a la historia. Su primera novela, Beatus Ille, es una retrospectiva sobre los silencios de la Guerra Civil a la vez que un homenaje a la Generación del 27. A ella seguirían El invierno en Lisboa, un guiño al jazz y a la novela negra, Beltenebros (1989), un thriller político, y El jinete polaco, una investigación literaria sobre el amor, el deseo y la soledad enraizada en Mágina, el pueblo imaginario creado por el escritor que se asemeja al propio y evoca en cierto modo al condado de Yoknapatawpha de William Faulkner, o al mismísimo Macondo de Gabriel García Márquez.
El académico Salvador A. Oropesa, de la Universidad de Jaén, y otros críticos han considerado esta novela una especie de reescritura de Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo. Casos parecidos fueron La casa de los espíritus (1982), de Isabel Allende, respecto a Cien años de soledad (1967); y la mexicana Arráncame la vida (1985), de Ángeles Mastretta, de La muerte de Artemio Cruz (1952), una de las mejores del fallecido Carlos Fuentes.1
La esencia de la literatura de Muñoz Molina está explicada por el autor en el ensayo “La realidad de la ficción”, basado en unas conferencias impartidas en 1991 en Madrid y publicadas en 1993:
La literatura es una gran sociedad secreta de hombres y mujeres que saben estar solos en medio de la multitud y acompañados en la soledad, una incruenta conjura, no en favor de los sueños y en contra de la vida, sino de un modo de vivir en el que la realidad y el deseo se afirman mutuamente y en el que el derecho y el privilegio de la huida se corresponde con el don siempre misterioso del reconocimiento y la aproximación.2
En varias de sus obras explica la importancia que tuvo para su formación la tradición oral: “Yo me eduqué oyendo contar historias a mis mayores y amé y amo tanto ese oficio y me bastaba de tal modo que nunca tuve tiempo ni ganas de reflexionar sobre él: quería tan solo que me contaran buenas historias, quería contarlas yo mismo”, recuerda.3
La literatura es vida y surge de la experiencia, planteamiento que él mismo explica: “Si escribir es primero el arte de mirar y luego de seleccionar, en su tercer paso, el definitivo, es un arte combinatorio, lo cual nos conduce de nuevo a la semejanza con los sueños, donde lo que más nos choca no son las imágenes que vemos sino el modo inexplicable en que lo posible y lo imposible, lo cómico y lo atroz, los vivos y los muertos, se relacionan entre sí con toda naturalidad”.4
Es importante destacar el papel fundamental que la memoria juega en sus libros. A menudo ello se manifiesta en el uso de documentos, evocaciones musicales, históricas o en rastros del pasado como cartas, películas o acontecimientos noticiosos relevantes. Sucedió, por ejemplo, con la llegada de los primeros astronautas a bordo del módulo Águila del Apolo XI a la luna, el 20 de julio de 19695, que un niño recuerda escuchando por las noches en la radio.
Sus protagonistas en contadas ocasiones surgen de la nada sino que atesoran un bagaje connotativo complejo, inabarcable y plural: “Los buenos personajes, como las buenas historias, no se buscan: se encuentran o, mejor dicho, se aparecen, se le presentan al escritor como me contaban de niño que se presentan los fantasmas, sin explicación, sin saber de dónde vienen ni por qué han llegado”.
Muñoz Molina recurre a una metáfora sencilla para sintetizar sus postulados literarios:
Para escribir, como para leer, hace falta una habitación propia, que esté situada al mismo tiempo fuera del universo y en su mismo centro, pero la ficción también va con nosotros cuando estamos solos en medio de la multitud y observamos las cosas, dice Baudelaire, como un príncipe que disfrutara siempre de su incógnito. A veces el libro, la ficción, es nuestra habitación invisible y nuestra máquina del tiempo: miro en la calle los ojos de la gente y descubro en algunas miradas que tras ellas está sucediendo una historia que nada tiene que ver con el mundo exterior. Hay quien sonríe en medio de la calle con la misma expresión que si estuviera durmiendo o tuviera un sueño feliz. En el metro, zarandeada por los frenazos del convoy, encogida entre otros cuerpos, sujetándose a la barra metálica con una mano, una mujer sostiene en la otra un libro abierto y lee como si estuviera sola y tranquila en su dormitorio o en la torre de Montaigne.
Puro agradecimiento, pura alegría y reconocimiento a sus lectores y la conciencia clara de que “un libro es tantos libros como lectores tiene”, y de que ellos y la lectura “están en la raíz de nuestra idea de la libertad”.6
Otros de sus libros son Nada del otro mundo (1993), Ardor guerrero (1995), Plenilunio (1997), Sefarad (2001), El viento de la Luna (2006) y La noche de los tiempos (2009), su novela más larga hasta ahora, un recuento de la caída de la Segunda República española.
La literatura de la memoria
Pero quizá, puestos a buscar, serían la libertad, la memoria y la historia los elementos clave en la obra de este autor. Estos son los tres ejes fundamentales tanto de los ensayos recopilados en Córdoba de los Omeyas (1991) —que repasan los acontecimientos de aquella dinastía dominante entre los siglos viii y xi, que hizo de puente entre Oriente y Occidente—, como de su obra narrativa.
En 2006 escribía con ánimo crítico un artículo donde señalaba que “la historia es un saber difícil que requiere largas investigaciones, ofrece muchas incertidumbres y da, a veces, amargas noticias”. Subrayaba la importancia que tienen la propia historia y la memoria en su obra, que gira casi siempre en torno a España, “un país desmemoriado” 7:
Como novelista y como ciudadano, la negligencia o el silencio que durante muchos años envolvieron el recuerdo de la Segunda República, de la Guerra Civil y de la resistencia antifranquista me parecieron desoladores. La falta de conexión entre el presente iniciado en la transición y las tradiciones progresistas españolas que fueron interrumpidas por la guerra y sepultadas por el franquismo ha sido una de las debilidades mayores de nuestro sistema democrático: ha alimentado nuestro raquitismo cívico y nuestra profunda penuria cultural, así como una contumaz injusticia hacia quienes lucharon contra la dictadura o fueron víctimas de lo que Paul Preston ha llamado “política de la venganza”.
Es un artículo importante que recuerda cómo “la historia proscrita por el franquismo fue una historia simplemente abandonada por la democracia”.
Lo que es una constante en sus ficciones, colaboraciones periodísticas y ensayos es que el escritor siempre ha sido defensor obsesivo de los ideales que atesoraba aquel fallido proyecto republicano: la instrucción pública, la racionalidad, la justicia y la buena educación. Recuerda en el artículo antes citado valores hoy tan ausentes de la cultura política española: “un sentido de austeridad y la decencia, de la ciudadanía solidaria y responsable, una vocación franca de justicia social, un amor exigente por la instrucción pública, un verdadero laicismo, un respeto a la ley entendida como expresión de la soberanía popular”8.
Se refiere continuamente a los “modestos ideales” de la República española de Niceto Alcalá Zamora, Diego Martínez Barrio y Manuel Azaña y los sitúa, por ejemplo, en primera línea de la monumental novela de La noche de los tiempos (2009). El libro entremezcla personajes reales: el poeta José Moreno Villa, Juan Negrín o Manuel Azaña; y de ficción, como el arquitecto Ignacio Abel, y rescata proyectos culturales y humanistas que quedaron atrás, enterrados por el conflicto bélico español, como los de la nueva Universidad de Madrid o la renovación social que llegó a plantear la comunidad de la Residencia de Estudiantes de Madrid.
Mirando otros exilios y sus dramas está también Sefarad, el acercamiento más decidido del autor a los excluidos, los vetados, los expulsados de todos los mundos posibles por las sociedades totalitarias de antaño. Por la novela pasan desde Franz Kafka —uno de sus autores de referencia— hasta el diplomático mexicano Gilberto Bosques o el Nobel de Literatura Primo Levi. Desde la España morisca hasta el Holocausto en Europa, pasando por el drama del exilio español, que tanto enriqueció a los países latinoamericanos.
La deriva americana de Muñoz Molina
Con todo y la solvencia de la obra literaria de Muñoz Molina, al autor no parece haberle sido fácil cruzar las aguas del Atlántico en busca de nuevos públicos. Hace poco un amigo que leía El jinete polaco señalaba que era “un libro denso, que demanda concentración, porque le parecía un rompecabezas discontinuo en el tiempo”. Concedía que “hay veces en que te pierdes en el laberinto de personajes y detalles” pero que, al final, el autor “milagrosamente, te rescata”.
En México la obra literaria de Muñoz Molina no ha tenido fácil salida. Ni está presente en las mejores librerías ni cuenta con el fervor de los lectores. Sin embargo, el autor sí se acercó y profesa un profundo respeto por varios autores latinoamericanos como Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges o Juan Rulfo… No le pasaron desapercibidos otros como Carlos Fuentes, de quien contaba que le daba la impresión “de escribir novelas no sobre personajes sino sobre temas de antemano importantes: la Conquista, el mestizaje, la identidad colectiva de los mexicanos o los latinoamericanos”:
Quizás me alejaba de él no una literatura sino cierto personaje de escritor: el que adquiere una figura pública tan agigantada que acaba representando o simbolizando un país entero, toda una literatura, un continente; el escritor proconsular o papal, que habla por un micrófono desde una tribuna, no el que escribe a solas en un cuarto y parece que nos está murmurando al oído, Borges urdiendo poemas en voz baja en su penumbra de casi ciego, John Cheever tecleando en una máquina de escribir en un sótano: palabras que nacen de una soledad y parece que llegan sin mediación a otra.
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Si me preguntan dónde estaría el interés de un lector en México hacia este escritor español, contestaría que hay probablemente tres elementos a considerar: (1) la importancia del pasado común entre México y España, particularmente el capítulo del exilio republicano; (2) la defensa de los valores de la libertad de sociedades en transición, en construcción, como la española del posfranquismo y la del México de la alternancia; y (3) la relevancia que confiere a la cultura y la educación en el desarrollo de cualquier sociedad civilizada y democrática.
Observando con atención estos tres aspectos nos percatamos que tienen que ver con la relación de Muñoz Molina con el pasado, presente y futuro.
Sobre el pasado, Muñoz Molina está familiarizado y hondamente agradecido con México por la apertura que dispensó al exilio español. Propone continuamente en su obra un reencuentro de la sociedad española con los ideales de la Segunda República (1931-1939). En el ya citado artículo “Notas escépticas de un republicano”, el escritor apunta a que “leyendo a los historiadores y a los memorialistas más eminentes uno tiene la sensación de que la República, en cierto momento, no tenía más defensores sinceros que Manuel Azaña, Juan Negrín, el general Vicente Rojo y Max Aub”. No es una obsesión pero sí un deseo de dar vida y continuidad a un proyecto que sin duda habría transformado la historia de España y que está muy presente en muchos de sus escritos.
El segundo aspecto que puede despertar interés para el lector americano es el de la importancia que cobran determinados valores en las sociedades en transición hacia la democracia o con democracias incipientes, algo muy presente en los países de América Latina a comienzos del siglo XXI. El escritor es un firme defensor de lo público, con especial énfasis en la educación, tan necesaria en un México necesitado de una verdadera movilidad social. Al mismo tiempo plantea un ataque frontal al fundamentalismo de “lo privado”10: “Muñoz Molina no está defendiendo lo público para aquellos campos que pertenezcan a lo privado. Lo que hace es defender con rabia lo público en aquello que debe serlo, como la escuela. Y esta verdad de perogrullo es importantísima puesto que es la táctica que se está usando continuamente para justificar la sinrazón privatizadora del mal llamado neoliberalismo”11.
Él mismo ha expresado lo anterior abiertamente al presentarse ante sus lectores con estas palabras:
Políticamente, soy un socialdemócrata: defiendo la instrucción pública y la sanidad pública, el respeto escrupuloso de la legalidad democrática, la igualdad de hombres y mujeres, el derecho de cada uno a elegir su forma de vivir y, si es preciso, de morir dentro de la conciencia de nuestra responsabilidad como ciudadanos. Derechos sin responsabilidades son privilegios; un derecho individual beneficia a la comunidad; un privilegio siempre se ejerce a costa de alguien. Ser progresista no es defender a rajatabla al grupo al que uno pertenece sino vindicar como propias las causas singulares de quienes en principio no son como nosotros. Un progresista, aunque sea hombre, es feminista; aunque sea heterosexual, defiende con vigor el respeto a la condición y la igualdad jurídica de los homosexuales; un progresista se rebela contra el sufrimiento innecesario de los animales y contra el despilfarro de los bienes ambientales que son de todos, también de las generaciones futuras.
En suma, y como sostienen varios críticos, estamos ante un escritor laico, “ilustrado y de izquierdas”12, que desde la moderación y la sobriedad reivindica la necesidad del contrato social siempre en clave democrática13.
Finalmente, el tercer aspecto que despertaría interés en México es el de su compromiso con “una robusta vida civil”14, ser un buen ciudadano, de alguna manera, y cultivar el desarrollo de la propia comunidad. Véase si no su crítica vehemente a la España inmersa hoy en la crisis, no necesariamente por los errores del presente, sino por una deriva añeja: “Ahora que ha terminado en colapso la era de la prosperidad sostenida en la nada, en la mentira y en la codicia, se ve que una gran parte del país ha quedado sumergida bajo una maciza inundación de fealdad: por encima de las hectáreas de muros de ladrillo y tejados aplicadamente pintorescos, de naves industriales cerradas y atroces restaurantes de carretera amenizados por tinajas, se distingue además un campanario austero en el que anidan cigüeñas, alguna muestra casi siempre abandonada de lo que fue la arquitectura popular española”. Un dejo de nostalgia mirando paisajes destrozados en unos pocos años por un capitalismo desaforado, para beneficio de unos pocos, que arrastró a la incertidumbre de un golpe a varias generaciones.
Arte y articulismo
Como colofón a esta semblanza quisiera dedicar unas líneas a los artículos periodísticos de Antonio Muñoz Molina. Comenzó escribiendo en 1982, antes incluso de publicar novelas. Se ha comentado ya que esta faceta coexistió siempre con la de narrador y ensayista. El texto periodístico, si bien está por naturaleza escrito en caliente y centrado en aspectos diversos de la realidad, no tiene por qué ser un arte menor. En Muñoz Molina encontramos desde crónicas literarias, como las de Los misterios de Madrid (1992), hasta textos más apegados a lo periodístico como los de la sección “Ida y vuelta” del suplemento cultural Babelia, de un valor estético extraordinario.
Es evidente que Muñoz Molina no se avergüenza de su quehacer periodístico, todo lo contrario, como señala en su propio “Autorretrato” a través de su página web escribiendo: “El articulismo puede ser una forma soberana de literatura y un medio digno de ganarse ingresos regulares, en un oficio tan lleno de incertidumbres (como el de escritor). El primer periódico nacional con el que tuve un compromiso regular de colaboración fue ABC, donde los escritores han sido siempre muy bien tratados. Desde 1990, y con breves intervalos, he colaborado en El País, casi siempre escribiendo crónicas semanales. Como mis aficiones son bastante diversas, también escribo una columna en la revista mensual de divulgación científica Muy Interesante, y otra en Scherzo, sobre música”, refiere15.
En el ámbito periodístico es donde el escritor desahoga un viaje, un gesto, un momento cotidiano. Vivencias intensas, como las de los años en que fue director del Instituto Cervantes de Nueva York (2004-2006), ciudad a la que está muy vinculado desde su primer viaje en 1990, terminan en ocasiones convertidas en cierto tipo de literatura de diario16 o en crónicas periodísticas más apegadas a las coyunturas, a la actualidad, pero en ambos casos son textos excepcionales.
No quiero terminar este comentario sin detenerme en los muchos que ha escrito y que tienen que ver con el arte. El autor fue capaz de ponerle como título a uno de sus mejores libros, El jinete polaco, el de un enigmático cuadro de la Frick Collection neoyorquina de 1656, atribuido a Rembrandt.
Sus artículos periodísticos no sustentan por lo general opiniones políticas sino valoraciones estéticas, viajes, recomendaciones de lectura, juicios de valor con sentido social, textos superadores de las coyunturas y, ciertamente, todo con una vocación de permanencia que va más allá del mero diarismo, que dejará al lector despistado o primerizo asomado al precipicio de la literatura, y al más atento le deleitará profundamente.
En un artículo reciente titulado “Dos miradas americanas”, por ejemplo, nos habla de un pintor que admira, el estadounidense Edward Hopper, y lo presenta como “un hombre muy alto y muy callado, de gran quijada americana y ojos muy claros”.
Más allá de lo físico está lo estético, más allá de la vaga descripción física, los atributos morales: “Hopper es un pintor radicalmente americano no ya por los paisajes o los temas que trata sino por una cierta sensibilidad autóctona que se esmera en mantener a distancia del cosmopolitismo obligatorio de las vanguardias, y también de la figura europea, entre sublime y fatua, del artista moderno”17.
Sin duda la obra periodística de Muñoz Molina es también una escritura enorme, un poderoso testimonio de que la literatura es una parte esencial de nuestras vidas y tiene la capacidad de hacernos más libres cuando, leyendo, nos dejamos abrazar por ella y llevar a puerto, como si de un buen viento se tratara. ~
1 Salvador A. Oropesa, La novelística de Antonio Muñoz Molina. Sociedad civil y literatura lúdica, Universidad de Jaén, 1999, p. 96.
2 Antonio Muñoz Molina, «La sombra del lector» en Pura alegría, IV, Santillana, Madrid, 1998, p. 84.
3 ___, «El argumento y la historia» en Pura alegría, i, Santillana, Madrid, 1998, p. 22.
4 Ibíd., pp. 33-34.
5 ___, El viento de la Luna, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2006.
6 ___, «La sombra del lector» en Pura alegría, IV, Santillana, Madrid, 1998, p. 77.
7 ___, “Notas escépticas de un republicano”, El País, 24 de abril de 2006, pp. 15-16, elpais.com/diario/2006/04/24/opinion/1145829604_850215.html.
8 Ibíd.
9 ___, “Las afinidades”, El País, 26 de mayo de 2012, p. 10, cultura.elpais.com/cultura/2012/05/23/actualidad/1337772264_022390.html.
10 Salvador A. Oropesa, óp. cit., p. 29.
11 Ibíd.
12 Ibíd.
13 Ibíd., p. 15.
14 Antonio Muñoz Molina, “En viaje de estudios”, El País, 21 de julio de 2012, p. 7, cultura.elpais.com/cultura/2012/07/18/actualidad/1342612036_046201.html.
15 ___, Escrito en un instante www. antoniomuñozmolina.es.
16 ___, Las ventanas de Manhattan, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2004.
17 ___, “Dos miradas americanas”, El País, 23 de junio de 2012, p. 7, http://cultura.elpais.com/cultura/2012/06/20/actualidad/1340190188_110228.html.
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HORACIO MARTOS, periodista cultural afincado en México.