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La Diosa Blanca (segunda de dos partes)
Blog | Palimpsestos | Antonio Santiago Juárez | 09.02.2012 | 1 Comentario

AntonioSantiago

Is she weird, is she white, is she promised to the night …
Pixies

II
Anterior a Zeus, la Diosa Blanca regía en las sociedades agricultoras matrilineales del mundo antiguo, comunicadas a través de la poesía. La luna, la tierra, la fertilidad, el tiempo –marcado por las fases del disco lunar– la sexualidad, los misterios de la embriaguez sagrada, atributos todos de una Diosa abandonada más tarde cuando pueblos cazadores conquistaron el mediterráneo e impusieron deidades masculinas.

Ello significó transformaciones en todos los sentidos pues no solamente el nombre y la herencia abandonaron la vía femenina: el orden básico fue subvertido y razón y locura cambiaron de sitio. El mito de Babel da cuenta de aquella confusión de los lenguajes del mundo. Pero el poético no fue olvidado del todo y fue transmitido por colegios de bardos y cantores de mitos más tarde perseguidos por un cristianismo que veía en la adoración de una deidad femenina la subversión posible de sus bases.

Nuestro mundo de razón ha olvidado su poesía y por ello Robert Graves acusó a Sócrates de homosexual intelectual. La verdadera homosexualidad –no la de los sexos–estaría representada por quienes niegan las palabras de la Diosa y desprecian su poesía mítica, tanto como la embriaguez causada por su aroma de gran musa, inspiración poética, maga reverberante de toda manifestación de lo terreno.

Divorciadas religión y embriaguez, no conocemos a Dios en los templos. Hablamos con la deidad en las cantinas. Se le adora en la basílica, se la conoce en la embriaguez. La Diosa Blanca, la evasiva y adorada sirena bruja vive en la añoranza del enamorado que alza su copa. Habita en el choque de dos hombres por una mujer o en el dolor de una traición. Es la Diosa quien legisla las leyes del querer. Despierta el don de hablar en lenguas y conversar con extraños, se toma un trago en la mesa y deja a los hombres declamando palabras susurradas. El que tenga sed, que beba.

Religión y embriaguez nacieron juntas y en tiempos antiguos, a la Diosa todo el mundo podía contemplarla cara a cara al menos una vez en su vida mediante el rito de la iniciación. Tanto en los misterios como en los ritos orgiásticos anuales, se le daba gracias mediante la dicha del cuerpo. Pero el cristianismo y otras religiones patriarcales la apremiaron a deidad menor y del vino no dejaron sino un reducto demasiado simbólico para inspirar a nadie.

Originalmente el espíritu santo era una deidad femenina (sonaba tan lógico como decir Urano y Gea, Zeus y Hera, Dios y el espíritu santo…). Pero con el cristianismo se nos impone uno que no conoce mujer. Y si bien le ha sido dado el derecho de fecundación, sólo fue una vez al precio de transformar a la dama en virgen eterna. Lo femenino degradado.

Jung mostró cómo hombres y mujeres llevamos en el alma las energías del animus y el anima y es la cultura la encargada de dosificar el despertar de ambos polos de acuerdo a las tradiciones de un pueblo. Lo femenino en el hombre es su camino hacia lo más profundo y para hallarlo buscará una mujer que le guíe en este viaje. Menospreciarlo conduce a un callejón sin salida, a la idealización, a la perenne búsqueda de la mitad rechazada.

Todos venimos de la tierra y de la luna. Somos hijos del cosmos, podríamos susurrar el lenguaje de los árboles. Pero el mundo aún hoy castiga a sus mujeres. Reprimida, idealizada, la Diosa Blanca no puede presentarse sino en su aspecto más fiero. La bruja hechiza al hombre obligándolo a seguirla cada noche. En La Obediencia Nocturna, la búsqueda de una Beatriz siempre evasiva y la embriaguez subrayada cada página estremecen como una maldición. Muchos mueren por aislarla asiéndola como lo hizo Geoffrey Firmin quien la tuvo a un lado y aún así no pudo verla. El destino de Esteban Espósito entretejido en igual espera con el de Dylan Thomas en cuerpo y alma consagrado a la Diosa. ¿Hay otro modo de amarla?

Si ella no te elige —si no has podido escucharla— puedes ir y buscarla sumergiéndote en su propia esencia: la embriaguez. No por otra cosa los griegos la transformaron en Dionisos (y la desdoblaron en deidades menores: tres, siete o nueve musas hijas de Zeus): es en trance que se aprende su lenguaje. Ve y persíguela. Allan Poe, Baudelaire, Malcom Lowry, Dylan Tomas, Truman Capote entre otros muchos no quisieron perderse el paso blanco de la musa y corrieron tras ella, sabedores del precio a pagar.

Es en la embriaguez donde nos encontramos. Liberados del orden y rayanos con la insania, podemos mirar a la Diosa y escuchar sus ámbitos de blancura, soledad y dicha. Todos somos uno y tus palabras, no sé si las dije yo o las dijo ella. No importa que las personas se nos aparezcan con voces de otro mundo para luego dejar su lugar a quienes delante nuestro hablan en lenguas y afirman verdades tan ininteligibles como ciertas. No importa si somos unos locos pues la locura señala el camino a nuestra amada, a Beatriz, a Eva, a Lilith, a nuestra Diosa Blanca.

Una respuesta para “La Diosa Blanca (segunda de dos partes)”
  1. […] voz. No de cualquiera, se ha hablado de La Voz. Se ha dicho que las musas la enuncian o que es la Diosa Blanca quien susurra sus palabras. Para Robert Graves no existe poeta auténtico desde Homero, que no haya […]

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