El arte y la vida se imitan indistintamente. Alcanzamos un destino y nos resulta pequeño, menos brillante en la realidad que en las ideas, y abordamos nuevamente el barco. Leemos a Cavafis y confirmamos que la vida está en el trayecto.
La Odisea termina cuando Ulises llega a Ítaca.
Carta abierta a quienes me han hecho
bien y me tienen afecto
Al cumplir setenta y cinco años resultan obligatorios los recuentos, volver la vista atrás —como diría don Antonio Machado— y ver el camino recorrido. Setenta y cinco son muchos años, muchas oportunidades de cometer imprudencias e incluso provocar —así sea involuntariamente— dolor a personas que amamos y a las que jamás hubiéramos deseado hacer daño. Vivir setenta y cinco años es cuestión de suerte; vivirlos bien, responsabilidad de uno.
Me declaro incapaz de hacer un desapasionado balance de estas siete y media décadas. Soy consciente de mis limitaciones y carezco de la suficiente vanidad como para sentirme satisfecho. Siempre me ha parecido un acto de engreimiento insufrible dar gracias a Dios por los dones recibidos. Es tanto como sentirme una persona privilegiada por la que el Creador se preocupa de manera especial. ¿Por qué habría de darme Dios lo que a otros niega? ¿Por qué habría de distinguirme prodigándome dones (salud, familia, trabajo, amigos, alimentos) que otros no tienen? Nada he hecho para merecerlos. Digo esto con absoluta sinceridad. Acaso mi única virtud —si alguna tengo— es apasionarme por lo que hago sin esperar aplausos o recompensas, sino por el puro placer de intentar hacerlo bien.
Dicen que conforme pasa el tiempo, los viejos ganan en sabiduría, prudencia y experiencia. Por desgracia, no es mi caso. Estoy lejos de la serenidad prometida a la vejez —mantengo intacta la capacidad de indignación ante la injusticia— y mis experiencias se reducen a unas cuantas cicatrices que por pudor no exhibo.
No se puede vivir
como si la belleza no existiera.
Luis Rius
Me gustaría haber hecho del verso de Luis Rius norma de conducta. No respeto la riqueza, la fama, el éxito ni el poder en ninguna de sus formas. El respeto lo reservo para la inteligencia y la belleza. (No necesariamente en ese orden.) Algunos dirán que falta la bondad en mi lista pero, como Oscar Wilde, pienso que la bondad es una forma de la belleza. El vicio es feo; la virtud es bella.
También me gustaría que el final llegara rápido y piadoso, sin causar demasiada pena a los que me quieren. Hay una enorme diferencia entre vivir y estar vivo.
Estas líneas no son ni pretenden ser una suerte de testamento. Son, por el contrario, canto de gratitud a los muchos años que me han sido concedidos. Gratitud para quienes me quisieron y me quieren; gratitud para mis amigos y para cualquiera a quien le importe o le haya importado mi persona, así sea un poco. Gracias a quienes me han brindado felicidad, aun aquellos que no tuve el privilegio de conocer: Mozart, Corot, Alberti, Antonio Machado, Vivaldi, Tolstoi, Balzac, Frost, Bach, Leonardo, Daudet, El Greco, Durero, Cervantes, Rulfo, Paz…
Imposible nombrarlos a todos. Sin ellos y sin ustedes, mis amigos, no sería lo que soy. Los afectos constituyen la única riqueza que he acumulado en el desfile de los años y, a fin de cuentas, la única que me interesó atesorar.
Sin el menor asomo de presunción, hago mía la declaración de don Andrés Henestrosa: “Soy el hombre que quise ser”. Artemio de Valle-Arizpe escribió unas líneas inolvidables a propósito de don Victoriano Salado Álvarez, líneas que ahora también hago mías, no con intenciones autobiográficas —¡ni pensarlo!—, solo a manera de propósito:
Trabajo sin tregua fue lo suyo; cuartillas y más cuartillas; y los días y los años pasaban, pasaban, y el lápiz en la mano sacaba a luz sus estudios, siempre pegado a la labor hasta que no llegó al puerto de la eterna quietud. Grave y honda lección: trabajo y bondad. A trabajar, pues. Todavía hay sol en las bardas, pero ya se viene encima la gran noche, y hay que aprovechar lo que queda de tarde.
P. S. Abusando de la impunidad implícita en la vejez, incurrí de nuevo en el delito de lesa poesía. (El hombre es el único animal que tropieza dos veces con el mismo ridículo.) Escribí una paráfrasis de Constantino Cavafis, la cual adjunto. Sin embargo, con el deseo de expiar el pecado, agrego al final la poesía de Cavafis, que recomiendo leer para desintoxicarse de la mía. Vale.
Variaciones sobre un tema de Constantino Cavafis
La armadura sufre agravios de azarosos periplos,
cruje al golpe de las olas
y la quilla gime a punto de rendirse.
Desafiante verticalidad conserva el mástil,
pero la vela exhibe profundos arañazos,
recuerdo de tormentas que otrora
fatigaron la tupida urdimbre de robustos hilos
de algodón egipcio.
También el timón resiente la ofensa de los años,
hoy apenas responde;
la nave ya no traza el grácil arco de hervorosa espuma
buscando ofrecer la popa al promisorio viento;
anquilosada, zigzaguea en los giros y eslora más allá de lo prudente.
¡Jamás llegarás a Ítaca, errante Ulises!
Nunca atracarás de nuevo en el abrazo roqueño
de su hospitalaria bahía.
No hay tiempo ni tu nave es capaz de completar la travesía.
Pero, ¿qué importa?
¿Dónde estará la verdadera Ítaca?
¿Acaso es la isla que, por donde el sol se oculta,
desafía al incesante oleaje del impredecible Ponto?
Quizá, pero, ¿qué importa?
En las noches serenas,
cuando el viento apenas lame
la sosegada piel del tornadizo Egeo,
es hermoso tirarse de espaldas sobre la desgastada cubierta
para cazar estrellas
y soñar con la inalcanzable Ítaca.
Nunca las plantas de tus pies
dejarán efímeras improntas
en las doradas arenas de su playa,
ni tus cansados ojos
distinguirán de nuevo el amado perfil de sus montañas.
La maltratada nave naufragará
antes de coronar la azarosa singladura.
Es cercana la hora en que seas incapaz
de asir el rebelde gobernalle,
y en ningún puerto, desde Ilión a Creta,
habrá calafate capaz de reparar el escoriado casco.
¿Saltarán en astillas las cuadernas
cuando estrelles tu barca
en la yerma Caribdis o en la temible Escila?
¿Acaso le espera el final
—ruego a los dioses que lo impidan—
de pudrirse lentamente, atrapada
en el obstinado mar de los Sargazos?
¡Qué importa!
Lo que importa no es el arribo
a ese puerto tantas veces soñado,
lo que te mantiene vivo,
mano al timón y rostro al viento,
ávidos ojos oteando el horizonte,
no es el final del viaje,
es el desafiante gozo de hacer la travesía.
Lo que importa es navegar
llevando en el corazón
la inaccesible Ítaca.
Ítaca
Constantino Cavafis (1863-1933)
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
o al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones y los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues —¡con qué placer y alegría!—
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes y voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino,
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
(1911)
javier villarreal lozano es director del Centro Cultural Vito Alessio Robles de Saltillo y ex presidente fundador de la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila.