En este breve ensayo, nuestro autor desestima la labor de investigación que algunos escritores realizan a fin de que sus obras narrativas resulten verosímiles. Para ello, cita a autores como Juan Marsé, Daniel Sada y John Banville —entre otros—, quienes afirman que el trabajo del escritor de novelas y cuentos consiste en inventar, no en documentar.
A Daniel Sada,
por el gozo, por lo aprendido.
Señor, salva este momento.
[…] Sálvalo
en la memoria o rescátalo
para la luz que declina
sobre esta página,
aunque apenas la toque.
“Plegaria”, David Huerta
I. La invención
A propósito de los relatos y los recursos útiles para su invención, oí contar a Daniel Sada hace unos meses —en una presentación de Ese modo que colma— que un famoso escritor catalán había comentado en la ceremonia donde le otorgaban un importante premio que “el problema de la literatura actual era que estaba llena de intelectuales”. Los asistentes reímos, pero creyendo, quizá, que no habíamos entendido el chiste, o para que no se desviara la atención hacia la identidad de ese escritor, explicó que sus narraciones no informaban acerca de nada: “No las escribo para cultivar a mis lectores, para eso está la Wikipedia”. Otra vez reímos.
En aquella presentación de su último libro de cuentos Daniel Sada se refería, en esencia, a una parte del discurso que Juan Marsé leyó cuando recibió el Premio Cervantes, ahí dijo:
No me considero un intelectual, solamente un narrador. Los planteamientos peliagudos, la teoría asomando su hocico impertinente en medio de la fabulación, el relato mirándose el ombligo, la llamada metaliteratura, en fin, son vías abiertas a un tipo de especulación que me deja frío y me inhibe; bastante trabajo me da mantener en pie a los personajes, hacerlos creíbles, cercanos y veraces.
Y más adelante:
Porque yo soy ante todo un lector de ficciones, un amante incondicional de la fabulación. Tan adicto soy a la ficción, que a veces pienso que solamente la parte inventada, la dimensión de lo irreal o imaginado en nuestra obra, será capaz de mantener su estructura, de preservar alguna belleza a través del tiempo.1
II. Los hechos y la verdad
La apretada ars narrativa de Daniel Sada, en forma de alegato a favor de la invención y en contra de los datos presuntamente documentados con los cuales algunos escritores pretenden vertebrar sus narraciones (y luego publicitarlas, ellos o sus editores), me recordó una entrevista a John Banville en la cual le preguntan si Benjamin Black —heterónimo con el que firma sus crime fictions— se documentó para escribir su primera novela: El secreto de Christine. Banville contesta, con leve impaciencia, que los novelistas no deben investigar sino crear, que el trabajo de un novelista consiste en inventar. “Los hechos y la verdad no son lo mismo”, concluye. Otro recuerdo. Le preguntan a Sada en un programa de televisión por qué el desierto es un escenario recurrente en sus narraciones, “porque en el desierto no hay nada, ahí, entonces, hay que inventarlo todo”, responde.
De modo que las obras de Sada y Banville no sólo comparten una devoción a los ejercicios descomunales de estilo, también comparten los afanes de la invención. Esto no significa que nunca hayan recurrido, ni uno ni otro, a alguno de los polimorfos bancos de información que tienen a la mano para condimentar aquí o allá alguna de sus novelas (y cuentos en el caso de Sada), o para hacer que revolucione alguna parte del dispositivo narrativo, pero en la vida pública de ambos abundan los gestos que ponen un acento en la invención, en la creación, supongo que no sólo para dejar clara su ya de por sí perspicua capacidad de fabulación, sino para desmentir ciertas modas mediáticas que promueven a la realidad como método de composición y dar la espalda a la idea de que se puede hacer literatura con una base de saberes fácticos.
III. La memoria creadora
¿De qué recursos dispondrá quien supedita la invención a la indagación? ¿Cuál es la batería de esta postura? La respuesta es casi obvia: la memoria. O digamos, atendiendo al crepitante discurso de la neurociencia, que los distintos sistemas mnemotécnicos son su punto de partida.
Varias de las operaciones de la memoria —si se entiende como un sistema dinámico, como memoria creadora— son antenas de la invención. El narrador puede suscitar, dirigir y controlar la conservación y el recobro de sus registros sensoriales, pero a sabiendas de que no graba, almacena y recupera datos como una computadora: la memoria creadora es en sí misma un proyecto. Otra vez Banville, ahora en un diario:
…qué afortunados somos los escritorzuelos, que nada de lo que nos sucede, por muy terrible que sea, carece de una utilidad redentora. Me imagino en la consulta del médico, recibiendo el peor pronóstico posible, con la boca reseca de terror y, al mismo tiempo, tomando nota de mis reacciones y almacenando todo para usarlo en el futuro, aunque el futuro, para mí, se haya acortado cruelmente de pronto.2
La memoria creadora maniobra, entonces, en dos fases, la que registra y la que recupera: la que recrea.
IV. Salvar y rescatar
Un montón de narradores ha optado, a la hora de inventar, por una memoria diligente, por salvar y recuperar con actividad descomedida sus experiencias, por explotar la compleja interacción entre lo rememorado y el presente, por servirse de los fallos, las imprecisiones y las transgresiones de tan singular flujo. Estos narradores se han aproximado al acto de remembrar con la conciencia de que su flama ilusoria y el alto grado de falsedad de lo recordado no son desventajas sino posibilidades creadoras. El Salvador Elizondo de la Autobiografía y de Elsinore, el Alejandro Rossi de Edén. Vida imaginada, el Sebald de Austerlitz, el Günter Grass de El tambor de hojalata, casi todo Sergio Pitol —casi todo John Banville, casi todo Daniel Sada— son un ejemplo de ello. Los evoco no para agotar un listado, me puja el intento de rescatar momentos de lectura para la luz que declina sobre esta página, aunque apenas la toque. ~
1 Discurso íntegro de Juan Marsé al recibir el Premio Cervantes, publicado por El País.
2 John Banville, “Es un trabajo peculiar, este de escribir”, texto publicado el 25 de julio de 2010, en El País Semanal.
________________
RODOLFO OMAR MONTERO (Ciudad de México, 1978) es narrador y editor.
«Exelente» Felicidades Omar. Me gustó mucho como desarrollaste el tema.